Wednesday, July 09, 2008

Combate de ConcepciĆ³n

Combate de Concepción
9-7-1882

Memorias del mariscal Andrés A. Cáceres; Milla Batres 1986, pp. 69-72

Aquel mismo día, alrededor de las tres de la tarde, las fuerzas del
coronel Gastó atacaron al destacamento chileno acantonado en
Concepción: una compañía del batallón Chacabuco.

Los chilenos no habían advertido la marcha de los nuestros por las
alturas. Mas, al avistarlos, cuando ya descendían por las agrias
laderas, corrieron a apostarse en las bocacalles de la plaza. Y allí
opusieron obstinada resistencia a las primeras acometidas de los
gue¬rrilleros, causando a estos numerosas bajas, pero sin lograr
recha¬zarlos. Al contrario, abrumados luego por las reiteradas
embestidas guerrilleras, retrocedieron precipitadamente a guarecerse
en un anti¬guo caserón conventual, donde también acuartelaban.

Y, parapetados en el soportal del derruido edificio y ventanas de la
contigua iglesia, renovaron porfiada resistencia. Y aunque su nutrido
y certero fuego de fusilería producía terribles estragos en las filas
de los asaltantes, estos, incesantemente reforzados, mante¬nían su
impulso arrollador; y la lucha cobraba, por momentos, feroz
encarnizamiento.

Extinguiéndose ya el día comenzó a declinar también la refrie¬ga. Pero
el improvisado reducto estaba ya completamente cercado. A pesar de
todo, el enemigo continuó defendiéndose con inaudita fiereza, hasta
que la niebla y la oscuridad envolviendo el campo tor¬nó la brega en
intermitente tiroteo. Y así, ambos adversarios, con el alma en vilo,
se mantuvieron en acecho toda la luctuosa noche, hasta que poco antes
de amanecer del 10 de julio, los guerrilleros, testigos y víctimas de
los crueles atropellos, saqueos, violaciones e incendios de los
chilenos, les dieron un furioso asalto, del cual no se salvó ni uno
solo de los 76 hombres que componían el destacamento enemigo.

Retirada de la división de Del Canto

El día 10 reanudé la marcha sobre Huancayo, resuelto a conti¬nuar la
lucha; pero Del Canto había evacuado ya la población, diri¬giéndose a
Jauja. El enemigo, en su fuga, incendió los pueblos de Con¬cepción,
Matahuasi, Matamalzo, Ataura y San Lorenzo, asesinando al paso a
multitud de indefensos pobladores.

Al retirarse de Jauja los chilenos, se disponían a saquear la ciu¬dad,
cuando de improviso les cayeron los guerrilleros de Concepción; por lo
cual, sin tiempo para realizar sus fechorías dejaron la pobla¬ción y
se encaminaron a Tarma.

El 15, por la noche, después de un ligero encuentro entre las
guerrillas de nuestra vanguardia con la retaguardia enemiga, cuyo
grueso se hallaba ya en Tarma, llegué a Tarmatambo, una legua
dis¬tante de aquella ciudad.

Este era el momento propicio para lanzar un ataque resolvente con el
grueso de mis fuerzas, y así lo concebí al instante. Pero, juz¬gando
en seguida que un combate reñido en tales condiciones iba a traer como
consecuencia la destrucción de la ciudad, opté por ase¬diar al
enemigo, cerrándole todas las avenidas y obligándole a hacer frente a
los amagos e incursiones de los guerrilleros. Por otra par¬te, no me
daba prisa en atacarle esperando el aviso de Tafur, de ha¬ber cortado
el puente de La Oroya.

El día 16 envié un pequeño destacamento por las alturas de San Juan de
la Cruz que dominan la ciudad de Tarma por el noreste, donde enzarzó
en gresca con un destacamento contrario, al que cau¬só algunas bajas,
haciéndole retroceder hacia la población.

