Thursday, January 07, 2021

La fiesta y la muerte: cómo la pandemia dio lugar a los covidance y a los covidiotas

 


La fiesta y la muerte: cómo la pandemia dio lugar a los covidance y a los covidiotas

por Jorge Smith Maguiña; kokosmithm@hotmail.com

http://senaldealerta.pe/pol%C3%ADtica/la-fiesta-y-la-muerte-c%C3%B3mo-la-pandemia-dio-lugar-los-covidance-y-los-covidiotas

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7-1-2021

 

Ya, una fiesta clandestina realizada e interrumpida en uno de los suburbios de Lima, hace algunas semanas, había generado una quincena de fallecidos, a causa de la necesaria e inevitable, pero un poco caótica intervención de la policía, para un evento que estaba definitivamente prohibido. Eso dio lugar a que se hiciera evidente que en una ciudad como Lima, como en la mayor parte de las grandes ciudades, había muchísimas fiestas clandestinas, pequeñas o grandes y que bordeaban varias las centenas por semana.

 

Lo cierto es que la población joven, sobre todo, definitivamente no “aguanta” un confinamiento tan riguroso y permanente, una restricción prácticamente sine die, de la cual no se tiene una fecha clara cuándo acabará. Dichos festejos clandestinos son básicamente juveniles. Cuando implican la presencia de adultos, son generalmente festejos familiares con una cierta cantidad de asistentes, que también están prohibidos. Hay también celebraciones, como los 15 años de alguna hija, o bodas de plata o de oro que son difíciles de posponer y que ya eran difíciles de postergar y a la llegada de cuya fecha se habían puesto demasiadas expectativas realizando. La policía en muchos casos, definitivamente cae y termina la fiesta. Lo que es cierto es que a pesar del riesgo y las prohibiciones la gente tiene un deseo irreprensible de festejar. Psicológicamente, este desesperado deseo de catarsis en un año de interminables frustraciones y permanentes tensiones es fácil de comprender. La policía definitivamente no puede darse abasto para fiscalizar todos estos festejos, pues se distraería de su función principal que es proteger a la población contra el crimen. Es evidente que en las actuales circunstancias dichos festejos alteran el orden público. Cualquier cercanía del fin de semana pone la señal de alerta sobre estos festejos clandestinos, pues algún indicio de su inminencia siempre hay.

 

Con la llegada del fin de año, era inevitable que muchas fiestas estuviesen previstas y en muchísimos casos se ha rebalsado el vaso. Concentraciones de grupos y no sólo grupos juveniles han proliferado por doquier, y en los próximos días veremos la gravedad de la propagación del contagio.

 

En muchos lugares del mundo por una razón u otra, ha habido manifestaciones callejeras en pleno estado de emergencia a todo lo largo del año 2020, ya declarada la pandemia. Los casos más patentes se han dado en muchas ciudades de los Estados Unidos, durante las interminables manifestaciones propiciadas por los problemas raciales a partir de la muerte en manos de la policía de George Floyd. En algunas ciudades como Portland hubieron hasta más de 100 días sucesivos de manifestaciones y se pudo constatar, como era inevitable, que días o semanas después se producían nuevos focos de contagio, a pesar que las manifestaciones se producían al aire libre, en las calles.

 

