Señal
de Alerta
por
Herbert Mujica Rojas
7-2-2006
¿Poder? ¿cuál poder?
A
menudo, con la fragilidad que surge de una criminal ignorancia, a veces adrede,
se confunde poder con gobierno. El cuento del sistema democrático contribuye en
no poco a esta falta de claridad porque se enmascara un comicio como la muestra
feliz y sublime de la “expresión ciudadana”. Cuando el hombre común y corriente
debe escoger lo hace entre ilustres desconocidos, no pocos payasos o conocidos
demasiado viles y corruptos. Por tanto, la democracia no sólo no se renueva
sino que vulgariza su contenido, lo empequeñece y torna cualquier cosa menos un
ejercicio cívico de profilaxia social. Cualquiera llega al gobierno y ejemplos
recientes y vigentes hay múltiples. El poder mayestático, insolente, fuerte,
está allí, mandando por encima y con todas sus correas de transmisión.
Nuestros
esquemas productivos no se deciden en Perú. Los planifican y seleccionan
poderes foráneos. Si hay que suministrar gas, para que Chile y otros países del
sur tengan su gigantesco gasoducto y produzca el país vecino austral energía
eléctrica para venderla a Perú, entonces ¡ése es el rumbo! El poder y sus
genízaros, empujan sibilinamente esta “conveniencia”. ¿No hemos visto a PPK, el
ciudadano norteamericano, operador de las transnacionales, sosteniendo las
bondades de estos esquemas?
¿Poder? ¿cuál poder?
Las
más de las veces, los que llegan al gobierno tan sólo administran la hacienda
para los poderes. Detrás de un sillón con mando aparente, hay otros que cotizan
nuestra moneda, nos definen como riesgo país, nos colocan como despensas gasíferas,
energéticas, acuíferas o minerales de sus logísticas unipolares y que están
tomando las previsiones contra el inevitable dragón chino que despertó con
furia multitudinaria y procurando que América Latina sea un patio trasero
funcional y engrilletado a Estados Unidos a través de TLCs, tratos bilaterales,
Planes Colombia, etc.
¿Poder? ¿cuál poder?
Los
mandarines, cipayos siniestros más papistas que el Papa, serviles orgánicos que
no dudan en vender a sus madres y pelear el precio centavo por centavo, son los
peores enemigos del pueblo. Ellos, de todo signo y pelaje, justifican, intelectualizan
y judicializan la sumisión moderna de nuestros pueblos. O fabrican contratos
ley para no tributar honestamente. En nombre de supuestos respetos a los
derechos humanos se nutren de fondos que sólo procuran mantener el status quo
de pueblos dependientes, productores y exportadores primarios, destinados
unidireccionalmente a proveer de mano de obra barata y profesionales de muy bajo
precio, con un modelo servil e incuestionable porque el poder impone cánones y
no admite discusión de ninguna especie.
Para
este esclavismo moderno, los medios de comunicación acríticos y matrimoniados
con la publicidad a secas, ostentan los más vergonzosos baldones de
comportamiento público. Al no discernir, mantienen la oscuridad. Al
autocensurarse modelan un paradigma aparentemente correcto pero que en la
realidad funciona como candado informativo o guillotina para cualquier
iniciativa libre e iconoclasta. Los medios elevan como sepultan, dicen medias
verdades y confunden a millones que no tienen cómo saber de verdades que nunca
conocerán porque pandillas enteras están pagadas para no emitirlas. Son parte
del poder.
El
gobierno es la administración. Cuando, peor aún, carece de una fuerte
composición nacional y nacionalista, el régimen adolece de un cáncer terminal
que acabará irremisiblemente con sus días hasta antes de haber culminado su
teórico mandato, porque declinará cualquier protesta para sumarse al coro
uniforme que dictan los poderes. Ganar las elecciones es un hecho que tan sólo
constituye un escalón. Sin dejar de ser importante, no equivale a la toma del
poder en el sentido clásico e integral pero en cualquier esquema político
deviene esencial definir el poder y cómo capturarlo. En tiempos actuales, la
soledad de los partidos y su falta de representación al interior de sus
sociedades nacionales sólo produce esperpentos de los que hay muchos ejemplos
lamentables. Gobiernos entreguistas, vasallos, eructos sociales en forma de peonaje
vil, son facetas de su natural comportamiento institucional antipatriótico.
¿Poder? ¿cuál poder?
El
poder es, entre muchos otros ejemplos, Barrick que se las ingenia para no pagar
US$ 140 millones de dólares al Perú; poder es el Consorcio Camisea que ha
cambiado el contrato con el Perú; poder es la tramposa añagaza perpetrada por
Lima Airport Partners adueñándose por muy poco dinero del primer aeropuerto del
Perú; poder es Café Britt de Costa Rica que en Lima y en San José de su país
natal, trae baratijas chinas y las hace pasar por artesanía peruana o
costarricense; poder es una televisión que consagra a mediocres venales como
“referentes de opinión” aunque todos sepan que son insignificantes si no venden
sus alquilables habilidades; poder es San Dionisio Romero Seminario, un
corrupto por donde se le mire, pero cuya palabra decide, literalmente, la vida
de sus lacayos y adláteres cómplices; poder es, en suma, todo aquello que sirve
para prohijar, alentar, fabricar y solidificar un sistema corrupto en que no
prevalecen la solidaridad, la persona humana, sus derechos o cualquier ley para
los más sino para los cogollos insolentes y anticholos, es decir para los
menos.
¡Atentos
a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos
al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos
el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
Lea
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