Saturday, November 12, 2011

Las ramas del olvido

Las ramas del olvido

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Ernesto Lobo

RCZ Editor, 2011, Surco-Lima Perú; caczapru@ec-red.com

 

 

 

…..dímelo tú, eres tú la del juego, ¿son hechos fortuitos?, ¿coincidencias?, ¿es eso lo que quieres decir?; si es así no pasa nada, no pasó nada, nada sucederá, es así, ¿no?....

 

Miranda asintió. La luz a través de la claraboya llenaba completamente la habitación, la mesa, las sillas, los sillones de lectura de las autoridades, los libreros, las mesas con las computadoras, todo parecía encenderse en un brillo particular, distinto, interno; un blanco intenso que más que brillar le daba énfasis a sus palabras. Los astros, los dioses y los cielos ya habían desaparecido o al menos, no estaban a la vista como antes.

 

Miranda tampoco contestó ahora, se había sumergido en los presagios que preceden la huida. Volvió a mirarlo tratando de asentir pero su expresión la detuvo, mostraba miedo, convocaba a los temores, quienes de pronto estaban allí, todos presentes, girando entre ellos, en palabras, en los escritos impresos en las imágenes de los vitrales, eran los mismos temores que reaparecían cualquier tarde en medio de una conversación simple. Su atención se perdió una vez más siguiendo las gruesas venas de los listones de madera que tapizaban el suelo, le llamó la atención la perfección de sus líneas, el diario quehacer del librero, cada día desde muy temprano, dedicado a inventar ese pequeño mundo de luz, madera y libros. Siguió las líneas de los estantes, su perfecta simetría, el estrico orden de las series de libros, de los tamaños, de los empastes: los de forro verde hacia el oeste, los de forro rojo al centro, los azules en el extremo sur. Se estaba preguntando por el orden natural de las cosas, por la diferencia entre lo virtual y lo arbitrario, por el azar y los destinos. Al norte la puerta, nunca libros, nunca al norte. (pp. 89-90-91)

Chehade: ¿torpeza o tráfico de influencias?

Chehade: ¿torpeza o tráfico de influencias?

por Guillermo Olivera Díaz; godgod_1@hotmail.com

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12-11-2011

 

El Derecho Penal es la única disciplina jurídica que se encarga de conceptuar el grado de consumación de cualquier delito. Quien no se dedique a esta materia puede que la vulnere con su intuición, buen deseo o su torpeza. La opinión profana no cuenta para el juzgador, ni para el derecho. Ninguna sentencia se funda en un dicho de vecino que no es abogado. Tampoco éste opera a nadie del corazón obliterado.

 

A veces los ilícitos que se pretenden, adoptada ya la idea criminal: decisión de su realización, no llegan a consumarse; quedan en actos preparatorios impunes (comprar el cuchillo que no mató), en tentativa (vista como comienzo de ejecución) o frustración. La sola idea no es punible: cogitationis poenam nemo patitur, reza la locución latina. Empero, la tentativa y el momento consumativo siempre merecen pena.

 

Definir o delimitar el estado consumativo de cualquier ilícito penal no siempre es tarea fácil, salvo en los llamados de consumación instantánea como el homicidio. A mata a B de un certero balazo en la sien; muchos vieron el acto del disparo y el deceso mismo. Además su autor está confeso; a diferencia de la negativa cínica de seres enrevesados con poder político.

 

En el Caso Chehade, el delito que se imputa por Gil a Mil al interfecto congresista tiene sutiles bemoles en cuanto a si se consumó o no, pues en la descripción del tipo que encierra el Art. 400° del Código Penal, modificado por la Ley N° 29703,  hay muchos verbos típicos. ¿Cuál de ellos debe ejecutarse dolosamente para poder hablar de consumación?

 

Veamos su redacción típica: "El que solicita, recibe, hace dar o prometer, para sí o para otro, donativo, promesa, cualquier ventaja  o  beneficio,  por el ofrecimiento  real  de interceder  ante un funcionario o servidor público que haya conocido, esté conociendo o vaya a conocer un caso judicial o administrativo será reprimido con pena privativa de libertad no menor de cuatro ni mayor de seis.

Si el agente es funcionario o servidor público, será reprimido con pena privativa de libertad no menor de cuatro ni mayor de ocho años e inhabilitación conforme a los numerales 1 y 2 del artículo 36 del Código Penal".

 

El meollo de la consumación en este delito se cumple con el simple ofrecimiento, que hace un funcionario público como el congresista-vicepresidente Chehade, de interceder ante otro funcionario público (como son los 3 generales PNP: Salazar, Arteta y Gamarra), que vaya a conocer un caso administrativo (el desalojo de los trabajadores que poseen la azucarera Andahuasi).