Aunque se llevase mascarillas, en un mitin callejero es difícil respetar la distanciación social conveniente. La situación es peor en una fiesta clandestina, que suele ser en un lugar cerrado. Dichos encuentros, implican una alta concentración de gente sin distanciación, música estridente que obliga a hablar en voz alta e inevitablemente quitándose las mascarillas para comunicarse con claridad en medio del bullicio, alto consumo de alcohol que inevitablemente genera relajo de cualquier comportamiento prudente y en muchos casos por lo que se consta después, el uso y abuso de sustancias muchas veces prohibidas. El baile no deja de estar presente en estas fiestas, hay sudor y un aire cargado de humedad en diversas formas, lo cual favorece la dispersión de cualquier virus y por lo mismo un altísimo riesgo de contagio. De allí que se haya acuñado el término COVIDANCES, utilizando la palabra COVID que remite a la pandemia y utilizando la palabra DANCE, que viene del inglés baile. Estas celebraciones clandestinas, que en realidad son juergas en un sentido más preciso, implican por lo mismo que puede ser de cualquier tipo. El baile implica acercamiento y allí es donde se infringe cualquier tipo de ley o de prudencia sobre el distanciamiento, lo cual hace que quien esté en dicha situación está expuesto definitivamente a una situación donde se está expuesto al contagio del coronavirus. La puesta en escena para el riesgo del contagio es inevitable. Los COVIDANCES, por la clandestinidad misma que implica su realización, se hacen en espacios cerrados. Bailar implica acercamiento de los cuerpos. El encierro genera sofocación, sudor y por lo mismo tener que quitarse la mascarilla -si se lleva una- para poder beber cualquier líquido. Todo está dado para que se produzca un eventual contagio. La gente evidentemente es consciente que está expuesta. En forma un poco ingenua, muchos jóvenes, se sienten inmunes al contagio. Por último, en lo que concierne a esto, la data científica los apoya, pues aunque se infecten, el virus no suele ser letal para los jóvenes, pero eso no los exime en ningún caso, incluso por muy asintomáticos que sean, de poder llevar el llevar el contagio a cualquier persona para quien el contagio sí pueda ser letal. Todo joven después de una fiesta covid o COVIDANCE, inevitablemente regresará a su casa o a algún lugar en el cual en algún momento estará lidiando con adultos, con alguien de su familia o lugar de trabajo. El problema está allí, en el riesgo que acarreen el virus. En que se vuelvan un peligro para los otros.

 

Freud, de estar vivo todavía, hubiese opinado que dichos comportamientos juveniles eran la mayor prueba de que en muchas formas, lo que metafóricamente él denominaba el instinto de muerte persistía y específicamente en los jóvenes. Detrás de esta búsqueda irreprensible del placer momentáneo que permitía el participar a una COVIDANCE, hay la persistencia de lo que el psicoanalista vienés, denominó el instinto tanático. Freud, de haber vivido en nuestros días, al enterarse de estos encuentros, hubiese hecho múltiples asociaciones y encontrado diversas equivalencia, entre el comportamiento de los jóvenes actuales y el comportamiento de muchos de los jóvenes de las familias vienesas, que una vez declarada la 1ra. Guerra Mundial en 1914, muchas veces sin estar obligados a hacerlo, se enrolaban para ir al frente de batalla, a sabiendas que en muchos caos ir al frente de batalla, era ir a una carnicería segura. Freud al ver eso, ya había intuído varios comportamientos extraños en sus pacientes, al constatar que muchos de ellos tenían algo así como una irreprensible tendencia a buscar, a meterse contra todo pronóstico en situaciones contradictorias, en las cuales el placer podía estar combinado con el dolor, el goce inmediato con una potencial o subsecuente frustración ulterior, o sea una especie de cóctel trágico que combina el placer con el dolor, la fiesta con la muerte.

 

Es evidente que existe una cierta anomía en la sociedad actual, que es notoria sobre todo en los jóvenes. Incluso los más inteligentes, no saben a veces qué significado darle a sus acciones. Sus acciones pueden ser eficientes, pero muchas veces ellos las ven como carentes de sentido o de significado para sus propias existencias. Buscan emociones fuertes como participar en una situación transgresiva, como lo es enfrentarse con la policía con el riesgo de ser herido o como lo es el participar en una fiesta COVID. Ambas permiten experiencias fuertes, como se suele decir, “cargadas de adrenalina”, que por un lapso de tiempo, les dan la impresión de vivir algo que puede tener alguna significación para ellos, algo así como los jóvenes vieneses que para sorpresa y espanto del genial psicoanalista, que buscaban en una posible inmolación en el frente de batalla, un póstumo momento épico, que le diese algún sentido a sus aburridas y anómicas existencias.

