Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
17-11-2000
(Liberación)*
¡Perú necesita una revolución moral!**
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El intríngulis borrascoso del Perú de nuestros días es, qué duda
cabe, moral y no político. No hay país que pueda impulsar una velocidad de
crucero en su devenir como colectivo social si carece de líderes y ejemplos.
Hoy tenemos un jefe de Estado ilegítimo, prófugo y delincuente. Socio de
hampones como Vladimiro Montesinos y en connivencia con rufianes de saco y
corbata, uniforme y traje, en las Fuerzas Armadas, en el Congreso, en las
municipalidades, en la administración pública. Organismo purulento, la
administración fujimorista arrasó con todos los límites posibles de una
irrefrenable carrera suicida hacia los fondos más tenebrosos. Desde el palaciego
impostado por la engañifa y fraude hasta el más humilde funcionario, todos han
hecho del robo un credo, un catecismo, una repugnante forma de vida.
Desde 1930 cuando el país amaneció esperanzado ante la noticia del
derrumbe leguiísta y la epopeya social que aconteció después con la
incorporación del pueblo en la lucha por la conquista de sus ideales, hemos
venido discurriendo de tumbo en tumbo, de un lado a otro, en el tránsito de los
clásicos movimientos pendulares de las sociedades latinoamericanas. Pero con
una diferencia espectacular: el equipo dirigente de entonces tenía
personalidades excepcionales que lideraron la lucha social hacia metas mediatas
e inmediatas. Probablemente muchas de sus propuestas doctrinarias no fueron
entendidas del todo, pero había garra, emotividad, pasión, entereza y, sobre
todo, moralidad a prueba de balas.
Han pasado 70 años, innumerables huelgas, levantamientos,
crímenes, alegrías y tristezas y el espectáculo no puede ser más despreciable:
dirigentes que venden sus honras por puestos parlamentarios y por sueldos
abultados, ministros bocatanes que ni siquiera saben por dónde huye su jefe
pandillero, gorilas de uniforme enlodados en la miasma de complicidades
evidentes e inequívocas, opositores profundamente idiotas que no entienden al
país y menos sueñan con una nación, medios de comunicación aherrojados a sus
profundas cobardías y autocensuras, poderes públicos infestados de malandrines
uno peor que el otro, abogados dispuestos a poner al demonio de testigo con tal
de ganar juicios amañados, partidos políticos envilecidos que no dejan paso a
la eclosión y remozamiento de cuadros dirigentes. ¿Qué más? La lista es
interminable.
Mientras tanto, los llamados a unirse en una gran concertación
política con candidatos absolutamente calificados e inmáculos, se dividen y
atomizan. Resulta que la dictadura y su juego siniestro alienta la formación de
más y más candidaturas y ello promueve que el fifí soplón Francisco Tudela,
vergonzoso parlamentario que bailó en las tarimas junto al delincuente Fujimori,
gastándose la plata del pueblo, aparezca como una opción electoral para el
futuro cercanísimo. ¿Cómo puede ser posible esto? ¡Gracias a la inacción
opositora, por causa de esta maldición sempiterna de ser siempre una diáspora
de opciones y no una sola, fuerte, integrada y extraordinaria!
¡Hay que dignificar la política y su ejercicio serio y a cargo de
hombres y mujeres limpios! Los que han estado inmersos en los enjuages de la
mesa dialoguera, en el vergonzante Congreso que hoy se maquilla en el rostro de
Valentín Paniagua, todos los que han ocupado puestos, deberían irse de la cosa
pública y retirarse a sus negocios y permitir que el relevo, a cargo de gente
moral, sea una alternativa de auténtica raigambre popular. Pero no. Allí están,
como perros merodeando las migajas. Como cacos al acecho del viandante que no
barrunta siquiera su porvenir asaltable. Como hienas dispuestas a carroñear los
resabios de un país llamado Perú. ¡Esto es inmoral, a todas luces!
El Perú necesita una revolución moral. Hombres y mujeres de todos
los partidos, de la multitud de colectivos, de las diferentes congregaciones
religiosas y laicas, de todas las edades, de todos los confines, de todas las
sangres, tienen el imperativo imperioso de pelear por la unidad y presentar una
faz depurada como sólida frente a los fantasmones que quiere imponer la
dictadura fujimorista. ¡Basta de candidaturas presidenciales! ¡Hagamos una sola
que garantice el éxito! ¡Paremos a los esquiroles amantes de la figuración
enfermiza! ¡Seamos dignos de nuestra historia haciendo historia y no pesadilla
diaria que averguence a las próximas generaciones!
Si no entendemos que podemos empezar a levantar el edificio de la
revolución moral a través de la unidad política, estamos simplemente en el
despeñadero más suicida y estúpido que pueblo alguno pueda padecer. Seamos el
país que desciende de las culturas preíncas. Renovemos el pacto justiciero de
igualdad que alentaron los jefes incas. Hagámonos portaestandartes de un país
posible y juremos, hoy y siempre, extirpar del país, a la basura convertida en
seres humanos que nos ha llevado a donde estamos. ¿Es mucho pedir que cuidemos
el futuro de nuestros hijos? ¿O que el Perú sea madre y no madrastra de sus
hijos por voluntad integérrima y libre de sus habitantes?
……………………
*Liberación, dirigido
por César Hildebrandt.
**Publicado en la Red
Voltaire el 26-10-2005
http://www.voltairenet.org/article130208.html