Friday, July 25, 2008

La obsesión de Bolívar por Jaén y Maynas IV

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
25-7-2008

No pocas son las responsabilidades aún no aclaradas o individualizadas
de las miopes castas políticas peruanas que ayer, como hoy, ignoraban
asuntos fundamentales del drama nacional. Así surgieron conflictos
desde la misma génesis fundacional de la república. En Las veleidades
autocráticas de Simón Bolívar, Tomo IV La guerra de límites contra el
Perú, el embajador Félix C. Calderón revela por vez primera y con
abundancia de detalles estos intríngulis escabrosos. Y hay que decirlo
con voz bronca: aberrantes. Los artículos a continuación, a modo de
resumen, sintetizan capítulos mantenidos en tinieblas durante
decenios. (hmr)

La obsesión de Bolívar por Jaén y Maynas IV
por Félix C. Calderón

Y para precipitar la secreción de bilis en nuestros lectores,
contrastemos lo dicho a Vergara con lo que le decía al general
Gutiérrez de la Fuente el 22 de setiembre, inter alia:

"Ya hemos concluido un tratado en el cual abunda la moderación y la
justicia (sic), sin menoscabo del honor de las partes. Yo no he podido
hacer más (sic) en obsequio de la reconciliación y de la armonía.
(...) Yo le aseguro a Ud., mi querido general, que estamos muy
distantes de pretender el menor daño a esa República (sic)."

Forma astuta de jugar con el lenguaje en que se presenta el caraqueño
como el hacedor de concesiones casi en exceso, de allí el solemne "no
he podido hacer más"combinado con el ungüento sicológico "estamos muy
distantes de pretender el menor daño a esa República (sic)", cuando en
los hechos se trataba de un triunfo fuera de lugar, conseguido
dolosamente, inclusive digitando quien sería el negociador peruano, su
"amigo íntimo" para hacer mejor las cosas, como le confesó al mismo
Vergara en otra carta el 10 de setiembre.

En gran parte ese triunfo se lo debía al felón Gutiérrez de la Fuente,
pues sobrevive la carta que Bolívar remitió a O'Leary, ya general, el
17 de agosto de 1829, en uno de cuyos párrafos hace la siguiente
revelación:
"Anoche ha llegado el señor Gual de Quito, y hoy mismo el Edecán
Demarquet de su comisión a Lima, quien me ha traído comunicaciones del
General La Fuente y de varios amigos (sic), bien interesantes y
lisonjeras (sic). Al General Urdaneta le remito copia de la carta
particular (sic) que me hace La Fuente: por ella podrá Ud. inferir
cuán a mi favor está todo aquello (sic).

Por su parte, el 16 de octubre, día en que el Gobierno peruano
ratificó ese perjudicial tratado (la Colombia bolivariana lo hizo
cinco días más tarde), Gutiérrez de la Fuente, como gran cosa, lanzó
la siguiente proclama "a los pueblos":
"¡Peruanos! La patria perecía sin recurso bajo una administración
débil, vacilante y obstinada en sostener guerra temeraria contra la
República de Colombia, fiel amiga del Perú en la paz (sic), aliada
poderosa en los campos de batalla. La salvé (sic) aventurando el bien
más precioso del hombre público-la reputación. (...) ¡Conciudadanos!
He colmado los votos queridos de mi corazón; dándoos una paz honrosa
(sic), sin comprarla al doloroso precio de vuestra sangre. Ya no
aspiro más que a descender del puesto a que me ha elevado la
Representación Nacional; dejando en mi conducta un ejemplo de
moderación, de vigor y de patriotismo." (Manuel de Odriozola: Op.
cit.- Tomo IX).

¿Ejemplo de vigor, patriotismo? ¿Era Gutiérrez de la Fuente despistado
o se hacía? La historia nos dice que el litigio limítrofe con Colombia
recién alcanzó a resolverse en 1922, y con el Ecuador en 1998 (ambos
Estados sucesores de la Colombia bolivariana), entonces, ¿de qué paz
honrosa hablaba ese mentecato? Solo la ignorancia de la diplomacia
peruana de la época permite explicar esa monumental concesión que
quedó implícita en el Tratado de Guayaquil. Sin embargo, para suerte
del Perú aquella concesión nunca llegó a materializarse, pues a los
pocos meses se desmoronó la Colombia de las tres hermanas sin llegar
las Partes a dar cumplimiento a los artículos 6º y 7º, conditio sine
qua nom para dar contenido al artículo 5º del Tratado de Guayaquil.