 

Es por eso que a los que participan y se exponen a dichas situaciones en una COVIDANCE, se les denomina muchas veces COVIDIOTAS, adjetivo un poco duro pero más que comprensible, dada la situación de riesgo en la cual se implican, por voluntad propia. El término es un poco cruel y de alguna manera acusatorio. Nos parece sin embargo duro e injusto, pues en otros tiempos que no fuesen estos de pandemia, los –sobre todo jóvenes- que asisten a dichas fiestas, simplemente hubiesen sido los asistentes a una fiesta masiva juvenil cualquiera, dentro de todos los parámetros de lo legal y con algunas situaciones inevitables de transgresión, comprensibles en cualquier evento juvenil pero que pocas veces se le escapan de la mano a los organizadores.

 

Los últimos megaeventos con amplia participación juvenil, que desde Woodstock, en los Estados Unidos hace ya más de 50 años se vienen produciendo en todo el mundo, suelen ser eventos muy bien organizados, en los cuales cualquier signo de transgresión atípica o excesiva es inmediatamente neutralizada a veces con un uso racional de la fuerza. 

 

Un largo confinamiento de más de dos meses a comienzos de año en casi todo el mundo, un toque de queda interminable que prácticamente ha hecho trizas cualquier tipo de vida nocturna, de tipo discoteca o bar o de carácter cultural. Esto ha generado una tensión en casi todo el mundo, en personas de toda edad, pero sobre todo en los jóvenes. Era previsible que si bien la mayoría de las personas, siguiendo medidas de prudencia casi al pie de la letra, las navidades la gente la haya pasado en casa en pequeños grupos, incluso evitando las visitas intrafamiliares. Ha obedecido  los consejos insistentes que era la mejor manera de no diseminar el contagio en la familia. Eso fue aceptado, pero era inevitable que muchos jóvenes, a cualquier precio y asumiendo pasar cualquier riesgo, se pasasen la voz a escondidas para participar en alguna COVIDANCE, una semana después, en ocasión del fin de año.

 

Ha habido dos eventos muy precisos en este fin de año 2020, un año que será de triste recuerdo y que muchas personas estaban dispuestas a hacer cualquier cosa para olvidarlo. Los eventos fueron en dos lugares muy alejados como lo son el Perú y Francia. Un evento fue una fiesta clandestina en un distrito de Lima que acogió a unos 1,500 jóvenes y otro fue una muy masiva denominada rave party (por el tipo de música tocada), realizada en un hangar abandonado en la región de Bretaña, al noroeste de Francia. Era un megaevento que acogió a unos 2,500 jóvenes.

 

Lo que es interesante es que si bien estos dos eventos fueron intervenidos por la policía, no hubo que se sepa hasta ahora, en ninguno de los casos una violencia por parte de la policía que haya tenido consecuencias graves para los asistentes. En el evento peruano la policía fue muy prudente en su proceder, para no generar las consecuencias fatales que semanas atrás generaron una quincena de fallecidos al intervenir una COVIDANCE. Esta vez, la fiesta peruana sólo generó un arresto preventivo de unos 200 de los casi 1,500 asistentes. Hay muchísimas infracciones, pues seguimos en toque de queda y con prohibición de celebraciones y el riesgo de diseminar el contagio, de todo lo cual se les puede acusar a los organizadores y a los asistentes, pero las autoridades se han hecho un poco la vista gorda, lo cual lamentablemente es un mal precedente. Lamentablemente las fiestas de carnavales y las del día de los enamorados no están tan lejos y dudamos mucho que tales COVIDANCES, no se vuelvan a producir.

 

En el caso de Francia, la situación es muy especial, aunque sabemos que en Europa, especialmente en Francia y España y también en otros países, ha proliferado la organización de fiestas COVID, con una asistencia algo menor, que la que se realizó en Francia. Allí asistieron jóvenes de varias regiones de Francia e incluso había jóvenes de otros países. Ya se habían desbaratado semanas antes, diversas organizaciones que realizaban fiestas clandestinas, como había ocurrido en Marsella y Estrasburgo. Era inminente que para el fin de año se produjesen también nuevas fiestas, aún cuando la actual situación de emergencia sigue vigente, que hay un recrudecimiento y vuelta del contagio y para colmo la aparición de una nueva variante del coronavirus, ¿podríamos decirnos que la policía francesa, no sabía que dicha fiesta se iba a producir?.

