Señal de Alerta
por Herbert Mujica
Rojas
1-8-2022
Haya murió pobre y no como otros sinvergüenzas
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El 2 de agosto de 1979 partió Víctor Raúl Haya de la Torre.
A diferencia de muchísimos, sólo dejó libros, entonces un partido que en el
peor de los casos era el 30% del electorado y no tuvo ni casa propia o riquezas.
¡Ni siquiera el terreno de la tumba que ocupa en Miraflores, Trujillo, le
perteneció, es patrimonio de la familia Burmester!
Víctor Raúl hizo senadores, diputados, presidentes, el
personaje a quien, por lo menos en dos oportunidades le robaron la primera
magistratura del Perú, al irse no dejó testamentos con herencias dinerarias o
inmobiliarias, públicas o secretas en paraísos financieros, directas o con
testaferros. Como parece que sí han
hecho otros.
En sus 84 años de vida, Haya no ocupó sino la presidencia de
la Asamblea Constituyente de 1978-79 y su cheque de pago era de S/ 1 (un sol).
¿Qué puede haber ocurrido como para que hoy gruesos sectores
ciudadanos llamen rateros y ladrones a los apristas? Bastaron dos períodos
gubernamentales o más bien aventureros: 1985-1990 y 2006-2011 para que la
imagen se deteriorara al punto que hoy el Apra no existe en las ánforas, menos
en las protestas y su sola mención provoca gruesos denuestos.
Cuando los pícaros se hacen adalides, los picabolsos
“líderes” y aprovechan la efímera curul de diputados o senadores, alcaldes o
ediles para el “éxito propio”, olvidándose que los dineros públicos son
sagrados, se producen hechos como el que venimos narrando a propósito de un
aniversario de la partida de Haya de la Torre.
Yerros y equivocaciones pueden ser materia de enjuiciamiento
y crítica. Sin embargo nadie puede negar la importancia del pensamiento hayista
que traspasa fronteras desde hace décadas y se lo estudia en todo el mundo.
Ideas contra ideas. Y me atrevo a sostener que las de Víctor Raúl: integración
latinoamericana, combate contra todo imperialismo, soberanía popular y
democrática vía el Frente Unico de Trabajadores Manuales e Intelectuales,
persisten como las pirámides, riéndose del tiempo, por su vigencia palmaria.
A 43 años de su tránsito como polvo en viaje a las
estrellas, no hay quien pueda impugnar la franciscana pobreza material de Haya.
Ni mansiones o casas, autos, joyas o estafas o “guardaditos” en su margesí de
figura pública. El capitán de multitudes vivió sí acompañado del fervor
popular.
¿Sería posible decir eso de quienes llegaron después para
vivir del Estado, de la exacción escandalosa de contratos con nombre y
apellido, viajes inexplicables y ambiciones desmedidas e impropias de quienes
sólo debieron haber servido al pueblo?
Los mercaderes del templo hicieron de las suyas, robaron a
diestra y siniestra, pelotones de abogángsteres cubrieron con toneladas de
expedientes confusos, las fechorías. El resultado es el que ve el ciudadano
común: nuevos y huachafos ricos que exhiben lo mal ganado de manera irracional.
En un país como Perú sólo ser honesto en la faltriquera, en
lo público y en lo privado, ya es un hito revolucionario y así lo recordó años
atrás, Alfonso Barrantes Lingán quien siempre conservó sus remembranzas de
militancia aprista en años de combate y vibrante acción en las calles.
Si Haya viviera no hesitaría, látigo en mano, en echar a los
mercachifles de donde nunca debieron haber llegado.
¡Esos mismos rufianes son los que quieren hacer una
reinscripción hechiza para persistir en las mieles corruptas que el poder
otorga y preservar un sistema injusto, racista, atrasado y vil!
Recuerdo que Víctor Raúl, refiriéndose a Alan García, me
dijo: “ese tipo es raro, se esconde las cosas”. Coordinaba muchos lustros
atrás, la edición de Correo Aprista en años universitarios y cuando Haya me dio
la oportunidad de dirigir esa publicación partidaria.
¿Hasta cuándo persistirán los verdaderos apristas aguantando
cómo se pasa la vida, como se viene la muerte?
En el Aula Magna y en un discurso por la Fraternidad el
mismísimo Haya de la Torre exclamó vigoroso: “Y después de la muerte, viva la
revolución aprista”.
Haya murió pobre y no
como otros sinverguenzas.