Beethoven: 250 años, más presente y universal que nunca
por Jorge
Smith Maguiña; kokosmithm@hotmail.com
17-12-2020
Reflexiones
dispersas a la sombra de su música
A Lucy y Daniel
“Aquél que venga,
después de él, no podrá seguir
sus huellas. Tendrá que comenzarlo todo de nuevo, pues
este genial innovador, terminó llevando la
obra de su vida, hasta los límites del arte.” Franz
Grillparzer “Discurso en el funeral de Beethoven”
Siempre
tuve una especie de reticencia y hasta de temor de escribir sobre Beethoven. El
problema es que cuando lo escuchas ya no lo olvidas más. No logras salir de él.
Basta escuchar algunas obras de él para caer en su juego y después ya nunca se
logra tener la objetividad de observarlo desde fuera.
Guardo
todavía dos viejos long plays que mi padre compró hace unos 60 años, con la
tercera y la quinta sinfonía. Antes, él me había hecho escuchar obras de Mozart
y Schubert. La primera obra que escuché de Beethoven fue la sonata Claro de
Luna, tocada por la profesora de música de mi hermana, que fue también la mía
por algún tiempo. Escuchar sin embargo las dos sinfonías de Beethoven en esos
viejos long plays, y ya desde sus acordes iniciales, un poco que me destapó el
cerebro. Me pareció algo diferente, a lo poco de música que había escuchado a
mis cortos nueve años. Me pareció no sólo algo diferente, sino algo único, como
un sonido venido de otro mundo. Mi buen padre que me observaba mientras
escuchaba, quizás se estaba diciendo para sí “Ojalá que éste, cuando crezca, no
me venga a decir que quiere ser músico”.
Creo que
escuchar a Beethoven, fue lo primero que me hizo enfrentar a algunos de los
productos más grandiosos de la creatividad humana. Fueron justamente esas obras
de Beethoven que recuerdo vinieron a mi memoria cuando a los quince años, vi
por primera vez Machu Picchu, y cinco después el majestuoso Partenón de Atenas
y también cuando una tarde de un frío invierno, unos 45 años después, me
encontré solo frente al Tian Tan, el Templo del Cielo de Beiging. Mientras
observaba estas obras, grandiosos testimonios de sus respectivas culturas, en
el momento preciso de contemplarlas, a pesar de los años transcurridos,
insistentemente volvían a mí, el recuerdo de esas sinfonías de Beethoven, con
su arquitectura descomunal y al mismo tiempo tan proporcionada, sus simetrías
perfectas, su mensaje épico y su belleza inagotable, desde cualquier punto del
cual se las mire.
Una de esas
cosas que siempre agradeceré a mi padre, es haberme dado esos referentes
precoces, como eran las obras de Beethoven. Lo que poco a poco descubrí, fue
que el mérito de Beethoven era de alguna manera, algo infinitamente mayor, pues
era algo individual, mientras que Machu Picchu, el Partenón y el Tian Tan, son
obras colectivas, anónimas y que de alguna manera reflejaban la creatividad y
el espíritu de los pueblos que la construyeron.
Las obras
de Beethoven, las admiramos, apreciamos y amamos porque son un portento de
creación individual. Todo eso nos enseña que cuando un individuo creador,
extrae, refleja y sintetiza lo mejor que hay dentro de sí y lo combina con el
mensaje positivo que quiere entregar a una sociedad, el pathos y la urgencia
creadora, dan lugar a obras, cuyo alcance no tiene fronteras, y que por fuerza
son universales. Ese es el logró del legado beethoveniano. Por eso lo
celebramos, por eso siempre Beethoven fue celebrado ininterrumpidamente,
gracias a las geniales obras que nos dejó en sus casi 40 años de vida
productiva. No tuvo la precocidad de Mozart o de Mendelsohn, esos elegidos por
los dioses a los cuales la vida se los llevó
a una edad temprana.
La obra de
Beethoven ha sobrevivido a todos y definitivamente sobrevivirá a una humanidad,
que cuando la observamos al detalle, lo más evidente que podemos decirnos, es
que no ameritaba tener a hombres como Beethoven. Estoy seguro, también, que si
algún día llegan seres inteligentes de otros planetas, cuando ya la especie
humana haya desaparecido de la faz de la Tierra, al llegar esos seres
inteligentes aterrizaran lo más cerca posible del Zentralfriedhof (el
Cementerio Central) de Viena. Sin duda, y buscando un poco, aunque cubierta por
la hierba encontrarán el pequeño mausoleo del genio y se inclinarán reverentes
y al partir descubrirán con sorpresa, al consultar el calendario, que aquel día
era el 17 de diciembre del año 2270 y se cumplían 500 años del nacimiento de
Beethoven.