 

Creo que es muy difícil, ser tan ingenuo como para pensarlo, como que tampoco es creíble que la policía en Perú, pueda ignorar del todo, que una fiesta de 1,500 jóvenes, pueda organizarse de un día al otro, sin que nadie se le escape, la infidencia de que un evento de ese tipo va a realizarse.

 

Lo que está ocurriendo, es que existe una solidaridad muy grande entre los jóvenes, una increíble capacidad de organizarse y generar convocatoria y que esta solidaridad es cada vez más eficaz. Dichas convocatorias para estos eventos tienen acogida, es innegable y que si la policía se entera, suele ser el mismo día o cuando el evento ya está en curso. En el caso peruano, alguien denunció que se estaba produciendo un evento masivo y lo denunció por lo ruidoso que era, pero para nadie era un secreto que había una fiesta masiva en dicho lugar y más aún que ya se habían realizado eventos en dicho lugar, algo sobre lo cual los responsables de dichos eventos tendrán que declarar. En el caso de Francia, el día mismo de los hechos, se comenzó a detectar que había un número inusual de vehículos motorizados que se dirigían hacia un mismo lugar desde proveniencias muy diversas. El lugar era un hangar abandonado. En otras ocasiones ha habido fiestas clandestinas en túneles, fábricas abandonadas o lugares por el estilo. No hay vecinos a quienes moleste el ruido, por muy estridente que éste fuese. Por lo mismo no hay quien se queje. Lo curioso en el caso de Francia es que como el toque de queda comenzaba a las 8.00 pm, si bien la policía ya sabía que la gente se dirigía a un determinado lugar, el derecho de circulación estando permitido por la ley, no podían impedir hasta las 8.00 pm que la gente se dirigiese hacia donde le diese la gana.

 

Lo interesante es que en ninguno de los dos casos, el Perú y Francia, cuando ya se sabía que un evento clandestino se estaba realizando, se optase por tomar por asalto el lugar. En Perú simplemente se optó por interrumpir la fiesta, que ya llevaba varias horas y más bien en el caso de Francia la violencia vino por parte no de la policía sino de los fiesteros, que terminaron quemando un vehículo de la policía e hirieron a tres gendarmes. La policía francesa optó por no tomar por asalto en lugar, lo cual hubiese generado más violencia aún y con consecuencias posiblemente fatales, dada la magnitud del evento. ¿No se suponía que los franceses eran más civilizados que los peruanos? Me reservo la respuesta, pero lo cierto es que, al hacer la evaluación de estos hechos, lo que podemos decir es que las situaciones inéditas que está generando la pandemia, están haciendo perder los papeles a mucha gente y que definitivamente, el privarle los jóvenes y en general a los ciudadanos, su derecho de reunión y de relajo no es algo fácil de manejar. La gente está dispuesta a reivindicar hasta en forma violenta que le devuelvan dicho derecho, a cualquier precio.

 

De allí la importancia, y la forma prudente de actuar que debemos felicitar con la que ha actuado la policía en los casos de Perú y Francia. Cuando vemos los aparentes excesos del uso de la fuerza por parte de la policía, en las marchas que generaron la caída de un gobierno hace algunas semanas en el Perú, con un saldo de dos jóvenes fallecidos y también el muchas veces desproporcionado uso de la fuerza, que a veces, se ha hecho en Francia en los últimos meses para reprimir los disturbios ocasionados por los gilets jaunes (chalecos amarillos), un movimiento reivindicativo, con ribetes a veces un poco anárquicos, que la policía francesa, en muchas ocasiones, ha reprimido de una forma exagerada o desproporcionada en relación a la provocación de los manifestantes. Una cosa es sin embargo, la represión de una forma de transgresión por razones políticas, sobre lo cual el Estado en cualquier lugar se irroga el monopolio del uso de la violencia legal, aunque sujeta a diversos parámetros como en los últimos dos casos y otro caso, como en el caso de la interrupción del disfrute de una fiesta de año nuevo, que por otro lado en Perú o en Francia, raramente o quizás ninguna vez han sido prohibidos en los últimos cien años. Los toques de queda, en Perú en los últimos decenios han sido frecuentes, sobre todo en las épocas del terrorismo, pero el derecho de reunión, difícilmente podríamos decir que fue impuesto en forma absoluta.

