EL EROTISMO EN LA ESCRITURA.
Reflexiones a partir del libro de Stéphane Zagdanski
POR NICOLE SCHUSTER
El libro del escritor Stéphane Zagdanski titulado "El crimen del cuerpo. ¿Es escribir un acto erótico?"(1) no es el primero en poner de relieve la existencia de una simbiosis entre el erotismo y la escritura. En la mitología griega, Mnemosina, Musa de la Memoria y del recuerdo, es madre de la Escritura(2). Sus nueve hijas, las Musas, que engendró luego de unirse con Zeus, son de una cierta manera todas ligadas a la Memoria, o sea a la Escritura(3) y expresan la fusión entre lo sensible y lo intelectual. Clío, la Musa de la Historia, es comúnmente representada leyendo un rollo de papel o inclinada sobre una ruma de libros. Si bien de las nueve musas emane un fuerte potencial libidinal ya que la dulzura de sus cantos y poemas encantaba y suscitaba pensamientos eróticos en la gente que las escuchaba y miraba, es Erato la que, entre todas las hermanas, mejor conjuga Eros y creación, por cuanto es la Musa musical y lírica del erotismo.
Cuando Zagdanski escribe que en nuestra sociedad del espectáculo el lenguaje no sería otra cosa que mentira y que la escritura reflejaría la autenticidad de nuestro pensamiento desprovisto de todo artificio, o sea nuestra esencia en estado puro, no podemos evitar pensar nuevamente en la mitología griega y en el héroe griego Palamedes. Palamedes se caracterizaba por hacer el elogio de la escritura, en lo que se mostraba más civilizado que los dioses olímpicos mismos dado que éstos eran reputados por ser analfabetos. Palamedes fue el gran promotor del estilo epistolar, convencido de que las misivas, que permitían a la voz ser escuchada a distancia, forzaban a la gente que las redactaba a no anotar en ellas mentiras(4). Sin embargo, la teoría de Palamedes fue desmentida en la práctica. Palamedes murió luego de que Ulises, que lo odiaba, lo hiciera caer en una trampa al enviarle traicioneramente una misiva apócrifa que supuestamente emanaba de Príamo(5).
Zagdanski afirma que la escritura sería la expresión del Eros, o sea un deseo, el deseo de la verdad(6). Inmediatamente, hacemos de nuevo un paralelo con Platón, para quien Eros significaba deseo sensual pero también impulso espiritual hacia el Ser ya que, como lo desarrolla en El Banquete, el hombre que originalmente era una unidad perfecta fue dividido en dos por lo que siempre añora a la mitad perdida, a la otredad que le permitiría realizarse. Es entonces de la energía engendrada por el deseo de conexión con el Otro que emerge el Eros(7). Demás está decir que, en esas oportunidades, el individuo está pasionalmente y desinteresadamente entregado a la causa que coadyuvaría a que se convierta en un ser completo. Es por esta razón que se revela a ella de manera íntegra, auténtica, ya que, sin autenticidad, la eventualidad de simbiosis con lo otro se frustraría y la posibilidad de concretización del proyecto anhelado se desmoronaría. Este deseo de entrar en comunión con el otro que nos lleva a trascendernos, va acompañado de la voluntad de decir la verdad y representa por lo tanto una ruptura, un cambio con relación a la situación en la que nos encontrábamos anteriormente. Esta situación es similar a la que experimentan dos seres entre los que surge una fuerte pasión, la cual va acoplada a un fuerte potencial erótico(8). Una pasión naciente es un nuevo inicio, la formación de un nuevo mundo formado por dos seres, que engendra en ellos un deseo de decirse toda la verdad sobre sí mismos a fin de re-empezar sobre bases claras, carentes de toda mentira. Ello significa que cada uno se entrega en su forma más pura al otro, lo que se manifiesta por la voluntad de olvidarse de sí mismo, o sea de trascenderse y de sólo concentrarse en el otro. Citando a Durkheim, Francesco Alberoni presenta la adhesión a un partido revolucionario como un fenómeno idéntico al compromiso amoroso en sus inicios ya que los momentos de fusión entre el individuo y el movimiento son de la misma intensidad que los del amor naciente(9). Es por esta razón que no es inusual que la adhesión de los miembros de un partido despierte en ellos un amor pasional por su líder.
