Historia, madre y maestra
31-1-2008
La tragedia del 79, Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima
Tacna y Arica
http://www.voltairenet.org/article154823.html
26 Actividades de Piérola
La campaña del sur o de Tacna y Arica, constituye el segundo gran capítulo de la infausta guerra, ya que el primero estuvo constituido por la heroicidad del "Huáscar" y su invicto comandante y la desastrosa campaña del extremo sur, en la cual, Pisagua y Tarapacá son expresiones de valor y pericia, doblegada por los desaciertos propios y el número y armamento del enemigo. Por la ineptitud de los gobernantes peruanos de 1872 a ese momento, que, prefirieron jugar con sus intereses económicos, acomodos políticos y anhelos de poder en detrimento del país, al cual dejaron inerme en mar y tierra, en bancarrota económica, con manejo irresponsable de la cosa pública, carentes de lo más elemental en una línea coherente de diplomacia, con pleno apoyo al enriquecimiento ilícito a expensas de la explotación guanera y total abandono del Perú profundo, aldeano y campesino, al cual se le siguió considerando en forma denigrante como elementos —ni siquiera personas— sólo aptos para bestias de carga, perforadores en los socavones mineros o herramientas agrícolas, con la servidumbre disfrazada en la mita y práctica desembozada del pongaje.
Esa campaña se inició con los peores auspicios, donde sólo los delirios demenciales de grandeza de Piérola podían pretender una victoria, tal como lo manifestó al inepto Santiago Leyva por escrito, al decirle en carta del 15 de mayo de 1880, que el segundo ejército del sur a su mando, y que debiendo actuar coordinadamente y a órdenes del ejército de Tacna, se encontraba en situación excepcional: (64).
"están llamados a darnos un día de verdadera gloria y a salvar la situación actual cambiándola por entero a nuestro favor. . . Si contra toda previsión es vencido el primer ejército. Ud. puede caer sobre el enemigo acaso vencedor pero diezmado y en el desorden consiguiente al triunfo, derrotarlo".
Por un lado estuvo el denominado primer ejército del sur a cargo de Montero, carente de toda ayuda, abandonado a su suerte y al cual incluso se le hizo escarnio, como la visita que con gran riesgo efectuara la "Unión" enviada especialmente por Piérola y el 17 de marzo logró burlar el bloqueo chileno de Arica; al alba de ese día logró penetrar en puerto, al mando del comandante y hábil marino Manuel Villavicencio, causando la admiración de propios y extraños, pero, ¿qué llevó el barco en tan riesgoso viaje? dos ametralladoras, una de ellas malograda; 400 pares de zapatos y tela blanca en cantidad y sin ninguna utilidad: (65). Piérola seguía empeñado en sacrificar a las guarniciones de Tacna y Arica. Al respecto el historiador chileno Diego Barros Arana escribe en su "Historia de la Guerra del Pacífico" p. 243: trascrito por Caivano, Tomás: (66).
"Los oficiales peruanos de Tacna y Arica, que veían a sus soldados casi desnudos, y que conocían todas las necesidades del ejército, se persuadieron de que las mezquinas rivalidades de los hombres públicos del Perú, no se habían acallado en medio de los conflictos de la guerra exterior. A juicio de ellos, el dictador Piérola estaba resuelto a sacrificarlos, para evitar un triunfo que debía enaltecer a Montero, y que podía ser una amenaza al gobierno de la dictadura. Así, pues, el viaje de la "Unión", sin importar un auxilio de mediana importancia para el ejército de Tacna y Arica, vino a fomentar la desconfianza de los oficiales".
Sobre el mismo tema se pronunció Caivano: (67).
"el ejército Perú-boliviano de Tacna y Arica ascendía en diciembre de 1879 a 12,000 hombres, de los cuales, 9,000 peruanos y 3,000 bolivianos. Pero si en mayo de 1880 la división boliviana podía contar con el mismo número de soldados, y quizá con algunos centenares más, gracias a unas cuantas compañías de refuerzo que había traído consigo el General Campero, nuevo presidente de Bolivia, no sucedía lo mismo respecto del ejército peruano. Sin haber recibido jamás ni siquiera el más modesto refuerzo, y debilitado todos los días por las víctimas que le causaba la tisis, y que subían ya a más de mil, el ejército peruano, en el mes de mayo, alcanzaba con dificultad a 8,000 hombres. De estos, cerca de 2,000 guarnecía Arica".
Montero desde Arica, donde se había establecido como jefe del primer ejército, comunicó al Supremo Gobierno las condiciones en el teatro de operaciones a sus órdenes, señalando lo precario de su situación y que el enemigo ya había iniciado operaciones terrestres en su contra, tal como lo señala en carta del 4 de marzo: (68).
"He leído con suma atención su apreciable carta.. por la que quedo impuesto de los motivos que ha tenido el gobierno para hacer los cambios de personal y nombramientos que se me han comunicado en la misma fecha de una manera oficial.
Dejando para posteriores apreciaciones todo aquello de carácter puramente político, he creído un deber de patriotismo, pedir al gobierno la reconsideración de las disposiciones relativa a la reorganización del primer ejército del Sur, por encontrarme ya al frente del enemigo y ser por este motivo esencialmente peligroso ejecutar semejante reforma. . .
El ejército enemigo desembarcó en Pacocha no sabemos hasta hoy si con el fin de emprender desde el Hospicio su marcha directa a Tacna, o de tomar primero posesión de Moquegua, cuya defensa le está confiada a una pequeña fuerza que comanda el coronel Gamarra, perteneciente de una manera inmediata al segundo ejercito del Sur...
Hasta la fecha no he recibido refuerzo de tropas, ni armas, ni dinero para el desmantelado ejército que me obedece; así pues, puramente, con los escasos elementos de que dispongo voy a librar por fin la batalla a que el enemigo nos provoca; veremos, pues, si la Providencia nos ayuda".
Montero, frente a la batalla que inevitablemente se le venía encima, sólo puede confiar en la "Providencia", pues Piérola no daba ninguna señal de ayudarlo.
Casi en la misma fecha, el día 5, José L. Inclán, coronel destacado en Tacna, comunicó sus apreciaciones sobre el teatro de operaciones y situación prevalente a su jefe Montero: (69).
"Creo, amigo mío, llegada la vez de que vayan ingresando a esta plaza todos los cuerpos que (no) sean indispensables para guarnecer este puerto, por las razones siguientes: 1. porque mejoren de clima y de condiciones higiénicas, 2. porque se por diversos conductos que los soldados están muy violentos por su escasa y mala alimentación, así como por las fatigas que sufren a la intemperie, recibiendo ración escasa de agua, descontento que se explica con la deserción que están sufriendo los cuerpos, y 3. porqué ha llegado el caso de concentrar acá las fuerzas que deban obrar o esperar al enemigo, pues hay más recursos y elementos para su completa organización. Por otra parte no me parece necesario ni conveniente que estés corriendo los peligros que presenta el diario y desventajoso bombardeo, exponiéndote a una desgracia que daría por consecuencia la desorganización del ejército y con ella la ruina de la patria. .. Nuestra situación es delicadísima y requiere aprovechar los instantes y concentrar el mayor número de elementos ya que nada podemos esperar del gobierno de Lima, que por su inercia parece que quisiera nuestro sacrificio. Estamos pues reducidos a nosotros mismos y a lo que puedan ofrecernos nuestros aliados para los que eres un lazo de unión indispensable... Los reconocimientos que ha practicado con los jefes que hay en esta plaza de las posiciones que dominan este valle, nos han manifestado que no hay una sola posición ventajosa...
Dadas tales condiciones topográficas, parece lo más conveniente anticiparse a ocupar el valle de Sama..
Por propia iniciativa o influenciado por la carta de Inclán, Montero cambió de Arica a Tacna el lugar de su comando, y desde esa última ciudad, siguió escribiendo a Piérola, así el 17 de marzo expresa: (70).
"He sentido sobremanera que la "Unión" no me haya traído algunos rifles y una batería de campaña siquiera, para reforzar este ejército.. .
El ejército enemigo continúa su marcha a Moquegua, y nuestras deficientes avanzadas cumplen con su deber. ..
La situación económica, no puede ser más desesperante. . ."
El día 25 de marzo en nueva carta a Piérola exponía: (71)
"La escasez de fondos para el sostenimiento del ejército es abrumadora, habiéndome visto obligado a pedir prestado al comandante en jefe del ejército boliviano veinte mil soles, porque ya no tenía en comisaría ni un centavo para diario de la tropa.
Hoy también pido instrucciones al gobierno sobre mis ulteriores operaciones, pues hasta la fecha todo lo que se me ha dicho es que me mantenga indefinidamente en este departamento, ... es por esto que necesito, por lo menos, que se me faculte ampliamente para toda emergencia, de una manera expresa".
Piérola, al conocer el derrocamiento de Daza y temeroso del encumbramiento que pudiera lograr Montero como jefe del Primer ejército del Sur, escribe a Campero, nuevo presidente de Bolivia, instándolo ir a Tacna y colocarse al frente de la defensa aliada. Gestión efectuada por el ministro plenipotenciario del Perú, Bustamante, quien no sólo convence al presidente a realizar el viaje, sino que a instancias de éste, lo acompaña a Tacna. Antes de salir de La Paz, el presidente boliviano escribe, el 2 de abril, a Piérola, diciendo: (72)
"Con grata complacencia he recibido su apreciable del 8 del mes pasado de manos del Sr. Enrique Bustamante y Salazar, nuevo ministro plenipotenciario; acreditado por el gobierno de Ud. cerca del mío.