Durante la negociación del Tratado de Guayaquil, Ricardo Aranda dejó
para la historia el verbatim de la tercera conferencia del 17 de
setiembre, que a primera vista es engañoso porque deja la impresión
que el plenipotenciario colombiano parecía más bien Larrea en lugar de
Gual, a causa de la posición insólita que asumió en contradicción son
sus propias instrucciones. Veamos el texto que recoge Aranda:

"Presentes los Plenipotenciarios: se abrió la conferencia, exponiendo
el Plenipotenciario del Perú, que bien meditados los artículos
relativos a límites de las dos Repúblicas, y con la última persuasión
de que sometidos a la deliberación de una Comisión compuesta de
súbditos de los dos Gobiernos, como lo propuso en la anterior
conferencia, ni era decorosa a ellos ni menos tendía a terminar
definitivamente las disensiones que se suscitarían sin cesar en lo
venidero, por cuanto dejaba esta interesante cuestión en statu quo y
sin la menor esperanza de que los comisionados al efecto, ni el
árbitro extranjero, fueran capaces de comprenderla y concluirla; se
convenía (sic) con lo propuesto en ellos, bien persuadido de los
derechos de su Gobierno, a este respecto, como de la utilidad y
conveniencia que le resultaba de la medida. Igualmente observó que
debiendo partir las operaciones de los comisionados de la base
establecida, de que la línea divisoria de los dos Estados, es la misma
(sic) que regía cuando se nombraron Virreynatos de Lima y Nueva
Granada antes de su independencia, podían principiarse éstas por el
río Tumbes, tomando desde él una diagonal hasta el Chinchipe y
continuar con sus aguas hasta el Marañón que es el límite más natural
y marcado entre los territorios de ambos (sic), y el mismo que señalan
todas las cartas geográficas antiguas y modernas (sic). El
Plenipotenciario de Colombia le manifestó cuan agradable le era por la
exposición que acababa de oír, que ambos países se iban acercando ya
al punto de reconciliación que tanto se deseaba. (...) Colombia, pues,
no ha aspirado a otra cosa en sus relaciones con aquella República que
a defender lo que cree ser suyo y se encuentra apoyado en títulos
suficientes. A este efecto anunció al mundo, desde su creación (sic),
que en esta parte estaría al uti possidetis del año de 1810 (sic),
principio que no solamente es justo, sino eminentemente conservador de
la paz. (...)."

Trágica suerte la del Perú a la que hay que sumar los centenares de
peruanos muertos injustamente por culpa de este ignorante y cortesano
de Larrea y Loredo que en el colmo de la ignominia dio cabida para que
más tarde Colombia y Ecuador reclamaran un derecho que nunca tuvieron
si, efectivamente, debía respetarse "religiosamente" el uti possidetis
de 1809. Si Pedro Mendinueta al entregar el mando del Virreynato de
Santa Fe a su sucesor Antonio Amar y Borbón, el 17 de diciembre de
1803, reconoció en su Memoria o Relación la agregación al Perú de
vastos territorios en la cuenca del Marañón-Amazonas hasta Sucumbios,
como también lo hizo el Presidente de Quito, barón de Carondelet el 20
de febrero de 1803, resulta francamente insólito que años más tarde
con base en la astucia, la mentira y el ocultamiento de documentos,
sumado a la inopia e incompetencia del plenipotenciario peruano, se
haya trastocado lo que se preconizaba como piedra angular de la
delimitación territorial (el uti possidetis de 1809) para crear
derechos inexistentes y lo que es peor, propuestos por el mismo
negociador peruano que, además, como se verá enseguida, no se ruborizó
para repetir la misma monserga claudicante al Congreso peruano.

Un lego, podría preguntarse con derecho quien propuso primero en la
conferencia del 17 de setiembre el trazo de una línea "diagonal hasta
el Chinchipe y continuar con sus aguas hasta el Marañón" ¿Gual o
Larrea? Y pondría en primer lugar a Gual porque es lógico que el
representante del Estado usurpador avance sus pretensiones. Mas, la
respuesta que nos da Aranda con ese verbatim es que fue, al revés,
motu proprio el peruano Larrea tomó la iniciativa. Tal vez subyugado o
encandilado por las artes de seducción que tenía Bolívar, terminó
Larrea por hacer suyo lo que el megalómano guerrero debió pintarle
como paso para alcanzar la gloria y la posteridad, tal como lo hizo
con Unánue en febrero de 1826. No se puede entender de otra manera
tamaño disparate de lesa patria, aun cuando la ignorancia temeraria de
Larrea sobre lo que hablaba pudo haber sido el factor catalítico que
jugó a favor del caraqueño.