El erotismo de la escritura es, para Zagdanski, profundamente antisocial. Citando a Leo Strauss para quien existe entre Eros y polis una fuerte tensión(10) por cuanto Eros es un elemento perturbador para la organización de la Polis, Zagdanski plantea que la escritura es un acto erótico activo, durante cuyo proceso el cuerpo se involucra al mismo tiempo que se erige contra la sociedad(11). Como lo señala Zagdanski, dado que la "Escritura es un acto de erotismo tendido por su deseo de verdad" en el que el cuerpo está presente, la Escritura resulta ser un "desvelamiento", una puesta al desnudo. Proust nos decía que uno no escribe con su inteligencia. Es el cuerpo que se lee a través de la escritura pues uno "escribe con sus sensaciones (…) y por ende, de una cierta manera, con su sexo"(12). Hemingway solía escribir ostentando el pecho desnudo(13). Picasso, que escribía a su manera por cuanto la pintura es otra forma de escritura, pintaba igualmente con el torso al descubierto. Esas formas peculiares y un tanto "primitivas" (primitivas en el sentido – desprovisto de toda matiz peyorativa – de que se asemejan a un regreso a los orígenes del humano, a lo arcaico) de desnudar el cuerpo para realizar actividades en las que el yo creador está totalmente entregado a la cosa que quiere transmitir al Otro nos llevan a suponer que, al deshacerse de la camisa de fuerza que constituye la ropa, producto de convenciones sociales, Hemingway como Picasso desencadenaban su creatividad. Liberarse de este código vestimentario significaba dar rienda suelta a su imaginación y, con el cuerpo en contacto cuasi directo con su obra, cristalizaban en ésta no sólo el mensaje que tenían profundamente anclado en sí mismos sino también las sensaciones carnales que experimentaban sus cuerpos en este proceso de creación. Esta forma de erotismo, que se encuentra tanto en la escritura como en la creación en general, llevaba a Picasso a declarar, con la franqueza que lo caracterizaba, que: "El arte nunca es casto. Habría que prohibírselo a los ignorantes ingenuos, no poner jamás en contacto con él a quienes no estén suficientemente preparados. Sí, el arte es peligroso. O si es casto, no es arte"(14).
Bajo esta óptica, parece normal que ciertos artistas y escritores pasen por encima de los tabúes de forma deliberada, se abandonen a su obra y revelen algunos aspectos físicos o mentales íntimos. La escritura de D.H. Lawrence, conocida por el grado de erotismo que acarrea, es la de un hombre cuyas "visiones al escribir dejan surgir sus intuiciones y la conciencia primitiva y pre-mental ajena al proceso de cognición". Asimismo, Lawrence exponía su filosofía no de una forma elaborada escrupulosamente sino "vivida apasionadamente y como una experiencia de sangre"(15). Como lo afirma Anaïs Nin, Lawrence no tenía reparo en traspasar los valores convencionales de la sociedad, ya que para él la estabilidad correspondía a la castración del impulso vital creador(16). Coincidiendo en cierta forma con Lawrence, Georges Bataille en su obra El Erotismo(17) comparaba el erotismo a una trasgresión de lo prohibido, ya que "lo prohibido existe para ser violado"(18). Él mismo escribía para tumbar las barreras de la escritura que percibía como una imposibilidad. No es sorprendente que el acto de violación de las normas de la escritura perpetrado por Bataille se haya fusionado con su deseo de carácter filosófico de sondear el mundo del erotismo, la pulsión de la muerte y la libertad, categorías que son, paradójicamente, fuertemente exaltadas y al mismo tiempo reprimidas en la sociedad actual.
Esta proyección de los deseos que nos habitan y que desvelamos a través de la escritura es una proyección de lo real, de un mundo tal como quisiéramos verlo y, en este aspecto, la escritura no se distingue de la pintura. Van Gogh lo ilustra: sublimó el malestar social que sentía y escapó de los diferentes tipos de encarcelamientos que la sociedad impone al optar por una línea de fuga que lo precipitó en el universo de la pintura donde comunicó o, más bien, gritó al mundo su visión de lo real por medio de colores chillones.
