Wednesday, March 30, 2016

El voto “empático-étnico” impostor de los Fujimori

El voto “empático-étnico” impostor de los Fujimori
por Pablo Masías; pmasías@yahoo.com

31-3-2016

Desde que su padre ganó a Vargas Llosa en las elecciones del año 1990 y Keiko encabeza la intención de voto en las actuales elecciones, los Fujimori demuestran un innegable apoyo popular.

¿Pero qué explica su aceptación electoral?

Así como hace 26 años, el “chinito” ganó al “candidato de lujo” de los criollos (descendientes de los españoles), por una inesperada “empatía–étnica”, que explicamos por sus rasgos orientales (parecidos a los andinos); su hija ahora goza de un significativo tercio del electorado, por la misma motivación étnica. Pero falaz e impostora, porque ella (como su padre) no es andina, serrana, quechua o aimara, ni siquiera shipiba.

A pesar que últimamente el maquillaje ha mejorado su simpatía y el aprendizaje su desenvolvimiento, no se le puede considerar un “paradigma político” por su oratoria y comunicación, que han mejorado desde cuando era congresista (2006-2011) y avergonzaba a su bancada cada vez que intervenía en el hemiciclo. Las clases de oratoria y expresión corporal, además de la eliminación de algunos kilos que le sobran, han tenido sus resultados, aunque todavía hay muchos a los que les sigue cayendo “gorda”.

Cuando el padre de Keiko derrotó en las urnas a Vargas Llosa, el voto “étnico–empático” lo favoreció. Al no ser un paradigma político, ni menos cuando se medía con la  locuacidad y calidad del ahora proclamado Premio Nobel de literatura, sólo la empatía que produjo en los electores sus rasgos orientales (como los de su hija) hicieron que votaran por él; y no por el vate, ahora también nacionalizado español. Los electores de aquella época tuvieron que escoger entre el descendiente de los invasores españoles y el “chinito” que con poncho y chullo se les parecía tanto. Y no lo escogieron racionalmente, de manera consciente; sino emotivamente, porque  les “cayó bien”, empáticamente… Comprendieron sus emociones y hasta pudieron ponerse en su lugar, porque los orientales también eran y son víctimas de la discriminación racial de los criollos, descendientes de los conquistadores. En esa oportunidad, una señorona de San Isidro (Lima) dijo “hasta un chino quiere ser presidente del Perú”, expresando  la discriminación a la que también estaban sometidos los orientales en el Perú, ya que lo natural era que fueran presidentes los criollos y con “aspecto decente” como Fernando Belaunde, José Luis Bustamante y Rivero y hasta Alan García, mestizo, que aceptaron porque habla bien. Y así como lo son Kuczynski, Barnechea, Mendoza, Flores Araoz, Guerra, Olivera, etc.

Fujimori (chino), Toledo (indígena), Humala (mestizo), son los que han venido a desentonar… El actual apoyo electoral de Keiko, no puede ser explicado por el gobierno de su padre, con el que no ha no ha tenido ninguna contemplación en deslindar, reconociendo que hubo corrupción y se cometieron diversos delitos. Y es que no puede decir otra cosa, cuando Alberto Kenya, está encarcelado por delitos de violación de los derechos humanos (asesinatos de la Cantuta y el de los Barrios Altos) y de corrupción, entre muchos como por la compra de las editoriales de los medios de comunicación en la “salita del SIN” por su más estrecho operador Valdimiro Montesinos.

No son muchos votos los que le aportan los que creen que Fujimori salvó al Perú de la inflación y del terrorismo y que su hija Keiko debe ser elegida para reivindicarlo y hasta excarcelarlo. Por lo demás, la empatía que producen los Fujimori (padre e hija), en los electores andinos es la misma. Sus rasgos orientales son muy parecidos a los indígenas de la Sierra y hasta de la Selva; y nítidamente diferentes a los rasgos de los criollos.