Hago votos porque lleve Ud. a cabo la formación de un gran ejército terrestre, según me lo anuncia; y ojalá se realicen también sus previsiones respecto a elementos navales, con lo que nuestro triunfo definitivo sería infalible".
Se aprecia que el ejército del Sur estuvo en las peores condiciones que era dable imaginar. Enfermos, faltos de adecuada vestimenta y, especialmente mal armados y escasos de municiones, además de una jefatura carente de dinero y lo elemental para su buen desempeño. Mientras Bolivia logró reforzar en algo a sus combatientes, los peruanos quedaron en completo olvido por la dictadura pierolista. En esas circunstancias debieron enfrentarse a un enemigo que casi los duplicaba en número y en el cual no se escatimaron los recursos, incluso la presencia de mercenarios extranjeros como artilleros ingleses y alemanes.
Para comprender el porqué de esta absurda situación, se debe tener presente dos componentes: La alteración mental de Piérola, que médicamente sólo puede ser catalogado como un paranoide con delirios de grandeza y manía persecutoria, en otra forma habría que considerarlo aliado a los chilenos, por lo cual es preferible considerarlo como un esquizofrénico. Justamente esa perturbación es la que explicó su aversión a Montero en forma especial, debiendo señalarse:
Que Prado nombró a Montero poco antes de salir de Arica, el 25 de noviembre de 1879 como: "Jefe Supremo Político y Militar de los departamentos de Tarapacá, Tacna, Moquegua, Arequipa, Puno y Cusco". Piérola lo reduce a sólo el mando militar de Tacna y Arica, entregando poder absoluto a los prefectos colocándolos por encima del mando castrense y creando el segundo ejército del Sur con nuevos jefes militares entre sus adictos e independientes al mando de Montero.
Que en la contienda electoral de 1871-72, Montero fue candidato y resultó electo senador por Piura del partido civilista del cual fue fundador y uno de sus mejores defensores, pese a vestir uniforme.
Que en la intentona golpista de Piérola en 1874, estando en Torata (Moquegua), Montero fue el encargado y logró debelar dicho conato, obligando a huir a su cabecilla.
Que en 1876, el partido civilista nominó en primer lugar como candidato a la presidencia por el partido civilista a Montero y, para evitar el enfrentamiento electoral con Piérola, apoyado por los militares, cambiaron de nominación por Prado.
Que al asumir el mando en diciembre del 79, no destituyó a Montero, por temor a la reacción del ejército del sur, pero le redujo el mando y ámbito de su comando, probablemente pensando que renunciaría.
Debemos recordar que a Grau, máximo héroe nacional, tan sólo le concedió una condecoración de segunda clase. Hasta ese extremo llegó el odio al civilismo, del cual el Almirante fue miembro y parlamentario. (Anexo 18).
27 Recavarren
Combatiente del 2 de Mayo y héroe de Pisagua y Tarapacá, donde fue herido en un brazo. Coronel por méritos a los 40 años, era el más joven de ellos y uno de los más entusiastas defensores de la patria. Para la campaña del sur, logró que le dieran en Lima algunos pertrechos que condujo a Arequipa donde tomó el mando del segundo ejército del sur y decidió llevarlo a Tacna, lugar que se suponía sería atacado por Chile y su captura le permitiría adueñarse definitivamente de los departamentos sureños; al mismo tiempo, evitar cualquier avance de tropas sobre Tarapacá, razón de su agresión.
La historia del coronel Isaac Recavarren para formar, organizar y movilizar al segundo ejército del sur, es una de las tantas páginas increíbles de la tragedia del 79.
Por un lado estuvo la decisión, empeño y presencia de ánimo del joven coronel arequipeño, empeños que lo llevan a la prisión. En segundo lugar, la acción de varios coroneles, entre ellos y principalmente López y Sequera que, cumpliendo órdenes prefecturales o directas de Piérola, hicieron lo imposible para entorpecer la labor de Recavarren y como no pudieron conseguirlo, le desconocieron su mando y autoridad, mediatizaron y entrabaron todo el operativo que culminó con la vergonzosa salida del coronel Segundo Leyva y el encarcelamiento de Recavarren. En último término, quedó la acción antipatriótica, pusilánime y de total entreguismo al dictador, del prefecto de Arequipa, el norteño Carlos Gonzales Orbegozo, cuya falta de espíritu de lucha a la defensa nacional, se mostró cuando el ataque chileno a Mollendo, Mejía e Islay.
Después de la pérdida de Tarapacá, en el Perú sólo cabían dos acciones a cumplirse: adquirir barcos de guerra capaces de superar a la flota chilena y reforzar el ejército del sur. Lo primero quedó librado al empeño del supremo gobierno, mientras que lo segundo fue responsabilidad de todos aquellos comprometidos en una u otra forma a la mejor reorganización y refuerzo del ejército que en Tacna y Arica esperaba el ataque enemigo.
Con la finalidad de organizar el segundo ejército, Piérola encargó al general Beingolea para conducir pertrechos hacia Arequipa y el 11 de marzo de 1880, en el "Talismán", acompañado de jefes y oficiales que le servirían de cuadro al nuevo ejército, partieron de Lima, llevando una dotación de fusiles. No pudiendo desembarcar en Quilca, que era el propósito, por temor a que en ese puerto estuviera algún barco chileno, el comandante de la nave regresó a Pisco donde descendieron a tierra y dirigieron a lea, pero el prefecto puso dificultades para proseguir la marcha. Una vez superadas, estando a un día de jornada en Ocucaje, Beingolea recibió un telegrama comunicándole que había sido reemplazado por el coronel Leyva. Beingolea regresó a Lima y, frente a las imputaciones que Piérola hizo sobre su conducta, el general solicitó una investigación para esclarecer su situación y, en el juicio instaurado, se declaró intachable la conducta de Beingolea, pero Piérola había logrado su propósito, de retirar a ese general la autoridad y reemplazarlo por un incondicional. Leyva al tomar posesión del mando, en lugar de proseguir por la ruta trazada por su predecesor, optó por un camino mucho más largo, a través de Lucanas.
En Lima, Piérola el 29 de marzo igualmente comisionó al coronel Recavarren que del sur acababa de llegar a Lima, para que organizara una división de ejército en Arequipa, para lo cual, el joven coronel logró que le entregaran 1800 fusiles, 6 cañones con ánima rayada y 4 ametralladoras, cargamento que embarcó en el "Oroya". Una semana después partió con su cargamento y a los cuatro días desembarcó en la caleta de la Chira en Camaná. Al llegar a esa ciudad se enteró del desastre sufrido por la división del general Gamarra en Los Angeles, lo cual dejó a los chilenos dueños de Moquegua. Debido a la noticia se dirigió apresuradamente a Arequipa donde llegó el 12 de abril y, después de hacerse reconocer como jefe de la expedición proyectada, se dedicó de inmediato a reunir a la tropa que en forma dispersa llegó a la ciudad procedente de Los Angeles y, en esa forma, contar con elementos que pudieran combatir al enemigo. Igualmente logró que en diez días, las armas desembarcadas en La Chira llegarán a Arequipa.
Debido a su empeño, iniciativa y decisión, logró en una semana disponer de un ejército de cerca de tres mil hombres a los cuales, incluso vistió a su costa hipotecando sus bienes personales y, con la ayuda del prefecto de Puno y algunos comerciantes, logró colocarlos en pie de guerra, adecuadamente pertrechados, ya que para él, no hubieron obstáculos y, conforme se presentaron los fue superando. Para ello contó con la ayuda de la mayor parte de coroneles y oficiales patriotas y del subprefecto señor Bruno Abril, quien movilizó recursos y consiguió las muías para el transporte.
Algunos coroneles comenzaron a poner obstáculos e intrigaron en su contra, fuere por celos o cumpliendo órdenes superiores, pero trabaron las iniciativas y quien se hizo cargo de llevar a efecto esas maquinaciones fue nada menos que el Jefe del Estado Mayor General, coronel Mariano Martín López secundado por el coronel Sequera y en parte, por el viejo coronel Marcelino Gutiérrez, el sobreviviente de los cuatro hermanos de 1872. Como no pudieron impedir el ímpetu de Recavarren, López dispone, en ordenanza del Estado Mayor General, que salgan dos divisiones en vanguardia a órdenes de Recavarren y que el grueso del ejército partiera después. Seguidamente le desconoció el cargo de jefe del segundo ejército, con el pretexto que Leyva está pronto a llegar y, por lo tanto debe sujetarse a sus órdenes; terminó desposeyéndole del mando de las dos divisiones próximas a salir y ordenó por escrito: (73).
"Art. 1. Teniendo en conocimiento este E.M.G. que el señor general en jefe del 2° Ejército del Sur se halla próximo a ingresar a esta ciudad y debiendo esperar sus órdenes para la movilidad de las fuerzas de este ejército, se ordena que el subjefe de este E.M.G., encargado del mando de ellas, vuelva a su anterior condición y que los cuerpos que componen las dos divisiones se entiendan en lo sucesivo directamente con este E.M.G.— el coronel jefe, López".
Los atropellos, a los deseos de defender la patria a la llegada de Leyva se agudizaron, revelándose tal situación en la carta acusatoria que Recavarren envió a Piérola: (74) y (Anexos 19-20).