Luego ordené marchar hacia Acobamba, a dos leguas al norte de Tarma, a
un destacamento de guerrilleros que, unido a los de aquel pueblo,
debía cerrar también el paso al enemigo, el cual hasta el día 17
permanecía en la ciudad, sin dar señas del propósito de abandonarla.
En la tarde del mismo día, dispuse que la segunda di¬visión y el
destacamento guerrillero de San Jerónimo fueran a ocu¬par las alturas
que dominan Tarma, sobre el camino que sale por La Oroya. Avisados los
chilenos de la presencia de estas fuerzas en di¬chas alturas, midieron
el inminente peligro de que fuera cortada su retirada hacia Lima. Y
emprendieron la fuga inmediatamente, en la noche del 17, tomando las
mayores precauciones para no ser senti¬dos. Fue la tal retirada
favorecida no solo por las sombras de la no¬che, sino también por la
densa neblina que en la mañana del 18 cu¬bría la campiña, impidiendo
distinguir los sitios en donde instalaban los días anteriores sus
puestos avanzados. De otra suerte, hubiérase advertido la ausencia de
tales puestos en la madrugada misma del 18 y se habría practicado un
reconocimiento a fondo hasta la ciudad y dispuesto la persecución. Los
escuchas apostados en las alturas que bordean el angosto y hondonado
camino, tapizado de nieve, por el cual se deslizaban furtivamente las
tropas enemigas, no pudieron ver¬las ni menos oír el paso de su
silente marcha nocturna.

Se ignoró pues, la escapada de los chilenos hasta eso de las sie¬te de
la mañana, en que disipándose ya un tanto la niebla, se me dio el
consiguiente parte. Inmediatamente con lo más escogido de mis tropas y
destacamentos guerrilleros, emprendí la marcha en su se¬guimiento.
Creí alcanzarle en La Oroya y allí batirle. Pero al llegar jadeante a
dicho lugar, ya Del Canto había cruzado el puente, hacién¬dole volar
en seguida, para asegurar su retirada.

Tafur no había cumplido la misión que se le encomendó, y el puente de
La Oroya quedó libre para el paso de los chilenos.

Mi propósito de encerrar a la división de Del Canto en el valle del
Mantaro y destruirla, habíase, por cierto frustrado.

Sin embargo, se consiguió expulsar al enemigo del departamen¬to de
Junín, tras infligirle una serie de derrotas (Marcavalle, Pucará,
Concepción) y acosarle durante nueve días consecutivos (desde
Mar¬cavalle hasta Tarma), sin dejarle punto de reposo.

En cuanto al proyecto operativo propiamente tal, no obstante su
magnitud y la desproporción de tropas regulares con respecto a las del
enemigo, habría alcanzado el éxito deseado, de no haber ocurri¬do el
infortunado contratiempo de Tafur.

La atropellada retirada de la división chilena tuvo todos los
ca¬racteres de una desastrosa fuga. Perdió mucha gente y dejó
abando¬nados por doquier rifles, municiones y equipos, así como ganado
va¬cuno y bestias de silla y de carga; todo lo cual fue recogido por
los nuestros y oportunamente aprovechado.

Siéndome imposible seguir adelante, regresé a Tarma, donde asenté mi
cuartel general, deplorando que mi plan concertado en Izcuchaca e
iniciado con tan halagüeñas perspectivas, no llegase a su cabal
realización.

Luego hube de dedicarme a la tarea de reorganizar mi diezma¬do
ejército, que ya no sumaba sino 890 hombres de tropa regular y 500
guerrilleros.

La indignación contra los chilenos cobró considerable incremen¬to e
intensidad entre los naturales de los pueblos comarcanos, a cau¬sa de
los atroces crímenes que aquellos cometieron durante su fuga a Lima.
La huella de su paso estaba tétricamente señalada por la multitud de
cadáveres de pacíficos e inermes pobladores, cruelmente victimados, y
por las violaciones, la depredación y el saqueo. Y por todas partes
surgían guerrilleros, dispuestos a luchar sin cuartel con¬tra el
odiado invasor.