Sunday, November 07, 2010

VIDEO L.A.S.T @ Lavado de Bandera



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From: Luis Alberto Salgado <luissalgadot@aol.com>
Date: 2010/11/7
Subject: Fwd: VIDEO L.A.S.T @ Lavado de Bandera
To: Rocio Valencia <almamariana19@yahoo.com>, Eduardo Bueno Leon <jle27049@hotmail.com>, HUGO SANCHEZ <hugosanchez@ec-red.com>, "hcmujica@gmail.com" <hcmujica@gmail.com>
Cc: VALER PINTO HECTOR <comandoandes@hotmail.com>, Percy Grandez Barrón <percy_2_9@hotmail.com>, Darwin Najarro <darnasil@hotmail.com>




Asunto: VIDEO L.A.S.T @ Lavado de Bandera indoamericana

 ya se encuentra disponible en You Tube,
Facebook y La Mula el video del lavado de bandera frente a la Casa del
Pueblo. Los links son los siguientes:
http://www.youtube.com/watch?v=GyOH7faBvNg
http://lamula.pe/2010/11/07/repelen-con-gases-lacrimogenos-a-militantes-apristas-y-periodistas-frente-a-la-casa-del-pueblo/4510

Que tengan un bonito domingo.

Saludos y estamos en contacto.

Alex Carbjal Michaud

“Alan no se va a entrometer en mi gobierno” /////// ¡La candidata del oficialismo no pudo, siquiera, citar un texto de Haya de la Torre, ignorancia atrabiliaria e insolente!

"Alan no se va a entrometer en mi gobierno"

Mercedes Aráoz, la precandidata del Apra para 2011, hace énfasis en que es una invitada del oficialismo y cuenta cuál será el rol de Alan García en un eventual gobierno suyo.
Autor: Emilio Camacho
Ni locomotora para los 'compañeros' ni sacamanchas para borrar las culpas del oficialismo. La flamante precandidata del Partido Aprista, Mercedes Aráoz, presume de su independencia. Es la creadora del alanismo sin Alan.

¿Cómo debo llamarla? ¿Señora Aráoz o compañera Meche?

(Sonríe) Mercedes Aráoz Fernández, ese es mi nombre, no tengo otro. Yo soy una invitada del Partido Aprista, no soy miembro del partido, aunque lo respeto mucho. Y ante todo creo que el partido y yo tenemos afinidades en la visión de lo que debe ser el desarrollo del país. Y por eso he trabajado con ellos durante estos últimos cuatro años. No formo parte y sería feo, creo yo, asumir que represento al Apra en su conjunto, en su visión completa, soy una invitada.

Lo primero que se ha dicho después de que usted fuera presentada como precandidata es que en el Apra quieren utilizarla como la locomotora que debe jalar la mayor cantidad de militantes al Congreso.

Primero, creemos que sí, debe haber una bancada amplia del Partido Aprista, pero el punto de interés común es que podemos contribuir en la atracción de muchos independientes y que podemos jalar a muchas personas que ven un modelo de crecimiento económico, con inclusión social, muy importante.

¿Usted tendría la misión de convocar a los independientes?

Es un trabajo compartido. Yo he estado convocando a algunos, por mi lado, y ellos han estado conversando con otros movimientos. Yo creo que hay una posibilidad de encontrarnos. Es más, lo dialogamos bastante. Entiéndame, soy candidata del Apra, invitada, y como tal yo comparto muchas de sus opiniones.

A ver, en una negociación las cosas deberían quedar claras, ¿cuánto espacio le han dado a usted para confeccionar la lista parlamentaria?

Me parece muy temprano para hablar de cuánto espacio me han dado y esas cosas. Estamos trabajando juntos. No hemos hablado de porcentajes, esas cosas hay que manejarlas con mucha prudencia.

¿No es mejor tener las cosas claras antes de empezar? ¿Tanto confía en el Apra?

Nosotros hemos discutido temas muy concretos. Yo puedo aportar, y creo que lo voy a hacer, a muchas personas con buena voluntad para trabajar en este espacio, y hay un número que he mencionado, pero no tengo por qué revelar el trabajo que estamos haciendo.