 

El Covid 19, como una de sus consecuencias preocupantes está trayendo la generalización de comportamientos prohibitivos y/o represivos, por parte de la autoridad de turno, muchas veces sin argumentos claros para explicar su necesidad. Al privárseles el derecho de festejar a los ciudadanos, de alguna manera estos sienten que se les está privando, de uno de los últimos recodos de libertad que le permite la vida moderna, con todos sus códigos y reglamentaciones. De más en más, todo indica que el ejercicio de la libertad, en el futuro sea casi solo virtual. Todo lo que pasa en la realidad, está de alguna manera bajo sospecha. Es por eso que muchas veces la búsqueda del placer o de la fiesta, al ser algo que sale de lo ordinario, es algo que en las circunstancias actuales se está  haciendo a riesgo de la perdida de libertad, pues uno no solo puede estar obligado a pagar una multa sino incluso ser arrestado por ir a una fiesta clandestina, o incluso ambas cosas. En el caso de Francia, a lo más se les podía imponer a los asistentes a la COVIDANCE de Rousillon, una multa de 135 euros, lo cual es algo mínimo para los ingresos de un francés promedio. Aquí en Perú las multas alcanzan montos delirantes. Como alguien me decía, “Algunos viven en Perú con ingresos del cuarto mundo, pero se les multa como si tuviesen los ingresos de ciudadanos suizos”. Algo no camina bien.

 

Frente a la prudencia del comportamiento policial en ambos casos, el peruano y el francés, lo que sí es preocupante es la reacción bastante violenta de la prensa. En el caso peruano la reacción inmediata fue de tomar medidas más represivas que las ya existentes, pero con la cantidad de escándalos, o casos de corrupción que se destapan cada día en Perú, al día siguiente de la denuncia del COVIDANCE, ya los titulares estaban consagrados a otras cosas. Preocupante sin embargo, ha sido el tratamiento del tema de la mega COVIDANCE en Francia por parte de la prensa norteamericana, sobre todo el tratamiento del tema en los comentarios en las redes sociales, en referencia a los artículos periodísticos que informaron sobre el tema en los principales diarios norteamericanos. Los norteamericanos se han burlado con una inusual violencia de que la fiesta francesa que duró unas 36 horas, no haya podido ser interrumpida por la policía, que como lo decimos se comportó prudentemente y que más bien la violencia haya venido por parte de los fiesteros. Algunos en las redes sociales norteamericanas y también francesas, sugerían que la policía debió haber cercado la fiesta, y dejarlos que termine cuando los jóvenes lo deseasen, pero que se quedasen también en el mismo lugar, en el hangar, pasando una cuarentena allí mismo, para que no irradiasen contagio después. Otros pedían que a los que estaban infectados en esa fiesta, la seguridad social no los atendiese en los hospitales públicos y que pagasen por ellos mismos cualquier costo ligado a su atención hospitalaria, si terminaban infectados. Esto ha permitido descubrir en forma clara la increíble violencia e intolerancia que contamina las redes sociales y esta situación poco matizada a la cual son propensas las opiniones que se vierten en las mismas.

