Crónicas corovirales
7
Noli me tangere
Fenomenología del
distanciamiento
por Jorge Smith Maguiña; kokosmithm@hotmail.com
3-6-2020
Si en algún lugar aceptaría quedarme en confinamiento por el
resto de mi vida, uno sería definitivamente en el Museo del Prado y otro quizás
sería la Ciudad Prohibida de Beijing. En esta última por el contacto con la
inagotable belleza de todo lo que atañe a una cultura específica como la china.
Pero el Prado tiene quizás algo suplementario, pues nos permite uno de los
mejores testimonios visuales de lo que
veían e imaginaban los pintores allí expuestos.
Las escenas allí retratadas, pueden ser tristes o alegres,
tranquilas o dramáticas, pero dignificadas o embellecidas por la magia del arte
que sin duda es una de las herramientas del ser humano para enfrentarse al
desgaste del tiempo, a la decrepitud y a la muerte. Lo que está allí ante
nuestros ojos, aunque estático, cobra vida, de alguna manera, nos invita e
incluye. Cuando vemos retratadas pandemias de otros tiempos, reales o
imaginadas por el pincel del Bosco o de Brueghel, a veces nos dan ganas de
decirnos, con algo de perversidad, “cómo hubiese querido estar allí”.
Una obra me impresionó hace algunos años al visitar el Museo
del Prado y la he recordado a propósito, del machacado tema del distanciamiento
social, en este mundo-clínica-hospital en que parece se convertirá el planeta.
La obra es Noli me tangere, de Antonio Allegri, conocido como Correggio, por
ser el nombre del pequeño pueblo donde nació.
Noli me tangere,
que en latín significa “No me toques” y por extensión significa “No te acerques
a mí ”, representa una escena muy conocida de la Biblia, que aparece en el
Evangelio según San Juan, y relata la visita de María Magdalena al santo
sepulcro después de la crucifixión. Al llegar lo encuentra vacío, pero luego se
le presenta alguien que al inicio no reconoce. María Magdalena luego toma
conciencia de quién es y le dice “Rabbuni” que en antiguo arameo significa
maestro y hace el ademán de tocarlo. Cristo le dice: “Noli me tangere” (No me
toques), como diciéndole ya no soy a quien tu conocías, ahora ya soy otro. Ya
no era Jesús, era Cristo. El cuadro
ilustra este encuentro.
Este pasaje aparentemente anecdótico siempre ha fascinado a
los artistas. Giotto ya lo había ilustrado y otros también lo harán, incluso
Boticcelli. Los geniales maestros del Renacimiento querían meterlo todo en cada
cuadro, lo humano y lo divino e incluso la naturaleza en sus más variadas
formas. Las obras de ellos, nos transmiten, la textura de la piel, la magia de
una sonrisa o la intensidad de una mirada, pero también sentimos la humedad de
un bosque, la frescura de una flor, la madurez de una fruta.
El cuadro de Correggio nos hace comprender en forma
simbólica, la distanciación que viviremos de aquí en adelante, los problemas
prácticos de dicho distanciamiento y también la frustración psicológica que
esto implica. El gesto de María Magdalena en el cuadro, es dramático y
elocuente. Cristo y ella, se están mirando directamente a los ojos y todo el
cuerpo de ella está cargado de esa intención de querer tocarlo. Podríamos decir
que hasta los pliegues del vestido de María Magdalena van en ese sentido.
”Quiero tocarte”, “Necesito tocarte” debe haber sido la subjetividad de ella,
en ese momento. Ella fue, con Salomé, una de las mujeres más sensuales de las
muchas que hay en la Biblia y el sentirse rechazada de ese contacto con la piel
de Cristo, de esa urgencia táctil con alguien a quien amaba, debe haber sido
una experiencia dolorosa. “Ver para creer” diría alguien tan sensual, como San Agustín en sus
“Confesiones” siglos después, como si el hecho de estar presente frente a algo
o frente a alguien, fuese la prueba contundente de la existencia de lo percibido.