Pero, ese día el claudicante Larrea fue mucho más allá. Pues, renegó
en perjuicio del Perú del uti possidetis de 1809, retrotrayendo
graciosamente los derechos de la Colombia bolivariana a la época
"cuando se nombraron Virreynatos de Lima y Nueva Granada antes de su
independencia." Vale decir, se fue al siglo XVIII que era lo que le
convenía más a la Colombia bolivariana, habida cuenta del escollo que
representaba para Bolívar la real Cédula de 1802. Mas, como Gual
tampoco estaba tan seguro de la base en la que debía fundamentar lo
que quería arrebatarle al Perú, volvió a referirse esta vez al uti
possidetis de 1810 como referencia de su derecho sin percatarse que
complicaba su posición.

Planteada la ratificación del Tratado de Guayaquil, muy astuto el
complaciente presidente Gamarra sacó las manos del fuego, prefiriendo
viajar por esos días al norte, así Gutiérrez de la Fuente quedó solo
con esa terrible responsabilidad histórica de ratificar un tratado
infame, acompañado de un cura, José Armas, que fungía como canciller.
Pero, antes, el Congreso tuvo que dar su aprobación y es allí cuando
el sainete fue francamente de Ripley. Solo para tener una idea de la
ignorancia culpable en la que vivían los miembros de la mediocre casta
política que manejaba las instituciones en Lima, se trascriben a
continuación fragmentos del dictamen de la Comisión Diplomática:

"La Comisión Diplomática habiendo meditado con la más prolija
escrupulosidad (sic) los tratados de paz celebrados por el Ministro
Plenipotenciario de nuestra República con el de la de Colombia (sic),
los mismos que personalmente presentó en la Cámara el Ministro de
Relaciones Exteriores, juzga inoportuno detenerse en aquellos
artículos que versándose sobre puntos comunes del derecho
internacional, manifiestan ser los mismos que se estilan en los
tratados de igual clase (...). En orden a los artículos cinco, seis,
siete y ocho por los que se estipula el nombramiento de una Comisión
compuesta de dos individuos nombrados por cada Gobierno para que
recorra, rectifique y fije la línea divisoria bajo la base de los
linderos de los antiguos Virreynatos de Nueva Granada y el Perú,
cediéndose mutuamente las partes contratantes las pequeñas porciones
de territorio que contribuyan a determinar los confines de una manera
más exacta, natural e incuestionable, comenzando sus trabajos desde la
embocadura del río Tumbes, la Comisión opina que se ha elegido en este
delicado punto el medio más legal, prudente y recíprocamente útil a
ambas partes contratantes (sic). (...) Las provincias disputadas por
ambos Estados como partes integrantes de sus territorios, lejos de
considerarse ya bajo este aspecto, quedan sujetas a las
desmembraciones de que está encargada por su naturaleza toda comisión
de límites. El resultado debe ser la mutua compensación de las
pérdidas del Perú y Colombia, porque en la línea divisoria que se
trace ha de dividirse de necesidad uno y otro territorio y si, como es
natural, se tirase de Tumbes dicha línea por la cercanía de Loja hasta
la confluencia del río Chinchipe con el Marañón (sic), resultaría que
a más de tener bien marcados los linderos, y capaz de defenderse de
todo género (sic), quedarían al Perú los más vastos territorios de
Jaén y Maynas, no cediendo de la primera más que la capital que es de
ninguna importancia (sic), y de la segunda unas pequeñas reducciones a
la izquierda del Marañón (sic) compensándose esas cesiones con otras,
sino superiores, al menos notoriamente iguales interesantes (sic)
(...). En el debate mismo resaltará esta verdad y el eminente servicio
que ha hecho al Perú el Enviado en sus tareas diplomáticas (sic)."
(Ibid.).

