por Luis Alberto Salgado T.; luissalgadot@aol.com
6-4-2015
El 5 de abril de 1992 se produjo un
hecho nefasto para el Perú.
Ese día fue el golpe de Estado que
perpetró Alberto Fujimori con un grupo de militares indignos y con el apoyo de
un sector inculto y autoritario de poderosos vinculados a negocios y empresas
que nunca entendieron que ésta era una patria para todos. Así, Fujimori,
quebrantando el mandato democrático y constitucional que recibió y deshonrando
su palabra, so pretexto de combatir al terrorismo y del desprestigio del
Parlamento, violando la Constitución de 1979, dio un golpe estructural,
descarado y brutal contra las incipientes instituciones de nuestra democracia e
impuso un orden dictatorial que devino en uno de los regímenes más corruptos,
entreguistas y abusivos de la historia nacional. Violentamente y por la fuerza
de las armas que la Nación les entregó para protegerla, disolvió y cerró el
Congreso, intervino y puso a su servicio al Poder Judicial y al Ministerio
Público, calló y sometió a la Contraloría General de la República, cerró medios
de comunicación y ordenó la detención de dirigentes de la oposición así como de
líderes populares, gremiales y sindicales.
Dice el diccionario que nefasto es algo que causa desgracia o va
acompañada de ella. Y aunque algunos (incluidos
los regímenes de Alejandro Toledo, Alan García y el actual de Ollanta Humala)
pretendan ver, convenientemente, en ese golpe de Estado sólo el aspecto formal
institucional que corrompió inclusive instituciones no políticas como nuestras
Fuerzas Armadas y Policiales, es una verdad contundente y comprobable que el
carácter estructural de ese quebrantamiento constitucional, de ese rompimiento
del pacto social obligado que emanaba de nuestra Constitución de 1979, alcanzó perniciosamente,
mediante la violación de derechos civiles, políticos, económicos, sociales,
culturales y ambientales, las bases mismas de nuestra sociedad y malogró por
décadas el futuro de millones de peruanos. Y no nos referimos solamente a las ejecuciones
extrajudiciales o asesinatos de inocentes y dirigentes gremiales y campesinos,
o a las gravísimas y sistemáticas esterilizaciones forzadas a las que fueron
sometidas miles de mujeres peruanas, ni al descenso drástico de los niveles
educativos y de salud de nuestras poblaciones. Nos referimos a ello sí, pero
también a lo que muchos no logran percibir en términos de deterioro que
compromete las bases mismas de nuestra existencia como nación.
Los múltiples efectos
De manera que para que nos entendamos
mejor entre los peruanos, debemos hablar las cosas claras y observar
reflexivamente y de manera integral los múltiples efectos dañinos y lesivos a
la libertad y a la dignidad humana involucrados en la necedad de mantener con
engaños de “honestidad, tecnología y
trabajo”, con la demagogia del “cambio
responsable”, o traiciones descaradas ofreciendo la “gran transformación”. Esa forma indecente de administrar el poder
político, que a eso le llaman “gobernar”, que profundiza de manera insultante
las desigualdades, que genera frustraciones masivas, que arrebata la esperanza
a nuestros jóvenes, que abandona en la indigencia a los ciudadanos de tercera
edad que, en general, degrada la dignidad de los peruanos con gobernantes
incapaces y/o corruptos, y que origina evidente desgano, desesperanza y llega a
encolerizar tanto en sectores populares como a nuestras clases medias, debe
pronto terminar, por la vía de la democracia y de las urnas.
En el lento, largo y complejo acontecer
de la vida de los pueblos y sociedades esos resultados nefastos a los cuales
nos hemos referido, difícilmente se perciben por la mayoría al día siguiente, ni
a corto o mediano plazo. Inclusive, al controlar y concentrar todo el poder, como
lo hizo abusiva y delictivamente el régimen de Fujimori, puede generarse por un
tiempo la ilusión, mediante maniobras psicosociales, de que se están
corrigiendo algunas cosas importantes y se puede atrofiar o anestesiar
temporalmente el entendimiento de cierto sector ciudadano, con el apoyo de prensa
transable y negociante. Sin embargo, en el caso del 5 de abril de 1992, la
descomposición del organismo social comenzó por dentro y se puso en marcha, y sólo
años después se descubriría cabalmente, a nivel nacional e internacional, lo
que le habían hecho al Perú.