¿Tiene algún nombre en mente?

Tengo varios nombres en mente, pero tampoco voy a revelarlos. Tenemos que respetar a las personas. No quiero comprometer a nadie antes de tiempo.

La señora Villarán ha anunciado que hará una auditoría al alcalde Castañeda, ¿usted también hará una auditoría en Palacio?

Mire, todo se hace con una revisión completa. Cuando uno entrega un cargo, todo se hace con informes completos con la Contraloría. No me cabe la menor duda de que podemos trabajar con la Contraloría.

¿Auditará al presidente García entonces?

Es que esa es una obligación. Es obligado pasar por un informe que realiza control interno, y que luego va a la Contraloría. Estaría cumpliendo con la ley. Ahora, no voy a pedir a una empresa privada que haga la auditoría, ese no es el objetivo.

¿Cómo definiría usted su compromiso en materia de lucha anticorrupción?

No tengo nada que hacer con la corrupción. A mí la corrupción me parece una desgracia. Considero, sin embargo, que siempre va a haber gente tentada por los malos hábitos, y por eso hay que generar todo un sistema. Yo he trabajado con el contralor, cuando estaba en el MEF, un proyecto para dar independencia a las oficinas de control interno.

Si usted tiene este compromiso en lucha anticorrupción, ¿no es una ironía que usted fuera presentada como candidata del Apra, junto a Jorge del Castillo y Omar Quesada, que justamente dejaron sus cargos en medio de sonadas denuncias por corrupción?

Eso está en el Poder Judicial. Todavía ellos, entiendo yo, están resolviendo sus temas, pero además son secretarios generales de su partido.
¿No será que el Apra quiere usar su prestigio para limpiarse de cualquier cuestionamiento?

Ellos saben perfectamente que tienen que pasar todos sus procesos.

Pero Mulder dice que la postulan para deslindar con la corrupción.

Es que yo no tengo nada que ocultar…

Desde luego, el problema es que si presentaban a Jorge del Castillo otra hubiera sido la cosa.

Lo único que puedo decir es que ellos van a hacer sus deslindes en el Poder Judicial, yo no soy juez.

¿Alguna vez corrigió al presidente García en un Consejo de Ministros, delante de sus ex colegas?

Sí, claro. Él siempre me ha dado libertad para decir las cosas en las que no estoy de acuerdo. Esa es una ventaja. Hemos tenido esa apertura, puede ser que no le guste, pero sí he tenido esa libertad.

Ustedes tuvieron un desacuerdo por el tema de la pena de muerte para violadores, ¿qué pasaría si él, durante un eventual gobierno suyo, le pidiera poner ese tema a debate?

Es que no me lo va a pedir, creo yo. Si me lo pidiera tendría que evaluarlo. Las ideas del presidente García no son necesariamente mis ideas.

¿Votar por usted no es votar por García?

En qué sentido.

Usted dice que es la continuidad…

En la continuidad sí, pero es votar por un programa que pone especial énfasis en la relación con la población.

¿Qué papel cumpliría Alan García en un eventual gobierno suyo?

Sería fantástico contar con un ex presidente del vuelo del presidente García, o de Toledo. Las palabras de ex presidentes son valiosas.

¿Pondría a García como ministro?

No creo que quiera ser ministro, pero sí podría ser un consejero político de primer nivel, sería fabuloso.

¿No sería peligroso? Podría terminar siendo el gobierno de García y no tanto el suyo.

No. La Constitución es bien clara. El presidente de la República es quien gobierna y yo sería la presidenta.

Usted me habla del marco constitucional y está claro que hay candados que deben respetarse, pero yo le hablaba más del estilo personal del presidente, ¿confía plenamente en que no se va a entrometer en su gobierno?

Él no se va a entrometer, lo conozco bastante bien de mi experiencia personal. Yo he trabajado con bastante libertad. He tomado decisiones y él no las ha interrumpido.

¿Quién va a hacer la campaña? ¿Usted o el Apra?

