Thursday, October 25, 2007

Las contradicciones insalvables del veleidoso caudillo Simón Bolívar II

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
25-10-2007

Las contradicciones insalvables del veleidoso caudillo Simón Bolívar II
por Félix C. Calderón

Uno de los problemas inherentes a la historiografía es el
"presentismo"; esto es, siguiendo al filósofo de la historia Herbert
Butterfield, el enorme riesgo de hacer historia sin dejar del todo el
presente o de hacerlo en función de éste, lo que puede llevar a
construir "una gigantesca ilusión óptica." En efecto, es frecuente la
tentación de yuxtaponer los planos sincrónico y diacrónico en el
análisis de determinados acontecimientos dados en el pasado, o de
interpolar, sin solución de continuidad, juicios de valor basados en
estructuras conceptual y valorativa de otras épocas, de donde resulta
un producto historiográfico que es una reinterpretación actualizada
del pasado o su adulteración descomunal. ¿Qué hacer entonces?

Quien esto escribe ha procurado, dentro de lo posible, sustraerse al
"presentismo" tomando como marco de referencia temporal las propias
cartas de Simón Bolívar o de sus corresponsales (Sucre y Santander,
entre otros). Y para reforzar esa percepción sincrónica de los
acontecimientos en acción ha recurrido, complementariamente, a los
testimonios dejados por algunos observadores calificados, testimonios
por lo general coetáneos con los acontecimientos. Dicho en otras
palabras, la metodología seguida ha sido la de evitar la mirada
retrospectiva y, más bien, procurar descodificar sobre una base
documental las intenciones subyacentes a los discursos o decisiones
como una forma de desentrañar la verdad histórica. Un ejemplo puntual
en el empleo de esta metodología lo encontramos si se contrasta lo
escrito por Sucre a Bolívar en su carta de 4 de abril de 1825 ("Mil
veces he pedido a V. instrucciones respecto del Alto Perú y se me han
negado, dejándome en abandono") con lo que, finalmente, le confesó en
otra carta, de fecha 6 de junio de ese año: "porque he dicho y he
repetido que V. no me dio instrucciones al entrar en ellas. V. me
previno en dos cartas que siempre dijese esto; y como fue así lo
cumplo exactamente." Vale decir, el argumento repetido varias veces
por Sucre durante el crucial período que va de febrero a mayo de 1825
en cuanto a que no había recibido instrucciones para precipitar la
independencia del Alto Perú, resultó ser por su propia confesión pura
simulación para proteger a su jefe en caso de que las cosas salieran
mal. Y como para Bolívar lo "más seguro" era dudar, se tomó el
trabajo de instruirle sobre el particular a su lugarteniente en "dos
cartas" que, por supuesto, no se conocen.

Bolívar tuvo una relación muy peculiar con el Perú. Fue sincero en la
admiración que le suscitó su pasado milenario; pero, al mismo tiempo,
fue incongruente entre lo que declaraba perseguir y lo que realmente
hacía del Perú. Solo se darán en esta oportunidad tres ejemplos en
prueba de esa difícil relación que, es de suponer, desencadenó en el
inconsciente de este osado caudillo militar un desencuentro
insuperable entre Eros y Tanatos, proclive como fue desde joven a
convivir con amores culpables.

Siempre ha sido objeto de cuestionamiento la decisión que tomó
Bolívar en el primer semestre de 1825 de desplazar tropas peruanas al
Istmo de Panamá y Venezuela. ¿Por qué en vez de entrenar y consolidar
un ejército profesional para el nuevo Estado peruano, optó en sentido
contrario por desarticularlo y exiliarlo? En una carta dirigida a
Santander, el 18 de febrero de 1825, el veleidoso guerrero elaboró una
explicación que fue de inmediato confirmada por los hechos. Veamos,
primero, el fragmento de esa carta:

"Así, pues, yo creo que nosotros debemos imitar a la Santa Alianza
(sic) en todo lo que es relativo a seguridad política. La diferencia
no debe ser otra que la de los principios de justicia. En Europa todo
se hace por la tiranía, acá es por la libertad (sic) (…). Los
ejércitos de ocupación de Europa, es una invención moderna y hábil
(sic). Conserva la independencia de las naciones, y el orden que se
establece en ellas, y al mismo tiempo evita esa necesidad de
conquistar para impedir la guerra. Por lo mismo (sic) nosotros debemos
tener este ejército nuestro en el alto y bajo Perú (sic), hasta la
reunión de los Estados que deben decidir del modo y medio de mantener
su tranquilidad entre los confederados (sic)." (Archivo Santander.-
Tomo XII).