En este contexto, aseverar, como lo hace Zagdanski, que la escritura "es" verdad y que el acto erótico "activo" revela "la" verdad resulta osado. Hablar de "la" verdad del escritor que éste expresa a través de su creación y de "su" visión de lo real sería más apropiado. Ello nos lleva a preguntarnos: ¿Y la escritura que sirve de receptáculo a las neurosis de los escritores? ¿Es también "auténtica" y expresión de la verdad? Porque es evidente que son numerosos los escritores neuróticos, pues la neurosis encuentra en el proceso de creación el terreno ideal para manifestarse ya que el acto de crear puede ser, para ciertos, el medio que les ayude a llenar esta parte vacía que sienten en ellos o que les permita sublimar los sentimientos de frustración que les afectan. Paul Valery, hablando de las dudas que un poeta tiene de su vocación, afirmaba que "el cansancio de los sentidos crea. El silencio crea. Las tinieblas crean. El incidente crea. Todo crea. A excepción de aquello que firma y asume la obra"(19). Como si, a veces, la escritura no emanaría de nuestra voluntad propia, sino de otros factores, convirtiéndonos en víctimas y no en actores. Como se sabe, para cumplir con la transcripción de sus ideas sobre el papel uno tiene que librar un duro combate con los fragmentos de escritura que se asoman de forma desordenada en la mente. Y si él que ha decidido tomar la pluma (o enfrentarse al teclado de la computadora) es, en un primer tiempo, incapaz de expresar lo que quiere comunicar, surge esta neurosis que lo hostiga, que parece dilatarse en la mente y golpear las paredes del cerebro como si la obra en proceso de convertirse en escritura buscaría hacerlo explotar a fin de liberarse y realizarse. Esta lucha se debe al flujo de pensamientos anárquicos que nos asedia. El chaos que provoca su desborde ejerce tal presión en el que escribe que impide que surjan desinhibidamente desde el fondo de su persona las palabras que desvelarán lo que hasta ahora había quedado desconocido. Este combate para lograr darle forma a una verdad que, según el escritor, nunca había sido dicha antes, tiene, como lo notaba D.H. Lawrence, algo de primario. Es un combate que hace resaltar lo impulsivo y la animalidad de nuestro ser, así como las contradicciones y límites que éste esconde, pero que termina con una gran celebración reconciliadora entre nosotros mismos y la obra culminada. Porque no nos olvidemos que la creación es la manifestación de la fusión entre, de una parte, la escritura (o la pintura, o cualquier actividad artística) con sus imperativos y normas que tienden a restringir la creatividad, y de otra parte, nuestra esencia, que busca traspasar esos confines para que su proyección materializada en una obra concreta coincida de la forma más acorde posible con la formulación de esta nueva verdad que queremos exteriorizar. Ello significa que, cuando la obra se finaliza, surge el gran momento en que la energía mental y física invertida en el trabajo se descomprime y deja lugar a un inmenso alivio mientras que ya se perfila en nuestra mente otro proyecto de escritura (o de cualquier otra creación artística).
Al exponer el carácter auténtico de la escritura y del erotismo que la genera, Zagdanski presenta la tesis según la cual al erotismo "activo", lleno del deseo de verdad del escritor "íntegro", se opone un erotismo "pasivo" y embrutecedor que el sistema nos impone a través de los medios. Zagdanski insiste en que la distinción no se halla entre erotismo y pornografía, ya que la pornografía no es nada más que un erotismo pasivo. Para él, el erotismo pasivo es aquello que se entrega a los receptores en piezas desarmadas, como un producto prefabricado. Es ese erotismo fragmentado y alienante que incita a la gente a comprarse nuevos labios, nuevos senos, una nueva nariz, para tener un pedazo de los emblemas maravillosos del personaje público particular al que quiere parecerse, el cual, dicho sea de paso, es asimilado a una sola parte de su cuerpo erigida en símbolo de erotismo. En otras palabras, este tipo de erotismo que procede de una política que ve al cuerpo como la suma de "prótesis" "desencadena toda una maquinación de marketing"(20) que no tiene nada de auténtico.
