Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
28-5-2025
¡Orfandad y soledad del Congreso!
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Consultado respecto
de las lúgubres galerías del Congreso, el ex titular de Diputados, varias veces
parlamentario y cuasi centenario Héctor Vargas Haya nos dio sus opiniones
críticas: Se pregunta don Héctor:
¿Qué factor es el causante que las galerías del hemiciclo se hayan
convertido en lúgubres espacios fantasmagóricos? ¿Por qué se hallan vacías y ya
no se cumple el objetivo para el que fueron construidas?
¿Por qué se ausentaron los centenares de
ciudadanos, estudiantes y observadores que, antaño, todas las tardes, en
momentos previos a las sesiones parlamentarias, formaban largas filas con el
afán de lograr ubicación para escuchar los debates?
Hoy ausentes los inquilinos de dichas galerías, nos podría recordar a las
nostálgicas estrofas del poeta y compositor Salvador Ojeda, “el árbol de mi
casa está muy triste, porque volaron todas las palomas”.
¿Acaso, en algún momento las tristes galerías podrían ser ocupadas por
esa caudalosa burocracia congresal para que ensayaran aplausos a consigna, a
fin que justificaran, de alguna manera, sus presencias en planillas?.”
Ensaya Vargas Haya algunas posibles respuestas:
“Es que ya no hay debates
parlamentarios. Fenecidos los partidos políticos, desaparecieron, también, los
voceros encargados de sustentar
planteamientos con conocimiento de causa y representando a la sólida
institución a la que pertenecían, entonces, los debates cobraban interés en ser
atendidos.
No se quiere decir que antaño los parlamentarios eran sabios, es que, la
disciplina partidaria no permitía las intervenciones de estampida, porque como
nos diría don Emilio Castelar “todos son elocuentes en lo que saben.”
Pero no debemos ser injustos como para pedir peras al olmo, sin tener en
cuenta el institucionalizado transfuguismo político hoy imperante, practicado
por una docena de grupitos denominados “partidos políticos”, cuando no son nada
más que pequeños equipos de amigos que se reunieron en la bodega de la esquina
y les pusieron una etiqueta.
Pero, además, una vez instalados,
pasan a ser “bancadas”, que se subdividen de acuerdo a como soplan los
vientos y se hallan a la expectativa de negociar sus votos, según sostienen sus
propulsores, de acuerdo a los “altos intereses de la patria”, bautizando así a
los bastardos propósitos nada santos.
Una minúscula cámara de ciento treinta “congresistas”, se parece más a un
club social o a la directiva de un sindicato obrero, que dividida entre una
docena de denominados partidos políticos es un poder peligroso, susceptible de
temperamentos nerviosos, cuyos eventuales integrantes actúan de estampida en
una suerte de omnipotencia.
Convertido el hemiciclo en una suerte de sala de lectura, todos creen
saber de todo, hasta de la bomba de hidrógeno” sin reparar que el hemiciclo del
Parlamento no puede ser un espacio de
irresponsabilidad o escenario actitudes ridículas y subalternas”.
Narra don Héctor: “Hasta
el período 1963-68, los parlamentarios carecíamos de sueldo, sólo se percibía
una dieta de unos cuatrocientos o quinientos dólares. A partir de 1980, el
sueldo de los legisladores no superaba los mil dólares. No existían los
llamados gastos de representación ni los prepuestos operativos que convierten a
los legisladores en una suerte de empleadores.
Había sólo un asesor
por cada comisión ordinaria. Los gastos de viajes y hospedajes eran solventados
por la Tesorería de las cámaras sólo cuando se trataban de misiones oficiales.
Las funciones de legislar y fiscalizar no requerían de viajes ni de visitas
protocolares, que generalmente terminan en reuniones sociales. El Congreso
funcionaba todos los días.
Luego de 1992 el
Congreso sufrió crucial retroceso, debilitamiento institucional, agravado con
la desaparición de los partidos.
El sistema bicameral es indispensable, porque
un Poder Legislativo de esas características, además de cumplir la tarea de ser
revisoras recíprocas en el control de las propuestas legislativas, cobra
respetabilidad y majestad, evita las improvisaciones y fracasos muy frecuentes
ahora, como resultado de entusiasmos eufóricos, de estampida, por la emoción,
el apasionamiento y hasta por una suerte de tentación totalitaria.
La Constitución de 1979
amplió el número de legisladores a ciento ochenta diputados y sesenta
senadores, en concordancia con la población, tal como se estila en todo el
mundo y se elige un diputado por cada cien mil o ciento cincuenta mil
habitantes.
Es falso que el
funcionamiento de dos cámaras implicaría un mayor presupuesto, salvo que se
institucionalice el dispendio. Es bueno saber que antes de 1990, el Congreso
integrado por dos cámaras y con un total de doscientos cuarenta legisladores:
senadores y diputados, sólo consumía poco más del tercio presupuestario del
actual pequeño Congreso. El Congreso ha
ido abultando su presupuesto con desmedidas dependencias, se ha convertido en
una especie de inmobiliaria que administra numerosos edificios que para darles
utilidad se ha tenido que inventar dependencias y teóricas actividades amén del
caudaloso incremento burocrático.”