Reténgase esto: "Los ejércitos de ocupación (...). es una invención
moderna y hábil (...). Por lo mismo nosotros debemos tener este
ejército nuestro en el alto y bajo Perú (sic), hasta la reunión de los
Estados (...)." Lenguaje críptico que es coincidente con otro más
explícito formulado a este respecto un año más tarde por el Cónsul de
Estados Unidos en Lima, William Tudor, en una comunicación que el 23
de febrero dirigió al Departamento de Estado:

"Continúa enviándose tropas a sotavento, algunas a Guayaquil y otras a
Panamá. Parte de esas tropas son peruanas en cambio de las colombianas
que permanecen aquí, medida política no diferente de la que se tomó
algunos años después del canje de milicia inglesa e irlandesa (sic)."
(William R. Manning: Correspondencia Diplomática de los Estados Unidos
concerniente a la Independencia de las Naciones Latinoamericanas (Tomo
III.- Librería y Editorial "La Facultad" de Juan Roldán y Cia.-Buenos
Aires, 1932).

Dicho de otra manera, el plan de forzar la separación del Alto Perú so
pretexto de liberarlo y a partir de allí configurar una federación de
mayor envergadura en la que el Perú desaparecía como Estado
independiente, estuvo acompañado de otro destinado a ocuparlo
militarmente, debilitar toda resistencia y, así someterlo a través de
un fantasmal Consejo de Gobierno. No es de extrañar, por tanto, el
palurdo comentario que el mismo Bolívar le hiciera en otra carta a
Santander, meses más tarde, el 20 de mayo de 1825, camino al Alto
Perú:

"Aquí he visto la división de Lara que tiene 3.500 hombres en el pie
más brillante del mundo; lo mismo dicen que está la de Córdoba. Estas
tropas está muy bien vestidas, pagadas y alimentadas; la división de
Colombia ha costado más de medio millón en tres meses, y quien sabe si
mucho más. Solo aquí se ha gastado más de 400.000 duros. Así es que
todo el ejército de Colombia bien puede haber costado un millón de
pesos en los meses de este año (sic), sin contar las raciones que casi
todas las ha dado el pueblo (sic). Bien lo merece este bello ejército,
y yo espero dos millones de pesos de Inglaterra para completar su paga
sin dejar nada de atrasados." (Cartas Santander-Bolívar 1823-1825.-
Tomo IV).

Por supuesto, esos millones de pesos debía pagarlos el Perú y para
nada en su beneficio. Tan cierto es esto que Santander en una carta
cursada a Bolívar, de fecha 6 de noviembre de 1825, le hizo el
siguiente comentario:

"Vuelvo a decir a U. que me alegro que se queden por allá 4 o 5,000
colombianos y que sea Córdoba uno de los jefes que se queden. Aquí no
tenemos con qué mantenerlos (sic), y quedándose allá logramos dos
objetos: uno conservar esa hermosa fuerza para cualquier ocurrencia
sin que nos cueste un real (sic), y otro, dar este famoso auxilio al
Perú para que se consoliden sus instituciones y se salve el país de la
anarquía (sic)." (Archivo Santander.- Tomo XIII).

¿Auxilio al Perú? ¿Para qué? ¿Quién lo solicitó? Pero, sigamos con
este ejercicio de contrastar cartas entre las numerosas que existen.
El 2 de setiembre de 1825, Bolívar instruyó a su subordinado, el
general Bartolomé Salom, esta vez desde La Paz, como sigue:

"Acabo de escribir al presidente del Consejo de Gobierno (Hipólito
Unánue), largamente sobre todos los negocios del día; suplico a Ud.
que lo vea y se informe (sic) con él de todo (sic). Lo que más me
importa en el día, es no desprendernos de nuestros colombianos (sic),
absolutamente; y sin embargo, debo mandar á Colombia tres mil hombres
para que mantengan el orden en Venezuela. Con esta mira, deseo que
Ud., luego que tome el Callao, levante un batallón con este nombre del
Callao(...): toda la tropa será del Perú (...)." (Daniel O'Leary: Op.
cit.- Tomo 30).

