Tuesday, December 09, 2008

Constantes históricas en el comportamiento vecinal de Chile

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
9-5-2005

Columnista invitado: Félix C. Calderón

Constantes históricas en el comportamiento vecinal de Chile
por Félix C. Calderón*

El teorema geopolítico que los peruanos deben tener siempre presente
es que Chile ha visto al Perú, históricamente, como su enemigo
natural. Y hacen muy mal los panegiristas del entendimiento y la
cooperación vecinal en olvidar, soslayar o edulcorar este hecho
irrebatible que es, además, inconmovible, por lo menos mientras siga
vigente la concepción del Estado-nación. No es esto, obviamente, un
reflejo de perdedor, como se ha atrevido a decir un peruano de última
hora, a causa sin duda de una reflexión indigesta provocada por su
conocimiento superficial de nuestra historia. No. Ese teorema fluye
fácilmente del análisis del comportamiento histórico de Chile con
respecto al Perú y nos da la pauta de cómo es menester actuar, porque
nunca es tarde, para que por fin podamos encarrilar las relaciones
vecinales sobre un terreno común de mutuo respeto y ventajas
recíprocas.

Antes y después de su existencia como república, Chile ha visto al
Perú como una amenaza y, por lo mismo, ha sabido encontrar su razón de
ser a sus expensas. Pero no ha sido el único. Simón Bolívar fue el
primero en trazar un designio geopolítico avieso contra el Perú,
epicentro ancestral de la gran nación andina (principalmente Perú,
Bolivia y Ecuador), usurpando Guayaquil y creando luego Bolivia. De
esta forma, fragmentó el espinazo andino y contrapuso por casi dos
siglos a sus pueblos. Años más tarde, el comerciante de Valparaíso,
Diego Portales, hizo el resto con un designio concordante, pero por el
sur, a fin de mantener la dependencia del comercio peruano de los
puertos chilenos. En suma, el Perú desde su nacimiento como república
tuvo que hacer frente al embate de dos pretensiones geopolíticas
adversas, por el norte y por el sur, además de la penetración
amazónica del imperio brasileño. Situación altamente desventajosa de
la que Chile supo aprovecharse con el tiempo para satisfacer sus
propias ambiciones.

La usurpación territorial a resultas de la guerra victoriosa que libró
Chile contra el Perú en 1879, con la interpósita acción de Bolivia y
ayudado por el comportamiento claudicante, como en 1837, de gran parte
de la casta política peruana, se tradujo en una serie de constantes en
su comportamiento bilateral, cuyos resabios aún se notan hoy en día.
Estas constantes en su comportamiento no son, por cierto, exclusivas
de Chile. En puridad, son patrones comunes de comportamiento que sigue
todo Estado agresor y usurpador, como se desprende de una rápida
ojeada a la historia universal, en la medida que se trata de preservar
lo usurpado y de erosionar cualquier intento de revancha. Es decir,
están signadas por la codicia y el miedo, y su lógica subyace siempre
en la fuerza, porque no hay otra forma de mantener lo ajeno. Por lo
mismo, no estamos hablando de un comportamiento malicioso estático,
sino dinámico, aunque en este caso siempre en función del Perú que
representa el peligro a conjurar y mediatizar.

Antes de concluir la paz con Bolivia y obsesionado por su flagrante
incumplimiento del Tratado de Ancón de 1883, Chile puso en marcha un
reprobable proceso de chilenización en las provincias cautivas de
Tacna y Arica con el deliberado propósito de expatriar o exterminar a
la heroica resistencia de los peruanos ligados ancestralmente a esos
territorios. Es decir, el usurpador efectuó el primer caso mundial de
"political cleansing" en el siglo XX. Convergentemente, prejuzgó la
solución al problema que generaban esas provincias cautivas,
disponiendo de manera arbitraria el trazado del ferrocarril Arica-La
Paz, sin parar mientes en usurpar para ese efecto una porción de la
provincia de Tarata que no tenía por qué ser parte de la ocupación
chilena, tal como lo revelo en mi libro "El Tratado de 1929. La otra
historia." En fin, para ser breve, instigó la rivalidad del Ecuador y
Colombia hacia el Perú mediante la venta subrepticia de armas y
acuerdos secretos con esos países, en su afán de debilitar el accionar
diplomático del Perú que tenía, también, que hacer frente por el norte
a pretensiones amazónicas desmedidas por obra de Bolívar, sin contar
la competencia por el Acre.

Una vez que suscribió la paz con Bolivia en 1904, Chile se aprovechó
del entredicho con el Perú que provocó Bolivia al rechazar el laudo
arbitral del presidente argentino Figueroa Alcorta, para azuzar a ese
país a la guerra e inclusive venderle armas. Por cierto, ayudaba
indirectamente a esta manipulación interesada del vecino del sur el
hecho que el Perú accediera al siglo XX con una casta política
visiblemente mediocre e incapaz de poner fin al desgobierno y de
acometer con resolución la solución definitiva de algunos de los
diferendos limítrofes que se mantenía con los cinco países
fronterizos.