Va a ser una cosa mixta. Trabajaremos juntos, obviamente ellos tienen un aparato político útil, pueden llegar a diferentes rincones del país.

¿Cuándo empezaría a viajar por el país?

Pronto. Primero tienen que proclamar mi candidatura.

¿Irá a Amazonas?

Claro que sí.

¿Cuántos votos cree que saque en Bagua?
En Amazonas hemos trabajado muchos temas. Tengo la expectativa de que me conozcan de verdad, yo no tengo nada que ver con lo que ocurrió allí. No entiendo cómo se puede culpar a un ministro de Comercio por un tema policial.

La escuché mencionar a Haya de la Torre en la conferencia en la que fue presentada como candidata, ¿ha leído a Haya de la Torre?

He leído algunas cosas, no he leído todo, por supuesto. En la universidad lo estudiamos, para entender la historia del país hay que leer a Haya.

¿Cuál es el título que prefiere de Haya de la Torre?

Bueno, yo he leído algunas cosas, no tengo los nombres en la cabeza. No soy una experta en Haya, sé algo de su ideología. Había textos que leía en mis épocas juveniles que hacían referencia al rol que cumplía Haya en las asociaciones estudiantiles, que querían mayor participación de jóvenes y obreros.

Aparicio Pomares, el Hombre de la Bandera que derroto al enemigo chileno en la Batalla de Jactay.- El Peru profundo en la guerra contra Chile



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From: Cesar Vasquez Bazan <cesarvasquezbazan@yahoo.com>
Date: 2010/11/7
Subject: Aparicio Pomares, el Hombre de la Bandera que derroto al enemigo chileno en la Batalla de Jactay.- El Peru profundo en la guerra contra Chile
To: Juventud <apra_juventud@yahoogroups.com>


 

Aparicio Pomares, el Hombre de la Bandera que derrotó al enemigo chileno en la Batalla de Jactay.- El Perú profundo en la guerra contra Chile

 

 

 
El 8 de agosto de 1883, el ejército genocida de Chile mordió el polvo de la derrota en la Batalla de Jactay. La soldadesca del país del sur fue expulsada de Huánuco por los comuneros de Chupán, Chavinillo, Obas y Pachas, al mando del ex soldado Aparicio Pomares, el "Hombre de la Bandera".

Si bien en el Perú tenemos fotografías de traidores y colaboracionistas con Chile, como Mariano Ignacio Prado y Miguel Iglesias, carecemos de un retrato de Aparicio Pomares. En su lugar, presentamos la foto del Obelisco levantado en su homenaje y en recuerdo a los Héroes de la Batalla de Jactay.


EL HOMBRE DE LA BANDERA
Enrique López Albújar (*)

Fue en los días que pesaba sobre Huánuco una enorme vergüenza. No sólo era ya el sentimiento de la derrota, entrevista a la distancia como un desmedido y trágico incendio, ni el pavor que causan los ecos de la catástrofe, percibidos a través de la gran muralla andina, lo que los patriotas huanuqueños devoraban en el silencio conventual de sus casas solariegas; era el dolor de ver impuesta y sustentada por las bayonetas chilenas a una autoridad peruana, en nombre de una paz que rechazaba la conciencia pública. La lógica provinciana, rectilínea, como la de todos los pueblos de alma ingenua, no podía admitir, sin escandalizarse, esta clase de consorcios, en los que el vencido, por fuerte que sea, tiene que sentir a cada instante el contacto depresivo del vencedor. ¿Qué significaban esos pantalones rojos y esas botas amarillas en Huánuco, si la paz estaba ya en marcha y en la capital había un gobierno que nombraba autoridades peruanas en nombre de ella?

El patriotismo no sabía responder a estas preguntas. Sólo sabía que en torno de esa autoridad, caída en Huánuco de repente, se agitaban hombres que días antes habían cometido, al amparo de la fuerza, todos los vandalismos que la barbarie triunfante podía imaginar. Un viento de humillación soplaba sobre las almas. Habríase preferido la invasión franca, como la primera vez; el vivir angustioso bajo el imperio de la ley marcial del chileno; la hostilidad de todas las horas, de todos los instantes; el estado de guerra, en una palabra, con todas sus brutalidades y exacciones. ¡Pero un prefecto peruano amparado por fuerzas chilenas!... Era demasiado para un pueblo, cuyo virilidad y soberbia castellana estuvieron siempre al servicio de las más nobles rebeldías. Era lo suficiente para que a la vergüenza sobreviniera la irritación, la protesta, el levantamiento.

