por Herbert Mujica Rojas
18-1-2007
Lima debería implorar perdón al Perú
¿Qué hacen los electos de provincias cuando llegan a Lima?: urgen ser
llamados congresistas de la república; ¿qué aprenden aquí los hombres
y mujeres de la cosa pública?: a mentir, a hablar en estúpido, a
abundar en millones de indefiniciones y a prometer lo que no pueden
cumplir; ¿qué embrujo maléfico, sortilegio contumaz o hechizo
malhadado, pervierte, tuberculiza, convierte en monstruos a los
ciudadanos de esta capital que se cree divina rectora de los destinos
del país? Lima cumple 472 años de fundada por el porquerizo natural de
Trujillo de Extremadura, España, Francisco Pizarro, y desde entonces,
cual foete castigador, ha impuesto su peso centralista, nucleador
fragilísimo, racista y discriminador, al resto del país. Lima debería
implorar perdón al Perú.
Los miedos de comunicación limeños se creen nacionales, pontifican
desde la capital a la vasta e inmensa geografía patria. Hay
"especialistas, politólogos, analistas, internacionalistas" –debajo de
cada piedra- que jamás visitaron la puna, la selva o siquiera la
serranía, pero desde el muelle sillón citadino creen "aportar" con
soluciones modernas, de avanzada o inclusivas para los pobladores de
la nación. Todo esto apoyado en dólares que vienen del exterior y que
han formado una nomenclatura o aristocracia pseudo-intelectual –igual
de racista, criolla y discriminadora- que se alaba a sí misma, eleva o
desgracia a quienes son sus integrantes o enemigos, respectivamente.
Un muerto, una tragedia, un sismo, un apresamiento, no es igual si se
trata de Lima que de provincias. En el primer caso, el asunto es
grave; en el segundo, de menor y más deleznable prioridad. Si alguna.
La encuesta difundida ayer por un canal de cable preguntaba si la
población capitalina trata bien a los que no lo son y la respuesta
mayoritaria, abrumadora y aberrante es que no era así. ¿Puede causar
sorpresa semejante "descubrimiento sociológico"? La limeñización (aquí
vale ese gentilicio) de vastísimos sectores es un fenómeno que ocurre
con frecuencia en todas las grandes capitales. Sin embargo, y a la
par, coetánea y con fuerza innegable, persisten en toda su virtud
musical, artística y telúrica, bolsones de amor provinciano que
practican sus rutinas de variada índole. Cierto que los hijos y nietos
ya son capitalinos e integran, vía las universidades, ese ejército de
Simpáticos Saltimbanquis Urbanos (SSU) al servicio de quien les dé
trabajo, enseñe otro idioma y enajene su identificación con cualquier
rasgo que implique no sólo lo capitalino sino también lo peruano.
Lima actúa con paternalismo pseudo-protector. Mira de arriba a bajo al
resto del país. Por algunas extrañas e inexplicables razones, la
megalópolis sigue concitando atracción a los del interior que, en
muchos casos, no tienen más remedio que abandonar sus tierras para
llegar a una ciudad hostil, pestilente, plena en ladrones de saco y
corbata, multilingues y expertos en dar declaraciones justificando sus
robos y estafas al país.
El adocenamiento limeño invade cerebros, estupidiza ecuménicamente y
anquilosa a partidos, instituciones de todo orden y convierte en
ociosos y haraganes sempiternos a quienes se guarecen en la cosa
pública y en la privada. Los primeros viven felices esperando el
seguro salario; los segundos, están en puestos que no pocas veces,
reposan edificados sobre licitaciones con nombre propio; contratos
amañados; exacciones violentas y legales contra el país vía
concesiones o privatizaciones, etc.
Castradora, frívola, mediocre y gris, escenario de las más grandes
tragedias cívicas de la nación, fábrica aviesa de figuras y figurones,
falsos valores, impostores y cacos, en blanco y negro y en la
televisión o radio, en el Congreso o gobierno, Lima es una olla
infinita de fétidas sensaciones. Si el Perú es lo que es, en gran
parte se lo debe a esta ciudad yuguladora y angurrienta de vivir
rimbombante y en la impostación de "buenas costumbres", voz atildada y
una evidente y vergonzosa falta de pantalones y firmeza para destruir
a sus sagrados íconos con apellidos "decentes".
Lima debería implorar perdón al Perú.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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