Celosos por preservar el principio de la mutua compensación, no se
daban cuenta los imberbes de la Comisión Diplomática con Pedro Astete
a la cabeza, de los vastos territorios que perdía el Perú si ese
tratado quedaba perfeccionado. Veían el árbol, mas no el bosque. Y lo
más grave de esa ignorancia supina fue admitir que la capital de Jaén
era de "ninguna importancia" y podía perderse, como también las
"pequeñas reducciones a la izquierda del Marañón (sic)." A estos
aprovechados de médula cortesana no les importaba la histórica
Chachapoyas en cuyo corazón trasandino latía una peruanidad feroz. No,
a ellos lo que les importaba es justificar ante el master de turno lo
hecho por uno de los suyos en Guayaquil. No hay otra forma de
entender ese irresponsable entreguismo.

En una palabra, el Perú se encontraba en manos de gente sin sentido de
patria, incompetente y, encima, negligente en grado extremo. Por
tanto, podemos decir que los problemas limítrofes del Perú por cerca
de ciento setenta años fueron producto de la convergencia de un
megalómano obsesivo, como fue Simón Bolívar, con la cuasi estulticia
de una casta política peruana más proclive a la cortesanía que a
defender con sangre desde el primer grano de arena del territorio
patrio.

Y tan necio era Larrea, quizás obnubilado por su ignorancia, que el 23
de setiembre, día en que recibió una carta de Gual anunciándole que el
presidente de Colombia había "aprobado en todas sus partes" el tratado
firmado el 22, redactó un oficio al que acompañó los verbatim, dejando
en él consignadas las siguientes precisiones que solo sirven para
demostrar, una vez más, que no tenía idea de lo que había hecho ni
tampoco de la dimensión del perjuicio que con esas concesiones
monumentales le hacía al Perú hasta fines del siglo XX. Además, esa
carta es una prueba contundente de la correa de transmisión que
existía entre Larrea y la Comisión Diplomática del Congreso peruano.
Veamos lo que dejó para la posteridad ese infeliz:

"Tengo la honra de acompañar a US. el protocolo original de las
conferencias que hemos tenido con el señor Ministro Plenipotenciario
de esta República, sobre la paz ajustada con ella (...). No me parece
superfluo observar a US. dos puntos principales que no se desenvuelven
en ellos con la claridad y precisión que demanda su grave y delicada
entidad. Primera: En el conflicto de estas para tocar un inevitable
rompimiento, sin insistir en fijar la base que se me tenía dada en mis
instrucciones sobre los límites de la dos Repúblicas, de tener que
pasar ellas por su actual posesión, o en caso contrario someter la
decisión de este punto a la Comisión que debería nombrarse al efecto,
adopté las más sencilla y natural, cual es, la de reconocer por línea
divisoria de ambas, la misma que lo había sido cuando se denominaban
Virreynatos del Perú y de Nueva Granada antes de su independencia,
evitando con el más vivo empeño (sic) la calidad adoptada en el
artículo segundo del Convenio de Jirón, que es el uti possidetis del
año mil ochocientos nueve (...). Así es que la base dada por mí es
general e indeterminada (sic), admitiendo por tanto cualquiera
discusión, que pueda sernos favorable y quedando sometida la decisión
de los puntos controvertidos a este respecto a un Gobierno árbitro
según el artículo diez y nueve de dichos tratados. Mas no obstante
estas razones, opino particularmente y lo tengo dicho en las
expresadas conferencias (en cursivas en el original) que para cortar
definitivamente todo género de disturbios con esta República en lo
venidero, será muy útil y conveniente se fijasen por límites de los
dos Estados la embocadura del río Tumbes, por una línea paralela
tirada por las cercanías de Loja al origen del Chinchipe, cuyas aguas
confluentes con las del Marañón, cerrasen por esta parte nuestro
territorio. De esta manera poseeríamos límites bien marcados y
fácilmente definibles de todo género de incursiones contrarias (...)."
(Ibid).

Como dirían los franceses "n'importe quoi." Y podemos deducir de
quién copiaron los miembros de la Comisión Diplomática esas
vergonzosas e indignantes referencias a Jaén y a las misiones de
Maynas; pues es más que probable que este oficio de Larrea haya sido
leído previamente por los integrantes de dicha Comisión, repitiendo
como loros lo que el cortesano claudicante afirmaba muy seguro de sí
mismo, aunque sin conocimiento de causa. Por tanto, hay razón para
clamar ¡pobre Perú! Vemos el grave trance por el cual pasó la naciente
República con esa manga de ineptos y oportunistas que conformaron la
casta política gobernante y si el grandioso Perú milenario no se vio
reducido a su mínima expresión fue porque Dios es grande.