Al señalar la política mercantil que se esconde detrás del erotismo pasivo, Zagdanski coincide, aun si no lo menciona, con la línea del filósofo alemán Herbert Marcuse. En su libro Eros y civilización escrito en la década de los cincuenta del siglo XX, Marcuse ya había analizado la instrumentalización del Eros, pero ponía al descubierto otra diferenciación dentro del erotismo. Manifestaba que, en nuestra civilización de consumo de masa, el Eros se convertía en un Eros encadenado debido a que la sociedad industrial y totalitaria había logrado hacer primar el trabajo alienado en la vida de los individuos. El trabajo de la sociedad de consumo tiende principalmente, como lo revela Marcuse, al aumento de la rentabilidad (siendo la categoría rentabilidad una forma socio-histórica de represión de los instintos(21)) y, a su vez, a dar a los trabajadores la ilusión de poder satisfacer siempre más sus deseos de consumo. Dentro de esa lógica, el trabajo constituye un mecanismo de sublimación del contenido erótico de las pulsiones canalizándolas y transfiriendo de esa manera la energía que producen hacia el campo del trabajo. De esta manera, se está vaciando de todo contenido erótico la sexualidad condenándola a no ser más que un factor mediatizado y regido por las leyes de la rentabilidad y de la procreación(22).
Hubiera sido bueno que, al centrarse sobre el problema de la verdad en la escritura y particularmente luego de mencionar que Eros y Polis son incompatibles, Zagdanski haga hincapié al hecho de que la verdad es difícilmente disociable de lo filosófico y lo político, ya que exponer la verdad es un acto comprometedor con su visión del mundo y se asocia a una voluntad de cambio (rebelarse contra la mentira para instaurar otro orden basado en la verdad). Es sobre todo por esta razón que se teme a la Escritura promovedora de la verdad pues propicia el rechazo del estatus quo y contribuye a hacer tambalear las reglas que la sociedad ha fijado para mantener el sistema. Pero el énfasis que Zagdanski pone en la categoría de la verdad le sirve exclusivamente para establecer una dualidad maniqueista entre la escritura y el lenguaje y, por ende, entre el erotismo activo y el erotismo pasivo. Por lo tanto, el miedo a la escritura al que Zagdanski alude es de diferente índole que el miedo que inspira la verdad en el campo político, ya que ésta evoca un cambio societal. Y aquí, el razonamiento de Zagdanski roza los límites de la tautología. Para él, el miedo que el erotismo "activo" suscita en la gente se debe a que esta forma de erotismo pone al descubierto la verdad a través de la escritura. ¿Pero de qué verdad estamos hablando? Zagdanski responde que la verdad es aquella a la que el erotismo activo da luz a través de la escritura. La gente temería este tipo de verdad porque expresa al erotismo activo que se diferenciaría del erotismo pasivo embrutecedor al cual los individuos están acostumbrados. ¿Pero, cuántos lectores, en verdad, escogen un libro en función de la dosis de erotismo activo que contiene la escritura? Hay lectores que, sin que pudieran explicarlo, intuyen en el estilo narrativo de un autor dado el flujo libidinal que lo atraviesa – visto este flujo libidinal desde la perspectiva de Carl Jung, es decir en tanto energía pura – y que aprecian una menor intervención del intelecto en la organización de la escritura en beneficio de una participación mayor de la pasión. Y hay otros que temen un exceso de "autenticidad" y prefieren el erotismo "pasivo" por lo que recurren a la literatura superficial de los bestsellers.
Se desprende del libro El crimen del cuerpo que, siguiendo el ejemplo de muchos intelectuales franceses, Zagdanski trata de colocar a la escritura en un pedestal y convertir de esa manera a los escritores en sabios portadores de "LA" verdad. En ello sigue el pensamiento de Jacques Derrida que estableció una oposición entre lenguaje y escritura, lo cual fue cuestionado por Lacan. Dentro de esa línea, Zagdanski glorifica a los escritores haciendo de la escritura una forma de expresión elitista y, por otro lado, sanciona al lenguaje/la comunicación verbal, que sería el instrumento de la trivialidad y de la falacia. El dualismo que Zagdanski introduce entre ambos modos de comunicación es tan pronunciado que, para él, en el momento en que no escribimos, estaríamos mintiendo, porque estaríamos hablando (sic)(24).
