Educación y autoridad
por Joan Guimaray; joanguimaray@gmail.com
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24-11-2022
Cuando la educación colapsa, las cabezas se aletargan, las
actitudes se desequilibran, las mentes se nublan, el entendimiento se
obscurece, la autoridad desaparece, consecuentemente, el Estado, el gobierno y
todas las entidades públicas decaen, se hunden, se arruinan. Eso, es lo que
lamentablemente está sucediendo en el país.
Es decir, la educación que creaba ideas, quebró. Aquella que
generaba pensamientos –para servir de columna, de soporte y de sostén a toda
la estructura administrativa del país que viene a ser el Estado–, fracasó. De
modo que, lo que queda ahora, ya sólo es una mediana instrucción que no
despierta la actitud creadora, ni estimula la inquietud imaginativa, mucho
menos motiva tener nobles sueños.
Precisamente por eso, ahora abundan los instruidos con
doctorados, pero sin luces para ver los males del país. Sobran los adiestrados
con maestrías, pero sin reflejos para advertir la causa de los problemas.
Proliferan los aleccionados con licenciaturas, pero sin agudeza para resolver
las dificultades que laceran a la patria. Sus humanas existencias sólo exhiben
ego, vanidad y voluntarismo, pero nada de capacidad, nada de brillantez, nada
de competencia, a pesar que esas cualidades son las que precisamente construyen
la preciada autoridad, aquella que en la ciudadanía genera respeto, suscita
confianza y origina aprecio.
Pero no nos extrañemos. Pues, en este dilecto país nuestro,
son ya rarísimos los que aún gozan de la valorada autoridad. Ya que aquí, hasta
los más altos funcionarios del gobierno, hace mucho que padecen de la falta de
autoridad. Es decir, las propias “autoridades” que dirigen el destino de la
patria, hace tiempo que carecen de autoridad real. Consecuentemente, el propio
Estado ya no inspira ninguna autoridad.
El problema es, que los políticos y los medianos
profesionales que entran a la función pública, no son productos de la educación
que crea autoridad, sino, sólo son simples resultados de la escuela adocenadora
y hechuras de la universidad instructora. Por eso, hablan con la voz del
cobrador de combi. Se envalentonan cual malhechores salidos de los barracones.
Transgreden sin pudor hasta las normas del idioma. Y, no entienden que para
ocuparse de los asuntos públicos, no sólo hay que ser instruidos, sino, ante
todo y sobre todo, hay que ser educados.
Es decir, para trabajar por el país, para ocuparse de la
ciudadanía, para servir al prójimo, hay que ser necesariamente educado. Y, ser
educado significa ser: modelo digno de admirar, paradigma que motiva seguir,
ejemplo que provoca adoptar. Ser educado significa usar la razón y convencer a
través de la persuasión. Ser educado significa mirar con ojos de amistad a todo
conciudadano. Ser educado significa señalar los desatinos y reconocer los
aciertos, tanto de los amigos como de los adversarios. Ser educado significa
tener el mismo gesto para todos, sin mirar el color de las ideas, ni fijarse en
el olor de los pensamientos. Ser educado significa tener amplitud de conceptos
y mirar el horizonte con la sobriedad de los ojos. Ser educado significa llevar
la lámpara de la civilización y el farol de la humanidad. En suma, ser educado
significa poseer la mentalidad viva y la conciencia despierta como resultado del
cotidiano ejercicio intelectual del ser consciente.
De la adición de estas cualidades, nace la autoridad. De la
concurrencia de estas virtudes nace el liderato. Y la suma de cualidades y
virtudes, inspira respeto. Precisamente por eso, la autoridad le pertenece
únicamente al ser educado, a aquél que se guía estrictamente con el rigor de la
lógica, con la severidad de la ética y con las pautas de la estética.
De manera que no basta ser instruido para poseer autoridad.
No es suficiente tener doctorado, maestría ni licenciatura para tener
autoridad. Puesto que, la autoridad emana del rigor, brota de la agudeza, surge
del brillo, procede de la cadencia y nace del equilibrio que viene a ser la
esencia misma de la educación.