 

Un poco de esos criterios condenatorios y carentes de matices es aquel del cual, se le está acusando a Facebook, el vehículo de opinión más popular, al cual son adictos la mayor parte de los jóvenes. Todos los estudios están  indicando que Facebook en vez de unir, divide y confronta a las personas. Les da a las personas, sobre todo a los jóvenes, un sentimiento ficticio de pertenecer a una comunidad virtual, pero más que eso genera una gran intolerancia en los grupos cuyos puntos de vista no se comparten. Es evidente que la inmediatez informativa que permite la comunicación digital, genera también una especie de sensación de omnipotencia, de creer que todo está al alcance de uno, por el hecho de que puedo ser testigo y por lo mismo, aunque sea partícipe pasivo de algo que ocurre en el otro lado del mundo, sentirme concernido por el mismo hecho. El hecho además, de que sin mayor edición se puede subir cualquier opinión a través de las redes, da también una ingenua sensación de que uno es escuchado por alguien y que por una docena de likes que a uno le dan, ya uno crea que sus puntos de vista suscitan interés o son pertinentes. Hay en muchos jóvenes este ingenuo sentimiento de ubicuidad y omnipotencia, y de alguna manera genera que también, gracias al anonimato haya un sentimiento de inmunidad. Uno se dice, por último, que si alguien no está de acuerdo con mi opinión, lo bloqueo o lo corto.

 

Ese poder ficticio que permiten las redes a muchos les da la impresión de sentirse de alguna manera inmunes y todopoderosos. “Soy joven, y el coronavirus no es de gran riesgo para mí y por lo mismo no es sujeto de mi incumbencia. Allá los otros, que se cuiden. Yo quiero de todas maneras juerguearme” parece ser el monólogo interior de muchos. Este narcisismo de pacotilla, con tintes fascistoides, es un poco el tenor de la mentalidad que a través de las redes sociales se irradia en los jóvenes, que en muchas cosas buscan ser transgresores, pero que pasivamente aceptan y muchas veces asumen dichos mensajes, que a veces son inducidos por quienes propician los COVIDANCES.

 

Perú en ese sentido es un país anárquico por excelencia, con una población mayormente juvenil y sujeta a la ambigüedad de los mensajes que son vehiculados por Facebook. La generalizada informalidad y el exceso de regulaciones, muchas veces absurdas, hacen que la gente en muchas cosas viva al margen de la ley sin siquiera darse cuenta. Al ser la impunidad la regla, la tolerancia al vivir al margen de cualquier reglamentación es de alguna manera la regla, dada la laxitud imperante.

 

La gente se entera que la ley existe sólo cuando se encuentra envuelta en algún tipo de juicio. En la vida cotidiana, la gente opta por un criterio empírico, para aceptar o definir qué cosa es legal y qué cosa no lo es. Hacerle comprender a la gente que después de los miles de millones robados por la corrupción de ODEBRECHT al Estado peruano y que hasta ahora no haya ni un solo ministro ni empresario corrupto encarcelado después de estos latrocinios,  con el cuento de que todos tienen “derecho al debido proceso”, cuando con un buen abogado penalista es casi imposible ser hallado culpable. Vivimos en un país donde una risible administración de justicia podría hacer, que si a alguna persona se pone terca y no quiere pagar una infracción vehicular y puede hasta darse el lujo de insultar al policía que se la pone y hasta llevar su caso hasta el tribunal constitucional. Esas cosas pueden ocurrir, las sabemos y las toleramos y sin embargo la gente se ofusca o se ofende, de saber que de repente a un sobrino tuyo lo van a meter tres meses en prisión por haber sido detenido participando a una fiesta clandestina. Es algo bien difícil de hacerles comprender a los ciudadanos de a pie lo importante que es aceptar que muchas leyes son dadas para el bien común, cuando las decisiones judiciales dan cada día señales muy confusas, que hacen que el ciudadano se sienta desprotegido por la ley.

  

Hay sectores ligados al poder en cualquier país, que utilizan situaciones de pánico, como las ligadas al miedo del contagio en relación a la pandemia para, de contrabando, introducir represiones teñidas de un puritanismo estúpido creando códigos infantilizantes y que terminan por lo mismo, al final simplemente generando la reacción contraria.

