por Herbert Mujica Rojas
22-7-2008
No pocas son las responsabilidades aún no aclaradas o individualizadas
de las miopes castas políticas peruanas que ayer, como hoy, ignoraban
asuntos fundamentales del drama nacional. Así surgieron conflictos
desde la misma génesis fundacional de la república. En Las veleidades
autocráticas de Simón Bolívar, Tomo IV La guerra de límites contra el
Perú, el embajador Félix C. Calderón revela por vez primera y con
abundancia de detalles estos intríngulis escabrosos. Y hay que decirlo
con voz bronca: aberrantes. Los artículos a continuación, a modo de
resumen, sintetizan capítulos mantenidos en tinieblas durante
decenios. (hmr)
La obsesión de Simón Bolívar por Jaén y Maynas (II)
por Félix C. Calderón
El colapso administrativo del Perú se debió a la pérdida brutal en muy
poco tiempo del cogollo de los especialistas de la administración
colonial, ya sea por considerar prudente los más capaces regresar a
España, o porque fueron echados malamente de sus puestos de trabajo o
porque perecieron defendiendo sus intereses. Lo cierto es que en medio
de este zafarrancho administrativo aparecieron de la noche a la mañana
para reemplazarlos novatos, improvisados, aprovechados o extranjeros.
Muchos de ellos sin mayor conocimiento de la historia colonial peruana
inmediata o del manejo de la cosa administrativa, y no pocos con una
visión fanática del cambio. De allí esa contradicción aparente, si
creemos a Joaquín Mosquera, de utilizar como referencia electoral la
Guía de 1797 que excluía a Jaén y Maynas y, al mismo tiempo, convocar
al electorado de esos territorios para tener representantes en el
Congreso de Lima. Es decir, queda la impresión que se sabía de oídas
que Jaén y Maynas eran peruanos, pero no se hacía el linkage con la
Real Cédula de 1802. Desconocimiento que resultó fatal para el Perú
republicano.
Días más tarde, la perseverancia del plenipotenciario colombiano dio
frutos mitigados, firmándose el 22 de julio de 1822 el Tratado
Monteagudo-Mosquera, el cual en su artículo IX no hizo ninguna
referencia a la Real Cédula de 1802, limitándose tan solo a señalar
que "la demarcación de los límites precisos" se arreglaría "por un
convenio particular después que el próximo Congreso Constituyente del
Perú haya facultado al Poder Ejecutivo del mismo Estado para arreglar
este punto." Al parecer, muy acertadamente Bernardo de Monteagudo se
valió de lo estipulado en el artículo 6º de la Constitución de 1823
("El Congreso se reserva la facultad de fijar los límites de la
República, de inteligencia con los Estados limítrofes, verificada la
total independencia del Alto y Bajo Perú."), para sustraerse a la
alternativa de tener que prejuzgar límites que podían traducirse en
perjuicio del Perú. (Véase Tomo Segundo: La fanfarronada del Congreso
de Panamá).
La firma del Tratado Montegudo-Mosquera coincidió con la instrucción
antes mencionada de Sucre, impartida igualmente el 22 de julio. Más,
cuando se enteró en agosto este disciplinado lugarteniente por la
Gaceta de Lima que Jaén había sido convocada para enviar diputados al
Congreso peruano, decidió dar marcha atrás, pues era preferible
esperar que la situación se decantara en el Perú. Suponemos que,
también, por esa fecha recibió noticias de la firma en Lima del
Tratado Monteagudo-Mosquera que, literalmente, congelaba el supuesto
litigio fronterizo. Es por eso que en el recuento que hizo el
Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú el 9 de octubre de 1822,
suscrito por Francisco Valdivieso, se consignó en el penúltimo párrafo
lo siguiente:
"El último oficio que se acaba de recibir del Presidente del
Departamento de Trujillo, con fecha 28 de setiembre anterior, relativo
a las mismas recientes comunicaciones del General Sucre con el
Gobernador de Jaén, manifiesta haberse cambiado el aspecto odioso de
este negocio; y que no se quiere turbar la armonía de la república de
Colombia con el Gobierno del Perú (sic)." (Ibid.).
Así las cosas, un nuevo intercambio de comunicaciones tuvo lugar entre
el plenipotenciario colombiano Joaquín Mosquera y el Ministro de
Guerra y Marina encargado de Relaciones Exteriores, Juan de
Berindoaga, Conde de San Donás, durante el lapso cercano a un mes (11
de octubre y 4 de noviembre de 1823), por el cual se acordó arreglar
"la demarcación de límites entre ambas Repúblicas."
Y cuando el Congreso Constituyente del Perú sesionaba en 1823, ya con
Bolívar autoproclamado libertador recorriendo el norte del territorio
peruano, y tan pronto como Colombia ratificó el tratado de 22 de julio
de 1822, Joaquín Mosquera volvió a activar en Lima, puntualmente, la
cuestión de límites pendiente, de conformidad con lo acordado en el
artículo IX del tratado antes citado, y fue éste mismo representante
colombiano quien tomó la iniciativa de presentar el 3 de diciembre de
1823 un proyecto de Convención no necesariamente exento de
ambigüedades. El texto se leía como sigue: "Ambas partes reconocerán
por límites de sus territorios respectivos, los mismos que tenían en
el año de mil ochocientos nueve los ex –Virreynatos del Perú y Nueva
Granada, desde la desembocadura del río Tumbes al mar Pacífico hasta
el territorio del Brasil." (Ibid.).