"Para la completa organización del cuerpo del ejército que yo debía conducir, llamé a varios jefes para saber si estaban aptos para el servicio; muchos de ellos se fingieron enfermos (de donde resultaba la rareza de que el mes de abril fuera de enfermedad para los militares), y para cohonestar su conducta, por no decir su cobardía, principiaron a desacreditar mi expedición, propalando que los rifles que había traído eran malos, porque eran recompuestos en Lima; que los cañones no servían, y, por último, que yo por ambición de gloria iba a sacrificar la gente que llevaba. A otros jefes no quise colocar por sus malos antecedentes y conducta reprobada, y entre estos estaba el coronel Sequera, quien había sido tomado en flagrante delito de defraudación al Estado por una suma de 2000 a 2400 soles, con motivo de una comisión que se le dio de que trajera de Puno unos 2,000 pares de zapatos; en cada uno de ellos recargaba el precio legítimo con dos soles.
Pues bien, todos estos jefes se aunaron no sólo para propalar lo que anteriormente tengo relatado a usted, sino que excitaron el amor propio de los jefes que me obedecían, y entre ellos al coronel Gutiérrez, . . Pero no pararon en eso, sino que azuzaron los celos del coronel López, jefe del estado mayor general, haciéndole creer que yo despreciaba su autoridad.. . Ayer. . . el coronel López me pasó un oficio en que me decía: que por razones de alta significación y por convenir a la mejor organización del segundo ejército del Sur, disponía que dejara el mando de las fuerzas y que quedara en mi primera colocación. . . Contestaba yo, el citado oficio, de la manera conveniente, cuando tuve que interrumpir para comer. Eran las 7 de la noche y me hallaba sentado a la mesa en unión de algunos amigos y señoras, cuando se cometió en mi casa el escándalo más inaudito de (que) pueda formarse idea. Una compañía del batallón Legión Peruana, que manda el coronel Gutiérrez, acompañada de una turba de malvados, recogidos de la hez del pueblo, penetraron en mi domicilio, dando gritos feroces y sin respetar mi posición, ni la presencia de señoras, maltrataron gravemente a culatazos a los amigos que conmigo estaban, dispararon tiros sobre varios de ellos y sobre mí, lo que es un asesinato frustrado, y me redujeron a prisión,. . en un calabozo del cuartel del coronel Gutiérrez que se constituyó en mi cancerbero. En la calle del tránsito a la prisión, los corónelos López y Gutiérrez, excitaban a la muchedumbre diciéndole que era necesario matar a los traidores. Así, pues, me conducían como a un criminal en medio de una turba desenfrenada, y se gritaba de voz en cuello que yo era el traidor. . . .".
Durante las intrigas del coronel López llegó Leyva a Arequipa y en exposición escrita de Recavarren sobre lo acontecido, refirió su entrevista con el recién llegado: (75).
"Al "presentarme en Arequipa a este jefe, le manifesté el objeto de mi viaje, las instrucciones que tenía, los elementos que había llevado y el pie en que se encontraba el ejército; al mismo tiempo le hice presente que tenía determinada la marcha para el 27 de este mes (abril), como lo había anunciado ya a S.E. el jefe supremo y al general Montero. El Sr. coronel Leyva me contestó, entonces, que su misión era distinta: que si yo tenía instrucciones, él tenía las suyas y que su objeto era organizar un ejército por lo menos de 10,000 hombres; que él no era de opinión de salir sino con fuerzas que ofrecieran toda clase de seguridades, porque no quería exponer su crédito adquirido en largos años de carrera militar.
A los pocos días recibí de Piérola la carta de 24 de abril y fui a mostrársela inmediatamente a Leyva. Impuesto de su contenido, reconoció la necesidad de que el ejército saliera en auxilio del de Tacna, y me propuso que mientras él se disponía a seguirme, saliera yo con dos columnas ligeras de vanguardia".
Esos atropellos se ejecutaron con plena aprobación del prefecto, quien incluso se negó a reconocer los gastos para mantener el ejército fuera de su jurisdicción política. Tampoco quiso entregar las armas y municiones depositadas en los almacenes del ferrocarril.
Se aprecia que la confabulación no es contra Recavarren, sino contra el primer ejército del Sur, al cual se le condenó a luchar en las peores condiciones físicas y de armamentos, además de manifiesta inferioridad numérica. Es difícil pensar que en momentos tan peligrosos para el país, con un enemigo mostrando cada día mayor agresividad y mejor armamento, además de corregir sus errores tácticos y estratégicos iniciales, por lo cual, para hacerles frente se requería la utilización de todos los recursos que pudieran concentrarse y que el mando estuviera unificado y en las mejores manos. En lugar de ello, el Perú presentaba un caos organizado desde el dictador de Lima, hasta los ejércitos del Sur y en ellos, la cobardía plena del prefecto Gonzáles Orbegozo y de los coroneles Leyva, López, Sequera, Gutiérrez, quienes prefirieron seguir en la molicie a salir en la defensa del territorio nacional, al cual juraron defender.
Se cometió el atropello de enviar a la cárcel al único hombre en el ejército acantonado en Arequipa que, basado en su espíritu y la orden recibida, quiso salir en ayuda de sus compañeros de armas con los cuales habían luchado contra el invasor en Tarapacá y, el día previo a que partiera, se le revocaron las órdenes e incluso quedó encarcelado. Mientras sus ofensores quedaron tranquilos al amparo de Piérola y de un prefecto inepto. Para culminar la pantomima y cinismo con el que se jugó el destino del país, y también para acallar críticas, el coronel Leyva salió de Arequipa en los últimos días de abril o primeros de mayo.
Sensiblemente, toda la documentación que existió en los archivos prefecturales de Arequipa, en los cuales hubo valiosísima información sobre la correspondencia cursada con Piérola y las órdenes recibidas para el movimiento de tropas, además de las impartidas por el prefecto Gonzáles Orbegozo y hubieran explicado, si la cobardía de los coroneles mencionados y del prefecto, fue por propia decisión o cumpliendo órdenes superiores. Esa documentación se perdió cuando en 1894, las huestes pierolistas capturaron la prefectura de la ciudad blanca y dedicaron a quemar muebles, cuadros y enseres de la Prefectura del Departamento, y para avivar el fuego, colocaron en la hoguera el archivo prefectural, cometiendo un grave atentado a la preservación de la información histórica y cultural. Incendiaron los documentos referentes a la Confederación Perú-Boliviana, sobre la primera invasión chilena que fuera derrotada por Santa Cruz en Paucarpata; sobre las diferentes revoluciones de Arequipa y por último, lo referente a la Guerra con Chile y los acontecimientos que sucedieron en los años siguientes, como el pronunciamiento de la ciudad por Cáceres en contra de Iglesias y el inicio de lucha montonera. Toda esa valiosa información desapareció por la acción del pierolismo, ¿Fue adrede el siniestro? ¿Por qué sólo se destruyó la prefectura? ¿El vandálico incendio del mobiliario era para disimular la desaparición del archivo?
Cuando Recavarren recobró su libertad por disposición de la autoridad local, debió dirigirse a Lima a órdenes del Gobierno.
28 Leyva
Ese decrépito coronel, que sólo había mostrado ineptitud; que siempre fue considerado como oficial de segunda calidad y de muy baja preparación militar, resultó elegido por Piérola para comandar el segundo ejército del Sur. Su mérito residió en haber rendido pleitesía al nuevo dictador cuando el golpe de estado de diciembre, por eso recibió un mando que estaba muy por encima de su capacidad. Lo había mostrado al recibir los pertrechos de manos del general Beingolea en la proximidad de lea, llevándolos por la parte más abrupta y difícil de la serranía, con la consiguiente pérdida de tiempo.
En Arequipa siguió adulando a Piérola en cartas continuas y, al mismo tiempo, por el temor que le produjo el medio, solicitó el día 7 de mayo que le enviaran: (76) "un buen número de jefes y oficiales de toda confianza". En la comunicación del 2 de junio, escrita desde Mirave, Moquegua, se queja amargamente de la tropa que encontró en Arequipa, mintiendo sobre su situación y queriendo hacer parecer que de la nada logró un ejército, que si bien no era lo mejor, por lo menos tenía los atributos de una fuerza armada. Igualmente comunicó que regresó a Arequipa al enterarse de la derrota de Tacna Seguidamente se dedicó a impedir que las fuerzas del primer ejército que salvaron de la derrota, y se encontraban en Puno a órdenes de Montero, prosiguieran sobre Arequipa.
La carta del 18 de junio de Leyva a Piérola y los telegramas que se cursan entre Montero, Leyva y Villena, por la importancia que tienen para comprender lo que realmente sucedía en esos días con el ejército del Sur, se presentan como Anexo No. 21 y la exposición de Recavarren en el Anexo 22.
Se aprecia que Leyva careció de respeto a sus superiores o tuvo órdenes terminantes para proceder como lo hizo, pretendiendo dejar abandonado al remanente del primer ejército del Sur en Puno. Se suma a lo anterior la acusatoria carta del comandante Antonio Rodríguez Ramírez (Anexo 23), quien por un lado lo tilda de inútil y en acápite siguiente de cobarde al decir: "Nada hizo sino huir, sin que nadie le persiguiera, al saber el descalabro de Tacna y perder en su fuga más de la mitad de la fuerza". Calificativos muy duros y que jamás fueron corregidos porque las evidencias impidieron hacerlo.
Se debe tener presente que tardó de 25 a 30 días en trasladarse desde Arequipa al punto máximo de aproximación a las fuerzas de Tacna que fue la "Cuesta del Bronce", pero de ese lugar retornaron a su punto de partida y "sin que nadie le persiguiera", sólo demoró 14 días. Posiblemente la velocidad del retorno se debió a que cada día era mayor la cantidad de soldados que desertaban de filas y, como su capacidad de mando le impidió evitarlo, pudo caminar más rápidamente.
