Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
29-11-2016
Nuestros chatos
La prodigiosa biodiversidad peruana se traslada, también, al
campo social: tenemos chatos en los amplísimos recodos de nuestra vida
política, intelectual, parlamentaria, periodística, jurídica, zoológica, etc.
No hay una sola franja en el país en que no sea posible reconocer la presencia
de los chatos.
La chatura tiene una virtud democratizante: estos
especímenes no revisten importancia por el color de su piel, estatura, lugar de
nacimiento, credo político o fe religiosa. Son chatos porque su horizonte
mental es escaso, limitado, miope, carente de cualquier generosidad colectiva y
en cambio feraz en la producción de egoísmos y brutalidades al por mayor.
La suma de los chatos produce chatura extrema y ¡ay! del
país que tenga en los chatos su conducción o liderazgo.
Manuel González Prada hablaba de los gorilas politicantes. Y
los chatos, personas con pocas aspiraciones o de moral diminuta, equivalen a
esa calificación lapidaria del gran pensador.
Malos ejemplos hay muchos en la historia nacional. Chatos
que fueron presidentes y terminaron por las patas de los caballos, escapándose
del Perú, viviendo a cuerpo de rey en Francia y en Japón; medrando de los
vaivenes criollos para retornar, no a servir al país, sino a seguir
construyendo fortunas para las taifas de sus seguidores tan o más delincuentes
que ellos.
Chatos que se guarecen en las entidades internacionales hay ¡por
decenas! Bancos, organizaciones que dicen no ser gubernamentales y otras
similares pero bien llenas de recursos dinerarios, son literalmente guaridas en
que se esconden los chatos hasta que pasen las tormentas generadas por su paso
mediocre en el Ejecutivo o Legislativo y siempre bajo el estigma candente de
haber sido deshonestos y ladrones del dinero público.
El chato “discute” sobre el ministro tal o cual, sobre sus
amores, desamores, ilusiones o desilusiones. Pero no distingue categorías
geopolíticas y le es imposible adentrar estudios con más de dos páginas sin
evitar el surmenage y tampoco descartemos la licencia médica con goce de haber.
¡No faltaba más!
A los chatos no les importa gran cosa el desarrollo
portuario moderno, tecnológico, formidable del Callao con miras a consolidar su
rol de mejor lugar de embarque para las exportaciones latinoamericanas hacia el
Asia. El chato se regodea en las cuitas de pandillas o en el lenguaje soez del
ratero de poca monta.
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