Como se puede apreciar, si bien había una referencia clara al uti
possidetis de 1809, se combinaba oscuramente ese principio con una
delimitación implícita mediante un trazo en el sentido latitudinal
desde la desembocadura del río Tumbes hasta la frontera con el Brasil.
Es decir, con este fraseo ambiguo se negaban los innegables derechos
del Perú prevalecientes en 1809 con base en la real Cédula de 1802,
modificándose de facto la posición que sostuvo el régimen bolivariano
en el Tratado Monteagudo-Mosquera en que no se prejuzgaba nada. Y lo
que es peor ese trazo arbitrario resultó ser también del gusto de
algunos peruanos, como se va a demostrar.
Pero, cuando Juan de Berindoaga sometió esa propuesta a consideración
de la Comisión Diplomática del Congreso peruano, el 12 de diciembre de
1823, ésta tuvo a bien introducir una importante enmienda que se lee
como sigue:
"La Comisión Diplomática ha examinado el proyecto de Convención que,
para el arreglo de límites con la República de Colombia, presentó al
Supremo Gobierno el Ministro Plenipotenciario señor Joaquín Mosquera,
el cual opina la Comisión puede admitirse suprimiéndose las
expresiones desde la desembocadura del río Tumbes al mar Pacífico
hasta el territorio del Brasil (en cursivas en el original); pues son
en concepto de los que suscriben contradictorias (sic) a lo que se
establece por base en la primera parte de dicho proyecto, y lo que en
cumplimiento de sus deberes expondrán al Congreso en la discusión de
una materia de tanta gravedad y trascendencia." (Ibid.).
Lógico y contundente dictamen promovido por Juan de Berindoaga, lo
cual fue a la postre probablemente la causa del odio a muerte que le
tuvo Bolívar quien no paró hasta mandarlo al cadalso. Ese histórico
dictamen firmado, entre otros, por Juan Antonio de Andueza, José
Gregorio Paredes, José María Galdiano y Bartolomé de Bedoya, tuvo el
acierto de detectar la contradicción que se daba en la propuesta de
Mosquera, razón por la cual optó por simplificarla, conservando tan
solo la primera parte del texto original, pese a que se ignoraban los
alcances de la Real Cédula de 1802. Es así como, aceptado formalmente
el nuevo texto por el enviado Mosquera a propuesta del
plenipotenciario peruano ad hoc José María Galdiano, el 18 de
diciembre de 1823 se suscribió la Convención de Límites consistente en
dos artículos, siendo el principal el artículo I que estipulaba lo
siguiente: "Ambas partes reconocen por límites de sus territorios
respectivos los mismos que tenían en el año mil ochocientos nueve los
ex – Virreynatos del Perú y Nueva Granada." (Ibid.).
Dicha convención fue aprobada por el Congreso Constituyente peruano al
día siguiente, 19 de diciembre. Más, ese no fue el caso del Congreso
de la Colombia bolivariana. El 7 de febrero de 1825 se produjo un coup
de theâtre. El Encargado de Negocios colombiano en Lima Cristóbal de
Armero puso en conocimiento de la Cancillería peruana por intermedio
de una nota fechada ese día que "elevado a la consideración del Cuerpo
Legislativo el tratado de límites concluido entre ésta y aquella
República el 18 de diciembre del año pasado de 1823, por los
Plenipotenciarios de ambas partes; no ha tenido a bien prestarle su
aprobación (sic), deja así la negociación abierta para que se haga
oportunamente una nueva Convención." (Ibid.). ¿Qué había ocurrido?
¿Por qué el país promotor de la Convención de Límites negaba su
aprobación a un tratado que en lo esencial retenía la tesis
bolivariana del respeto al uti possidetis de 1809? La respuesta la da
el mismo Bolívar en una carta remitida a Santander meses antes, el 29
de julio de 1822:
"A fines de este mes pienso pasar a Cuenca y Loja volviendo aquí por
Túmbez para examinar nuestra frontera (sic). El batallón Bogotá queda
de guarnición en aquellas provincias. (…) Tenga Ud. entendido que el
corregimiento de Jaén lo han ocupado los del Perú, y que Maynas
pertenece al Perú por una real orden muy moderna (sic); que también
está ocupada por fuerzas del Perú. Siempre tendremos que dejar a Jaén
por Maynas (sic) y adelantar si es posible nuestros límites de la
costa más allá de Túmbez (sic). Yo me informaré de todo en el viaje
que voy a hacer y daré parte al gobierno de mi opinión." (Vicente
Lecuna.- Op. cit.- Tomo III).
Es decir, la conducta que observó Sucre el 22 de julio era
perfectamente coherente con lo que pensaba su master por esos días.