El general Campero, presidente de Bolivia y Comandante en Jefe del ejército aliado, en el análisis que hizo sobre la batalla de Tacna y el triste papel de Leyva, lo acusa incluso de haber falsificado la fecha del documento que le remitió y cumpliera con su deber.
Con el malhadado comportamiento, surge, en contra de Arequipa, una leyenda negra, acrecentada por otros episodios ocurridos en la infausta guerra. Los enemigos de Arequipa han pretendido confundir el desventurado comportamiento del Dictador, de su prefecto en esa ciudad Carlos Gonzáles Orbegozo y de los cobardes coroneles Segundo Leyva, Mariano Martín López, Sequera, Gutiérrez y otros, que rehusaron defender a la patria, con el comportamiento del pueblo y ciudad de Arequipa que en todo momento y en forma generosa ofrendaron la sangre y vida de sus hijos, quienes, como un solo hombre salieron al llamado del deber que el Perú les demandó, así como supieron honrar a los héroes, como las exequias a Grau y cuya descripción la hizo la gran novelista María Nieves y Bustamante, documento que amerita ser conservado y difundido.
29 Tacna
La batalla de Tacna ha sido descrita en detalle por múltiples historiadores, no viniendo al caso repetir lo ya manifestado, por lo cual, se presenta breve crítica y comentarios sobre el suceso.
En primer lugar se tiene la falta de unidad de comando en el ejército aliado. Por un lado la jefatura de Tacna estuvo en razón de qué presidente del Perú o Bolivia se encontrare presente en la localidad, en base al acuerdo entre los aliados, resultando que, Montero fue el jefe del ejército hasta días antes de la batalla en que llegó a Tacna el Presidente de Bolivia, pasando a sus manos el comando. Además, entre los ejércitos primero y segundo del Sur, no había vínculo alguno, ya que el segundo con sede en Arequipa, dependía de su comandante en jefe, y éste sólo obedecía a Piérola. Esa situación determinó que las tropas de Gamarra en Moquegua, dependían de Arequipa y no de Tacna, pese a conformar con este último un solo frente contra el enemigo que, justamente, inició sus operaciones en ese departamento y, al producirse la derrota de Los Angeles, los restos del ejército de Gamarra y sus jefes y oficiales se retiraron hacia Arequipa, en lugar de ir a reforzar al primer ejército. Por último, había una separación entre los mandos militares y el civil representado por los prefectos, quienes podían o no apoyar las operaciones militares.
En segundo lugar, los chilenos meticulosamente concentraron todas las fuerzas que consideraron necesarias hasta lograr una superioridad numérica de dos a uno, superioridad acrecentada por la unidad de armamento y la calidad y efectividad de este. Los rifles chilenos eran exclusivamente Comblain, mientras que el ejército aliado disponía en el lado peruano de fusiles Comblain y Chassepot y algunos cuerpos utilizaron los rifles Beaumont, Peabody y Minié. Esta diversidad de armas determinó el comentario de Vicuña Mackenna: (77)
el rifle Comblain "Hizo maravillas en Tacna... Los peruanos por el contrario, armados más como una turba que como ejército, lucharon con la irredimible desventaja de la variedad de sus rifles de precisión. Sólo el "Zepita" y el "Pisagua" estaban armados de rifles Comblain.'Los "Cazadores del Cusco" y el batallón de Morales Bermúdez tenían Peabody americano de largo pero fatigoso tiro, mientras que los cuerpos organizados en el sur se batían con el ya anticuado Chassepot y los demás, especialmente los bolivianos, con el Remington".
La artillería fue la segunda arma en jugar decisivo papel en esa batalla, motivando que el coronel chileno José Velásquez, jefe del Estado Mayor chileno manifestara: (78)
"Para que le digo el papel brillante que desempeñó' la artillería, hizo prodigios".
Contaron con 20 cañones Krupp de campaña y 17 de montaña y 4 ametralladoras, contra 16 cañones de los aliados, 6 de ellos Krupp y 6 ametralladoras. Otro elemento relevante fue que la artillería chilena estuvo servida parcialmente por artilleros ingleses y alemanes, fueron mercenarios de vasta experiencia.
El ejército chileno quedó magníficamente bien organizado en lo correspondiente a servicios de intendencia, permitiéndoles adecuado y pronto abastecimiento de armas y vituallas.
Estratégicamente, los chilenos tuvieron a su favor el dar la batalla en el lugar que eligieron. En el Perú no había uniformidad de criterios sobre dónde esperar al enemigo. Los coroneles Inclán y Camacho, este último boliviano, insistían en avanzar sobre el valle de Sama y dar la batalla en ese lugar que ofrecía múltiples ventajas. Montero creía que la proximidad de Tacna, en el Alto de la Alianza, era el lugar indicado e hizo prevalecer su criterio.
Dada la batalla, cuyos resultados oscilaron por momentos, hasta que la superioridad numérica de dos a uno y la eficacia de la artillería definieron el resultado, desbordándose el terror sobre la población civil de la ciudad de Tacna que se vio sometida a todas las manifestaciones del vandalismo.
30 El terror en Moquegua y en Tacna
Parece que Chile inició la guerra con un gran temor al Perú, motivando que el presidente Pinto escribiera a su Ministro de Guerra Sotomayor con motivo de la captura del transporte "Rímac" por el "Huáscar": (79).
"las escenas vergonzosas acaecidas con motivo de la pérdida del "Rímac" me han dejado la convicción de que nunca debimos comprometernos en guerra".
Temor no carente de justificación al haberse desarrollado probablemente en la dirigencia chilena un complejo de inferioridad durante los tres siglos de pequeña capitanía y a trasmano frente a la opulencia y boato del virreinato de Lima, lo cual los movió, al surgir a la independencia, a oponerse a todo aquello que representara un crecimiento del Perú, por lo cual desde 1830 surgen acciones y agresiones manifiestas algunas, como la intervención, con participación de peruanos, en contra de la Confederación Perú Boliviana, o la labor diplomática sostenida en contra del Perú en los diferentes países, en especial los limítrofes como el azuzamiento al Ecuador para que reclamara o provocara rozamientos. Después surgieron francas expresiones inamistosas de la prensa chilena contra el Perú a más de diez años del inicio del conflicto, para terminar con las maniobras de seducción a Bolivia, antes y durante el conflicto, para regalarle Arica y Tacna primero y Moquegua después, y ellos poderse apropiar de Tarapacá, Arica y Tacna.
Esa situación de sentirse disminuidos a través de la historia que los llevó a temer y al mismo tiempo odiar al vecino del norte, al cual debían destruir a como de lugar, pero hacerlo y librarse del complejo y temor para siempre o por lo menos los siguientes cien años. Complejo y temor que motivaron la política de tierra arrasada y genocidio con las poblaciones que el gobierno dispuso y la tropa de mar o tierra cumplió a cabalidad. Si no es por el complejo de inferioridad y temor desarrollado en centurias, es imposible explicarse el vandalismo desatado desde la más alta esfera del gobierno de La Moneda.
Analizando los acontecimientos vandálicos tendríamos en primer lugar lo ocurrido en Moquegua, donde después de la derrota de Los Angeles por la imprevisión del coronel Chocano al dejar desguarnecida la retaguardia, el ejército chileno, ingresó a la ciudad que carecía de defensas, que en ningún momento les hizo resistencia y estaba inerme. Pese a ello, la ciudad fue entregada al pillaje, robo y saqueo de la soldadesca, depredación y atropello extendido a las haciendas vecinas y fuera justificada la devastación por los jefes de la expedición, entre los que se encontraron el ministro de guerra chileno Rafael Sotomayor y los generales Escala y Baquedano entre otros, manifestando que les fue imposible contener a la tropa desbordada en franca borrachera, latrocinio, asesinato y violación. Incluso en la, reunión de ese estado mayor, el que pasará a ser tristemente célebre destructor, comandante Federico Stuvens, quien planteó hacer volar a la población. No fue aceptada la idea pero se destruyó la ciudad por el saqueo.
Días después, el coronel José Francisco Vergara, para vengar la muerte de algunos soldados, y, en cumplimiento de las ordenanzas dispuestas por su ministro Sotomayor en Pisagua el 3 de febrero de 1880, (Anexos 25 y 26) quien dispuso la destrucción total del enemigo para obligarlo a firmar la paz. Transcribimos de Paz Soldán el siguiente párrafo escrito por Vicuña Mackenna, historiador y periodista chileno que estuvo de testigo ocular en los hechos que relata: (80)
"Para reparar esta pérdida y limpiar el camino de fuerzas peruanas salió el coronel José Francisco Vergara (abril 7) con un regimiento de 500 jinetes; recorrió el valle de Locumba, y pasó al de Sama, sin encontrar ninguna resistencia. Aquí tuvo noticias de que el guerrillero Albarracín se encontraba en observación con una pequeña fuerza cívica en el pueblo de Buenavista; marchó sobre él habiéndolo encontrado en el mencionado lugar, lo atacó y obligó a replegarse sobre Tacna (abril 18) perdiendo unos cuantos hombres (Doc. num. 65), que a juzgar por el parte de Vergara fueron sableados impunemente. El mismo Vergara mando fusilar a uno de los prisioneros para regularizar la guerra.
