por Herbert Mujica Rojas
18-5-2009
Conciencia antimperialista, primera tarea de nuestros pueblos
"La formación de una conciencia antimperialista en nuestros pueblos
es, pues, el primer paso hacia su defensa integral. Esa conciencia es
económica y política, o para expresarnos con más precisión, es la
conciencia del nacionalismo económico indoamericano sin el cual
nuestros pueblos no podrán conservar su libertad". (Obras Completas,
T. IV, p. 138, Víctor Raúl Haya de la Torre). ¿Cuánta vigencia tienen
estas líneas? ¿sigue siendo el imperialismo o el imperialismo
corporativo el principal enemigo de las clases oprimidas de
Latinoamérica o la América Morena? Tal parece que hoy por hoy no es ni
desubicado ni inoportuno reivindicar el acierto hayista formulado
desde 1928 de singularizar en la agresión foránea al principal
amenazador de la salud integral, política, económica y financiera de
nuestros pueblos. Por tanto, la respuesta camina a través de la
formulación del Frente Unico de Trabajadores Manuales e Intelectuales
en cada uno de nuestros países con la meta política de la captura del
Estado y luego de ella la formación de un Estado Antimperialista con
un Congreso Económico y que no descarta, en modo alguno, la o las
cámaras políticas a las que llamó el propio Haya "el primer poder del
Estado".
"Nuestro doctrinarismo político en Indoamérica es casi todo de
repetición europea. Con excepción de uno que otro atisbo de
independencia y realismo, filosofía y ciencia de gobierno,
jurisprudencia y teorización doctrinaria, no son en nuestros pueblos
sin plagios y copias. A derecha o a izquierda hallaremos la misma
falta de espíritu creador y muy semejantes vicios de inadaptación y
utópico extranjerismo. Nuestros ambientes y nuestra importadas
culturas modernas no han salido todavía de la etapa prístina del
trasplante. Con ardor fanático hacemos nuestros, sin ningún espíritu
crítico, apotegmas y voces de orden que nos llegan de Europa. Así,
agitamos férvidos, hace más de un siglo, los lemas de la revolución
francesa. Y así, podemos agitar hoy las palabras de orden de la
revolución rusa o las inflamadas consignas del fascismo. Vivimos
buscando un patrón mental que nos libere de pensar por nosotros
mismos. Y aunque nuestro proceso histórico tiene su propio ritmo, su
típico proceso, su instransferible contenido, lo paradojal es que
nosotros no lo vemos o no queremos verlo. Le adjudicamos
denominaciones de prestado o lo interpretamos antojadizamente desde
ángulos de visión que no son los nuestros. Esto nos ha llevado a la
misma falsa seguridad de los que durante los siglos creyeron que la
tierra estaba quieta y el sol era el que giraba en torno de ella. Para
nuestros ideólogos y teóricos de derecha e izquierda, nuestro mundo
indoamericano no se mueve. Es el sol europeo el único que gira. Para
ellos, nuestra vida, nuestra historia, nuestro desarrollo social sólo
son reflejos y sombras de la historia y desarrollo de Europa. No
conciben por eso, sino estimarlos, medirlos, denominarlos y seguirlos,
de acuerdo con la clasificación histórica y las normas políticas que
dicta el viejo mundo.
Este colonialismo mental ha planteado un doble extremismo dogmático:
el de los representantes de las clases dominantes –imperialista,
reaccionario y fascista-, y el de los que llamándose representantes de
las clases dominadas vocean un lenguaje revolucionario ruso que nadie
entiende. Sobre esta oposición de contrarios, tesis y antítesis de una
teorización antagónica de prestado, el Apra erige como síntesis
realista su doctrina y su programa. Parte esencial de él es la teoría
"el Estado Antimperialista" mencionada ya ocasionalmente en páginas
anteriores". (Ibidem, pp. 161-162).
Cuando se gana un comicio ¿se llega al poder? ¿está en Palacio el
poder? ¿cuánto de distinto hay entre un mandarín prosaico y un
gobernante que la democracia electoral unge como supuesto mandatario
de los anhelos y reivindicaciones populares? Pareciera que el poder
es o reconoce ciertas categorías especiales reservadas a quienes, sin
apellidos o nombres o prosapia muchas veces, son los grandes gerentes
o representantes del imperialismo corporativo en nuestros países. Más
poder tiene un funcionario de la embajada de Gringolandia que
cualquiera de los 120 integrantes del Establo de Plaza Bolívar que a
duras penas si está en capacidad de distinguir un celular de una
concha marina. De repente la definición más interesante y más simple
que se pueda idear sobre los representantes que aúpa la democracia
electoral, estribe en que son simples administradores del poder que
representa el imperialismo corporativo cuyas alianzas y fracasos Perú
empieza a comprobar porque a despecho de lo que dijo el jefe de Estado
ni somos una isla ni estamos al margen de un mundo casi en ruinas. No
obstante que esas quiebras, por ejemplo en Estados Unidos, fueron
pagadas con grandes beneficios a sus causantes que se fueron a sus
casas con cheques literalmente millonarios. Por tanto, la afirmación
de Haya de la Torre sobre que el gran enemigo de nuestros pueblos
sigue siendo el imperialismo –o imperialismo corporativo- ha obtenido
la ratificación de su vigencia y revolucionaria capacidad de tesis
política.