El problema adicional reside en que esos desplazamientos interesados
de la tropa peruana hacia el norte se hicieron dentro del marco de un
manejo arbitrario de la finanzas del débil Estado peruano, como lo
prueba el párrafo consignado en un oficio remitido por el obediente
José María de Pando al plenipotenciario peruano Ortiz de Zevallos, de
fecha 3 de diciembre de 1826:

"(...) El Ministerio no conserva ningunos documentos (...). Lo único
que se encuentra es la constancia de una letra jirada (sic) contra la
casa de Robersont en Buenos Ayres (sic) por Don Guillermo Cochrane,
importante doscientos cincuenta mil, quinientos ochenta y nueve pesos
siete reales que esta República puso á disposición de S. E. el
Libertador (sic), quien no se ha servido hasta hoy decir su inversión
(sic)." (Carlos Ortiz de Zevallos: Op. cit.).

Con el agravante que al momento de enviarse ese oficio a Chuquisaca,
hacía más de dos meses que Bolívar había dejado para siempre el Perú
rumbo a Bogotá. Por eso, no le faltó razón al Cónsul Tudor cuando en
otra comunicación remitida a Washington, el 24 de agosto de 1826,
consignó el siguiente comentario referido a Bolívar, por lo demás
justificado histórica y documentadamente en todos sus extremos:

"Desde el primer momento de su llegada al Perú, su objeto consistió en
humillar el ejército peruano; y tan pronto como la guerra fue
terminada en Ayacucho, lo arrojó del país o lo distribuyó en pequeños
destacamentos para que sus jefes no tuvieran apoyo ni las tropas
jefes. Su disimulado horror por la dictadura, su despreciativa
negativa a recibir los millones que se le ofrecieron, su declaración
de que no se apoderaría de un grano de arena del Perú, todo contribuyó
a engañar al mundo mientras se preparaba para hacerse dueño del país y
formar con la América del Sur un imperio. (…) El egoísmo de Bolívar,
al igual que el de su modelo (Napoleón) inflamado por los triunfos, le
hacen mirar a los hombres como piezas de ajedrez que pueden ser
movidas según se quiera en el juego de su engrandecimiento. Si el fin
justifica los medios, rara vez se presentará una tarea más ardua."
(William R. Manning: Op. cit.).

De sumo interés la sarcástica alusión de Tudor a la declaración de
Bolívar de no apoderarse de "un grano de arena del Perú", porque en la
práctica su intención fue exactamente la opuesta, inclusive antes de
pisar tierra peruana. En una carta enviada a Santander el 29 de julio
de 1822, inmediatamente después de su entrevista con esa sombra de
guerrero que fue, en el Perú, San Martín (nunca libró personalmente
batalla alguna y dejó que se le usurpe al Perú el puerto de
Guayaquil), el ambicioso caudillo militar señaló lo siguiente:

"A fines de este mes pienso pasar a Cuenca y Loja volviendo aquí por
Túmbez para examinar nuestra frontera (sic). (…) Tenga Ud. entendido
que el corregimiento de Jaén lo han ocupado los del Perú, y que Maynas
pertenece al Perú por una real orden muy moderna (sic); que también
está ocupada por fuerzas del Perú. Siempre tendremos que dejar a Jaen
por Maynas (sic) y adelantar si es posible nuestros límites de la
costa más allá de Túmbez (sic). Yo me informaré de todo en el viaje
que voy a hacer y daré parte al gobierno de mi opinión." (Vicente
Lecuna.- Op. cit.- Tomo III).

Luego vino la pomposa promesa en Trujillo, en marzo de 1824, que se
lee como sigue: "Peruanos: el campo de batalla que sea testigo del
valor de nuestros soldados, del triunfo de vuestra libertad; ese campo
afortunado me verá arrojar de la mano la palma de la dictadura y de
allí me volveré a Colombia (sic) con mis hermanos de armas 'sin tomar
un grano de arena del Perú (sic),' dejando la libertad." (Nicolás
Rebaza: Anales del Departamento de la Libertad en la guerra de la
independencia).