Más que salvaje fue inhumano lo que la columna Vergara ejecutó en ese reconocimiento; no queremos referir esos atentados, preferimos oír a uno de los más prolijos narradores de Chile en vista de los documentos que posee: "Dispersada la caballería peruana, quedaban únicamente los desventurados infantes abandonados en Buenavista, y aún que hubiera sido fácil rodearlos y "capturarlos" se prefirió el ataque conforme a la índole chilena. Encerrados por el sur, y con su retirada cortada por el comandante Yábar que coronaba la ladera que conducía a Tacna, avanzó de frente la retaguardia del comandante Echevarría, y así el cerco fue completo. Hecho esto comenzó el destrozo a sable de los infortunados peruanos, hijos del valle. Defendiéronse estos tan mal, que exceptuando al cabo de cazadores Domingo Zúñiga, a quien mato un paisano traidoramente desde dentro de una casa, y un carabinero que cayó en la loma, no sacó la columna chilena un solo rasguño. En cambio fueron acuchillados en los pajonales donde se metieron a la desesperada no menos de 40 o 50 cívicos, o cultivadores de algodón. Distinguióse en este tiroteo de encrucijada el alférez Baldevino que con diez granaderos se metió entre las totoras, sin dar cuartel, y aún contóse en aquel tiempo que para obligar a salir de los matorrales del pantano a los infantes, un soldado chileno arrojó sus calzoncillos encendidos, en los matorrales ya maduros, y cuando por la sofocación del fuego y del humo salían, sin conmiseración los mataban".
"De la columna de Sama recogiéronse de esa cruel manera solo 35 prisioneros; de estos 7 heridos, agregándose un paisano, que fue fusilado inmediatamente por encontrársele el cinto lleno de cápsulas de rifle, y otro que fue despachado a Tacna como aviso irregular y desautorizado de aquel fulminante escarmiento".
Y lo sucedido en Moquegua y Buenavista, magníficadamente volvió a suceder en Tacna, cuando la heroica ciudad, después de la batalla del Alto de la Alianza quedó a merced de los invasores, quienes con odio despiadado e inmisericorde se enseñaron contra la población. Un pueblo que con dolor debió soportar lo que el ministro Sotomayor había manifestado: (81).
"haciéndole sentir en las propiedades e intereses de sus habitantes todo el peso de la guerra".
En esa forma se comportaron y, el pueblo con su sangre y sacrificio, debió sufrir los efectos de la ineptitud y corrupción de sus gobernantes que de Pardo a Piérola y en el medio Prado, sólo actuaron con fatuidad. Pardo recibió de manos de los Gutiérrez un ejército bien adiestrado de 12,000 hombres y cuatro años después entregaba un remedo compuesto de 3.800 y lleno de coroneles corruptos, incapaces y algunos cobardes. Felizmente había entre esa escoria, oficiales de temple y pasta de héroes que desgraciadamente fueron sacrificados a la mezquindad de quienes deshicieron el país en aras de sus apetitos, egolatrías e incapacidad; quienes desoyendo principios elementales dejaron al Perú desarmado frente a un enemigo que cada día y en forma abierta se preparó a su guerra de conquista, pero el señor Pardo estaba más interesado en jugar al versallismo y acrecentar su fortuna, que en adquirir los dos acorazados que el parlamento había aprobado y que Grau exigió con entereza y voz airada, pero a Pardo no le interesaba incrementar la fuerza naval, pese a que la marina siempre le fue adicta.
Prado sólo actuó al compás de su ineptitud e inmoralidad, fuera de cobijarse en sueños de grandeza que, justamente para que parecieran más grandes no compartió con nadie, sino que en el fondo de su mente soñaba y esperaba en Arica a la escuadra chilena para destruirla, por eso dejó pasar meses en completa inactividad y con abandono del gobierno. Buscó en sus sueños una hora de gloria, por eso sacrificó a Grau al mandarlo al fracaso en la última misión que, el héroe, con plena conciencia del sacrificio que se le impuso, aceptó el reto del destino, sabiendo que su barco estaba en malas condiciones, con velocidad disminuida en dos millas, lo cual era enorme ventaja para el enemigo y sin las granadas especiales capaces de perforarles el blindaje. Pese a ello zarpó en la última misión. Sólo cuando el Caballero de los Mares desapareció, recién Prado se acordó que también con barcos se combatía en el mar y, saltando por encima de todos los principios de pundonor, huyó del país con el pretexto de ir a buscarlos, cuando otros comisionados podían hacerlo mejor.
En cuanto a Piérola, resultó la síntesis de todos los desaciertos, pero su megalomanía no le permitió contemplarlos. Estuvo obnubilado con sus delirios de grandeza, soñando con una mascaipacha a falta de corona real, por eso se proclamó "protector de los indios" y al mismo tiempo promulgó su derecho a señalar su sucesor. Sus actos serían sainetilleros, ridículos, moviendo a risa, si no fuera que el Perú se desangró por su culpa y la heroica Tacna fue asolada al haberle negado lo más elemental de la ayuda e incluso, para colmar el vejamen, envía al decrépito Leyva mientras le escribe que "están llamados a darnos un día de gloria". ¿El Dictador era mitómano? ¿con qué gloria soñaba Piérola? Mientras el Perú era asolado por la soldadesca chilena. Sobre el martirologio de Tacna, Caivano escribió: (82).
"Seguros de que en Tacna no corrían peligro alguno, tanto porque habían presenciado la salida del derrotado ejército enemigo, cuanto por la notificación que les enviara el cuerpo consular extranjero, después de los primeros cañonazos disparados contra la ciudad, de que ésta no se hallaba defendida en modo alguno y que podían ocuparla libremente, los chilenos entraron en la ciudad, no formados, sino a la desbandada, dedicándose inmediatamente, en todas direcciones, a echar abajo las puertas de las casas y saquearlas, abusar bárbaramente de las mujeres, y asesinar a cuantos procuraban defenderlas y a cuantos se negaban a revelar donde se encontraban las sumas y objetos preciosos que suponían tuvieran escondidos".
Sobre el mismo tema, en la obra de Paz Soldán se lee (83)
"A la vez que los soldados chilenos hacían el repaso en el campo de batalla, la artillería principió a bombardear la inmediata ciudad de Tacna, temiendo que allí se reconcentraran los restos del ejército aliado. Muchos soldados chilenos abandonaron sus filas, y se dirigieron a la ciudad a saquear, matar y satisfacer su lubricidad, sin respetar la ancianidad ni la infancia. Aterrorizados los extranjeros, se reunieron los cónsules inglés, francés, alemán y manifestaron al general Baquedano, que aún permanecía en el campo de batalla, que la ciudad estaba rendida, y pedían garantías. La noche con su negro manto vino a favorecer escenas aterradoras. Las ambulancias peruanas 1, 2, 3 y 4 establecidas en la ciudad estaban llenas de centenares de heridos, tendidos en el suelo, los cirujanos se ocupaban en curar a los que encontraban en mayor peligro, cuando se presentó a caballo un soldado chileno; preguntó: ¿qué ambulancias son éstas? y al contestarle: peruanas, sacó el sable, arrebató su caballo, y dio tajos a diestra y siniestra diciendo: "hoy no queda ni un solo cholo"; desde el patio hasta la puerta falsa de la casa, recorría destrozando cráneos, dividiendo cuerpos, tanto con su sable como con las patas del caballo, y como los heridos estaban en el suelo, los destrozos fueron espantosos. Esto pasaba a las doce de la noche. Elevada la queja al cónsul francés M. Lariu y el jefe de la plaza coronel Martínez, éste envió a su ayudante Larraín, quien al ver lo que había pasado exclamó "estoy viendo este lago de sangre en donde hay un tendal de cadáveres y no lo creo".
El escritor periodista chileno Vicuña Mackenna, en su "Historia de la Guerra" tomo II, p. 717. Tomado de Paz Soldán, obra citada, define lo que es el "repaso". : (84)
"Los soldados chilenos son por instinto feroces y carniceros, no se satisfacen con ver muertos a sus enemigos; creen que se hacen los muertos y para dejar bien muertos a los muertos terminada la batalla recorren el campo, y ultiman a los heridos; a este acto de barbarie casi increíble le dan el nombre de repaso; y de ello se jactan".
31 Arica
Bolognesi sobre el Morro, así como Grau en el "Huáscar" son, en su sacrificio y grandeza, lo que los llevó a la inmortalidad, fue la respuesta del pueblo peruano a la ineptitud de sus gobernantes que permitieron la invasión agresiva de Chile y Arica, es el epílogo de la campaña del Sur, donde la sumación de desastres sólo podía concluir con la inmolación de los defensores del Morro. A ellos se les dejó la alternativa de: rendirse o perecer luchando, al ser imposible la victoria dadas las condiciones y antecedentes en que se dio la batalla.
Después de la derrota del Alto de la Alianza y subsiguiente ocupación de Tacna, que los restos del ejército aliado se dirigieron a Puno y que Leyva, en su cobardía, en lugar de avanzar y amagar la retaguardia chilena, salió en precipitada huida; a Bolognesi se le dejó como la siguiente víctima del agresor, y solo, con entereza, aceptó el reto, sabiendo que la derrota habría de envolverlo; fue, por esas circunstancias, que se elevó por encima del destino y los desaciertos gubernamentales.
