Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
15-1-2020
¿Viven los parlamentarios de su sueldo?
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La pertinente pregunta nunca se formula sotto voce. Hay que
tomar –dicen los cínicos- con prudencia informaciones tan delicadas como esa.
Lo normal, en un país con apego al civismo y a la cultura como a la política
entendida como docencia, es que el legiferante cobre y viva de acuerdo a sus
ingresos.
En Perú la ecuación no sirve. Desde hace muchas décadas, por
no decir casi siempre, ha existido una patota legisladora –de abuelos a
nietos-, capaz de recibir un emolumento pero vivir con los signos exteriores de
riqueza de cuatro o cinco sueldos. ¿Por qué es la interrogante?
Por estos días dos alanistas connotados, uno sesentón y el
otro muy joven pero igual de aventurero y descarado, hicieron conocer sus
apetitos por la silla congresal y esgrimieron una controvertida “razón”:
necesitan vivir de algo, ergo, ser parlamentario no soluciona temas del país
¡qué bah! sino hambres personales, ambiciones protervas y con la exhibición de una
falta desvergonzada de moral o ética.
Entonces hay que suponer que el monto aproximado de US$ 10
mil que ganan estos representantes no basta y es modesto. Para muchos, el
sueldo mínimo resultaría excesivo para premiar la estulticia congénita de los
que hemos conocido como congresistas.
Hay gestiones que están dentro del archiconocido tráfico de
influencias, deporte que practican o lo han hecho, decenas, cientos o miles de
parlamentarios. Citas con ministros, presión a titulares de entidades públicas,
gestiones diversas y variopintas a todo nivel y de cobertura nacional, son
parte del menaje cotidiano en que se zambullen no pocos legisladores. ¿Las
leyes, sus proyectos, el respeto a electores, acaso importan un bledo?
Pero, como en Perú somos magos, por arte de birlibirloque,
no pocos congresistas obtuvieron de las partidas para representación o del
sueldo de asesores y secretarias, el reparto de los peces y los panes, aunque
éste no fuera un acto de bondad en la materia que nos ocupa, sino de delito
puro. ¡Con un sueldo “ganaban” tres o cuatro ujieres! Y la inclusión de
queridas, queridos, amantes, primos y primas tampoco ha resultado maña ajena a
la magia de estos individuos.
Otra pregunta de cajón estriba en saber si ¿las actividades
antedichas a nivel del Ejecutivo y del personal son altruismo o negociado en
puridad de verdad? Memoria hay como para que algunos recuerden de escándalos
con nombre y apellido, carterazos a diputados y senadores, viajes con asesores
cama adentro y mediocridad vulgar por todo lo alto.
Por eso la sociedad civil ha llegado a considerar al
Congreso como una tara vil y deleznable. Cuando lo cerraron ha poco, el júbilo
fue estentóreo, la sensación de castigar a inútiles tornaba realidad. La
Comisión Permanente no está exenta del repudio ciudadano.
¿Cuántos de los nuevos parlamentarios exhibirán honesta
carta cívica y saldrán tan pobres como cuando entraron? Difícil predecirlo, sí
hay que exigir sindéresis y limpieza. Perú no puede ser la chacra en que
zánganos y vividores hagan de las suyas mientras exista hambre, tristeza y
desatención de vastos sectores sociales que, encima, deben aguantar trapacerías
de los hombres y mujeres públicos.
Los alanistas que profirieron sus mugres de manera pública
ya no tienen remedio. El alanismo pudrió la cosa pública peruana, le dio forma
de discurso y oropel en las tribunas. La estupidización de las masas apristas
aún se nota en los tartufos que defienden como heroísmo la cobardía del
suicida. El otrora gran clarín de lucha popular contra la injusticia anemiza
sin horizonte y pleno en desconcierto y plagado de rateros. Si Haya de la Torre
viviera, arrojaría a latigazos a los ladrones.