Pero en esos momentos faltaba un corazón que sintiera por todos, un pensamiento que unificase a las almas, una voluntad que arrastrase a la acción. La derrota había sido demasiado dura y elocuente para entibiar el entusiasmo y el celo patrióticos. La razón hacía sus cálculos y de ellos resultaba siempre, como guarismos fatales, la inutilidad del esfuerzo, la esterilidad ante la irremediable. Y al lado del espíritu de rebeldía se alzaba el del desaliento, el del pesimismo, un pesimismo que se intensificaba al verse a ciertos hombres – ésos que en todas partes y en las horas de las grandes desventuras saben extraer de la desgracia un beneficio o una conveniencia– paseando y bebiendo con el vencedor.
 
II

Pero lo que Huánuco no podía hacer iban a hacerlo los pueblos. Una noche de agosto de 1883, cuando todas las comunidades de Obas, Pachas, Chavinillo y Chupán habían lanzado ya sobre el valle millares de indios, llamados al son de los cuernos y de los bronces, todos los cabecillas – una media centena– de aquella abigarrada multitud, reunidos al amparo de un canchón y a la luz de las fogatas, chacchaban (1) silenciosamente, mientras uno de ellos, alto, bizarro y de mirada vivaz e inteligente, de pie dentro del círculo, les dirigía la palabra.

– Quizás ninguno de ustedes se acuerde ya de mí. Soy Aparicio Pomares, de Chupán, indio como ustedes, pero con el corazón muy peruano. Los he hecho bajar para decirles que un gran peligro amenaza a todos estos pueblos, pues hace quince días que han llegado a Huánuco como doscientos soldados chilenos. ¿Y sabes ustedes quiénes son esos hombres? Les diré. Esos son los que hacen tres años han entrado al Perú a sangre y fuego. Son supaypa-huachashgan (2) y es preciso exterminarlos. Esos hombres incendian los pueblos por donde pasan, rematan a los heridos, fusilan a los prisioneros, violan a las mujeres, ensartan en sus bayonetas a los niños, se meten a caballo en las iglesias, roban las custodias y las alhajas de los santos y después viven en las casas de Dios sin respeto alguno, convirtiendo las capillas en pesebreras y los altares en fogones. En varias partes me he batido con ellos... En Pisagua, en San Francisco, en Tacna, en Tarapacá, en Miraflores... Y he visto que como soldados valen menos que nosotros. Lo que pasa es que ellos son siempre más en el combate y tienen mejores armas que las nuestras. En Pisagua, que fue el primer lugar en que me batí con ellos, los vi muy cobardes. Y nosotros éramos apenas un puñado así. Tomaron al fin el puerto y lo quemaron. Pero ustedes no saben dónde queda Pisagua, ni qué cosa es un puerto. Les diré. Pisagua está muy lejos de aquí, a más de trescientas leguas, al otro lado de estas montañas, al sur... Y se llama puerto porque está al pie del mar.

– ¿Cómo es el mar, taita (3)? – exclamó uno de los jefes.

– ¿Cómo es el mar...? Una inmensa pampa de agua azul y verde, dos mil, tres mil veces más grande que la laguna Tuctu-gocha, y en la que puede caminarse días enteros sin tocar en ninguna parte, viéndose apenas tierra por un lado y por el otro no. Se viaja en buque, que es como una gran batea llena de pisos, y de cuartos y escaleras, movida por unos hornos de fierro que tragan mucho carbón. Y una vez adentro se siente uno mareado, como si se hubiese tomado mucha chacta (4).


