Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
1-10-2024
Amar la justicia, odiar la desigualdad
https://senaldealerta.pe/amar-la-justicia-odiar-la-desigualdad/
El
comportamiento pendular de la sociedad peruana ya formaba parte de las
acusaciones que lanzó Manuel González Prada en textos ígneos y
chisporroteantes. ¿Podemos amar la justicia y aborrecer la desigualdad?
Carecemos
de autocrítica, nos enloquece el chisme, la bola, la verdad a medias pero no
podemos llamar al pan, pan; y al vino, vino. Esas medias tintas acaban con todo
el buen esfuerzo que hombres y mujeres idóneos formularon antaño.
Leamos.
"La
historia de muchos gobiernos del Perú cabe en tres palabras: imbecilidad en acción; pero la vida
toda del pueblo se resume en otras tres: versatilidad en movimiento.
Si somos
versátiles en amor, no lo somos menos en odio: el puñal está penetrando en nuestras
entrañas i ya perdonamos al asesino. Alguien ha talado nuestros campos i
quemado nuestras ciudades i mutilado nuestro territorio i asaltado nuestras
riquezas convertido el país entero en ruinas de un cementerio; pues bien,
señores, ese alguien a quien jurábamos rencor eterno i venganza implacable,
empieza a ser contado en el número de nuestros amigos, no es aborrecido por
nosotros con todo el fuego de la sangre, con toda la cólera del corazón.
Ya que
hipocresía i mentira forman los polos de
"Los
almuerzos suceden a los almuerzos, los lunches a los lunches, las comidas a las
comidas, las cenas a las cenas. Se engulle sólidos y se bebe líquidos a punto
que bajo el lema de Vida Social o Notas Sociales, los diarios serios han
abierto una sección especialmente consagrada a contarnos dónde funcionan con
mayor actividad las cucharas, los tenedores y las copas. Hay la bolsa
culinaria, como hay la bolsa mercantil.
Los
banquetes a los verdaderos y a los falsos personajes se repiten con frecuencia
que raya en lo maravilloso, en lo inverosímil.
Vivimos
en perpetuas bodas de Camacho. En las cinco partes del mundo no hay hombres más
atareados que los marmitones de nuestros clubs y de nuestros hoteles. Las
quijadas de muchas gentes han resuelto el problema del movimiento continuo, los
vientres de muchas personas han denunciado profundidades mayores que las del
Océano Pacífico.
Algunos
dan señales de convertirse en sacos digestivos con el accesorio de tentáculos
para coger la presa; otros andan en camino de volverse monstruos acéfalos y
llevar en ambos hemisferios un simple conato de circunvoluciones cerebrales.
Banquete
al pasado y al futuro jefe de la Nación, banquete al senador y al diputado
electos, banquete al nuevo juez de Primera Instancia, banquete al vocal
últimamente jubilado, banquete al militar ascendido ayer, banquete al
financista que llega, banquete al Encargado de Negocios que prepara su viaje,
banquete al ganante de un premio en la lotería, banquete al héroe de heroísmos
venideros, banquete al joven sesentón que piensa abandonar la vida de soltero.
Todo
el mundo disfruta de su banquete, menos las pobres mujeres que, sin embargo,
tendrían derecho a la reciprocidad, ya que prodigan tantos beneficios y tantas
gollerías a nuncios, delegados, arzobispos, obispos, canónigos, etcétera.
Ese
banquetear de Lima (digamos de una fracción limeña) contrasta con la miseria
general del país, da la falsa nota de regocijo en el doloroso concierto del
Perú, es un escarnio sangriento a los millares de infelices que tienen por
único alimento un puñado de cancha y unas hojas de coca.
Vemos
la prosperidad de una oligarquía, el bienestar de un compadraje; no miramos la
prosperidad ni el bienestar de un pueblo. Lima es no sólo, el gran receptáculo
donde vienen a centralizarse las aguas sucias y las aguas limpias de los
departamentos: es la inmensa ventosa que chupa la sangre de toda la Nación.
Esas
quintas, esos chalets, esos palacetes, esos coches, esos trajes de seda y esos
aderezos de brillantes, provienen de los tajos en la carne del pueblo,
representan las sangrías administradas en forma de contribuciones fiscales y
gabelas de todo género.
Merced
a las sociedades anónimas, todo ha sido monopolizado y es disfrutado por un
diminuto círculo de traficantes egoístas y absorbentes. Fuera de ellos, nada
para nadie, lo mismo en los negocios que en la política." (Nuestros ventrales, Horas de Lucha,
González Prada, 1908)