 

En Francia misma aún durante, los años de la 2da. Guerra mundial o durante la ocupación alemana, no se reprimió en forma total el derecho a que la gente tenga fiestas que solían hacerse los días domingos. El gobierno colaboracionista de Vichy, hizo público un curioso discurso de parte del general Petáin, datado del 17 de junio de 1940, que pedía a los franceses dejar de participar en situaciones de placer, ya que esto erosionaba el espíritu de sacrificio, al cual se debían ya que la patria estaba ocupada. En los años 70 en Francia pude conversar con muchísimas personas que habían sido jóvenes en la época de la ocupación, muchos de los cuales esperaban con mucho entusiasmo esas fiestas dominicales y participar en esos bailes, era manifestar una forma de resistencia frente al ocupante alemán. Curiosamente, esas fiestas dominicales tenían la hostilidad explícita de la iglesia católica. Muchos me decían que se bailaba mucho el valse y sobre todo la java. Eso implicaba evidentemente el acercamiento de los cuerpos y como siempre lo que denunciaban los puritanos era que se evite todo aquello que permitiese el acercamiento de los cuerpos o lo que hoy se denomina el “erotismo difuso”. Lo que se quería castigar, era justamente el espíritu de fiesta, de goce. El espíritu de fiesta, de celebración, no busca necesariamente los excesos. Son procedimientos catárticos y necesarios para el individuo y para el grupo, que permiten desfogues de tensión, en relación a la rutina de la vida cotidiana y más aún cuando se vive una época de tensión como la que vivían los franceses bajo la ocupación alemana y que hoy vivimos, en general todos y particularmente los jóvenes bajo esta pandemia. Son situaciones de alguna manera equivalentes y sin duda van a aparecer algunos estudios al respecto a la tensión que vivieron los peruanos durante la ocupación chilena en la guerra de 1879-1883. Parece mentira que con otros argumentos, quizás más comprensibles que los de hace 80 años se esté volviendo a querer inducir los mismas medidas auto represivas. Lo que buscan generalmente las prohibiciones al goce, es el instaurar una especie de orden moral improvisado. A sabiendas sin embargo que prohibirles el goce en forma absoluta a la gente es imposible, por lo que las restricciones al respecto durante el gobierno de Vichy, o las que se den en Perú o cualquier lugar al respecto caerán en saco roto. Se sabía, durante el gobierno de Vichy, que las fiestas dominicales eran momentos en que por excelencia, se encontraba en dichas fiestas, gente que estaba en la resistencia francesa, y por lo mismo intempestivamente se solían interrumpir las fiestas y se optaba por ponerles una multa a los organizadores y en caso de reincidencia la autoridad podía proceder a la confiscación de los instrumentos de algunos de los músicos.

 

En esta fiesta de año nuevo en el Rousillon, a por lo menos 1,200 personas, o sea la mitad de los calculados 2,500  asistentes, se les obligará a pagar una multa de 135 euros, que es el costo por infringir la ley.

 

Aunque las fiestas clandestinas de gran magnitud en los últimos días se han detectado en muchos lugares en Francia, no es casualidad que la de Año Nuevo, haya sido en el norte de Francia, sobre lo cual hay un excelente estudio de Alain Quillevere (1), sobre los bailes clandestinos en esa zona en la época de la ocupación alemana.

 

La tradición de individualismo existente en Francia, hace que de una manera u otra, estos comportamientos transgresores como el de la COVIDANCE de año nuevo se repetirán, pues la pandemia con sus resacas y segundas olas, están lejos de terminar. El peor comportamiento, de la autoridad pública, sería un comportamiento represivo a ultranza. El comportamiento festivo es inherente a la naturaleza humana. Las fiestas o festividades nos hacen de una manera real y también simbólica sentirnos partes del tejido social. Ni la pandemia, ni el comportamiento represivo o auto represivo, van a detener el dinamismo de estos comportamientos sociales. Los animales pueden jugar pero no celebran. Solo los seres humanos celebran. La fiesta o el comportamiento festivo no tiene que ser necesariamente algo dionisiaco y una fiesta clandestina frente a una prohibición puntual no es algo que necesariamente terminará siendo una bacanal o terminar en un comportamiento orgiástico. 