III

El auditorio dejó de chacchar y estalló en una estrepitosa carcajada. ¡Qué cosas las que les contaba este Pomares!... Habría que verlas. Y el orador, después de dejarles comentar a sus anchas lo del mar, lo de la batea y lo del puerto, reanudó su discurso.

– Como les decía, esos hombres, a quienes nuestros hermanos del otro lado llaman chilenos, desembarcaron en Pisagua y lo incendiaron. Y lo mismo vienen haciendo en todas partes. Montan unos caballos muy grandes, dos veces nuestros caballitos, y tienen cañones que matan gente por docenas, y traen escondido en las botas unos cuchillos curvos, con los que les abren el vientre a los heridos y prisioneros.

– ¿Y por qué chilenos hacen cosas con piruanos?– interrogó el cabecilla de los Obas–. ¿No son los mismos mistis (5) ?

– No, esos son otros hombres. Son mistis de otras tierras, en las que no mandan los peruanos. Su tierra se llama Chile.

– ¿Y por qué pelean con los piruanos? – volvió a interrogar el de Obas.

– Porque les ha entrado codicia por nuestras riquezas, porque saben que el Perú es muy rico y ellos muy pobres. Son unos piojos hambrientos.

El auditorio volvió a estallar en carcajadas. Ahora se explicaban por qué eran tan ladrones aquellos hombres: tenían hambre. Pero el de Obas, a quien la frase nuestras riquezas no le sonaba bien, pidió una explicación.

– ¿Por qué has dicho Pomares, nuestras riquezas? ¿Nuestras riquezas son, acaso, las de los mistis? ¿Y qué riquezas tenemos nosotros? Nosotros sólo tenemos carneros, vacas, terrenitos y papas y trigo para comer. ¿Valdrán todas estas cosas tanto para que eses hombres vengan de tan lejos a querérnoslas quitar?

– Les hablaré más claro – replicó Pomares–. Ellos no vienen ahora por nuestros ganados, pero sí vienen por nuestras tierras, por las tierras que están allá en el sur. Primero se agarrarán esas, después se agarrarán las de acá. ¿Qué se creen ustedes? En la guerra el que puede más le quita todo al que puede menos.

– Pero las tierras del sur son de los mistis, son tierras con las que nada tenemos que hacer nosotros – argulló nuevamente el obasino–. ¿Qué tienen que hacer las tierras de Pisagua, como dices tú, con las de Obas, Chupán, Chavinillo, Pachas y las demás?

– Mucho. Ustedes olvidan que en esas tierras está el Cusco, la ciudad sagrada de nuestros abuelos. Y decir que el misti chileno nada tiene que hacer con nosotros es como decir que si mañana, por ejemplo, unos bandoleros atacaran Obas y quemaran unas cuantas casas, los moradores de las otras, a quienes no se les hubiera hecho daño, dijeran que no tenían por qué meterse con los bandoleros ni por qué perseguirlos. ¿Así piensan ustedes desde que yo falto de aquí?

– ¡No! – contestaron a un tiempo los cabecillas, Y el obasino, casi convencido, añadió:

– El que daña a uno de nuestra comunidad daña a todos.

– Así es. ¿Y el Perú no es una comunidad? – gritó Pomares–. ¿Qué cosa creen ustedes que es Perú? Perú es muy grande. Las tierras que están al otro lado de la cordillera son Perú; las que caen a este lado, también Perú. Y Perú también es Pachas, Obas, Chupán, Chavinillo, Margos, Chaulán... y Panao, y Llata, y Ambo y Huánuco. ¿Quieren más? ¿Por qué, pues, vamos a permitir que mistis chilenos, que son los peores hombres de la tierra, que son de otra parte, vengan y se lleven mañana lo nuestro? ¿Acaso les tendrán ustedes miedo? Que se levante el que le tenga miedo al chileno.

Nadie se levantó. En medio del silencio profundo que sobrevino a esta pregunta, sólo se veía en los semblantes el reflejo de la emoción que en ese instante embargaba a todos; una emoción extraña, jamás sentida, que parecía poner delante de los ojos de aquellos hombres la imagen de un ideal hasta entonces desconocido, al mismo tiempo que la voz del orgullo elevaba en sus corazones una protesta contra todo asomo de cobardía.