Cuando el presidente Augusto B. Leguía, el único estadista que ha
tenido realmente el Perú con prescindencia de sus maneras
dictatoriales, zanjó definitivamente en setiembre de 1909 las
fronteras con Brasil y Bolivia, tras una faena negociadora histórica
de tres semanas, la diplomacia chilena buscó arrinconar al Perú
exacerbando otra vez las pretensiones de Ecuador y Colombia, mientras
se esforzaba inescrupulosamente por consolidar sus posiciones en Tacna
y Arica. Basta traer a colación en abono de este aserto la tensión
bélica que vivió el Perú en la segunda década del siglo XX, en el
frente amazónico, con incidentes como el de "La Pedrera", o la ruptura
de relaciones diplomáticas y consulares con Chile, entre otros. Mas,
fue otra vez Leguía quien logró romper la secular inteligencia
colombo-ecuatoriana con el Tratado Salomón-Lozano, cuyo efecto
inmediato fue malquistar entre sí a esos dos países que en 1916 se
habían repartido a su regalado gusto la margen izquierda del río
Marañón-Amazonas, disponiendo sin ir muy lejos de la precaria posesión
peruana en Leticia. Asimismo, fue Leguía quien zanjó en 1929 de manera
definitiva la dolorosa cuestión de las provincias cautivas, logrando
el regreso de Tacna a la heredad nacional, aunque parcialmente
mutilada por culpa de la propensión usurpadora de los chilenos, como
lo prueban las azufreras de Tacora, ahora en poder de Chile y
arrancadas al Perú en la hora undécima.

A partir de ese momento, 1929, reducidas las aristas de confrontación
del Perú, el interés de la diplomacia chilena se centró, como es
lógico suponer, en soliviantar al Ecuador, único país con el cual el
Perú mantenía un diferendo limítrofe, como mejor manera de complicar
el accionar diplomático de Torre Tagle que debía, además, procurar la
plena y satisfactoria ejecución del Tratado Rada Gamio-Figueroa
Larraín. Tras el conflicto del Zarumilla en 1941 y producido el cese
de fuego, como lo detallo en mi libro "La negociación del Protocolo de
1942: mitos y realidades," la diplomacia chilena buscó afanosamente
con el apoyo del Ecuador, sumarse al trío de Estados (Argentina,
Brasil y Estados Unidos) que por años venían ejerciendo sus buenos
oficios para resolver la controversia limítrofe. No fue, dentro de
este contexto, un gesto altruista ni desinteresado de Chile; sino una
previsible maniobra, íntimamente ligada a sus pretensiones portuarias
en el Pacífico (no obstante mediar condiciones geográficas adversas)
que lo obligaban a poner cortapisas a la ejecución del artículo 5°
relacionado con el muelle de atraque a favor del Perú para así reducir
a la nada la ventaja arrancada por Leguía al final de la negociación
en 1929. Por eso, la venta de municiones y armamentos que hizo Chile
al Ecuador en 1995, en plena guerra del Cenepa, no fue un hecho casual
o accidental. Nada de eso, fue una acción deliberada propia de quienes
actúan con mentalidad usurpadora. Y si un japonés sin raíces peruanas
no le dio en ese entonces la importancia debida, esto no inhibe de
responsabilidad a quienes ejecutaron por esos días la política
exterior del Perú. Porque si en el caso de Argentina se ha llegado a
determinar que hubo una operación delictiva, conducida
clandestinamente, de allí el juicio al que fueron sometidos los
responsables; en el caso de Chile fue una acción consentida por su
propio gobierno, y esto es lo grave, al punto que a nadie en ese país
se le haya juzgado por ese hecho protervo y felón, una vez puesto en
evidencia.

La vinculación de su ambiguo papel de garante con la plena ejecución
del artículo 5° del Tratado de 1929 queda evidenciada cuando al año
siguiente de haberse concluido la paz con el Ecuador, en 1999, Chile
concluyó con el Perú un Acta de Ejecución destinada a cerrar la
controversia portuaria que fue la que mayores dificultades creó
durante la negociación del tratado entre noviembre de 1928 y mayo de
1929. Como era de esperarse, el Perú estuvo lejos de obtener en 1999
lo que Chile propuso originalmente al presidente Leguía, si se compara
el imponente muelle atribuido al Perú que figuraba en el plano del
desarrollo portuario de Arica entregado por el embajador chileno
Figueroa Larraín al mandatario peruano, en mayo de 1929, con el inútil
y dependiente mini-atracadero situado fuera del marco original de la
bahía de Arica que hoy se considera como el "muelle" peruano (véase
los anexos de mi libro sobre el Tratado de 1929).