Un modelo agotado y fracasado
Ese año comenzó a incubarse, a paso
firme, la ineficiencia y contradicción de largo plazo de un modelo económico neoliberal
a ultranza impuesto con fanatismo ideológico. Un modelo fuertemente
antinacional excluyente, discriminatorio y racista que privilegia y favorece a
una minoría que sólo se benefició por el auge de los precios internacionales de
minerales mientras profundizaba la desigualdad. En lugar de iniciar un proceso
de industrialización con gobierno y gestión transparente de los recursos del
Estado, comenzó el remate vil de nuestros bienes, recursos y riquezas
nacionales con una privatización extremista que unos cuantos vivazos
aprovecharon para hacerse millonarios. Y, por supuesto, con el silencioso
empobrecimiento estructural y sistemático de millones de familias peruanas.
Pero también comenzó intensificado el envilecimiento soterrado de nuestra
sociedad y del Estado y las consecuencias claras las vamos viendo el día de
hoy.
Por ello ese golpe del 5 de abril fue
nefasto para Perú pues se sentaron las bases para el comienzo de la pesadilla
colectiva que hoy, como dura realidad se cierne sobre nuestro país, con la
corrupción impune al más alto nivel del Estado, extendida y generalizada, con
su lógica secuela de la criminalidad organizada -que pretende justificarse a sí
misma ante la corrupción impune de la llamada “clase gobernante"-, de redes
del narcotráfico (que impregnan inclusive
cierto sector del Estado), y de la delincuencia común que vemos avanzar en el
territorio nacional hoy en el 2015.
Así, al quebrantar nuestra incipiente
democracia y con el pretexto de combatir a la subversión terrorista se inició
un proceso sistemático de violación masiva de derechos humanos civiles,
políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales. Es decir, por el
carácter integral, transversal e indivisible de los derechos humanos, también
se ha iniciado la destrucción de nuestros diversos y ricos ecosistemas que, si
no se produce un cambio real y sustantivo en la forma de gobernar, tomar
decisiones con participación de los pueblos involucrados y de manejar nuestros
recursos naturales daremos pasos irremisibles de un verdadero descalabro
ecológico y ambiental en perjuicio masivo de todos.
La respuesta de la democracia
Lo anterior ha sido una breve exposición
de lo que nunca debió ocurrir en el país y no se trata de ser profetas del
pasado pues hay quienes desde las primeras semanas del régimen fujimorista
percibieron con nitidez la traición que se gestaba, en manos el gobierno del
Perú, de quienes por un sino indescifrable hasta hoy, jamás debieron detentar
poder alguno. Y si quisiéramos comprender en algo el drama de nuestra patria,
quizás debiéramos hurgar en los antecedentes y conductas que definieron la
derrota del Perú en el conflicto que tuvo con intereses ingleses a través de
Chile en 1879.
Por las anteriores consideraciones, al
cabo de 23 años de persistir en ese empecinamiento negativo, improductivo y
lesivo para el país, es que la necesidad y perentoriedad, ahora sí, histórica,
de un cambio de rumbo, en democracia y en libertad, constituye la tarea
impostergable de la hora.
No es necesario, a estas alturas,
abundar en razones para afirmar que es inaplazable y hasta éticamente
obligatoria la coordinación y unión de todas las fuerzas y organizaciones sanas
y democráticas del Perú. Las organizaciones políticas y movimientos sociales
que estamos empeñados en la construcción de un gran Frente Amplio nacional y democrático, tenemos como principal fundamento
y propuesta a los pueblos del Perú nuestro compromiso transparente e
indeclinable con los derechos humanos y con los valores y principios de la
democracia para todos. La ejecutoria y trayectoria de quienes impulsamos este
Frente Amplio necesario en la hora presente es el principal argumento ante los
pueblos del Perú, que tienen derecho al escepticismo y a la desconfianza, pero
también a la esperanza.