Informe
Señal de Alerta-Herbert
Mujica Rojas
20-6-2023
¡Quien a hierro mata, a hierro muere!
https://senaldealerta.pe/quien-a-hierro-mata-a-hierro-muere/
El delincuente conocido como “Maldito Cris”, cayó ultimado
en días pasados. Fiel a sus prácticas violentistas hirió, también a balazos, a
3 policías.
Produce bascas el saber que los "noticieros" se
refocilan en la narración detallada de cómo fueron los sucesos trágicos.
El morbo de no pocos locutores atiza con visos de cotidiano
lo que debiera ser ocurrencia extraordinaria y evitable.
Gracias a la televisión, diarios y radios, mostramos al
mundo nuestra fase repulsiva y oscura, parecemos simios con metralletas, listos
a disparar a diestra y siniestra.
¿Estamos volviendo a los años horrendos del terrorismo que
cuando caía uno de estos anormales, las personas “celebraban” el hecho de
sangre?
Ninguna sociedad puede ni debe darse el dudoso lujo de
normalizar la justicia por mano propia. En este caso el individuo caído tenía
antecedentes criminales siniestros. Y la acción de fuego fue letal.
Como Perú está tan huérfano de noticias positivas, los
hechos sangrientos, reemplazan visiones positivas o de emergencia social
constructiva.
¿Cuáles los titulares desde hace 15 días?: “mochasueldos” en
el Congreso; casi aprueban reelección inmediata; aun no hay nada de la
investigación a quienes dispararon ocasionando la muerte de más de 60 personas
en el gobierno de Dina Boluarte.
El contraste no puede ser más patético. Por angas o por
mangas, el sentido violentista de cualquier suceso, nos envuelve y arrolla.
No sólo la pandemia provocó una quiebra total en salud
mental en los hogares de millones de peruanos. También la violencia a balazo
limpio, que parecía ser ya recuerdo pesaroso, ha vuelto a instalarse en el menú
nacional.
Más aún. Revisemos lo usual.
Día de por medio, las noticias traen la cotidiana
información que un ómnibus en cualquier parte del país se cayó al abismo, chocó
o se salió de la ruta ocasionando los muertos nuestros de cada día.
A nadie conmueve, de tan conocido el suceso, la pérdida de
vidas.
Las estadísticas trágicas nos ponen en todo el mundo, como
una nación primitiva que no castiga a los conductores borrachos e
irresponsables, como tampoco a las autoridades que no vigilan el mantenimiento
de los vehículos ni las pistas.
Si se pudiera, literalmente, estrujar, como si fueran
esponjas, los aparatos televisivos o radiales, obtendríamos sangre a borbollones,
o son asesinatos o choques o descarrilamientos, el mortuorio mensaje siempre es
el mismo: víctimas y más víctimas.
Los autos, camiones o buses se pasan las luces rojas, el
peatón es aplastado por estructuras rodantes que olvidaron que su vía es la
pista, para subirse, en carreras locas, por las aceras atropellando a la gente.
¿Qué puede haber ocurrido para que este nivel de abyección y
vileza constituyan hoy por hoy parte de la "cultura" peruana?
Pocos años atrás se impuso la sana costumbre de usar los
cinturones de seguridad, quien no lo hacía era multado. Lo cierto es que el
ejemplo se popularizó dando cuenta de un signo de disciplina férrea y
saludable.
¿Cómo hacemos para que las empresas no recojan pasajeros en
el camino, permitan a conductores ebrios o cansados, la parada en lugares
sospechosos?
¿Están cumpliendo las autoridades el riguroso examen de las
unidades de transporte?
Por lo menos, según las estadísticas, el 80% de los
accidentes trágicos son por falla humana, en buen romance, está dañado el disco
duro ciudadano. Entonces ¿cómo se logró lo del cinturón de seguridad?
El Estado, las empresas privadas, los gobiernos deben librar
batalla contra toda la informalidad y la indisciplina que nos hace parecer
tribus de monos enloquecidos.
La vida es parte insustituible del proyecto social. Quien no
se estima, no se quiere o no se valora, tampoco estima, quiere o valora al
prójimo a quien siente como enemigo al que hay que pulverizar a como dé lugar.
¿Por causa de qué este molde nefasto tiene primacía en la mente de los
peruanos?
Un país tiene el deber de limpiar su imagen y de criticar
las imperfecciones de su devenir diario.
Es más, una de sus obligaciones debería constituirla
aprender que hay muchísimo que hacer y que la génesis arranca en aceptar que
somos un país en que el pistoletazo cercena vidas con tanta frecuencia como lo
hacen los buses de transporte local e interprovincial.
¿Llegará el día en que las noticias que alumbren los nuevos
amaneceres advengan robustas de optimismo, de vida tremebunda y en la alegría
formidable de construir una nación?
He allí un reto que demanda muchas respuestas.