Sólo si el voto es consciente, la razón reemplaza al sentimiento y se sustituye el voto “empático”. En ese caso, se toma en cuenta la trayectoria de los Fujimori, del primero como gobernante, considerando sus logros de gobierno y también sus delitos, faltas y desaciertos. O de hija, en su relación con el padre y también con la madre. (Una mala hija no podría ser buena presidenta). No es confiable ni creíble una hija que usurpa el cargo de primera dama a su madre en conflicto con su padre y que se calla cuando la torturan hasta casi matarla. Y en el colmo del cinismo, carente de todo arrepentimiento, sólo dice que carga una “mochila” del gobierno de su padre. (Ahora le exige a su madre que haga campaña por ella, para hacer dudar de su ya conocida conducta). Pero ¿cuántos lo saben? No todos leen los periódicos ni conocen esa historia; o la conocen tan endeblemente, que ante el primer desmentido, creen en la inocente versión de la hija.

En la medida en que los electores conozcan la trayectoria de Keiko como hija; y la crean, el desencanto es irreversible. Y desde ese momento el voto deja de ser empático y se vuelve racional.

Y mientras la campaña sólo sea de dimes y diretes y de algunas propuestas efectistas que ni siquiera se logran digerir, el “encanto” de la Fujimori se mantiene. La empatía, que es completamente falaz, porque a pesar del parecido de los rasgos, los electores andinos no son parecidos a la Fujimori que usufructuó las gollerías del régimen de su padre. Y es impostora, en la medida que a sabiendas de que es falsa esa empatía, la fomenta y estimula, habría que averiguar cuántos trajes indígenas de la diferentes etnias del país componen el ajuar de la “princesa” nipona.

Una madre andina, inmigrante de Puno a Arequipa, que trabaja de vendedora ambulante de fruta en la puerta del mercado San Camilo, es completamente diferente a Keiko, a pesar de sus ojos rasgados, de sus pómulos salientes, de su cara achatada, del cabello lacio y negro y de su baja estatura. Ella trabaja para vivir, Keiko no. Todo lo tiene regalado desde que nació, incluyendo su residencia de 10 años en Palacio de gobierno y su vida universitaria en los EEUU.

Si Keiko caminara por el mismo mercado, sin que la reconocieran como candidata, recibiría piropos de algún desprevenido estibador andino. Y de eso se aprovecha ella y quienes dirigen su campaña, pero no para lograr improductivos piropos, sino decisivos votos. Eso explica por qué después de meses de campaña efectiva, de haber visitado muchas ciudades del país, no aumenta su aceptación electoral. Si se hace un poco de aritmética, no ganaría en una segunda vuelta, así efectivamente pasara a ella. Porque los que le negaron el voto en la primera vuelta, no tendrían ningún motivo para votar por ella en la segunda. Salvo que hicieran creer que su contendor es peor que ella. ¿Pero serían peor que ella Alfredo Barnechea o Verónica Mendoza? Se fomentaría el voto por el “mal menor”. Así le ganó Alan García a Ollanta en el año 2006. Y así le ganarían a Keiko, no sólo por la mochila que carga, cualquier candidato, en el actual proceso. Lo que significa que a pesar de beneficiarse con el voto “empático–étnico” falaz e impostor, la “china” no tendría posibilidades. Peor, si como consecuencia de la campaña, se derrite esa ventaja, exhibiendo la verdad, quitándole la careta “de andina” que le pone la benéfica empatía electoral.

Finalmente, como ya no quedan candidatos étnicos andinos, por la eliminación de Acuña, el retiro de Cerrón y por ser minoritarias etnias de la Selva las que representaría Hilario, sólo quedan candidatos con el modelo “paradigmático”, que fue el que lucieron Haya de la Torre o Belaunde Terry,  como los actuales: Barnechea, Mendoza, Diez Canseco, Guerra García, Olivera.

La población andina y los sectores populares, sólo tienen la posibilidad de hacer “valer su voto étnico” negociando una asamblea constituyente con los “paradigmáticos” de la segunda vuelta. Prerrequisito indispensable para hacer algún cambio al “sacralizado” sistema capitalista neoliberal.








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