Sin embargo, la obra a crear es más bien, para el escritor, un salto en lo desconocido, en la precariedad(25), lo que pone en entredicho el valor de verdad absoluta que Zagdanski le concede. Lo ilustra el hecho de que, luego de haber finalizado su obra, quedan para muchos creadores dudas relativas a la exactitud de su contenido y, conscientes del riesgo que conlleva el acto de difundir una nueva verdad, una nueva visión de su mundo, muchos escritores/creadores prefieren no mirar atrás, temerosos de descubrir en su última creación hecha pública insuficiencias que arruinarían la idea de verdad absoluta que la obra debía supuestamente revelar.
La línea de pensamiento de Zagdanski que se cree "auténtica" promueve por el contrario una escritura no sólo elitista sino también individualista. Como lo planteaba Heidegger, quien mucho antes de Zagdanski fustigó la sociedad del divertimiento, su inautenticidad y la superficialidad que este modo cultural implica a nivel del lenguaje y la comunicación, el hombre vive en el mundo y sólo se define en función de los otros. Un ser humano, que es parte inherente de la sociedad, no puede repudiar su capacidad de comunicación con los otros. En tanto humanos, somos seres plurales(26). Aristóteles lo expresó de otra forma al presentar al hombre como "zôon politikon" (un animal político). De la misma manera, un libro, producto de la reflexión humana, es el condensado de un trabajo pasado que cristaliza el pensamiento de varios seres y de ideas que se edificaron en base al diálogo, la comunicación y a la lectura de otros libros. En otros términos, es fruto de deliberaciones tanto teóricas como prácticas. Ninguna obra puede ser explicada en función de un aislamiento del resto. Como lo reconocía humildemente Isaac Newton: "Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes". En suma, ningún trabajo se realiza sin el aval cognitivo brindado por otros.
Otro aspecto contradictorio que se desprende de la posición de Zagdanski es que, al hacer de la escritura el vehículo elitista de la verdad, su generador, el erotismo activo, procedería de la misma categoría elitista. El exponer a partir del criterio de verdad la diferencia cualitativa y de orden ético que existiría entre escritura y lenguaje lleva a Zagdanski a adoptar una posición de intolerancia pues transforma la escritura, que debería estar al servicio de la comunicación plural, en el instrumento de gurús detentores de la verdad. El escritor, motivado por su desprecio por la comunicación, se encerraría en una torre de marfil, rechazando el intercambio so pretexto de no dejar que la verdad se contamine con la trivialidad de la comunicación.
Aunque, como lo hemos visto, la experiencia por parte de un escritor de exponer una "nueva verdad" corresponde a su entrada en un mundo de la precariedad, lo que que va en contra de toda sensación de poder, al equiparar el erotismo "activo" y la escritura con la verdad, Zagdanski tiende a hacer de ésta un elemento de poderío que sólo sería otorgado a los escritores. Sin embargo, una forma de erotismo que se asimila a la búsqueda de poder no puede ser auténtica si se considera que el Eros es, en sí, una mediación íntegra entre un individuo y el mundo, es decir un proceso durante el cual el Ego se eclipsa en beneficio de una cristalización de energía puesta al servicio de la comunión con la otredad. Por lo tanto, ocurre que lo que Zagdanski presenta como el erotismo "activo", puro y propio al escritor es, en virtud de la categoría "poder" en que lo inscribe, un erotismo espurio impregnado de principios dictados por un sistema regido por la lógica capitalista y, por ende, por la competitividad.
Pese a la denuncia que hace, tanto de la inautenticidad de la palabra que del erotismo "social" que rige en este sistema consumista, Zagdanski no propone ninguna alternativa. Más bien, lo único que sugiere es que el escritor siga en esta sociedad del espectáculo y se proteja de ella aislándose en su fortín y confinándose en el elitismo e individualismo que la misma sociedad del espectáculo promueve ya que ésta necesita de una elite que contrabalancee a las masas de la cultura del consumo. Ello significa que Zagdanski propugna los mecanismos usados por la mismísima sociedad que él rechaza. Como vemos, el razonamiento que usa Zagdanski para exponer su visión elitista de la escritura es …. pura masturbación.