Preguntar si la administración de Alan García alienta el Frente Unico
de Trabajadores Manuales e Intelectuales bajo la égida de un Estado
Antimperialista que reúna entre sus instrumentos al Congreso Económico
Nacional –ramillete de las fuerzas productoras y contralor de una
política de Estado en beneficio para las grandes mayorías-, sin
perjuicio de las cámaras políticas, puede resultar muy incómodo. En
tres años, nunca se ha escuchado nada ni remotamente cercano al Frente
Unico. Bastante menos de una política antimperialista, más bien todos
los días el país es noticiado acerca de tratados de libre comercio que
el Establo de Plaza Bolívar jamás ha visto como el caso de Chile y
China y de otros excesivamente concesivos como el que se firmó con
Gringolandia. Todo esto en medio de una vorágine de conflicto jurídico
por la delimitación marítima que Perú ha planteado a Chile ante la
Corte Internacional de Justicia de La Haya y que pocos políticos y
casi ningún intelectual, por ignotas y absurdas cuanto pusilánimes
razones, se atreve a mencionar. Por tanto la denuncia planteada en la
televisión por el ex secretario general colegiado Jesús Guzmán
Gallardo ("el señor García Pérez dejó de ser aprista hace mucho
tiempo") y que no obtuvo entonces –ni hoy- respuesta de ningún
calibre, empieza a adquirir alguna certeza comprometedora
Comprueba en mensaje reciente otra voz lúcida del aprismo, Luis
Alberto Salgado, que los progresos materiales y de toda índole,
obtenidos por las clases trabajadoras peruanas en lo que va de la
administración de Alan García no son sino menos que mínimas y que lo
que debía ser una custodia permanente de los inalienables derechos
laborales ha sido el irrespeto hacia ellos y la única ley que ha
imperado ha sido la que traen, impulsan a través de sus ministros y
burócratas, las grandes empresas que, como es obvio, jamás han
preferido otra cosa que la rentabilidad monda y lironda aunque ello
signifique abusos y desmedro de las condiciones integrales del ser
humano que es, al fin y al cabo, cualquier obrero o trabajador.
La gran empresa de fraternidad, esa revolución de espíritus que
adentró entre sus filas al cholo, serrano, blanco, negro, amarillo,
selvático, costeño, bajo las premisas que sí se podía hacer patria y
con las herramientas de entusiasmo, liderazgo político y enorme
capacidad disciplinaria de creer con fe, unión y acción, fue instalada
en el corazón del pueblo a partir de 1930 en Perú con el Partido
Aprista. Los militantes actuales carecen de ese conocimiento.
Pretenden hacer caer bajo teorizaciones más o menos llenas de citas lo
que fue –y debe seguir siendo para evitar una muerte indecorosa- una
formidable maquinaria volitiva de construcción y de dinamización de
las fuerzas más íntimas de cada quien. El obrero en su puesto, el
ambulante en el suyo, el soldado en su trinchera o en su acción de
defensa contra el terrorismo y el narcotráfico y de los límites
patrios, el intelectual produciendo a favor de las grandes
colectividades, los políticos dando forma desde el Congreso Económico
Nacional y las cámaras legislativas, al pensamiento orgánico,
antimperialista y funcional de economías al servicio de las grandes
mayorías y acompasadas en un mundo que necesita de inversiones y
réditos tanto para el que las trae cuanto que para quienes las
reciben. ¡Esa es la acción política más importante que demostró el
Apra como posible! ¿Cómo es que ganaban elecciones y dejaban a otros
movimientos en la ridiculez de sus pequeñeces? Imposible dejar de
recordar las etapas del desconcierto oscurantista de ser el partido
mayoritario obligado a transigir y estar fuera de los resortes
efectivos, precio obligado por la democracia de derechos y respetos a
la libertad de los ciudadanos. Hay etapas que aún no han sido del todo
estudiadas y sí justificadas a rajatabla por mediocres que no
entienden que la crítica es una posibilidad indispensable en cualquier
colectividad y mucho más en una que aún concita el fervor popular y
que no debe morir porque ese es su deber movilizador y de ariete en la
lucha antimperialista.
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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