Esto es, con cargo a prever un quid pro quo, puesto que se conocía los
alcances de la Real Cédula de 1802, era cuestión de anticiparse a
tomar posesión de Jaén para eventualmente cambiarlo por Maynas:
"Siempre tendremos que dejar a Jaén por Maynas (sic) y adelantar si es
posible nuestros límites de la costa más allá de Túmbez (sic)." El
esquema concebido no dejaba duda. Pero, goloso como era el osado
guerrero, después lo quiso todo y más, para terminar perdiendo.
Teniendo en cuenta lo admitido por Bolívar en esa carta de 29 de julio
de 1822, concordante con la Real Cédula de 1802 y con lo puntualizado
por Tomás Cipriano de Mosquera, la pretensión de Gual del status quo
ante bellum corroboraba, paradójicamente, que el territorio peruano
comprendía Jaén y Maynas. De donde se desprende que sostener lo
contrario era falaz y doloso. Doblemente falaz e inexcusablemente
doloso; por cuanto, por un lado, se le quería arrebatar al Perú
arbitrariamente esos importantes territorios y, por el otro, se daba
por todo argumento un supuesto derecho pretérito, aun cuando éste era
infundado, inexistente.
Como lógica consecuencia, es de imaginar la reprimenda que recibió
Joaquín Mosquera cuando regresó a Bogotá tras concluir la Convención
de 1823, porque al suprimirse en Lima la parte final de su texto,
quedaba intacto implícitamente el derecho territorial del Perú sobre
Jaén y Maynas en tanto se sabía en la capital bolivariana que Maynas
pertenecía otra vez al Perú "por una real orden muy moderna (sic)".
Por eso, con la experiencia del traspié de Joaquín Mosquera en Lima,
Bolívar y Gual volvieron a la carga en 1825. Primero se pensó
acreditar a Sucre como plenipotenciario en Lima para zanjar el asunto
de los límites y la supuesta deuda. Mas, como éste era indispensable
para el fiel cumplimiento de la agenda que tenía el ambicioso caudillo
en el Alto Perú, se optó por llevar la negociación al istmo de Panamá
al margen del Congreso convocado para disuadir a los españoles a no
emprender una expedición restauradora por Maracaibo (véase el Tomo
Segundo: La fanfarronada del Congreso de Panamá). En una comunicación
que desde Lima le remitió Bolívar a Santander, el 30 de mayo de 1826,
definió muy bien sus planes al respecto:
"(…) No hablo a Vd. del nuevo proyecto eclesiástico, porque todavía no
lo hemos presentado al gobierno del Perú para que lo considere. Se
espera al general Santa Cruz que es más despreocupado que el actual
presidente (sic). (…) El general Sucre quedará mandando en Bolivia por
dos o tres años. El general Santa Cruz se pondrá a la cabeza del
consejo de gobierno. En este país quedan las cosas muy poco seguras,
porque faltan por ejecutar las operaciones políticas más peligrosas y
de mayor interés. (…) Gual me ha escrito de Panamá, y toda su carta
(sic) se reduce a hablarme sobre la necesidad en que estamos de
apresurar la negociación de límites entre el Perú y Colombia; él es de
la opinión que por tal de que se consiga este tratado dejásemos la
provincia de Loja del lado peruano. Yo he contestado (sic) que no soy
de este parecer, ni que debemos perder a Mojos y Bracamoros (sic),
cuando estas provincias deben quedarnos porque nos pertenecen porque
no son desiertos como los del Marañón. Le digo que de Jaén al Marañón
se puede tirar una línea y este río puede servirnos de límites entre
los dos desiertos; los antiguos límites de las provincias de Quito y
los peruanos deberán servirnos de frontera (sic). Creo, pues, que
Colombia podría autorizar a Heres para que entablase esta negociación
sobre esta base, que puede y aun debe ser aceptada, siendo esto lo que
verdaderamente conviene a ambos (sic). Yo no dudo que Heres logre un
buen efecto en su misión, porque, además de la justicia del reclamo,
la amistad que tiene con el general Santa Cruz, que va a ser el
presidente del Consejo de Gobierno, le facilitará los medios de
obtener el buen resultado que desea Gual sin sacrificar nuestros
intereses (sic) perdiendo a Loja. Además para perder siempre hay
tiempo y mucho menos cuando esta pérdida es inexcusable." (Vicente
Lecuna: Op. cit.- Tomo V).
"Para perder siempre hay tiempo y mucho menos cuando esta pérdida es
inexcusable." Quien hablaba de ese modo era quien fungía en ese
momento de dictador supremo del Perú, esto es, ejercía en forma
ilimitada el poder en todos los ámbitos. Reténgase igualmente esta
frase: "Le digo que de Jaén al Marañón se puede tirar una línea y este
río puede servirnos de límites entre los dos desiertos; los antiguos
límites de las provincias de Quito y los peruanos deberán servirnos de
frontera (sic)." Y llamamos la atención de este párrafo porque muy
pronto, fue Hipólito Unánue, ese tránsfuga contumaz, quien se plegó a
esa tesis, siendo en esto ostensible la influencia nefasta de Bolívar
sobre los títeres que manejaba en Lima en el seno del fantasmal
Consejo de Gobierno. (Continuará).