Empero, el 17 de febrero de 1825, siempre como jefe supremo del Perú,
y apenas siete días después de haber arrancado del Congreso peruano,
con mohines y desplantes, la denominación de "libertador", por no
considerar apropiada la de dictador, Bolívar remitió a José Rafael
Revenga que se desempeñaba como Secretario de Estado en Bogotá, en
reemplazo de Pedro Gual que hacía de las suyas en el Istmo de Panamá
para desesperación del patriota peruano Manuel Lorenzo de Vidaurre,
las siguientes líneas, entre otras:

"Aquí han convocado para el congreso constitucional a los diputados de
las provincias de Jaén, Bracamoros y de Mainas, reclamadas mucho
tiempo ha, como pertenecientes a Colombia (sic). Yo he dicho a Armero
esta ocurrencia, y creo que ustedes le ordenarán a nuestro (sic)
plenipotenciario en esta república, que introduzca el reclamo en forma
hasta obtener su restitución a Colombia (sic)." (Vicente Lecuna: Op.
cit.).

No hay que olvidar que por esos mismos días venía, también, forzando
con ayuda de Sucre la independencia del Alto Perú. Ergo, no sorprende
que un año más tarde, el Perú haya quedado expuesto a un nuevo recorte
territorial. En la comunicación que le remitiera el 30 de mayo de 1826
a Santander, el dictador de facto se sacó la careta en cuanto a sus
pretensiones:

"Gual me ha escrito de Panamá, y toda su carta se reduce a hablarme
sobre la necesidad en que estamos de apresurar la negociación de
límites entre el Perú y Colombia; él es de opinión que por tal de que
se consiga este tratado dejásemos la provincia de Loja del lado
peruano. Yo he contestado (sic) que no soy de este parecer (sic), ni
que debemos perder a Mojos ni Bracamoros, cuando estas provincias
deben quedarnos porque nos pertenecen (sic) y no son desiertos como
los del Marañón. Le digo que de Jaen al Marañón se puede tirar una
línea y este río puede servirnos de límites entre los dos desiertos
(sic); los antiguos límites de las provincias de Quito y los peruanos
deberán servirnos de frontera (sic). Creo, pues, que Colombia podría
autorizar a Heres para que entablase esta negociación sobre esta base,
que puede y aun debe ser aceptada, siendo esto lo que verdaderamente
conviene a ambos (sic). Yo no dudo que Heres logre un buen efecto en
su misión, porque, además de la justicia del reclamo, la amistad que
tiene con el general Santa Cruz, que va a ser el presidente del
Consejo de Gobierno, le facilitará los medios de obtener el buen
resultado que desea Gual sin sacrificar nuestros intereses (sic)
perdiendo a Loja. Además para perder siempre hay tiempo y mucho menos
cuando esta pérdida es inexcusable." (Vicente Lecuna: Ibid.).

"Sin sacrificar nuestros intereses" es lo que puso en negro sobre
blanco Bolívar en aquella oportunidad, con tal de no perder, porque
para esto siempre había tiempo. Y quería que la negociación fuera
encargada a sus subordinados Tomás de Heres (a quien Tomás Cipriano de
Mosquera le atribuyó la autoría del envenenamiento del prócer Sánchez
Carrión) y al agradecido y "más despreocupado" Santa Cruz. Es decir,
seguía actuando sin ningún escrúpulo en perjuicio del Perú, pese a ser
su jefe supremo. Por consiguiente, hay razón para preguntarse ¿en
manos de quien había caído el Perú?

En fin, entre abril y junio de 1826, Bolívar perpetró en el Perú un
auto-golpe que se tradujo en el cierre del Congreso peruano y en la
debelación a sangre y fuego de la revuelta del valeroso regimiento
Húsares de Junín contra la ocupación colombiana. Sin embargo,
precisamente el 10 de febrero de 1825, no tuvo empacho en proclamar su
adhesión a principios situados en las antípodas de esa medida de
fuerza, reafirmando su respeto a la soberanía del Estado que lo acogía
en términos inequívocos:
"Yo soy un extranjero; he venido a auxiliar como guerrero, y no á
mandar como político. (...). Pero si yo aceptase su mando el Perú
vendría á ser una nación parásita ligada hacia Colombia (...). Yo no
puedo, señores, admitir un poder que repugna mi conciencia (sic).
Tampoco los Legisladores pueden conceder una autoridad que el pueblo
les ha confiado solo para representar su soberanía. Las generaciones
futuras del Perú os cargarían de execración: vosotros no tenéis
facultad de librar un derecho de que no estáis investidos. No siendo
la soberanía del pueblo enagenable (sic), apenas puede ser
representada por aquellos que son los órganos de su voluntad; mas un
forastero, señores, no puede ser el órgano de la Representación
Nacional. Es un intruso en esta naciente República." (Declaración de
Bolívar ante el Congreso peruano en Daniel O'Leary: Memorias.- Tomo
23).