Sin embargo, en honor a la verdad, no fue éste un logro reciente de la
diplomacia chilena, pues ya en 1964 y más tarde en noviembre de 1985,
Chile había sentado mañosamente las bases de esa nueva usurpación, una
vez que el taimado Ríos Gallardo intuyó en la década de los cincuentas
que el Perú había perdido el plano entregado a Leguía y, por lo tanto,
la diplomacia peruana desconocía ese importante compromiso. Claro que
lo mismo no puede decirse de quienes negociaron el Acta de Ejecución,
por cuanto quien esto escribe exhumó literalmente dicho mapa del
archivo central de Torre Tagle a fines de 1998, tras casi setenta años
de haber sido ignorado. Ergo, hay responsabilidad histórica por parte
de quienes en 1999 transigieron con la arremetida chilena a sabiendas
de que hacía trampa. Es más, hay razón para preguntarse si no era
mejor reabrir las negociaciones en materia de ejecución del artículo
5°, justamente porque existía, además, el problema colateral de la
delimitación de la frontera marítima con Chile, en el cual la
mentalidad usurpadora amenazaba inclusive con apropiarse del pequeño
triángulo de playa situado al norte del arco que sigue la línea
limítrofe y, por ende, peruano.

Para recapitular, ha sido la lógica implacable del teorema geopolítico
enunciado al inicio de este artículo, la que explicaría la
persistencia por parte de Chile en la observancia de esas constantes
de comportamiento en su relación con el Perú. Aparte de ser muy
redituable en términos territoriales, le ha permitido guardar
coherencia en su accionar, al margen del carácter civil o militar de
sus sucesivos gobiernos, dar continuidad a su diplomacia y ha hecho
previsible su proyección geopolítica. Obsesionados como siguen con ese
enemigo natural, algo que no ocurre en el Perú en que a un sector de
la burguesía le gusta ver a Chile como su aliado, el miedo a la
revancha es un fantasma omnipresente en los chilenos, como igualmente
lo es la gran amenaza que supone la reconstitución de la gran nación
andina.

De allí que la diplomacia chilena haga ahora todo lo posible por
profundizar la división entre los pueblos andinos (echarle la culpa al
Perú en la solución de la aspiración marítima de Bolivia, en virtud de
la cláusula cerrojo de su autoría incluida en el Protocolo
Complementario, es un ejemplo de ello), puesto que ha descubierto que
si quiere mantener cierta supremacía en esta parte de mundo, vale
decir asegurar su supervivencia, no tiene más remedio, ante la
imposibilidad de nuevas guerras de conquista, que transformar al Perú
y Bolivia, por lo menos en el corto y mediano plazo, en su hinterland
vital habida cuenta de la clamorosa carencia que adolece su tripa
territorial de recursos energéticos, hídricos y los limites
asfixiantes de su diversidad biológica. Y es aquí cuando el Perú debe
imaginar, concebir e implementar una política de respuesta y
contención igualmente duradera, ambiciosa y agresiva en diferentes
planos, sobre la base del principio rector que en los tratos con el
usurpador es éste quien tiene que hacer las concesiones y no al revés.

Desde este punto de vista, el problema de la delimitación marítima
debe involucrar a los Estados Unidos como árbitro por haber puesto
Chile en tela de juicio el punto final de la frontera terrestre que es
hacia abajo en el sentido del arco, y no del paralelo geográfico.
Asimismo, se debe reglamentar de conformidad con las disposiciones
constitucionales sobre seguridad y defensa la penetración chilena en
el sector terciario, principalmente de los servicios, teniendo en
cuenta los riesgos que entraña esa mentalidad usurpadora del
hinterland. No deja de ser paradójico que Chile figure como un
exportador mundial de maderas tropicales sin tener selva. Tampoco
parece lógico que el Perú venda gas a Chile para atender las
necesidades energéticas de los territorios que fueron usurpados, salvo
que pague el doble o le vendamos, mejor, energía eléctrica. En fin,
antes de poner una serie de etcs., se debe exigir a Chile que, sin
mayor dilación, proceda a la rectificación histórica brindando las
disculpas debidas y otorgando las reparaciones del caso por las
atrocidades cometidas durante la invasión usurpadora de 1879 y con
posterioridad hasta 1929, incluyendo la compensación a los peruanos de
Arica y parte de Tacna por sus propiedades privadas arrebatadas, la
edición de libros de historia que pinten los hechos tal como
ocurrieron para escarnio de sus llamados héroes, la supresión del
homenaje a sus glorias nacionales porque eso es una afrenta para el
Perú (sobre todo en el Morro de Arica), y la devolución de lo robado.
Pues no hay peor injuria que la subliminal, como lo ha demostrado ese
infamante vídeo de Lan, obra de imberbes. En Europa solo se ha podido
hablar de reconciliación una vez que los agresores han hecho propósito
de enmienda y han reivindicado la dignidad de los pueblos ofendidos.

Por último, sin ser menos importante, en cuanto al objetivo de la
reconstitución de la gran nación andina, que es lo que aterra a los
chilenos, éste solo podrá ver la luz si los prolíficos pueblos andinos
en los tres países involucrados ponen el sincretismo histórico al
servicio del mandato telúrico.
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Embajador, autor de los libros "El Protocolo de 1942: mitos y
realidades." (Academia Diplomática del Perú, 1997), "El Tratado de de
1929. La otra historia." (Congreso de la República, 2000), y "Las
veleidades autocráticas de Simón Bolívar.- Tomo I: La usurpación de
Guayaquil" (Aleph, a publicarse este mes de junio), entre otros.
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