Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
2-5-2024
¡Permanente crimen de Estado!
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Una definición simple advierte:
“Son actos sistemáticos que se realizan de acuerdo a un
plan o política preconcebida, lo que permite la realización repetida de dichos
actos inhumanos. Son cometidos por las autoridades de un Estado o por
particulares que actúan con respaldo de dichas autoridades, con su tolerancia o
complicidad.”
Haber mantenido, tras la colonia y los albores
independentistas, hasta muy avanzados los tiempos, a millones de peruanos
discriminados por su color de piel, idioma, forma de vestir o apellido o credo,
postergados, siempre en lo más bajo del escalafón social, es un crimen de
Estado.
Vía los gobiernos, siendo el mismo Estado discriminador en
manos de cogollos que no sentían ninguna vinculación con hombres o mujeres de
abajo, y haberlo hecho a favor de oligarquías profundamente egoístas, es un
crimen de Estado.
Sostiene, no sin razón y muy subrayado, Carlos Contreras en
Historia Económica del Perú, p. 252:
“La corrupción en el uso del dinero público ha sido
históricamente, no obstante, una de las fuentes frecuentes de la fortuna de las
élites fundadoras de la modernización económica. De ahí que el derrocado
presidente José Rufino Echenique escribiese en su “Vindicación”, publicada en
su destierro en Nueva York, que el propósito del programa de arreglo de la
deuda interna había sido, precisamente, transferir la riqueza acumulada por el
Estado a los empresarios privados, a fin de volver a poner en movimiento los
engranajes de la economía”. Esto es un crimen de Estado que se robaba ¡al mismo
Estado!
Las pandillas, taifas, patotas de langostas humanas, se
sucedieron en el asalto a los diferentes gobiernos con un Estado injusto,
dilapidador, ladrón y que escondió tras promociones de burócratas a coimeros
expertos, capaces de birlar los dineros públicos y colocarlos en cuentas
bancarias extranjeras sin nombre, sólo con número, y a salvo de investigaciones
serias. Esto es un crimen de Estado.
La permanente vocación minera de extraer piedras y
exportarlas sin valor agregado, generando fortunas inmensas para las empresas, petrificando
un sistema primario, elemental y con escasa instrucción de los trabajadores, es
un crimen de Estado.
La perpetuación y filtro del acceso a la educación a clanes
microscópicos, engreídos, perfilados por la epidermis y las billeteras con
claro desprecio de quien tenía menos grados de blancura u origen, consagró una
elusión feroz y causante de desigualdades. Esto es un crimen de Estado.
El dique abierto a todos los abusos y crímenes, en nombre de
una inexistente superioridad social o de clan con la reivindicación de títulos
nobiliarios o pasados de ese jaez, llamando decentes a unos y chusma al resto,
es un crimen de Estado.
Y en tiempos presentes, callar lo picante, comprometedor y
revelador de robos de cuellos blancos, jueces delincuentes, burócratas con
diplomas fabricados por ellos mismos, ignorar lo que no conviene que se sepa,
en las obras nacionales, hasta que se caiga un avión con su trágica secuela de
fallecimientos o renuncia a la soberanía nacional, es un crimen de Estado.
Un crimen de Estado es permitir que las gavillas de
sicarios, raptores, criminales, se paseen por todo el Perú arreglando a balazo
limpio sus cuitas o cumpliendo el encargo que mafiosos les comisionan para con
personas “conflictivas”.
Dejar que la tala indiscrimada, la minería ilegal y
contaminadora, haga añicos recursos no renovables y que dañan el medio
ambiente, es un crimen de Estado.
Permitir, porque el Estado peruano no hace nada e invierte
cada vez menos en Educación y mucho menos en la creación de fuentes de trabajo
que debería impulsar con las grandes empresas del mundo, en joint ventures,
sociedades y emprendimientos por todo lo alto, es un crimen de Estado.
El desafortunado compendio de taras y vicios en que se
resume la vida peruana podría llenar el contenido de 20 ó más volúmenes, lo que
no debería alegrarnos, sino acicatear los espíritus a pelear más y mejor,
también es una constatación que es un crimen de Estado.
Permitir que políticos inmorales, rufianes sin atenuantes,
malos empleados del Estado y termitas que roban al Perú, también es un crimen
de Estado que merece castigarse con punición vitalicia para contratar con el
país.
Estos moldes se repiten desde hace 203 años, son elementos
negativos que socavan la construcción de cualquier patria. La única condición
es la procura de un Perú libre, justo, culto y digno.
Un idiotita cacarea que el suicidio cobarde de un ex
mandatario constituyó la centralidad aviesa de “un crimen de Estado”. ¡Bah!
Huir de la justicia, no es valentía, es pusilanimidad.