Pero el viejo Cusasquiche, que era el jefe de los de Chavinillo, viejo de cabeza venerable y mirada de esfinge, dejando de acariciar la escopeta que tenía sobre los muslos, dijo, con fogosidad impropia de sus años:

– Tú sabes bien, Aparicio, que entre nosotros no hay cobardes, sino prudentes. El indio es muy prudente y muy sufrido, y cuando se le acaba la paciencia embiste, muerde y despedaza. Tu pregunta no tiene razón. En cambio yo te pregunto ¿por qué vamos a hacer causa común con mistis piruanos? Mistis piruanos nos han tratado siempre mal. No hay año en que esos hombres no vengan por acá y nos saquen contribuciones y nos roben nuestros animales y también nuestros hijos, unas veces para hacerlos soldados y otras para hacerlos pongos (6). ¿Te has olvidado de esto, Pomares?

– No, Cusasquiche. Cómo voy a olvidar si conmigo ha pasado eso. Hace cuatro años que me tomaron en Huánuco y me metieron al ejército y me mandaron a pelear al sur con los chilenos. Y fui a pelear llevando a mi mujer y a mis hijos colgados del corazón. ¿Qué iba ser de ellos sin mí? Todos los días pensaba lo mismo y todos los días intentaba desertarme. Pero se nos vigilaba mucho. Y en el sur, una vez que supe por el sargento de mi batallón por qué peleábamos, y vi que otros compañeros, que no eran indios como yo, pero seguramente de mi misma condición, cantaban, bailaban y reían en el mismo cuartel, y en el combate se batían como leones, gritando ¡Viva el Perú! y retando al enemigo, tuve vergüenza de mi pena y me resolví a pelear como ellos. ¿Acaso ellos no tendrían también mujer y guaguas como yo? Y como oí que todos se llamaban peruanos, yo también me llamé peruano. Unos, peruanos de Lima; otros, peruanos de Trujillo; otros, peruanos de Arequipa; otros, peruanos de Tacna. Yo era peruano de Chupán... de Huánuco. Entonces perdoné a los mistis peruanos que me hubieran metido al ejército, en donde aprendí muchas cosas. Aprendí que Perú es una nación y Chile otra nación; que el Perú es la patria de los mistis y de los indios; que los indios vivimos ignorando muchas cosas porque vivimos pegados a nuestras tierras y despreciando el saber de los mistis siendo así que los mistis saben más que nosotros. Y aprendí que cuando la patria está en peligro, es decir, cuando los hombres de otra nación la atacan, todos sus hijos deben defenderla. Ni más ni menos que lo que hacemos por acá cuando alguna comunidad nos ataca. ¿Que los mistis peruanos nos tratan mal? ¡Verdad! Pero peor nos tratarían los mistis chilenos. Los peruanos son, al fin, hermanos nuestros; los otros son nuestros enemigos. Y entre unos y otros, elijan ustedes.

Y Pomares, exaltado por su discurso y comprendiendo que había logrado reducir y conmover a su auditorio, se apresuró a desenvolver, con mano febril, el atado que tenía a su espalda, y sacó de él, religiosamente, una gran bandera, que, después de anudarla a una asta y enarbolarla, la batió por encima de las cabezas de todos, diciendo:

– Compañeros valientes: esta bandera es Perú; esta bandera ha estado en Miraflores. Véanla bien. Es blanca y roja, y en donde ustedes vean una bandera igual allí estará el Perú. Es la bandera de los mistis que viven allá en las ciudades y también de los que vivimos en estas tierras. No importa que allá los hombres sean mistis y acá sean indios; que ellos sean a veces pumas y nosotros ovejas. Ya llegará el día en que seamos iguales. No hay que mirar esta bandera con odio sino con amor y respeto, como vemos en la procesión a la Virgen Santísima. Así ven los chilenos la suya. ¿Me han entendido? Ahora levántense todos y bésenla, como la beso yo.

