Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
19-9-2023
¡Hipocresía de todos los días!
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En Perú la hipocresía
reviste cánones y celebra cada vez que puede la mentira diaria de su engaño
cotidiano. Timar no es problema. Se aprende a hacerlo desde los tiernos años de
la inocencia, para tapar el cohecho y la suciedad se apela a la mentira blanca
como, si por serlo, la impostura fuere menos grave y monstruosa.
Mirar al costado o hacia
arriba, no disminuye la insinceridad con que se miran los sucesos cotidianos,
las barbaridades diarias y la violencia sin par que nace en el Estado, pasa por
los ministerios y cruza la burocracia que atiende mal y a disgusto al cliente
que paga sus sueldos.
Las portadas de los
diarios, los titulares en radio y televisión, reiteran con lenguaje disimulado,
la ola de crímenes por ajuste de cuentas, asesinatos de mujeres, violaciones,
accidentes de tráfico. Crónica macabra de muertes y más muertes.
Como si la estafa contra
cada quien, mejorara su horrenda faz con la geografía oportunista de quien
produce la triquiñuela o dirige el latrocinio. O como si el fenómeno lacerante
y putrefacto e hipócrita trocara su cáncer de acuerdo a quien “dicta” el
concierto expoliador, el asalto social que se perpetra o el robo legal que se
lleva a cabo.
Más fuerte, vital,
recurrente, cuasi inexintinguible, la hipocresía nuestra de cada día nos hace
más cínicos y descarados.
El político sólo sabe
robar; el empresario engañar y el burócrata vive de los tontos. Y estos de su
trabajo. Y uno que otro payaso se ha creído el cuento que escribe libros
epocales porque por sus augustas figuras y cerebros producen mercenarismos que
pagan adrede pandillas de pseudo-intelectuales, historiadores de juguete o
héroes de barro.
Y los periodistas
silentes, hipócritas, como si no les tocara la misión informativa y no
encubridora, también tienen parte en el convite cínico de envenenar a la
Patria.
Recordemos con González Prada en Los honorables:
“Porque en todas las
instituciones nacionales y en todos los ramos de la administración pública
sucede lo mismo que en el Parlamento: los reverendísimos, los excelentísimos,
los ilustrísimos y los useseñorías valen tanto como los honorables. Aquí
ninguno vive su vida verdadera, que todos hacen su papel en la gran farsa. El
sabio no es tal sabio; el rico, tal rico; el héroe, tal héroe; el católico, tal
católico; ni el librepensador, tal librepensador. Quizá los hombres no son
tales hombres ni las mujeres son tales mujeres. Sin embargo, no faltan personas
graves que toman a lo serio las cosas. ¡Tomar a lo serio cosas del Perú!
Esto no es república
sino mojiganga.” (Bajo el oprobio, 1914).
¿Hace cuántos decenios
que Perú no produce un pensador de quilates y potente envión capaz de enhebrar
cuatro o cinco párrafos lógicos y premunidos de fuerza argumental, no plagio o
carbón miserable de emulación?
El de allá habla de José
Carlos Mariátegui, olvidando que este personaje murió temprano en 1930 y que
luego de él y su belleza periodística cuanto que exégesis buida, limitan como
es obvio, con los alcances de su tiempo.
Hay no pocos payasos que
jamás leyeron a Haya de la Torre y que para no llevar la contraria, siguen sin
hacerlo, hundidos en nebulosas insondables y en pantanos abisales de
ignorancia. Preguntar por la renovación de esquemas de pensamiento, parece una
tarea inútil. En cambio sondear por la frivolidad y el afeite sí parece tarea
fecunda aunque discurra apenas por los despreciables terrenos de la forma y no
el fondo.
En Perú se da prioridad
a la cáscara, el fruto pasa a segundo plano. Por eso carecemos de héroes
genuinos, raigales, populares. Los primos, parientes, los fraudes, tienen sus
nombres en avenidas, parques, carreteras. Jamás se ha averiguado bien quiénes
fueron esos impostores porque las sorpresas delatarían que enorme cantidad de
estos adefesios incurrieron en traiciones contra la Patria y la apuñalaron por
un plato de frijoles o se vendieron al mejor más hambriento comensal.
¿Hasta cuándo hay que
soportar esta aberración monstruosa? ¿será lícito conceder, como hasta hoy, la
impostura de haberle engañado y timado a la gente durante 202 años de vida
republicana? Me temo que esa frágil temeridad, ya no aguanta más en el
imaginario nacional. Por eso hay que pulverizar a los pobres diablos.