Como si la presencia en sí, incluyese un testimonio de veracidad en el plano
afectivo.
Muchas veces he escuchado a mis pacientes decir: ”El hecho
de que regresó, era prueba que me quería.” Las cosas no son necesariamente así,
pero los pacientes quisieran que así sea. Lo que sí es cierto, y es mejor que
comencemos a asumirlo de una vez por todas, es que esta pandemia, entre otras
cosas se llevará, aunque no por siempre, la necesidad de la presencia real de
los otros, si dicha presencia, no es imprescindible, y también, el rechazo casi
permanente del contacto táctil con el otro, por miedo al contagio. Hay el
riesgo por otro lado, que ese temor, esa reticencia al contacto, se convierta
en una especie de fobia.
Esta es una situación inédita en la historia, por lo menos
en el mundo occidental. Si bien para los anglosajones, un “Hi” o un “Hello,
everybody”, exime al saludar, de un contacto directo con el cuerpo del otro, el
apretón de manos es usual, como un gesto de confianza, como signo de paz o como
conclusión de un acuerdo, aunque un acuerdo de palabra era ya algo suficiente.
Para los latinos como también para los rusos el contacto
táctil, es algo esencial en el trato, desde el saludo que va cargado de
múltiples besos, hasta el coger el brazo o la mano del otro en un momento de
una conversación como forma de enfatizar algo, o de involucrar al otro en un
eventual, pero quizás inexistente acuerdo. Los latinoamericanos somos a veces
incluso excesivos en la proximidad corporal o el contacto táctil. Los abrazos
de un reencuentro o una despedida pueden ser prolongados y los besos también
son de rigor.
En el mundo latinoamericano donde el baile es un momento y
también un espacio transicional de relación, la cercanía corporal es un
elemento esencial. ¿Se puede concebir bailar distanciados un bolero, un tango o
un valse latinoamericano? Evidentemente no, pues todo conduce, en dichos bailes
justamente a una fusión. Parte del baile puede ser un amago de distanciación,
pero mientras éste se desarrolla conduce justamente a la fusión. En bailes que
no están ceñidos a lo melódico sino más bien a lo rítmico como lo son la cumbia
o diferentes tipos de música salsa también la relación táctil y corporal es
inevitable y lo mismo podemos decir de bailes modernos como lo son los slows,
blues bailables o el rockandroll en los Estados Unidos.
En los bailes modernos, más podríamos decir que son formas
de expresión corporal que bailes, pues a veces hay contorsiones corporales que
no tienen ninguna coreografía previa, allí podemos decir que hay
distanciamiento pero, por la tendencia actual, de querer estar apretujados
muchos en un mismo lugar, inevitablemente se produce una carencia de
distanciación social.
Definitivamente va a ser muy difícil que las personas se
sometan a las formas de distanciación social que se recomienda o exige, hacer
todo el tiempo. Quizás lo hagan en los lugares públicos, porque muchas veces,
por ejemplo en discotecas -si estas llegan a reabrir- la distanciación será un
requerimiento. En lo privado difícilmente la gente acatará estas medidas
sugeridas, además la verificación sería imposible.
No debemos descartar que pasados los días, comience incluso
a haber una actitud abiertamente transgresora y hasta kamikazi, frente a los
requerimientos de distanciación, sobre todo en los espacios que seguirán siendo
públicos o en momentos de ocio. La vacuna tardará en llegar y antes habrá que
experimentar posibilidades diversas. Por ejemplo, después del pánico que hubo
hace ya algunas décadas por el riesgo de contagio de HIV o SIDA, sobre lo cual
sigue sin encontrarse una vacuna, los seres humanos decidieron, como lo hacen
ahora, continuar como si dicha enfermedad ya no existiese. Solo en la fase
inicial del HIV hubo un pánico que generó, más que distanciamiento social, una
prudencia en sectores específicos de la población donde el contagio podía
propagarse, pues la promiscuidad era el escenario usual del contagio.
