Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
15-6-2024
¡Enfermedad de la presidencialitis!
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El cargo de presidente de la República tiene más de
simbólico que de real. Suena bonito y majestuoso (según el tiempo de mandato
transcurrido) y un alto porcentaje de veces, los y las protagonistas saben que
pasarán largos años tras las rejas. Y en medio del repudio total.
Los más astutos se las picaron, refundieron o se metieron un
tiro pusilánime.
La presidencialitis ataca a aquellos que tienen larga nómina
de delitos que blanquear, disimular o proseguir desde las alturas y resortes
administrativos del país. Los que se van suelen pactar con los que llegan: el
secreto de los huecos y el enriquecimiento, con la no investigación de las
trapacerías cometidas.
No sólo en la presidencia. En las alcaldías, en los
gobiernos regionales, la constante cómplice infecta cualquier intento de
gestión decente u honorable.
Sé que entre los que están en el partidor hay un docente,
autor de más de 15 libros, docente universitario y fino analista que juzga
llegada una chance para, desde las alturas, contribuir en la reingeniería
absolutamente total del Perú.
Pero hay otros a quienes la proximidad con el delito, antaño
y hogaño, representa mácula imprescriptible porque es lo único que fueron a
hacer a Palacio: ¡a saquear!
Algunos presentan formación castrense a veces difícil de
conciliar con las conductas de la civilidad ajena a rigideces. Amén que no hay
testimonio, oral u escrito de mayores análisis del país, su ubicación
geopolítica e inclusión en los procesos multilaterales del orbe.
Desde hace cuarenta años, los presidentes, unos más que
otros, se encargaron (nadie sabe si a propósito), de ensuciar el máximo cargo
del empleado estatal del país. ¿Qué mandatario no recibió las denuncias de
actos delincuenciales con parientes, amigotes, cómplices, metidos en la infesta
acción?
Hasta hoy siguen los procesos que investigan y procuran el
establecimiento de los delitos. Pero signos exteriores de riqueza abundan.
Cierto, hay uno que repartió en vida y columbró claramente que luego ya no se
molestaría a su familia.
Al presidente se atribuyen poderes mágicos. Como a un
emperador o dictador aunque no se reconozca ese servilismo que brindan los
empleados de menor jerarquía ¡de capitán a paje!
La tara consiste en que el que es elegido mandatario
¡también se cree la monserga que es todopoderoso!
A todas luces, dados los acontecimientos recientes
y también otros de muy vieja data, la presidencia, no sólo del Perú sino
también de casi todas las naciones latinoamericanas, constituye no un mérito
sino más bien una presea, una pieza codiciada, la llave ideal para supuestas
soluciones que no llegan nunca, que demoran lo indecible y que simbolizan los
fracasos más estentóreos de nuestra política.
Entonces ¿qué debiera ser la presidencia en lugar
de lo que es hoy?: apenas un puesto directriz, con responsabilidad
administrativa y penal en caso de mala dirección y derroche de fondos públicos.
Nada más que el estandarte de que hay un timón pero cuyos contralores tienen que
ser como la mujer del César, no sólo serlo, sino también demostrarlo al
escrutinio de la sociedad, del periodismo, de los organismos de control.
Hasta hoy lo único que hemos tenido de los
personajes que han arribado a la presidencia, es una colección de desencantos,
pasajeros y perennes, depresiones de la ética, violaciones flagrantes de la
sindéresis ciudadana y una absoluta patanería según los estilos y las
procedencias. Del régimen militar a Toledo, son varias las estaciones y los
lustros, como muchos los vicios jamás superados.
Velasco imponía la voz de los cuarteles y a pesar
de sus múltiples yerros, era un hombre de carácter. Belaúnde edulcoraba en
poemas, debilidades que le costaron mucho al país y a su pacificación. García
elevó la oratoria a recurso grotesco porque la realidad le abofeteaba a diario
con su tozudo perfil indomeñable. Fujimori fue un caco y un delincuente
envilecido hasta el tuétano y representó poco menos que el cáncer más fétido
del latrocinio. Toledo es un fenómeno vigente y controversial, por citar algunos
ejemplos.
La democracia siempre ha sido un recurso manido de
políticos cazurros. Jamás fue la expresión de los más, sino de los menos,
castas blancas y radicaloides aunque a la hora de tomar decisiones siempre lo
hicieran cuidando el bolsillo, las sinecuras y a los parientes. ¿Qué ha
cambiado hoy? Todo sigue en lo mismo y eso es lamentable.
Despresidencializar el Perú significaría sólo
encargar la primera magistratura a un capitán de equipo. Los hombres
providenciales ya han muerto, todos sin excepción, y los que quedan han
demostrado su estupidez a raudales. Entender que al Perú no lo sacan del hoyo
unos cuantos charlatanes es la primera tesis que habría de fundamentar un
futuro sostenido, científico, firme y realmente revolucionario.
Peligrosa enfermedad: la presidencialitis.