Lucha por derechos, no es tema de orgullo sino de dignidad
por Joan
Guimaray; joanguimaray@gmail.com
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14-7-2022
Si
al escribir sus castizos sonetos, don Luis de Góngora hubiera imaginado que con
el transcurrir de los años y siglos, los prójimos que se consideraban distintos
de nosotros iban a multiplicarse, acrecentarse y expandirse de manera
ineluctable, no habría compuesto esa irónica letrilla que dice: ‘Hermana marica, / mañana, que es fiesta, /
no irás tú a la amiga / ni yo iré a la escuela… / iremos a la misa’.
Pues
hace poco, en Lima –y no sé si en todo el Perú–, miles de ellos han salido
enarbolando el emblema del “orgullo gay”, y no precisamente para ir a misa,
sino, para recorrer las calles y colmar la plaza San Martín.
Pero,
que nadie se extrañe, ni se asombre. Ellos también son nuestros compatriotas,
conciudadanos y prójimos. Son como nosotros: bípedos, terrícolas, urbícolas y homo urbanus.
Desde
luego, nos parece bien que hayan salido a gritar lo que sienten, a exigir lo
que quieren y a demostrar lo que son. Es bueno que hayan marchado exhibiendo
sus “modales”, haciendo visible sus “cortesías” y manifestando sus “urbanidades”.
Y, han hecho bien en hacernos saber la suma de sus demandas, la urgencia de sus
pedidos y la legitimidad de sus exigencias.
Ahora,
luego de verlos, escucharlos y notarlos, nos damos cuenta de que sus demandas,
a pesar de que son justas, carecen de fundamentos lógicos y adolecen de
principios conceptuales. Pues, como a la mayoría de los grupos, colectivos y
movimientos que surgen en el país, a la agrupación LGTB, le sobra la energía, le
rebasa la voluntad, le desborda el ímpetu, pero le faltan ideas, nociones y
conceptos.
Precisamente
por eso, a la comunidad no le resulta fácil obtener lo que pretende, ni lograr
lo que quiere, puesto que sus miembros en lugar de exigir sus derechos proponiendo
irrebatibles teorías de inclusión o exponiendo indiscutibles pensamientos de
inserción, lo único que han hecho hasta ahora, no es sino, deformar los
conceptos existentes, violentar las normas del idioma y forzar los términos que
proceden de principios etimológicos.
Es
decir, exigen con legítimo derecho la “identidad de género”, pero, no presentan
ni ofrecen un desarrollado tratado que les sirva de base y fundamento para que esa
“identidad” que reclaman, sea admitida a ser considerada en el mismo nivel de
los dos géneros existentes.
Asimismo,
exigen a gritos el “matrimonio civil igualitario”, pero ni siquiera han revisado
ni examinado los fundamentos de este viejo acto civil. Pues si hubieran averiguado
algo de sus cimientos, se habrían dado cuenta, de que el “matrimonio” fue ideado, creado y concebido estrictamente para que
una mujer, con fines y propósitos de ser madre, se uniera a un hombre. Incluso,
habrían descubierto que la propia palabra “matrimonio” procede de mater y matrix, dos términos latinos inherentemente relacionados a la
mujer. Por consiguiente, no sólo sabrían que mater significa madre y matrix
quiere decir matriz, sino también, estarían enterados de que el vocablo matrix está intrínsecamente vinculado a utĕrus que procede del griego hóderos que expresa útero, matriz, seno
y vientre de la madre.
De
modo que, estas categóricas razones de orden etimológico y conceptual, son las
que hacen imposible que el reclamado “matrimonio igualitario” sea admitido por
el Estado y por la sociedad civil, puesto que es una verdad que emerge de la
propia noción del término “matrimonio”.
Por
tanto, este argumento estrictamente conceptual, no alberga la homofobia, ni la discriminación,
mucho menos asila la intención de promover la desprotección a la comunidad
LGTB.
Lo
que sí sugiere, que sus miembros no sólo exhiban colores, banderas y
humanidades, sino también, produzcan ideas, generen pensamientos, esbocen
conceptos. Que nos hagan saber la idea de país que quieren construir. Que nos
muestren sus planes y proyectos. Que nos digan que sí tienen convicciones
democráticas. Que nos hagan leer su ideario, ojear su breviario y examinar su vademécum.
De repente nos encandilan sus propuestas, nos atraen sus programas y nos
convencen sus discursos. Pues, si aseguran que ellos son el diez por ciento de
la población, y si dicen que los no visibles son el quince por ciento, la suma
de todos, ya es suficiente, incluso, para que tengan un candidato presidencial.
Claro
está, que para eso, no sólo tendrán que tener agitadores, voceadores y refractarios,
sino, ante todo y sobre todo, líderes, pensadores, creadores de ideas. En su
defecto, no pasarán de ser un simple colectivo, sin méritos ni éxitos, exigiendo
sus derechos, y marchando bajo el inelegante emblema de “orgullo gay” y no bajo
la bandera de la honrosa “dignidad gay”.
Pues,
si se proponen ir más allá de sus demandas y si deciden tomar con mayor
criterio sus reclamos, rectificarán muchos de sus desaciertos. Incluso, se
darán cuenta de que el “orgullo” que procede de los vocablos latinos superbĭa, arrogantĭa e insolentĭa, significa:
arrogancia, vanidad y exceso de estima propia. Y, que la bella “dignidad” que procede
del término dignitas, quiere decir, merecedor
de algo: por mérito, condición y realce.
Entonces,
la próxima marcha que veremos o palmearemos desde nuestras puertas, ventanas y
balcones, aparte de ser menos agresiva y ser más sobria, ya no se denominará “el
orgullo gay”, sino “la dignidad gay”. Puesto que, la lucha por los derechos no
es asunto de orgullo, sino de dignidad, y la conquista de los mismos, no
orgullecen, sino, dignifican.