 

Chehade no sólo ha ofrecido (en palabras) interceder, sino que ha ido más allá. Convocó por teléfono a los 3 generales, los invitó a cenar,  pagó la cuenta con dinero propio o ajeno y en el curso de comer y empinar el codo trató el tema Andahuasi: desalojar a sus actuales poseedores y entregar las instalaciones a los Wong,  beneficiarios que pagarían el operativo en contante y sonante (he aquí lo prometido, aunque no se haya cumplido). El solo hecho de poner sobre la mesa este espinoso tema y examinarlo ante el General Eduardo Arteta y su Jefe, General Raúl Salazar, quienes serían los ejecutores del desalojo al mando de unos 5,000 policías, demuestra que Chehade estaba cumpliendo su ofrecimiento hecho a los beneficiarios de interceder realmente. Ofreció interceder y cumplió su vil ofrecimiento, convocando por teléfono con 3 días de antelación.

 

Por lo tanto, no es la cena un acto preparatorio; es más que una tentativa de delito; se trata de una consumación de tráfico de influencias cumplida con desparpajo y torpeza. Fue una cena con telescopio finalista.

 

El proceso penal que instaure el vocal supremo instructor debe ser con mandato de detención, considerando la pena máxima prevista para el ilícito: ocho años y la calidad de funcionario público, encumbrado por aluvión, que ostenta el reputado interfecto. La pena resultante también debe ser ejemplar.

¿Es el Perú un país minero? Sí, también…

¿Es el Perú un país minero? Sí, también…


Por: Martha Meier M Q Periodista
Sábado 12 de Noviembre del 2011

"Perú país minero". Este extraordinario eslogan acuñado por ese gremio es repetido a diestra y siniestra como verdad absoluta. Hipnotizados por las divisas que generan las exportaciones de minerales, los políticos, periodistas, lobbistas, empresarios y todo hijo de vecino repiten una frase que, la verdad, ya aburre. A estas alturas, lamentablemente, ha calado tan hondo que no queda espacio para la duda ni la reflexión. Quien se atreva a decir que somos algo mucho más grande que un depósito polimetálico es tildado, poco menos, que de terrorista. Sin espacio para la duda, a nadie se le ocurre contabilizar los pasivos ambientales de las operaciones mineras, la ruptura de la paz social ni de las tradiciones milenarias. ¿Nadie se pregunta ya si el Perú es solo un país minero? La respuesta es no, no somos eso, y el precio del oro o del cobre jamás será mayor que el de un país en paz, de compatriotas que confían en la palabra del otro y donde se respetan las diversas cotidianeidades.

¿Es el Perú un país minero? Por supuesto, nadie lo niega. Y lo somos no solo por la abundancia de recursos minerales sino porque los sucesivos gobernantes –especialmente desde los años noventa– tomaron esa ruta simple para captar divisas a corto plazo. Las leyes se dieron para moldear un Perú prioritariamente de exportación mineral. Se relegó todo lo demás. Veamos, somos una potencia en plantas medicinales y bien se pudo apostar por la industria químico-farmacéutica, atraer las inversiones de gigantes como Pfizer, creador de esa pildorita azul de nombre Viagra cuyo secreto –según se dice– es una planta peruana (el huanarpo macho utilizado desde tiempos precolombinos con los mismos fines). Nadie pagó un quinto por llevarse ese conocimiento milenario. Somos también una potencia forestal y podríamos haber desarrollado una gran industria maderera y del diseño de muebles, como Costa Rica o Finlandia. Prácticamente, todos los climas del planeta se dan aquí, así como los más diversos ecosistemas y suelos, lo que nos permitiría ser un emporio agroindustrial. La frase verdadera es que el Perú es un país minero, "también", aparte de: pesquero, turístico, entre otros. Por enterder esto pasa el poder generar un verdadero desarrollo, sostenible en el tiempo, con paz y confianza, para que pueda haber diálogo, sin que a ambos lados de la mesa haya dos personas que se recelan y temen.

Hay que tener algo de cuidado. En nombre de la generación de divisas estamos devaluando todos y cada uno de los símbolos de unidad en un país profundamente diverso culturalmente. Y uno de los principales símbolos de unidad es el paisaje, sus lagunas, sus cerros ceremoniales, sus ríos y selvas. Es justamente allí, donde los diversos respetan lo mismo, que empieza la patria.

A contramano de lo que ocurre en países desarrollados, aquí al vecino de una mina de oro no hay quien le cuente que se enriqueció, que su vida mejoró, que sus campos de cultivo y ganadería son más fértiles y sus fuentes de agua limpias. Frente a los conflictos socioambientales solo queda armonizar visiones y tratar, al menos tratar, de forjar una visión común.