Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
16-3-2025
¿A cuánto un juez, un parlamentario, un ministro, un empresario?
En El núcleo
purulento, Bajo el Oprobio, Lima
1933, Manuel González Prada escribió sentencias que persisten, hoy como ayer y
luego del canibalesco, inmoral y degradante espectáculo en el Ministerio
Público, avergonzándonos como Nación.
Los delincuentes en múltiples reparticiones estatales van
revelando su mínima catadura moral cuanto que minúscula es la de testaferros,
cómplices, adláteres y compinches en todas las agrupaciones políticas,
burocráticas, jurídicas.
Recordemos con don Manuel:
“Mas nada debe sorprendernos en
un país donde la corrupción corre a chorro continuo, donde se vive en verdadera
bancarrota moral, donde los hombres se han convertido no sólo en mercenarios
sino en mercaderías sujetas a las fluctuaciones de la oferta y la demanda. Una
conciencia se vende y se revende hoy en el Perú, como se vende y se revende un
caballo, un automóvil o un mueble. Admira que en las cotizaciones de
Y nos referimos particularmente a
Lima que en el organismo nacional ejerce la función de núcleo purulento. Aquí
nacen para cundir en toda
La desinfección nacional no puede
venir del foco purulento; la acción necesaria y salvadora debe iniciarse fuera
de Lima para redimir a los demás pueblos de la odiosa tutela ejercida por
grupillos de la capital”.
Descubre el Perú, por enésima
vez, que el togado, el magistrado de cuello y corbata, el legiferante y otras
figuras y figurones, nunca fueron más que caricaturas y operadores de la
corrupción, ese núcleo purulento que nos viene como maldición hace más de 204
años.
Una de las modificaciones que los
brutos pretenden imponer se refiere a la mengua representativa de los grupos
regionales. Obvio que eso promueve más de lo mismo: el largo predominio de una
capital absolutamente de espaldas al país.
Y la organización electoral en
decenas de listas, permitirá el fraccionamiento y colapso del sistema.
Con precisión afilada González
Prada exclama que la desinfección nacional no puede venir del foco purulento,
Lima. Aquí se guarecen los mecanismos principales de la trampa y la picardía.
En una capital profundamente retrógrada, se cocinan los peores platos con miras
estrechas y autistas.
¿Cuánto más bajo necesita Perú
caer, para mostrar sus miserias horrendas y subalternas? Navegar en el fango,
en aguas oscuras y amenazantes, no es lo mejor pero hay que salir de esas
estaciones de alguna manera.
¡Precisamente! Es hora de romper
el pacto infame y tácito de hablar a media voz y decirle al pan, pan; y al
vino, vino. Al sinverguenza, al ratero, al estafador de la fe pública y
vendedor de sebo de culebra, hay que llamarlo por su nombre: ¡delincuente!
Todos los que han hecho del
Ministerio Público escenario de sus trapacerías, merecen ser juzgados,
apresados y castigados de tal manera que vitaliciamente les quede la puerta
cerrada a cualquier institución del Estado.
No se libran de ser llamados
delincuentes los que hicieron de la justicia una feria de pasiones innobles y
subalternas y que conforman los grandes bufetes de abogángsteres.
Los pícaros se sombrean y
esperan, viviendo del dinero deshonesto, fuera del Perú o en playas hermosas,
disfrutando de residencias y bienes frutos del robo. Otras veces la
delincuencia los coloca en puestos en entidades internacionales donde gozan de
inmunidades diplomáticas. Es decir, el robo es su divisa, aquí o acullá.
Y los pillos carecen de banderas
o prescinden de ideologías a la hora de clavar la uña hambrienta en los fondos
públicos. La historia reciente no distingue entre izquierda o derecha, podemos
mostrar en las cárceles a redomados miserables a quienes da lo mismo Chana que
Juana. ¿O no es así? ¿Qué ha sido USAID y las donaciones a mercenarios que
hablaron en “nombre del pueblo”?
La oportunidad no es la mejor
pero acaso constituya el desafío que hay que responder con firmeza y energía
porque no hay licencia ni derecho para seguir envenenando al país. ¿Por qué hay
que dejar un Perú aherrojado y sucio a las nuevas generaciones?
El Perú necesita una revolución
moral. Hombres y mujeres de todos los partidos, de la multitud de colectivos,
de las diferentes congregaciones religiosas y laicas, de todas las edades, de
todos los confines, de todas las sangres, tienen el imperativo imperioso de
pelear por la unidad.