No hubo vacuna pero sí aparecieron varios tratamientos
eficaces. El problema es que este virus, el coronavirus, es más vicioso que los
anteriores y esta vez la pandemia es universal. El contagio es además más
rápido y letal. Se supo dónde comenzó, pero cuando ya la dinámica infecciosa se
había producido. Los incesantes desplazamientos desde y hacia China, se encargaron
de irradiar algo que se escapó de las manos.
Lo interesante será
ver qué pasará después de esta fase transitoria, penosa y llena de
incertidumbre, cuál será el destino de diversos hábitos de saludo y de trato
que habíamos adquirido en muchos casos a lo largo de siglos. Curiosamente el
distanciamiento va combinado también al uso de mascarillas. El contacto visual,
va simplemente a acrecentar una importancia que ya la tenía. Goethe ya decía
que los ojos son la ventanas del alma, Se revalorizará, aquella sinceridad que
muchas veces hemos podido encontrar en la mirada de alguien, cuando la voz a
veces no encontraba las palabras exactas.
La familia que en los últimos tiempos era objeto de una
profunda mutación, durante este confinamiento que por primera vez en la
historia es algo universal y simultáneo, y ha sido escenario de la aceleración
de muchas cosas que ya se percibían. Si bien en tiempos normales, padres e
hijos podían cohabitar bajo un mismo techo con agendas propias, diferentes y
hasta contradictorias, el cohabitar tantas horas al día juntos, tanto tiempo,
ha generado una explosión de conflictos familiares de todo tipo, no sólo entre
parejas, sino también en familias como en China donde las familias suelen tener
un solo hijo. Las estadísticas ya muestran en muchos lugares que la violencia
familiar se exacerbó en forma preocupante, aumentando en algunos casos, según
el país entre 30 y 50%. Me impresionó mucho, que al finalizar el confinamiento
en China, en la provincia de Hubei, cuyo centro es Wuhan, origen supuesto del coronavirus,
el hecho de que había inmensas filas de personas delante de los tribunales para
solicitar el divorcio.
Esa especie de “arresto domiciliario” inesperado e
involuntario que generó la pandemia, ha llevado a un estado de implosión, los
conflictos latentes en muchas de las relaciones familiares, salieron a la luz.
El genial Aristóteles, que asumía que el hombre es un ser social, distinguía
también que este ser social, se manifiesta en lo que se llama la esfera de lo
público y lo privado. Lo privado es de alguna manera el mundo de la familia y ésta,
a fortiori, es el escenario de la intimidad.
Todo indica que los seres humanos asumen el ser sociales en
lo privado, como debe ser, pero un exceso de intimidad termina saturándolos.
Por paradoja terminan extrañando el espacio y el mundo laboral, aunque éste, esté
lleno de jerarquías y muchas relaciones conflictivas. Por último en el universo
laboral, se puede ser indiferente a conflictos que no le conciernen, pero en
lo familiar, en algún momento uno tiene
que asumir, que dicho conflicto existe. Si no lo asume, jamás lo resolverá.
El comportamiento de los niños, aun los bebes, cuando los
observamos, son un buen termómetro, de los diferentes impactos de la pandemia.
Una sobrina me decía que su hijito de menos de dos años, al inicio del
confinamiento, era feliz de ser engreído todo el día por sus papás, pero
conforme pasaban los días, el bebe comenzaba a dejar su pequeña mochila al
borde de la puerta del departamento, como queriendo decir, que estaba feliz con
sus papás pero que también quería ir al nido a jugar con los otros bebes. En
realidad los padres juegan con los niños, pero a los niños lo que les gusta es
jugar entre ellos.
Aunque será difícil, vamos a sobrevivir al distanciamiento
social, pero no sé si tomemos conciencia definitiva, que estamos todos en un
mismo barco. Quizás continuemos estando distantes, desconfiados y hasta
temerosos del contacto, pero una vez pasado el pánico, definitivamente tenemos
que ser más tolerantes con la presencia inevitable de los otros. Es el mensaje
del Noli me tangere: acepto estar
contigo, acepto que me ames, pero no me toques.