En tiempos de Castilla colaboró en la preparación militar del país, convirtiéndose en hábil artillero y adquiriendo modernos cañones para la defensa del país. Cumpliendo su deber no tuvo reparos de asediar y asaltar Arequipa, su ciudad natal. Primero estaba el deber, que el cariño al terruño y, justamente, por su heroico comportamiento en la captura de la Ciudad Blanca, fue ascendido a coronel de artillería el 10 de marzo de 1858, igualmente se ganó el mote de "macamama" término con el que se denominó a quienes pegan a su madre y, por extensión, a los arequipeños que atacaron a su ciudad.
Acompañó al viejo mariscal en la campaña del Ecuador y prosiguió en el servicio activo hasta el 30 de octubre de 1871, cuando se retiró del ejército a su solicitud, a los 49 años de edad.
Fue hombre de pocas palabras pero decidido actuar. Temerario, sin temor a las batallas ni balas como lo demostró en la batalla de Carmen Alto, en la proximidad de Arequipa, el 22 de julio de 1844, cuando chocaron las tropas de Vivanco y Castilla. Bolognesi, en ese entonces era comerciante, ajeno al ejército, sin embargo, sobre su caballo blanco contempló desde una loma y al lado del campo de batalla, cómo se desarrolló ésta, para terminar galopando entre los dos contendientes hasta que una descarga le voló el sombrero y derribó al caballo. Por ese gesto, Castilla admirando la actitud del hombre, lo invitó a incorporarse al ejército, rehusando. Nueve años después recién lo hizo cuando en 1853 Echenique formó en Arequipa un batallón de la Guardia Nacional, incorporándose a ella como segundo comandante y el grado de teniente coronel a la edad de 31 años, habiendo fallecido a los 58 al haber nacido en 1822, y no como registran erradamente algunos historiadores que incluso lo señalan como un anciano de 71 y otros de 65.
Sobre la epopeya del Morro, de la cual tampoco vamos a repetir los incidentes de la batalla, descrita con profusión por otros historiógrafos y, excluyendo el abandono en que Piérola había dejado a los defensores, vamos a considerar dos aspectos, el salvajismo chileno, y las frases del héroe.
En breve paréntesis exponemos, sin pretender dilucidar en forma definitiva, la controversia del lugar de nacimiento de Bolognesi. Según unos, nació en Lima en 1816. Quien nació fue un hermano mayor fallecido en Lima a los cinco años de edad en 1821. El héroe nació en Arequipa en la segunda quincena de diciembre de 1822, cuando su madre debió regresar a la ciudad del Misti por las dificultades por las que atravesaba su esposo que fue detenido por las autoridades republicanas, debido a su amistad con el régimen virreynal.
El interrogante surge en relación a su matrimonio. ¿Por qué oculta su nacimiento en Arequipa en 1822 y presenta la partida de nacimiento de su hermano fallecido y del mismo nombre que naciera en Lima en 1816? La razón es una. Deseaba o necesitaba contraer matrimonio con Doña María Josefa Rivero de 32 años de edad, boda efectuada el 17 de junio de 1839, resultando que la contrayente era mayor en 17 años al novio que sólo tenia 16. Que según las disposiciones eclesiásticas a esa edad no podía casarse, por lo cual sólo quedó el subterfugio de presentar la partida de nacimiento del hermano fallecido, apareciendo con 22 años de edad. Con posterioridad al matrimonio, no tuvo reparos en presentar su verdadera edad y lugar de nacimiento, como aparece en su hoja de servicios del ejército del 31 de octubre de 1871, donde queda registrado como coronel de 49 años de edad y natural de Arequipa. Igualmente en su ingreso en la logia masónica en Lima, el 29 de julio de 1860, documento en el cual, su introductor Vidal García lo presenta como natural de Arequipa y de 38 años de edad. En ambos documentos su nacimiento corresponde a 1822 y Arequipa como su lugar de nacimiento.
32 Salvajismo chileno
Lo primero no es sino la continuación del vandalismo desatado por el ejército chileno, que con ensañamiento y bajo la orden del día de "hoy no hay prisioneros" al término de la acción, en la cual, la gran ventaja numérica sumada a la calidad del armamento, definió la situación tras ardua lucha y varias horas de duración, los vencedores se dedicaron al degüello de los prisioneros, heridos y no sólo aquellos encontrados en el campo de batalla, sino quienes, como los destacamentos del Fuerte del Norte, que prácticamente no actuaron en la contienda, al ver el desastre producido abandonaron sus armas y se refugiaron en la población, consulados y templos, de donde fueron extraídos para ser fusilados en masa en la plaza de armas y las calles. Del consulado de Estados Unidos sacaron a más de 70 refugiados para fusilarlos así como del de Inglaterra. Quienes trataron de buscar refugio en la catedral fueron fusilados en sus escalones y ningún peruano salió con vida del perímetro de la plaza de armas. Incluso se dio muerte a pedradas a algunos civiles refugiados en un pozo. Se cumplió la orden de que no hubieran prisioneros. La llegada a la ciudad de los batallones "Lautaro" y "Bulnes" logró imponer cierto orden sobre sus compañeros, pero no al saqueo y vandalismo desatado contra la población, donde robos y violaciones fueron cometidos como parte de la orden del día. Después del latrocinio comenzaron los incendios, sin respetarse si las propiedades eran de peruanos o extranjeros, en esa forma muchos establecimientos de italianos y españoles e incluso algunos ingleses o viviendas de ellos fueron depredadas e incendiadas mientras a las mujeres se les sometió a excesos como nunca se habían producido.
Nuevamente el temor y miedo frente al combate, posibilidad de la muerte o derrota motivó, en la victoria, el más despiadado desenfreno y crimen y ello como "orden del día". (Anexo 27)
La crueldad del jefe chileno coronel Pedro Lagos que reflejó la orden del comando chileno, quedó marcada en las palabras del escritor chileno Molinari al referirse al sanguinario comportamiento de sus tropas: (85)
"Los muertos subieron de mil en el Morro, para que se den cuenta los que estos lean del delirio de matanza que dominó al 4to. de línea".
El mismo escritor Molinari, escribe sobre el degüello efectuado en la "Ciudadela": (86)
"Fue tal y tan espantosa aquella represalia, que el vasto e inmenso recinto del "Ciudadela" se convirtió en humeante poza, charco horrible de sangre humana, y tanto subió el nivel de aquel lago, que el caballo del general en jefe, don Manuel Baquedano, cuando más tarde penetró en aquel mudo y desolado lugar, se perdió en la sangre peruana, hasta los mismos nudillos".
Baquedano después de salir de ese pozo de sangre elogió al regimiento tercero, autor de esa carnicería.
Dando cuenta a su gobierno de la captura de Arica, el Ministro de Estados Unidos de Norte América en el Perú, decía entre otras cosas. (87)
"Las tropas chilenas se han conducido no como un ejército formalmente organizado por una nación que se llama civilizada, sino como una horda de salvajes errantes, ultimando a los heridos. En el consulado británico se refugiaron unos cuantos dispersos, los arrastraron hasta la plaza y allí los fusilaron, y después saquearon la casa (Consulado inglés) Esto no ha sido guerra, sino una matanza por mayor".
Realmente es nauseabundo recordar esos episodios, pero es necesario que en el Perú nunca se olvide lo que sucede cuando un invasor pisa nuestro suelo en afán de conquista.
Así fue la historia y continua siendo, y seguirá en lo futuro, mientras el egoísmo individual convertido en colectivo y traducido a país no desaparezca, mientras eso no suceda, debemos estar preparados y nunca confiar en nadie. El Perú aprendió en forma muy dolorosa lo que representa la imprevisión y el desgobierno y, que en los momentos álgidos de la tragedia, nadie acude en ayuda y que las expresiones de hermandad y amistad son simples expresiones de lirismo declamativo en banquetes, periódicos y foros nacionales e internacionales que, bien sabemos, no sirven para nada, ya que la única voz escuchada, es la del fuerte, que impone su ley y al débil sólo le toca obedecer. Y en cien años, la historia no ha cambiado y Chile sigue siendo el mismo potencial agresor, sólo que ahora busca el cobre y pesca de Tacna y Moquegua, las aguas del Titicaca y posiblemente un punto límite con el Brasil. Se debe tener presente que Chile tiene estudios sobre el aprovechamiento de las aguas del Titicaca para utilizarla en generar energía hidroeléctrica en el valle de Azapa y regar los desiertos de Arica y Tarapacá, para ello deberán drenar el Titicaca, bajándole el espejo de agua en 8 metros y esas aguas bombearlas sobre la quebrada de Azapa. Esa disminución del nivel de las aguas, de producirse, significaría que Puno y el íntegro del altiplano se convertirían en un páramo de vida imposible y un millón de púnenos desaparecerían. En esa forma los chilenos no necesitarían utilizar el corvo para degollar prisioneros como en Arica, sino que dejarían actuar al frío para extinguir la vida.
33 El último cartucho
La frase de Bolognesi dando fin a la entrevista con el parlamentario chileno Salvo, cierra igualmente toda esperanza que le pudiera llegar ayuda, aquella que en forma reiterada solicitó al prefecto de Arequipa, Carlos Gonzales Orbegozo que, al decir de Paz Soldán fue: (88)
"joven recién salido a la política, y mas afecto a los pasatiempos de pompas aristocráticas y a tertulias de salón, que a las rudas tareas y peligros de la guerra".
Incluso el telegrama del 5 de junio cuando escribe Bolognesi: (89)
"Apure Leyva. Todavía es posible hacer mayor estrago en el enemigo victorioso. Arica no se rinde y resistirá hasta el último sacrificio".
