Thursday, August 18, 2022

El plagiario, la universidad y Sunedu

 


El plagiario, la universidad y Sunedu

por Joan Guimaray; joanguimaray@gmail.com

https://senaldealerta.pe/pol%C3%ADtica/el-plagiario-la-universidad-y-sunedu

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18-8-2022

 

En el dilecto país nuestro, el plagio sale barato, demasiado barato, y muy barato para hacer de los plagiarios, truhanes merecedores de elogios, honores y premios.

 

Es decir, el plagio resulta ser enteramente barato para los ladrones que echan mano a la propiedad ajena. Puesto que, reciben reconocimientos, haciendo uso de ideas ajenas. Cosechan halagos exhibiendo pensamientos de otros. Obtienen recompensas exponiendo creaciones que no son suyas. Perciben ganancias a costa del trabajo ajeno.

 

Precisamente por eso, cuando la indebida apropiación no es descubierta por nadie, el plagio siempre resulta ser barato, por tantos beneficios, ventajas y merecimientos que proporciona al plagiario. Y si la fechoría se pone al descubierto, para eso está el acuerdo extrajudicial que ya es casi una práctica consuetudinaria.

 

Pues, a pesar que el plagio está tipificado como delito en el artículo 219 del Código Penal, no existen fiscales ni policías preocupados en perseguirlo. Y el Poder Judicial que más parece ser encubridor de los plagiarios, no garantiza el derecho a la propiedad de las ideas, tampoco protege la autoría de los pensamientos, mucho menos salvaguarda la pertenencia de las creaciones. Por el contrario, muchos de los desjuiciados jueces, no hacen sino absolver a los plagiarios y convalidar sus acciones. Puesto que, como ellos no tienen ideas propias, ni poseen pensamientos auténticos, carecen de criterio para valorar y juzgar a los que se apropian de creaciones ajenas. Por eso, a la víctima no le queda sino, acceder a negociar el delito de plagio, con el propio plagiario.

 

Por citar los más sonados plagios, hemos visto cómo terminó el plagio al libro del profesor Otoniel Alvarado, perpetrado por el dueño de esa universidad de dudoso prestigio. También hemos sido testigos de la forma cómo acabó la apropiación de varios textos ajenos, cometidos por el mismísimo autor de Un mundo para Julius.

 

Y ahora, resulta que hace poco, la Pontificia Universidad Católica descubrió a un plagiario entre sus profesores. El contrabandista de idea ajena resultó ser, nada menos que Eloy Espinoza Saldaña, ex magistrado del Tribunal Constitucional, profesor de “Derecho” y hombre de “leyes” ligado a la “formación” de futuros abogados.

 

 Al comprobar fehacientemente que Espinoza Saldaña se había apropiado de algunos párrafos de la tesis del profesor Juan Manuel Sosa, la universidad le sancionó suspendiéndole de sus labores tan sólo por dos breves semestres. Pero como todo saqueador de pensamiento de otros, el profesor plagiario, en lugar de acatar la benevolente medida disciplinaria, recurrió al fuero donde se mueve como el pez en el agua. Es decir, al Poder Judicial. Allí, la juez Milagros Grajeda, la misma magistrada que dejó sin efecto la ley aprobada por el Congreso sobre la supuesta contrarreforma universitaria, acogió el recurso de acción de amparo incoado por el plagiario, en contra de la universidad, y paralelamente emitió una medida cautelar favoreciendo al autor del plagio.

 

Entre los paralogismos que esgrime la juez Grajeda para favorecer al docente pirata, dice que la medida disciplinaria podría generarle un daño irreparable, por cuanto el profesor de “Derecho” padece de fibrosis pulmonar.

 

Claro está, que ese argumento podría ser absolutamente válido, si es que él fuera un modesto trabajador que vive de su sueldo mínimo y que no se ha embolsicado voluminosos sueldos y emolumentos en las instituciones públicas por las que pasó, incluido, el Tribunal Constitucional.

 

Pero, así de angurrientos son los pícaros. Yo me crucé en el año 2010, cuando fungía como miembro de la “sociedad civil” en la Oficina de Control de la Magistratura. Percibí de cerca su pétrea figura, advertí con nitidez su fría mirada, noté con asombro su gélida actitud. No quería escuchar a los justiciables quejosos que hacían fila en la puerta de su oficina. No se condolía con los problemas del prójimo. No representaba a ninguna sociedad civil. No era un ser humano. Era un humanoide sin alma, un antropomorfo insensible, un androide que buscaba estrictamente la suya.

 

De modo que, aun cuando la conmiseración nos sea inevitable, las fuerzas aleatorias son así de severas, como severos debemos de ser para que un plagiario jamás enseñe en una universidad, institución cuya tarea es precisamente producir nuevas ideas, crear nuevos pensamientos y forjar novedosos conceptos. Y si un profesor se dedica a plagiar ideas ajenas porque no tiene las propias o es incapaz de crear las suyas, está más que descalificado para enseñar, puesto que, no puede dar a otro, algo de lo que él mismo carece.

 

Por tanto, si la calidad de la instrucción superior importa de verdad a la Sunedu y a las universidades; entonces, que establezcan el destino que deben de seguir los plagiarios presentes y futuros.