Y después de haber besado Pomares la bandera con unción de creyente, todos aquellos hombres sencillos, sugestionados por el fervor patriótico de aquél, se levantaron y, movidos por la misma inspiración, comenzaron a desfilar, descubiertos, mudos, solemnes, delante de la bandera, besándola cada uno, después de hacerle una humilde genuflexión y de rozar con la desnuda cabeza la roja franja del bicolor sagrado. Sin saberlo, aquellos hombres habían hecho su comunión en el altar de la patria.

Pero Pomares, que todavía no estaba satisfecho de la ceremonia, una vez que vio a todos en sus puestos, exclamó:

– ¡Viva el Perú!

– ¡Viva! – respondieron las cincuenta voces.

– ¡Muera Chile!

– ¡Muera!

– ¡A Huánuco todos!

– ¡A Huánuco! ¡A Huánuco!

Había bastado la voz de un hombre para hacer vibrar el alma adormecida del indio y para que surgiera, enhiesto y vibrante, el sentimiento de la patria, no sentido hasta entonces.

Y al día siguiente de la noche solemne, al conjuro del nuevo sentimiento, difundido ya entre todos por sus capitanes, dos mil indios prepararon las hondas, afilaron las hachas y los cuchillos, aguzaron las picas, limpiaron las escopetas y revisaron los garrotes. Nadie se detuvo a reflexionar sobre la superioridad de las armas del invasor. Se sabía que un puñado de hombres extraños, odiosos, rapaces, sanguinarios y violentos, venidos de un país remoto, había invadido por segunda vez su capital, y esto les bastaba. Aquella invasión era un peligro, como muy bien había dicho Pomares, que despertaba en ellos el recuerdo de los abusos pasados. La paz de que se hablaba en Huánuco era una mentira, una celada que el genio diabólico de esos hombres tendía a su credulidad, para sorprenderles y despojarles de sus tierras, incendiarles sus chozas, devorarles sus ganados y violarles a sus mujeres. Las mismas violencias cometidas con ellos secularmente por todos los hombres venidos del otro lado de los Andes, del mar, desde el wiracocha (7) barbudo y codicioso, que les arrasó su imperio, hasta este soldado de calzón rojo y botas amarillas de hoy, que iba dejando a su paso un reguero de cadáveres y ruinas.

Era preciso, pues, destruir ese peligro, levantarse todos contra él, ya que el misti peruano, vencido y anonadado por la derrota, se había resignado, como la bestia de carga, a llevar sobre sus lomos el peso del misti vencedor.

Después de dos días de marcha, recta y arrolladora, por quebradas y cumbres –marcha de utacas (8)– aquel torrente humano, que, más que hombres en son de guerra, parecía el éxodo de una horda, guiado por la bandera de Aparicio Pomares, coronó en la mañana del ocho de agosto las alturas del Jactay, es decir, vino a acampar en las mismas puertas de Huánuco, y, una vez allí, comenzó a retar al orgulloso vencedor.

Aquel reto envolvía una insólita audacia; la audacia de la carne contra el hierro, de la honda contra el plomo, del cuchillo contra la bayoneta, de la confusión contra la disciplina. Pero era un rasgo que vindicaba a la raza y que venía a percutir hondamente en el corazón de un pueblo, dolorido y desconcertado por la derrota.


IV

La aparición de aquellos sitiadores extraños fue una sorpresa, no sólo para los huanuqueños sino para la misma fuerza enemiga. Los primeros, hartos de tentativas infructuosas, de fracasos, de decepciones, en todo pensaban en esos momentos menos en la realidad de una reacción de los pueblos del interior; la segunda, ensoberbecida por la victoria, confiada en la ausencia de todo peligro y en el amparo moral de una autoridad peruana, que acababa de imponer en nombre de la paz, apenas si se detuvo a recoger los vagos rumores de un levantamiento.

Aquella aparición produjo, pues, como era natural, el entusiasmo en unos y el desconcierto en otros. Mientras las autoridades políticas preparaban la resistencia y el jefe chileno se decidía a combatir, el vecindario entero, hombres y mujeres, viejos y niños, desde los balcones, desde las puertas, desde los tejados, desde las torres, desde los árboles, desde las tapias, curiosos unos, alegres, otros, como en un día de fiesta, se aprestaban a presenciar el trágico encuentro.

