Informe
Señal de Alerta-Herbert
Mujica Rojas
5-4-2023
¡Los muertos nuestros de cada día!
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Como en el Chicago o Nueva York de los años treinta, en
Lima, todos los días amanecemos con crímenes que son vulgares ajustes de
cuentas. Y, rara vez, los balazos que ultiman a ciudadanos, son menos de 5 ó 6.
Las noticias traen la cotidiana información que un ómnibus
en cualquier parte del país se cayó al abismo, chocó o se salió de la ruta
ocasionando los muertos nuestros de cada día.
A nadie conmueve, de tan común el suceso, la pérdida de
vidas.
Casi nadie repara que las estadísticas trágicas nos ponen en
todo el mundo como una nación primitiva que no castiga a los conductores
borrachos e irresponsables como tampoco a las autoridades que no vigilan el
mantenimiento de los vehículos ni las pistas.
Tampoco nadie cuestiona la ineficacia, lentitud o no se sabe
qué ocurre, de la Policía Nacional del Perú. Hasta pareciera que los
delincuentes tienen mejor organización y…… ¡poder de fuego!
Si se pudiera, literalmente, estrujar como si fueran
esponjas, los aparatos televisivos o radiales, obtendríamos sangre a borbollones.
O son asesinatos o choques o descarrilamientos, o vendettas,
el mortuorio mensaje siempre es el mismo: víctimas y más víctimas.
Los autos, camiones o buses se pasan las luces rojas, el
peatón es aplastado por estructuras rodantes que olvidaron que su vía es la
pista para subirse, en carreras locas, por las aceras atropellando a la gente.
Jóvenes y viejos, hasta ancianos, usan las veredas para
conducir sus bicicletas y hasta se molestan si uno al caminar les “interrumpe
el paso”.
¿Qué puede haber ocurrido para que este nivel de abyección y
vileza constituyan hoy por hoy parte de la "cultura" peruana?
Pocos años atrás se impuso la sana costumbre de usar los
cinturones de seguridad, quien no lo hacía era multado. Lo cierto es que el
ejemplo se popularizó dando cuenta de un signo de disciplina férrea y
saludable.
¿Cómo hacemos para que las empresas no recojan pasajeros en
el camino, permitan a conductores ebrios o cansados, la parada en lugares
sospechosos?, ¿están cumpliendo las autoridades el riguroso examen de las
unidades de transporte?
Por lo menos, según las estadísticas, el 80% de los accidentes
trágicos son por cuota humana, en buen romance, está fallando el disco duro
ciudadano. Entonces ¿cómo se logró lo del cinturón de seguridad?
El Estado, las empresas privadas, los gobiernos, deben
librar batalla contra toda la informalidad y la indisciplina que nos hace
parecer tribus de monos enloquecidos.
¿De qué otro modo comprender que las carreteras estén
ensangrentadas día de por medio y que eso no llame la atención de ninguna
manera?
¿Cómo “asimilar” que en cualquier calle o avenida, de
repente unos hampones se bajan de la motocicleta, obsequian fuego nutrido y se
produce un repugnante ajuste de cuentas.
La vida es parte insustituible del proyecto social. Quien no
se estima, no se quiere o no se valora, tampoco estima, quiere o valora al
prójimo a quien siente como enemigo al que hay que pulverizar a como dé lugar.
¿Por causa de qué este molde nefasto tiene primacía en la
mente de los peruanos?
No ha mucho que un amigo me transmitió el anhelo de su hijo
de quedarse para siempre, fuera del país. Cada vez que regresa siente miedo.
No solo la delincuencia y la inseguridad ciudadana, también
los microbuses, las carreras trogloditas entre unidades para ver quién gana más
pasajeros sino también el aire enrarecido de que algo puede pasar lejos muy
lejos de los sucesos de alegría que una nación tiene derecho a darse.
Aquí todo es gris y la letanía de la queja preside, desde
que amanece hasta que anochece, el menú cotidiano del peruano.
Se queja pero culmina resignándose: "así es la
vida", ¡qué se va a hacer! y los medios de comunicación en su miopía
cretina, ensalzan estas expresiones en la voz de "líderes" de
opinión.
Un país tiene el deber de limpiar su imagen y de criticar
las imperfecciones de su devenir diario. Es más, una de sus obligaciones
debería constituirla aprender que hay muchísimo que hacer y que la génesis
arranca en aceptar que somos un país en que el pistoletazo cercena vidas con
tanta frecuencia como lo hacen los buses de transporte local e interprovincial.
Produce bascas el saber que los "noticieros" se
refocilan en la narración detallada de cómo fueron los sucesos trágicos.
El morbo de no pocos locutores atiza con visos de cotidiano
lo que debiera ser ocurrencia extraordinaria y evitable. Gracias a la
televisión, diarios y radios, mostramos al mundo nuestra fase repulsiva y
oscura, parecemos simios con metralletas listos a disparar a diestra y
siniestra.