Friday, May 20, 2022

Recordando a Oswaldo Reynoso

 


Recordando a Oswaldo Reynoso

por Joan Guimaray; joanguimaray@gmail.com

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20-5-2022

 

Hace seis años, un veinticuatro de mayo partió a otra dimensión, el originalísimo creador Oswaldo Reynoso, señero narrador de rebelde pluma.

 

A inicios de los años sesenta publicó Los inocentes, obra que por su innovador estilo impregnado de rebeldía y su novedosa propuesta estética cargada de autenticidad, alborotó al conservador cenáculo de los ‘entendidos’ de la época.

 

Entonces, le llovieron las críticas, le persiguieron las censuras, le cayeron los anatemas. Hasta la calumnia le mostró sus filudos colmillos. Pues, habían querido domarlo, amansarlo y aplastarlo hasta moderarle su rebeldía a fin de que encajara en el molde establecido. Pero, fiel a sus convicciones éticas, estéticas y estilísticas, Reynoso no se dejó doblegar. Como todo aquél que cree firmemente en lo suyo, permaneció tenaz en su peregrinaje literario.

 

Y, en esa larga travesía, escribió En octubre no hay milagros, El escarabajo y el hombre, Los eunucos inmortales y otras obras más, títulos que para la envidia de sus detractores han pasado a formar parte de la imperecedera biblioteca de los clásicos. Precisamente por eso, a seis años de su partida a la eternidad, sus libros lucen lozanía, respiran actualidad y evidencian insenescencia.

 

Yo lo descubrí, no en el colegio que se empeñaba en adocenarme, sino, trasladándome de mi viejo barrio al centro de Lima. Al interior del microbús en el que iba, dos jóvenes un poco mayores que yo, leían, comentaban, se guiñaban los ojos y se desternillaban de risa. Sus gestos, frases e ironías, me inquietaron tanto, que ocultando mi timidez osé preguntarles por el título del libro. Ambos me miraron sin disimular sus maliciosas sonrisas. Y casi al unísono me dijeron que lo encontraría como Lima en rock o Los inocentes.

 

Desde entonces, leí todos sus libros, aunque en persona no lo conocía. Recién, casi a fines de dos mil siete, por la sugerencia de un amigo, pensé en él. El exigente amigo me había dicho que a mi modesto trabajo Carta a mi maestra que acababa de salir de la editorial, lo sometiera a prueba de fuego. Al principio, me asustó la idea, porque también me había advertido que si Reynoso no aceptaba comentarlo, debía de entender que estaba descalificado. Aunque al final, decidí correr el riesgo y lo llamé a su casa. Me respondió amablemente diciéndome que le hiciera llegar el libro.

 

Al siguiente día, cuando toqué su anunciador eléctrico, me abrió él mismo, su blanca puerta. Y, casi de inmediato, entregándole el libro, farfullé: «maestro espero que en octubre haya milagros y que los eunucos no sean inmortales». Él me miró con serenidad. Me preguntó que si yo había leído sus libros. «Todos, excepto el último», le respondí. «Bueno, el último, tampoco yo lo he leído, porque recién está escribiéndose», dijo.

 

 Luego de escucharme que sobre mi modesto libro dijera todo lo que a él le parecía, me preguntó que si yo pertenecía al gremio de escritores. Mi respuesta le sorprendió. «Entonces, ¿usted no simpatiza con la izquierda?», me dijo. Yo eludí la pregunta diciéndole que había leído a Milovan Djilas. El nombre del yugoslavo le inquietó. «El testimonio de ese hombre es una verdad que desnudó a los comunistas dogmáticos», dijo.

 

De su experiencia propia, me explicó con señales, detalles, elementos y códigos. Sólo entonces, supe de que luego de la publicación de Los eunucos inmortales, sus propios amigos comunistas se habían convertido en sus peores enemigos. Jamás pronunció ni citó nombre alguno, pero su narración era tan elocuente que para mi sorpresa, en mi mente se dibujaban rostros, flotaban nombres, aparecían imágenes.

 

Nunca quise hablar de esos seres que tras supuestas luchas a favor o en defensa de otros, esconden sus más frenéticos odios. Pero, hace algunos meses atrás, cuando buscaba unos datos en mi archivo de diarios, saltó ante mis pupilas, la opinión Razón social del diario Uno, escrita por su director por entonces César Lévano.

 

Al leer la columna, descubrí que Lévano, inmediatamente después de la muerte de Reynoso, había escrito sobre él, únicamente para lanzarle su espumarajo de odio. Es decir, al siguiente día de su deceso, cuando ya no estaba en vida para defenderse, había dicho que Reynoso fue saqueador de su biblioteca. Y como puede leerlo cualquiera, al final del segundo párrafo de la columna publicada el veinticinco de mayo de dos mil dieciséis, literalmente dice: «Revisó mi incipiente biblioteca y practicó un saqueo…».

 

Al releer esas infames frases, pensé en que Lévano había sido un marxista bien ilustrado pero carente de grandeza humana, y recordé lo que el propio Reynoso me había dicho: «aquí también, los comunistas odian hasta morir y si pudieran eliminar a sus enemigos, lo harían sin escrúpulos».

 

Reynoso que aparte de haber leído La sociedad imperfecta, estuvo casi doce años en China, había entendido de que el gran problema era el propio hombre. Por eso, para el epígrafe de Los eunucos inmortales, había escogido aquella vallejiana frase: ‘¡Cuídate de nuevos poderosos!’. Y también por eso, al final de su misma obra, a uno de sus personajes, le había hecho decir: ‘la vida sin libertad no sólo es fea, sino sucia’.