Columna Señal de Alerta
Diario Uno Herbert Mujica Rojas
24-6-2022
¡Envidia hasta en la sopa!
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Un líder uro me dijo en
plena travesía por el Lago Titicaca: ¡la envidia jode al Perú! Y hasta se dio
el lujo, ante múltiples preguntas limeñas, de responder desdeñoso: ¿no leen
ustedes los libros de historia? Cavilé en ese momento sobre cuánta razón tenía
el compatriota. Y la explicación de su altanería orgullosa. Los peruanos del altiplano
son vencedores de la naturaleza, dominan las punas con su agricultura y a pesar
de los 20 ó más grados bajo cero, siguen pujantes con su comercio y lejanísimos
de la capital o del resto del país.
¡Y es cierto! El peruano
cuando nace no mama, aprende a envidiar lo que tiene el del costado y a
blasfemar, balbuceando sus primeras frases, del prójimo o del de más allá. No
soportamos el éxito ajeno y le arrebatamos -¡no importan los medios!- cualquier
brillo o valor. Nuestro blasón es la codicia, la estupidez de sentirnos buenos
haciendo el mal o promoviendo el fracaso ajeno.
El peruano de la
altiplanicie tiene un tiempo subjetivo distinto al del resto del país. Su día
es largo pero provechoso. Nuestro contertulio uro era patrón de una lancha para
el transporte turístico. Además tenía negocios de ropa, víveres entre las
distintas islas del Titicaca y era uno de los más entusiastas cooperadores en
las fiestas regionales. Cuando éstas ocurren, todos son iguales (quechuas y
aymaras) y aportan al sostenimiento de los convites.
Para los puneños, los de
la Costa –especialmente los de Lima- son débiles, afeminados, incapaces de
pelear con la naturaleza. Y........ ¡racistas! ¡Y no hay nada más estúpido ni
inapropiado! En Puno hay de todo y mejor que en la capital y que en buena parte
del país. Se encuentra comida sana, ropa excelente, historia y sentimiento de
nación altiva e irreductible, pero son tercamente peruanos de bandera
blanquirroja y con su espíritu indoblegable de titanes atrevidos.
En la Plaza de Armas de
Puno el monumento a Bolognesi recuerda la gesta del 7 de junio de 1880 y aunque
las placas de literatura casi ni se notan, en cambio brillan por el cuidado con
que se las tiene. Recuérdese que Puno también sufrió la bota invasora en la guerra
de rapiña y que aquí llegaron, en lugar de combatir en Arequipa, que cayó sin
disparar un tiro, las tropas al mando de Lizardo Montero. País de extrañas
paradojas el nuestro.
Juliaca asemeja a Lima
pero con un desorden multiplicado y peor. Mototaxis por cientos o miles, ruido
ensordecedor, negocios abiertos desde muy temprano, gente en la calle, tren
atronador de actividades mil, es una ciudad gélida con calor humano
impresionante. En pocos años más y con una concepción urbanística mejor que la
actual, está destinada a convertirse en la gran capital comercial de todo el sur
del Perú.
Hay que confundirnos con
el altiplano y seguir lo que son sus enseñanzas. ¡Y no al revés! Entonces
aprenderemos a conocer una parte fundamental del Alto Perú que aún aguarda este
reconocimiento a su espacio y a su tiempo.