Bellas palabras que suscitan la siguiente pregunta: ¿Por qué encabezó
el auto-golpe en abril de 1826? Para su pesar, los nuevos diputados
peruanos consideraron que había llegado el momento de ponerle límites
constitucionales a ese ejercicio solitario e ilimitado del poder, todo
lo cual echaba por tierra sus planes federativos a expensas del Perú.
Veamos cómo Bolívar dio cuenta, el 7 de mayo de 1826, en una carta
remitida a Santander, de lo ocurrido durante el mes de abril:

"Estos días hemos estado aquí un poco agitados con motivo de la
reunión del primer congreso constitucional, porque los diputados de
Arequipa (...) han querido que este congreso fuese constituyente y no
constitucional como debe ser. La cuestión la suscitaron en una junta
preparatoria, y muchos diputados de otras provincias los siguieron,
unos por equivocación y otros por seducción (sic). El consejo de
gobierno sostenía la constitución por mi consejo (sic), y como yo iba
a ser desairado (sic) junto con mis delegados (...), repetí
decididamente lo que digo todos los días: que me iba (en cursivas en
el original). Esta palabra causó un alboroto inmenso. (...) Yo soy
blando de corazón a los ruegos de las personas que me aman (...). Es
inútil decir que este incidente decidió de la cuestión en la junta
preparatoria (...). El motivo principal de todo esto es que un tal
Luna Pizarro, un cleriguito como el doctor Pérez, ha querido que la
constitución se varíe, o más bien que él pueda disponer de todo a su
antojo." (carta de Bolívar a Santander de 7 de mayo de 1826 en Vicente
Lecuna: Op. cit.).

Empero, en la carta que envió a su muy servicial prefecto de Arequipa,
Antonio Gutiérrez de la Fuente, el 6 de abril de 1826, fue más
directo:

"!Que malditos diputados ha mandado Arequipa! Si fuera posible
cambiarlos, sería la mejor cosa del mundo (...). Yo creo que Arequipa
tendrá que reunir de nuevo sus Asambleas (sic) (...). Yo le aseguro a
más (sic) que con ellos no se puede hacer nada bueno (sic): quieren
destruirlo todo a su modo. (...)." (Vicente Lecuna: Op. cit.).

Y lo irónico en todo esto es que esos diputados con Luna Pizarro a la
cabeza, entre muchos otros, no se oponían a que el caudillo militar
fuera elegido presidente, tan solo exigían el retiro de las fuerzas de
ocupación. Tan serio fue el malestar que imperaba en el sector
patriota del Perú que tras la revuelta del regimiento Húsares de
Junín, Bolívar puso en marcha una cruenta represión en Lima, Junín y
Ayacucho, llegándose a tomar prisionero, entre decenas de peruanos, al
general Necochea (uno de los artífices del triunfo en Junín en 1824 a
causa del temprano y temerario repliegue del alocado caraqueño que
daba por cierta la derrota de los patriotas).

Casi nadie recuerda hoy en el Perú al valiente peruano Pedro José
Rivas quien en abril de 1826 interceptó las cartas que Bolívar remitía
a su lugarteniente Sucre, tomando así conocimiento de esa gran
conspiración contra el Perú. Suponemos que Juan Pardo de Zela, el
obsecuente oficial que en nombre del dictador ejecutó al valiente
Rivas, ha dejado en algún lugar el testimonio escrito de su conducta.

