Documento No. 109*
Duros cargos de Cáceres contra Iglesias
Ayacucho, diciembre 31 de 1883
Lima
Señor N.N.
He recibido su apreciable del 6 del presente, que me es grato contestar.
Me habla Ud. de las causas que han engendrado los desastres sucesivos de Lima.
Voy a emitirle la opinión que tengo a ese respecto.
Los desastres ignominiosos del Perú se deben a que nunca nos
planteamos las situaciones netamente y como son en realidad: por falta
de carácter, por cálculos mezquinos, por intransigencias que no
reconocen un origen noble, nos hemos rebelado siempre contra las
soluciones dictadas por la razón, por la moral, por el patriotismo y
por el deber, que nos acogemos a todas las intrigas, a todas las
bajezas, a todas las apostasías, que nos presentan ante el mundo como
un pueblo abyecto y prostituido, incapaz de salvar lo que nunca debe
perderse: la dignidad del infortunio.
Sí, amigo mío, ésta es la verdad, pese a quien pesare.
Supone Ud. y con fundamento, que muchos desengaños habrán lacerado mi
corazón y muchas esperanzas fallidas habrán torturado mi espíritu, en
el camino de la noble causa de la resistencia.
Su inteligencia superior ha comprendido el carácter y la intensidad de
mis sufrimientos; pero abrigue Ud. esta convicción invariable: Los
obstáculos y las horrorosas decepciones que he encontrado a mi paso y
hoy mismo se me oponen con creciente insistencia, no serán bastante
para hacerme abandonar el campo de la defensa del Perú. Cuando se ha
pasado por Tarapacá y por Huamachuco, no se puede retroceder sin
mengua: no quiero profanar con mis plantas, en ese extraño retroceso,
las cenizas de tantas víctimas augustas, ni empañar con una monstruosa
deserción las glorias que he podido conquistar para mi patria en sus
desgracias.
Me dice Ud. y reconozco su sinceridad, que el patriotismo me pide que
ponga término a la lucha, para servir a mi país en las grandes
evoluciones de su reorganización.
Póngase Ud. la mano al corazón y reconsidere sus palabras.
¿Qué reorganización bajo un orden de cosas impuesto por el enemigo?
La reorganización del Perú no reconocerá nunca como base la traición
de sus malos hijos ni los esfuerzos de las bayonetas de Chile.
Esa reorganización vendrá más tarde.
Lo que conviene hoy es poner a salvo la honra nacional.
Chile, al crear un gobierno en el país, no ha hecho política peruana,
ha hecho y está haciendo política chilena.
¿Y cree Ud. después de esto, que es posible la reorganización de la república?
Ud. me manifiesta que el gobierno de Iglesias ha ratificado solemne y
definitivamente sus títulos de tal, y que a él se debe la paz y la
reconquista de la autonomía perdida; agregando Ud. que para que a ese
beneficio sigan los del orden, los del progreso, los de nuestro
renacimiento a la vida de la ley y la libertad, es preciso que todos
contribuyan a ello, y que la suerte me reserva en esa tarea un hermoso
papel.
Quiero ser franco con Ud. tanto como Ud. lo ha sido conmigo.
Yo no veo en Iglesias sino a un teniente chileno, que obedece a los
propósitos chilenos, que vive bajo la sombra de los chilenos y que, en
suma, subsistirá con el aparato de poder que tiene en Lima, tanto
tiempo cuanto el que permanezcan en el territorio nacional los
ejércitos chilenos.
¿Qué solemne y definitiva ratificación de títulos, es, pues, de la que
Ud. me habla?
Más, quiero poner fin a estas enojosas apreciaciones y resumir lo que
siento y lo pienso en orden a la actual situación.
Hundida la república por causa de sus propios hijos, más que por la
victoria del enemigo, no queda a los buenos peruanos otro camino que
el de la resistencia, camino erizado de dificultades y fecundo en
enseñanzas dolorosas, pero a cuyo término se encuentra
indefectiblemente, sino el triunfo completo sobre Chile, una solución
que ponga a salvo la honra y la verdadera autonomía de la nación.
¿Qué se necesita para esto? Carácter para perseverar, carácter para no
transigir con el cálculo y la cobardía, carácter para sobreponerse a
todo, inclusive las derrotas, carácter siempre carácter.
¿Se teme la efusión de sangre? Ese es un temor pueril. La historia nos
enseña que las grandes causas demandan grandes martirios, y que la
reorganización de un pueblo no es, en suma, sino el resultado de
sangrientos sacrificios.
Yo que conozco esa ley social, no puedo desecharla, desde que tengo
voluntad para cumplirla.
Soy de Ud. atento y seguro servidor.
Andrés A. Cáceres
PL. Lima, miércoles 20 de febrero de 1884
*Campaña de La Breña. Colección de Documentos Inéditos: 1881-1884.
Luis Guzmán Palomino. Lima 1990