Ultima comunicación del héroe de los varios telegramas cursados en esos días, esperanzado que el gobierno y comando del segundo ejército del Sur cumpliera con su deber, así como él y sus oficiales cumplían con el suyo, resumidos en su frase: (90)
"Tengo deberes sagrados y los cumpliré hasta quemar el último cartucho".
La frase de Bolognesi no queda como simple respuesta a un planteamiento de rendición. Por su laconismo, pero enorme fuerza expresiva, trasciende el momento, convirtiéndose, por su sencillez, en manifestación de sublimidad.
No es la expresión literal de continuar las operaciones de defensa mientras queden municiones. Representa la voz altanera, plena de convicción que expresa el estado de ánimo de jamás ser intimado; que la amenaza de enfrentarse a rival de poderío en situación muy superior a las tropas que comanda, no lo atemorizan; que el fin adverso en que podrá desenvolverse la contienda tampoco lo asustan. Es la declaración clara y manifiesta de combatir al adversario en cualquier terreno o circunstancia sin importar las diferencias numéricas o de armamentos. Es la síntesis del espíritu inconquistable que anima al peruano, quien, sacando fuerzas de los golpes del destino encuentra nuevas oportunidades para enfrentarse al enemigo. Es el temple hecho voz expresando que la derrota puede producirse una y muchas veces, pero la rendición ¡jamás!. Ni siquiera la muerte podrá acallar ese espíritu, que, por heredad pasará y será trasmitido a quienes se encuentren en la vecindad, o a los distantes paisanos y por último a los descendientes y en ellos volverá a emerger con fuerza casi telúrica indicando que cada peruano en el momento que le toque actuar, deberá seguir en el combate, sin importar cuanto tiempo podrá durar; ni cuantos hombres podrán sucumbir, no importa, lo que interesa es proseguir en la lucha hasta que al final se logre la victoria.
La serenidad lo envolvió en todo momento y fríamente, como buen artillero, analizó la situación, determinando cuales son las posibilidades y como éstas pueden modificarse si otros factores entraran en juego. Es el frío jugador de ajedrez que evalúa cada movimiento y conoce o prevé los resultados, por eso, días antes de la batalla de Tacna, parece intuir lo que habrá de suceder cuanto escribió a su hijo Enrique el 21 de mayo de 1880 desde Arica: (91)
"Querido Enrique:
He recibido la tuya y ayer mismo me fui donde el señor Coloma para pedirle víveres para ti; me ha contestado que no te manda, que él mismo te hará dar.
Así es que manda donde él para que te auxilie.
Te remito diez soles con el mayor Luna y otros diez soles y un par de zapatos con el capitán Ugarte.
Aquí estoy bien de salud, esperando solo que venga el enemigo para recibirlo, sin que me importe su número.
Consérvate bien y manda en la voluntad de tu padre que te quiere mucho.
Bolognesi".
Carta sencilla y expresiva, mostrando lo precario de la situación en general y de la familia Bolognesi en particular, ya que el hijo, oficial del ejército en Tacna, carecía hasta de calzado y dos centavos en el bolsillo. También nos muestra la entereza del hombre frente a lo que podrá acontecer al escribir: "sin que me importe su número". Un mes atrás, el 19 de abril, igualmente desde Arica y también a su hijo le manifestó por carta: (92)
"Yo no tengo para su defensa mas que 1,400 infantes; ellos pueden en horas traer de Pacocha 3 a 4 mil hombres y a la vez comprometer combate por mar y tierra... Ya estoy fastidiado, deseo que llegue el momento de un ataque para descansar del modo que quieras entenderlo..." y en el siguiente párrafo expreso: (93) "Mientras estén los nuestros en Tacna quizá no habrá nada aquí". Manifestación de un análisis de la situación, que le indicaron lo que sucedería, por eso, meticulosamente preparó las defensas en la mejor forma con los recursos que contaba. Para apreciar los esfuerzos efectuados por Bolognesi, merece transcribir lo que sobre esa situación dijo el escritor chileno Vicuña Mackenna en su obra "Historia de la campaña de Tarapacá y Arica", tomado de Eduardo Congrains: (94) Refiriéndose a Bolognesi:
"Sin embargo llama la atención que gracias a la probidad y constancia de aquel digno hombre de guerra, poderosamente secundado por el comandante de marina Moore, jefe de las baterías del Morro y los coroneles Inclán y Ugarte, que mandaban las 7a. y 8a. divisiones allí dejadas, logró formar una valla de resistencia bastante considerable en toda la prolongación de los cerros que forman la península o punta saliente del morro, desde el mar hasta tres kilómetros hacia el oriente.
Para esto el coronel Bolognesi había hecho construir parapetos de sacos, dos grandes fuertes o cuadrilongos en los que cabían unos 500 hombres con holgura, y construido por el lado de tierra como los dos puestos avanzados del morro...
El primero de esos reductos o mas propiamente dichos campos fortificados, se llamó por su forma casi cuadrada Fuerte Ciudadela...
En cambio, se formaron varios atrincheramientos sucesivos y bien dispuestos que iban uniendo al morro con los fuertes avanzados del oriente y en especial con el Cerro Gordo..."
El íntegro de esta transcripción se presenta en Anexo 27.
El mismo autor Vicuña Mackenna en otra parte del mismo escrito expresó refiriéndose al nombramiento de Bolognesi como defensor de la plaza: (95)
"Su designación, bajo el punto de vista militar, había sido, por tanto, perfectamente acertado. Mas abandonado por Montero, como éste había sido por Piérola, sin dinero, con tropas bisoñas, sin noticias, y sólo con sobra de dinamita, pues, ahora toda su preocupación consiste en fortificar la plaza por el lado de tierra, que era el de su flaqueza. Montero le había dejado 250 quintales de dinamita y un ingeniero encargado de usarlas, sin más instrucciones que estas palabras: "Es preciso hacer volar a Arica con todos sus defensores y todos sus asaltantes. Necesitamos un hecho que, como el estertor de la muerte, sacuda hasta las últimas fibras del corazón de la patria".
Una vez más, la descripción de la situación por los escritores chilenos no pudo ser más ajustada a la realidad. Por un lado la referencia de la capacidad técnica y decisión combativa del héroe y por otro, el increíble abandono en que los habían dejado en acto premeditado por la dictadura de Piérola quien, parecía tenerle más temor al ejército del Sur mandado por Montero que a los desmanes del invasor, por eso, cobra especial significado el comentario que hace Caivano quien incluso transcribe a Vicuña Mackenna: (96).
"Mas tarde, habiendo caído en poder del ejército chileno todo el archivo del Dictador Piérola, el escritor Vicuña Mackenna escribía, sobre datos que aquel le procurara, en abril de 1881, un artículo publicado por los diarios chilenos, con el título Montero y Piérola, que concluye así: "En diversos artículos, publicados mucho antes que los archivos de Lima cayeran junto con sus secretos en nuestras manos, habíamos sostenido, guiados más bien por la intuición del corazón humano y las situaciones que crea la ambición a los caudillos, que hubo un hombre en la capital del Perú, por la segunda vez vencido, que sintió a escondidas vivo regocijo en su alma al saber la derrota de Montero en Tacna, y que ese hombre fue don Nicolás de Piérola. Esa convicción nuestra estaba reflejada en una serie fragmentada de hechos, de confidencias y de medidas subalternas, especialmente en la estudiada tardanza de los movimientos auxiliares del segundo ejército del sur, que mandaba el coronel Leyva en Arequipa. Pero hoy, los que hayan leído con ánimo tranquilo y espíritu perspicaz los documentos que quedan publicados, podrán decir si entonces nos engañamos o no en nuestros vaticinios y en nuestra apreciación del segundo Túpac Amaru del desdichado Perú".
Sería ocioso insistir mas sobre este tema: para sacrificar en aras de sus pueriles temores de tiranuelo feudal al contralmirante Montero cuyo experimentado patriotismo y lealtad debían ser más que suficientes para tranquilizarlo, Piérola, según parece, sacrificó irreparablemente a su país y a sí mismo, regalando al ejército chileno una importante y decisiva victoria".
En la misma obra, se encuentra un fragmento del Manifiesto del ex ministro de Hacienda J.M. Químper dirigido a la nación, quien expresó como peruano similares conceptos que el historiador chileno: (97)
"El Dictador sacrificó, a su ambición a aquel puñado de héroes (el ejército de Montero), hostilizándolo cuanto le fue posible y negándole todo refuerzo o ayuda de cualquier clase. La noticia del desastre se recibió con dolor profundo por todos (de la derrota de Tacna); pero Piérola y los suyos no supieron siquiera disimular su alegría. No existía ya ni sombra de oposición al régimen dictatorial, que dominaba sin rival en un vasto cementerio. "La Patria", órgano de Piérola, con un cinismo que rayaba en demencia, calificó placenteramente la derrota de Tacna como "la destrucción del único elemento que restaba del anterior carcomido régimen": se refería al constitucional".
Los comentarios presentados no pueden ser mas elocuentes de lo que realmente sucedió en la tragedia del 79, cuando las derrotas se produjeron, no por la superioridad chilena de armas y número de hombres y mucho menos por la calidad de su comando.