Notas de pie:
1. Stéphane Zagdanski. Le crime du corps: Ecrire, est-ce un acte érotique? Editions Pleins Feux. France. 1999.
2. Ver «Mnémosyne». Linda Soucy. Moebius: écritures / littérature, n° 69-70, 1996, p. 65-70.
3. Clío, la musa de la Historia, suele ser representada con un rollo de papel o inclinada sobre una ruma de libros.
4. Ver Palamède est le héros grec de l'écriture. Extraído de L'Ecriture d'Orphée. Marcel Detienne. Editions Gallimard. Paris. France. 1989. P.108.
5. Ibid.
6. Ver Le crime du corps. Op.cit. P.11.
7. Ver el resumen hecho por Juliana González de El poder de eros. Fundamentos y valores de ética y bioética. Paidós/UNAM, México, 2000 en:
8. Francesco Alberoni. Le choc amoureux. Editions Ramsay 1981. France. P.11-12.
9. Ibid.
10. Ver Le crime du corps. Op. cit. P.12
11. Ver Le crime du corps. Op. cit. P.12-13 y P.19.
12. Ver Le crime du corps. Op. cit. P.21.
13. Ver Le crime du corps. Op. cit. P.65.
14. Ver Dominique Dupuis-Labbé. Picasso érotique. Editions Découvertes Gallimard. France.
15. Ver Anaïs Nin. D.H. Lawrence: une étude non professionnelle. Editions Payot & Rivages. Paris. 2003. P.16-17.
16. Ibid.
17. Ver George Bataille. L'érotisme. Editions de Minuit. 1957. Paris. France. P.71-78.
18. Ibid.
19. Citado en L'acte créateur. Gilbert Gadoffre. Robert Ellrodt. Jean-Michel Maulpoix. PUF Ecriture. Paris. 1997. P.16.
20. Ver Le crime du corps. Op. cit. P.14.
21. Ver Alain Giami Eros et civilisation d'Herbert Marcuse. In S. Bateman (Ed.), Morale Sexuelle (Vol. 3, pp. 61-80). Paris: Cerses-CNRS. 2002.
22. Marcuse, para resolver el dilema del erotismo reprimido por la sociedad dominada por la cultura de masa, proponía una "re-erotización" de todo el mundo, de las relaciones sociales y del mundo del trabajo al convertirlos en campos que proporcionen satisfacciones y no frustraciones. La re-erotización del mundo era, para él, equivalente al proceso de "sublimación no-represiva", y se lograría a través de la desalienación del trabajo y del debilitamiento progresivo del fenómeno de reificación que afecta a las relaciones sociales y al cuerpo. Según Marcuse, la re-erotización de esos campos coadyuvaría a la disminución de las pulsiones destructivas que propicia la sociedad fundamentada en el principio de la rentabilidad. Al mismo tiempo, la sexualidad se apartaría de la lógica del sistema de cultura de masa que hace de ella un simple factor de reproducción y se convertiría en una fuente de placer desprovista de todo principio de rentabilidad. Gracias a ello, las pulsiones eróticas exentas de todo principio material interesado conducirían a un proceso de auto-organización basado en la purificación de las relaciones sociales y la desaparición de las pulsiones espurias que el sistema capitalista acarrea. Aun si se puede discrepar sobre la solución ofrecida por Marcuse, se tiene que reconocer que éste acertó en un aspecto. Focalizó el proceso de alienación en el trabajo y analizó los efectos deletéreos que éste tenía sobre el Eros. Para más detalle, ver Alain Giami Eros et civilisation d'Herbert Marcuse, pero sobre todo Herbert Marcuse. Eros et civilisation. Editions de Minuit. 1963.
23. Ver Le crime du corps. Op. cit. P.59.
24. Ver L'acte créateur. Op. cit P.16.
25. Ver Bertrand Vergely. Heidegger ou l'exigence de la pensée. Editions Les Essentiels Milan. 2006. P.26-29.