Serían las diez de la mañana cuando éste se inició. La mitad de la fuerza chilena, con su jefe montado a la cabeza, comenzó a escalar el Jactay con resolución. Los indios, que en las primeras horas de la mañana no habían hecho otra cosa que levantar ligeros parapetos de piedra y agitarse de un lado a otro, batiendo sus banderines blancos y rojos, rastrallando sus hondas y lanzando atronadores gritos, al ver avanzar al enemigo, precipitáronse a su encuentro en oleadas compactas, guiados, como en los días de marcha, por la gran bandera de Aparicio Pomares. Éste, con agilidad y resistencia increíbles, recorría las filas, daba un vítor aquí, ordenaba otra cosa allá, salvaba de un salto formidable un obstáculo, retrocedía rápidamente y volvía a saltar, saludaba con el sombrero las descargas de la fusilería, se detenía un instante y disparaba su escopeta, y en seguida, mientras un compañero se la volvía a cargar, empuñaba la honda y la disparaba también. Y todo esto sin soltar su querida bandera, paseándola triunfal por entre la lluvia del plomo enemigo, asombrando a éste y exaltando a la ciudad, que veía en ese hombre y en esa bandera la resurrección de sus esperanzas.

Y el asalto duró más de dos horas, con alternativas de avances y retrocesos por ambas partes, hasta que habiendo sido derribado el jefe chileno de un tiro de escopeta, disparado desde un matorral, sus soldados, desconcertados, vacilantes, acabaron por retirarse definitivamente.

Esta pequeña victoria, humilde por sus proporciones y casi ignorada, pero grande por sus efectos morales, bastó para que, horas después, al amparo de la noche, los hombres de la paz y los hombres del saqueo evacuaran furtivamente la ciudad. Huánuco, cuna de héroes y de hidalgos, acababa de ser libertada por los humildes shucuyes (9) del Dos de Mayo.

V

Al día siguiente, cuando los indios, triunfantes, desfilaron por las calles, precedidos de trofeos sangrientos y de banderines blancos y rojos, una pregunta, llena de ansiedad y orgullo patriótico, corría de boca en boca: "¿Dónde está el hombre de la bandera?" "¿Por qué no ha bajado el hombre de la bandera?" Todos querían conocerle, abrazarle, aplaudirle, admirarle.

Uno de los cabecillas respondió:

– Pomares no ha podido bajar; se ha quedado herido en Rondos.

Efectivamente, el hombre de la bandera, como ya le llamaban todos, había recibido durante el combate una bala en el muslo derecho. Su gente optó por conducirlo a Rondos y de allí, a Chupán, a petición suya, en donde, días después, fallecía devorado por la gangrena.

Antes de morir tuvo todavía el indio esta última frase de amor para su bandera:

– Ya sabes, Marta; que me envuelvan en mi bandera y que me entierren así.

Y así fue enterrado el indio chupán Aparicio Pomares, el hombre de la bandera, que supo, en una hora de inspiración feliz, sacudir el alma adormecida de la raza.

De eso sólo queda allá, en un ruinoso cementerio, sobre una tumba, una pobre cruz de madera, desvencijada y cubierta de líquenes, que la costumbre o la piedad de algún deudo renueva todos los años en el día de difuntos.

Términos quechuas

(1) Chacchar: mascar coca.
(2) Supaypa-huachashgan: hijo del diablo.
(3) Taita: papá, papito.
(4) Chacta: aguardiente de caña.
(5) Misti: persona de tez blanca.
(6) Pongo: esclavo.
(7) Wiracocha: conquistador español.
(8) Utaca: hormiga. Especie de hormiga-león.
(9) Shucuy: especie de calzado rústico de piel sin curtir, doblado y cosido en los bordes, muy parecido a la babucha. Al que lo usa se le dice, por antonomasia, shucuy.

(*) Enrique López Albújar, 1920. Cuentos Andinos. Lima: Imprenta "La Opinión Nacional".