Es curioso que en Chile sucediera un fenómeno similar al del Perú, que la dirigencia política se irrogó el liderazgo militar. El presidente Pinto asumió el control de las operaciones militares las cuales se desenvolvieron a su criterio. Igualmente primaron los celos hacia sus oficiales. En Chile, Pinto dejó de lado al general Villagrán, hábil militar con plena capacidad y conocimientos para dirigir la guerra, y se le encargó la ejecución de tareas secundarias para que su nombre no creciera con las victorias que pudiera obtener y convertirse en peligroso rival a la candidatura de la presidencia de la república, en elecciones que se avecinaban, en oposición a los ministros Santa María en Relaciones Exteriores y Sotomayor en Guerra, hombres con gran influencia en el gobierno y en el poder de decisión. En el Perú tanto Prado como Piérola, pospusieron a otro brillante general de división don Fermín del Castillo, quien, a pesar de haber sido nombrado como comandante en jefe del ejército por Prado, por la desorganización y desorden creciente en las filas del ejército a manos del general Buendía, pero, la figura del general del Castillo sembró temores y, la oposición a que se efectivizara el nombramiento fue tal en palacio y niveles de decisión, comenzando por el ministro de Guerra, que su nombramiento quedó sin efecto y Buendía prosiguió en el comando.
En Chile, los dos ministros mencionados se disputaron la prioridad en la nominación como candidato, por lo cual trataron de lograr los mejores y mayores méritos para obtenerla, motivando que se sumaran a la posición del presidente Pinto en dirigir la guerra desde Santiago, imprimiéndole su manera de pensar, como partidario de las operaciones defensivas, por eso dejó a su ejército en esa condición de defensa táctica, pensando que deberían posesionarse en algún punto del litoral peruano, al respecto escribió al ministro Sotomayor: (98)
"¿Porqué fue vencido Buendía en Dolores? porque tomó la ofensiva. ¿Porqué fueron rechazados los chilenos en Tarapacá? Porque tomaron la ofensiva".
Días después, en nueva carta al ministro Sotomayor:
"La ofensiva requiere inteligencia, combinación, cálculos, ejército veterano, es decir, lo que Chile no tiene ... con el arma moderna que permite al agredido disparar rápidamente y a gran distancia, el atacante necesita mas audacia, táctica... ¿De dónde sacamos jefes capaces de reunir estas condiciones? ... Nuestra táctica debe consistir en obligar al enemigo a que nos ataque".
El 17 de enero de 1880 Pinto ratifica su concepto, escribiendo a Sotomayor:
"Estamos haciendo la guerra en condiciones bien raras: sin General en Jefe, sin jefes secundarios que estén por su inteligencia y conocimiento a la altura de! puesto que ocupan. Para todas las operaciones de guerra es preciso tener a la vista estas circunstancias. No debemos emprender operaciones que exijan a los jefes mas de lo que los nuestros puedan dar".
Es difícil encontrar en la historia un paralelo a lo acontecido en el Perú del 79. Países que hayan sido avasallados, por cientos están en la historia. Otros que después de una cuantas derrotas se hayan rendido, también. En cada caso siempre se encuentra que pese a la inferioridad física o de comando, hay un espíritu corporativo de mutua defensa apoyándose dirigentes y dirigidos para enfrentarse al atacante y, ya lo dijo Atahualpa, "azares de la guerra son vencer o ser vencido". En el caso peruano, es completamente diferente. Hay un pueblo dispuesto al sacrificio y lucha contra el enemigo. Hay un grupo de valientes oficiales de mar y tierra que superando dificultades hicieron pagar cara su derrota, pero manteniendo siempre los estandartes en alto hasta que la muerte los dominó. Desgraciadamente, junto a ese pueblo y esos militares o marinos de pundonor y calidad, hubieron gobiernos que sólo buscaron su conveniencia.
Frente a la calamidad e infortunio, emergía el valiente arequipeño, así como Grau lo hizo sobre el "Huáscar". Ambos en la plenitud de la vida, Bolognesi a los 58 años de edad y Grau sucumbiendo a los 45, se levantaron del medio de la desgracia en que se encontraba sumido el país, señalando con su valor y comportamiento y sin más horizonte que el de servir a la patria, se enfrentaron al destino.`
Los dos conocían de antemano cual era el fin que les esperaba y estoicamente lo aceptaron al así exigirlo las circunstancias, que desde el 2 de abril, en que se inició la guerra, como inmenso circulo que progresiva e inexorablemente los fuera estrechando hasta dejarlos reducidos a un enfrentamiento final sin dilaciones ni escapatorias. Uno y otro conocieron lo que les esperaba y, con la serenidad propia del hombre de bien, consintieron que se les sacrificara. Conocían los errores cometidos por los gobernantes, pero sabían también que no eran ellos los llamados a superarlos al encontrarse enfrentados al enemigo. Cada uno en su oportunidad hizo lo que su deber les impuso para fortalecer y salvaguardar la seguridad del país, más allá de esas acciones, sabían que no podían avanzar sin resquebrajar la disciplina y producir el caos. Eran honestos consigo mismos y para ellos, primero estaba el deber, por eso, en un país de múltiples revoluciones, jamás complotaron ni pretendieron erigirse por encima de los demás por la fuerza de las armas para imponer su voluntad. Eran legítimos hombres de armas, técnicos en sus mandos y celosos de su responsabilidad, para dedicarse a veleidades golpistas. Tal vez por eso mismo, los gobernantes les exigieron el rendimiento del máximo de sus capacidades y habiendo llegado a ellas, que aceptaran la muerte y ellos lo hicieron, sin conocer, que con ello, redimieron a la patria, que, hundida en la más grande ignominia de su historia, pisoteada por el invasor y abandonada por sus dirigentes, enseñaron el camino del pundonor, entereza y valor, y con su sacrificio, levantaron las banderas de la resistencia y orgullo nacionales a donde nadie pudiera alcanzarlas para que siempre fueran emblemas de integridad. Con su sacrificio y muerte, hacían realidad una vez más las frases del mariscal Ney en Waterloo: "La guardia muere pero no se rinde", así fueron ellos, primero la muerte que la rendición, en sus códigos de honor no existía esa palabra y esa es justamente la significativa y trascendente enseñanza que, con su ejemplo, legaron a futuras generaciones, y no sólo referido a los actos bélicos, sino a todos aquellos que impliquen la superación para sacar adelante al país; es la responsabilidad frente al deber e incluso es la superación del ser frente al destino. Esa es la enseñanza que nos legaron con su ejemplo. Es el trascendente significado de las frases de Bolognesi pronunciadas en el morro y que nos legó como el más grande presente a nuestra historia.
34 Traición
En un país donde el civilismo había desorganizado y disminuyó al ejército, que igualmente lo envileció en 1872, cuando el pardismo sobornó a los comandantes de los cuarteles de Lima por cincuenta mil soles a cada uno para que desertaran de sus responsabilidades y cuarteles dejándolos casi abandonados y, que la reducción de efectivos fue en la cantidad de soldados, mas no en la de oficiales y menos en los jefes, por eso, al comenzar la contienda del 79, al Perú le sobraban coroneles, muchos llegados a la ancianidad, otros proclives al acomodo o la deshonestidad, en contraste con algunos de alta calidad técnica, responsabilidad y patriotismo, por lo cual, no es de extrañar que también se diera un traidor. El coronel que abandonó el campo de batalla y huyó para no ser sometido a una corte marcial y posiblemente fusilado; que fuera apedreado tres años después de su incalificable comportamiento por las vendedoras del mercado de Tacna y, que, en premio de su felonía, recibió de Piérola el honroso cargo de ser diputado por Tayacaja en 1895. Este personaje que salpica el brillo de la batalla de Arica es Carlos Agustín Belaunde, oriundo de Tacna.
Cuando Bolognesi convocó el 26 de mayo de 1880 a los jefes del Morro e instó a que se pronunciaran, el acuerdo de defender Arica fue casi unánime. La voz discrepante surgió en el coronel Carlos Agustín Belaunde, que tal como escribe G. Vargas Hurtado en su obra (99):
"del acuerdo que adoptó la junta precitada, en la que, como antes hemos visto, todos opinaron como el coronel Bolognesi, menos uno, acaso, por ignorancia, falta de patriotismo o porque el miedo se adueñó de su ser, ya que se trataba de un jefe improvisado elevado a la categoría de tal, con mando de cuerpo, por el favoritismo político".
El coronel discrepante era el comandante del batallón "Cazadores de Piérola". Frente a tal situación por medida disciplinaria y ser sometido a juicio, al no haber reconsiderado su opinión durante las 48 horas de plazo que le dieron Bolognesi dio la orden de que se le confinara en el "Manco Cápac", por ser hora avanzada no se cumplió la orden y, el coronel Inclán, encargado de ejecutarla, obtuvo de Belaunde la palabra que habría de permanecer en el recinto del batallón Iquique hasta el día siguiente.
Pese a la palabra comprometida, en coordinación con el Mayor Manuel Revollar, tercer jefe del batallón a sus órdenes, decidieron desertar de la plaza y, durante la noche, logran burlar las líneas chilenas y en compañía del capitán Pedro Hume, huyen del Morro y del enemigo el lo de junio de 1880. Acto de cobardía y muestra la mezquindad de quienes lo cometieron, mayor ironía tiene esta bajeza si se tiene en cuenta una estrofa de la carta que Belaunde escribió a Piérola el 30 de mayo desde Arica: (100).
"En cuanto a mi, compadre, ya sabe Ud. que cuenta conmigo y con mi batallón y que si aquí perdemos y quedo vivo y puedo escapar, marcharé a formar otro batallón a otra parte, a fin de defender siempre a Ud. y su gobierno, pues esa sola es mi única consigna".
En el Anexo 28 se presentan las narraciones que sobre este indigno suceso presenta Gerardo Vargas Hurtado en su obra ya citada.