En todo caso, quien esto escribe considera pertinente concluir este
sumario enjuiciamiento de la conducta de Bolívar en el Perú con los
comentarios que uno de sus contemporáneos, el Cónsul William Tudor,
alcanzara al Departamento de Estado, el 27 de mayo de 1826, respecto a
la pobre opinión que le merecía:

"La profunda hipocresía del General Bolívar ha engañado hasta ahora
al mundo, (...). Con la violenta disolución del Congreso, la máscara
ha desaparecido enteramente y el mundo verá con indignación o con
malicioso deleite que el que ocupaba la atención de los políticos de
todos los países y para quien, por una afortunada combinación de
circunstancias, la suerte había preparado los medios para trasmitirle
a la historia una de las más nobles reputaciones que pudiera
registrar, puede ser derrocado como uno de los más rastreros
usurpadores militares (sic), lleno de toda la execración de sus
contemporáneos por las calamidades que su conducta les acarrea. (...).
Si hubiese habido miras honradas con respecto al Perú para tener a La
Mar como Presidente y si los hombres de talento que el Congreso
encerraba hubiesen procedido debidamente, el Perú habría marchado con
éxito hasta que nuevos hombres capaces de penetrar en los diversos
ramos de la administración se hubiesen formado y desarrollado (sic).
Pero la costumbre de los tiranos y de sus alcahuetes (sic) consiste en
calumniar al pueblo como una excusa para esclavizarlo, tal como el boa
cubre un animal con su babaza para poder tragárselo (sic)." (William
R. Manning: Op. cit.)

Entre esos "alcahuetes" a los que se refería el Cónsul Tudor se
encontraba la cohorte de turiferarios, cortesanos o aprovechados,
figurando en primera fila Hipólito Unánue, José María de Pando,
Larrea, Pedemonte, Gutiérrez de la Fuente, y decenas de otros.

Otros de sus contemporáneos, el estudioso francés Benjamín Constant,
no se quedó atrás en sus acerbas críticas. Veamos un fragmento de la
furibunda filípica que publicó en el Courrier Français de París, en
enero de 1829:

"Nosotros vemos à Bolívar comenzar su carrera por libertar à Colombia,
y bajo este aspecto yo he aplaudido con toda mi alma sus esfuerzos y
suceso. Lo vemos frecuentemente en medio de sus triunfos y en el seno
del poder, manifestar deseos de renunciar a la autoridad. No dudaba
entonces de su sinceridad, y a pesar de que las ofertas de abdicación,
los homenajes à la soberanía del pueblo, el anhelo por la vida
privada, son el formulario preciso de todos los usurpadores (en
cursivas en el original), yo he querido por mucho tiempo hacer de
Bolívar una excepción honrosa. El continúa su marcha, liberta el Perú,
y le admiro todavía; pero da à la nación que ha libertado
instituciones que desagradan à una gran parte de esta nación: apellida
tramas y conspiraciones la resistencia à las instituciones que ha
impuesto: rehúsa à las súplicas mas movedoras el perdón de los que han
resistido: hace correr sobre una tierra que no es la suya la sangre de
sus naturales (en cursiva en el original). Conduce fuera de su patria
à los hombres que se habían cubierto de gloria bajo los estandartes de
la independencia, y la suerte de estos hombres aún permanece envuelta
en sombras siniestras: y aquí nacen mis desconfianzas. Crecen cuando
Bolívar aprovechándose de la desmembración de algunas provincias, les
da una Constitución muy defectuosa, muy poco conforme con la libertad
verdadera. Con todo esto puede ser solo un error. El guerrero puede
cegarse acerca de los numerosos defectos de su modelo de Constitución.
(...) ¿Pero esta otra causa no será la secreta inteligencia del
libertador que quiere ser amo, y del pretendido rebelde que le
suministra la ocasión plausible de cumplir sus designios? (…). Esta
afectación de respeto por un pueblo que se tiene debajo del yugo, es
el artificio que usan cuantos aspiran a la tiranía. Ellos ofrecen
siempre dejar el poder, pero esta oferta humilde en apariencia está
acompañada de un alarde de fuerzas que prescribe al pueblo que la
rehúse, y los usurpadores condenados al poder a pesar suyo, quieren
ser al mismo tiempo obedecidos como señores, y compadecidos como
víctimas de su consagración (…) además, la tiranía no está en el uso,
sino en el derecho que se arroga. (…)."