 

El puritanismo tonto, por no decir absurdo que ha comenzado a proliferar estos últimos tiempos no hace sino exacerbar el comportamiento transgresor. El puritanismo mal entendido hace que mucha gente esté buscando alguien a quien señalar con el dedo acusador y para los cuales cualquiera que va a alguna fiesta es sospechoso de algo. La secuela de problemas para la salud mental, que ha acarreado la pandemia, el diseño de políticas imaginativas para detener los estragos de la depresión endógena y exógena que ha acarreado la pandemia, el casi 25% de jóvenes entre 18 y 30 años que han tenido ideas suicidarias, son los temas que deben preocupar y generar políticas públicas imaginativas como reacción a la pandemia pues está en juego la salud mental. Optar por la represión abierta no conduce a nada.

 

En el caso de Francia, las idas y venidas de las medidas dictadas por el gobierno para la reapertura de los espectáculos públicos, como cines o teatros, sumados a la prohibición de reunirse para cualquier tipo de festejo, salvo en forma muy restringida, es algo que ha terminado por llenar el vaso. Es evidente que estamos frente a una situación inédita, universal y simultánea, frente a lo cual ni las autoridades saben cómo actuar con la prudencia debida, ni los ciudadanos saben cómo soportar, una situación de frustración permanente, sobre la prohibición de sus comportamientos más usuales y lo que es peor sin una perspectiva cronológica precisa de cuando terminarán, estas prudencias a veces excesivas. Lo cierto es que como resultado tenemos a un ciudadano, temeroso y frustrado, culpabilizado y acusado por tirios y troyanos, por simplemente querer encontrarse con algunos amigos para tomar unas cervezas o escuchar un poco de música.

 

La antropóloga francesa Emmanuelle Lallement, ha tenido la paciencia de investigar la evolución del comportamiento festivo, desde la aparición de la pandemia. Las conclusiones provisorias a las que llega en sus  investigaciones son muy luminosas sobre el tema. Ella está estudiando en tiempo real el tema y ve que desde ya sobre el tema del comportamiento festivo y su importancia para sostener el ya frágil tejido social, está dando lugar a diferentes formas de manifestaciones. Ella nos indica de cómo ya instaurada la pandemia, la gente salía a las 8.00 de la noche a aplaudir a los servidores de salud, policías y bomberos que estaban en primera línea de combate frente a la pandemia, de cómo en Italia la gente comenzó a improvisar conciertos dados desde los balcones por alguien que cantaba o tocaba algún instrumento de música. La represión en las actuales circunstancias es evidente que a nada conduce.

 

Terminamos este ensayo, con un fragmento de un reciente y brillante artículo de Emmanuelle Lallement, “Au bal masqué? Comment la distanciation sociale reaffirme la necessité de la fete”(2) en el cual con una rara lucidez, la investigadora hace hincapié de cómo la pandemia nos va a llevar a reevaluar, muchos comportamientos sociales, que permiten darle vigencia al tejido social, lo prudentes que hay que ser al querer reprimirlos, sin reemplazarlos por ningún otro. He aquí sus palabras:

 

“Hay diversas maneras, de cómo se está reconfigurando en la situación actual, lo que denominamos la sociabilidad festiva, el deseo de celebrar. Dichos comportamientos son muy diferentes, que aquellos que son usuales en la vida de todos los días. Estos comportamientos tienen para las personas una significación muy diferente, que aquellos que implican los comportamientos ordinarios, repetitivos de la vida cotidiana. Estos últimos incluso han comenzado a modificarse por las nuevas restricciones. El cese de los encuentros en los espacios públicos, los lugares comerciales y deportivos, con todo tipo de rigurosas medidas de distanciamiento físico han impactado también considerablemente las diferentes formas de sociabilidad festiva, prácticamente la han desterrado del espacio público. Los comportamientos festivos se han limitado a lo doméstico, y cuando han querido ir mas allá, se ha optado por una especie de semiclandestinidad, como si tener un comportamiento festivo implicase cargar desde ya, con algún tipo de culpabilidad”.

 

 (1)Alain Quillevere, “Les bals clandestins dans les Cotes du Nord sous l´ocupation”

(2) Emmanuelle Lallement,“Au bal masqué? Comment la distanciation sociale reaffirme la necessité de la fete” AOC. Paris. June 2020