Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
1-6-2024
Bandoleros, asaltantes, ciudadanos
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Los peruanos adoramos el eufemismo. Al ladrón, llamamos
hombre de Estado. Al estafador, criollazo. Al tahúr tramposo, suertudo. Nuestro
castellano abunda en circunloquios, pero nada de decir al pan, pan; y al vino,
vino.
Una definición simple de bandoleros se lee así: bandido, encartado, brigante,
facineroso, salteador de caminos, fugitivo, cuatrero, malhechor, proscrito o
forajido.
Perú es un ámbito secular en que el atolondramiento es
genético. Nacemos en desorden, vivimos en el caos, nos aterroriza la pulcritud
documentaria y somos fanáticos de la turbamulta, la bulla, el grito y el
caballazo en cualquiera de sus formas.
Si existiera un concurso mundial para definir qué ciudadano
del mundo es más espontáneo, indiferente a las reglas y fracturador adrede de
cualquier armonía, los peruanos ganaríamos por muchos cuerpos de distancia.
Y lo antedicho no puede constituir motivo de orgullo sino de
vergüenza.
En nuestros
tiempos podríamos aludir a cuello blanco, jueces al peso, fiscales a la carta, burócrata
inútil, legiferante sin luz o inteligencia, ministro bueno para nada,
presidente felón y ratero.
Uno de los
grandes traumas nacionales consiste en que todos saben, supieron y no les
conviene recordar, de las fechorías en que incurrieron los que integran el Perú
formal que maneja el tributo de los ciudadanos y que lo despilfarra impune en
naderías, adefesios y elefantes blancos que se caen a los pocos años de
construidos.
Decía González
Prada: Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz.
Pero el pacto
no escrito, de toda la sociedad peruana, consiste en que, el que llega. se
olvida del anterior, cuando pacta ganancias compartidas del dinero ilícito de
las coimas o de las bancas paralelas que, las más de las veces, funcionan mejor
que las oficiales, cuya violación es “muy trabajosa”.
Fue el
historiador Jorge Basadre, en una de sus sentencias quien dijo lo siguiente:
“Hay, sin
embargo, una leyenda negra sobre la época republicana, aumentada acaso por la
propaganda de González Prada como reacción contra los hombres y contra los
métodos que permitieron el desastre del ’79. Según esta leyenda, la República
fue una cueva de bandoleros. No sentenciemos tan fácilmente a desórdenes y
errores que no dejaron de estar acompañados de esfuerzos meritorios y
sinceros”. (Basadre, 1929, p. XV).
Y así lo
recuerda en su brillante libro Los inicios de la república peruana viendo
más allá de la “cueva de bandoleros”, Natalia Sobrevilla Perea.
Acaso el
dictamen de Basadre para aquél tiempo señalado pueda ser muy, pero muy
discutible.
Aplicarlo al
Perú de los últimos 80 ó 100 años, no admite la más leve duda.
Hemos tenido en
la cosa pública desde presidentes ladrones, genocidas, cobardes y suicidas,
hasta legisladores mediocres, oscuros y rapaces. ¡Ni qué decir de una
burocracia que no ve, no oye, no habla y deja pasar el delito, contribuye a su
perfección administrativa porque el dinero del contribuyente solo es bueno para
el bolsillo privado!
Por falta de liderazgo político, hasta ahora la oposición
protestante no ha presentado una propuesta pública, realista y madura, para
llegar a un acuerdo político que evite el suicidio de
dejar paso a la más aterradora derecha, por bruta y
achorada, de que tenga memoria país latinoamericano.
No recordar estas circunstancias, que la historia puntualiza
con denodado ímpetu, transparenta un oscurantismo aberrante en todos los
niveles.
¡Es hora de ponernos de acuerdo en todos los órdenes! Esa
sentencia abominable: “así es el Peru”, debiera ser pulverizada del menú
cotidiano porque es un paliativo vergonzoso. Mal de muchos, consuelo de tontos,
reza el dicho.
La unión hace la fuerza y motiva la propuesta y activa su
potencia.
¿Cómo, en qué forma, con qué sinceridad, evitar repetir que
este nuestro país sea una cueva de bandoleros?
Y, por favor, los aludidos no reclamen que se ponga su
nombre y apellido. ¡Caraduras!