Beethoven, Lenín, Maradona y la pandemia
La pandemia
y sus estragos, todavía imposibles de medir en lo sanitario, económico y sobre
todo social y psicológico, serán recordados como el telón de fondo del 150
aniversario del nacimiento de Lenín, de la muerte de Maradona y casi al
finalizar el año, del 250 aniversario del nacimiento de Beethoven. Los tres en
sus respectivos ámbitos, tuvieron logros desconcertantes, en cada uno de los
casos, ellos son el ejemplo de lo que puede lograr la voluntad humana
individual. En un caso como el de Lenín, por su impetuosa personalidad, su
intransigencia y una oratoria inflamada, una voluntad de acero y una convicción
sobrehumana, que todos le reconocemos, logró sus objetivos. En el caso de Maradona,
él tuvo una creatividad increíble en el campo de fútbol y también la capacidad
de tomar decisiones en una décima de segundo que le permitieron hacer algunos
de los goles mas célebres de la historia. A Beethoven, le fueron suficientes
unas partituras donde plasmar los productos desmesurados de su capacidad
creadora, donde aterrizar con su temblorosa mano, con ese lenguaje inmaterial
pero que nos hace sentir y pensar y que nos afecta de modos tan diversos, como
ningún otro arte y que es la música. El, más que nadie, hizo realidad aquellas
palabras de Aldous Huxley: “Hay dos formas de expresar lo inexpresable: una es
el silencio y la otra es la música”.
El gran
escritor Eduardo Galeano no se equivocó al decir que Diego Armando Maradona,
era algo así como el más humano de los dioses, pues en términos racionales era
difícil de comprender lo que podía hacer con la pelota cuando estaba inspirado.
Pero al igual que los dioses de la mitología griega, aunque ellos eran
inmortales, al margen de sus capacidades divinas, ellos como los humanos, en
los actos de su existencia no dejaban de estar marcados de un sino trágico.
Para los semi dioses, la situación era aún algo peor, pues algún defecto
tenían, alguna falta original acarreaban, que les impedía tener una total
perfección y las consecuencias de esa falta, las tenían que asumir y expiar a
lo largo y ancho de la eternidad. Tal era el caso de Prometeo y de Tántalo. No
es casual que Beethoven haya escrito una obra denominada, “Las criaturas de
Prometeo”.
Maradona tenía
todas las perfecciones de Pelé, de Ronaldo y de Messi, pero tenía esa
contradicción trágica en su personalidad, que lo hacía vivir en una tensión
permanente, al punto que terminó buscando refugio en excesos de todo tipo, que
lo llevaron a un callejón fatal cuando se volvió adicto a diversos tipos de
drogas, que terminaron minando su salud física y mental. Cuando regresaba a la
“normalidad”, se veían en el campo de juego, rezagos de sus antiguos y
grandiosos logros, pero su salud ya estaba mellada por dentro. El estrago de
sus excesos ya había dejado una procesión permanente en su debilitado cuerpo. El,
alguna vez, como siempre recordaremos con un tono de arrepentimiento, pronunció
esas palabras casi filosóficas “No hay que manchar la pelota”. Quería significar
con eso que a pesar de los arreglos y negociados turbios de la FIFA (Federación
Internacional de Futbol Asociado), del fútbol como negocio y en forma indirecta
denunciar también, los excesos y extravagancias de muchos deportistas que
hacían dinero demasiado jóvenes y demasiado rápido, como suele ocurrir hoy en
día. El defendía que el deporte del fútbol, practicado como un arte, con pasión
y entrega era algo que propiciaba la virtud y el ejemplo. La vida habrá podido
ser manchada
-nos decía-
por inesperadas circunstancias, por el mismo entorno que tolera y a veces hasta
aplaude los excesos de un deportista exitoso, pero ningún exceso debe manchar
la pelota, esa herramienta sencilla que permite producir armonía y belleza como
quizás, ningún otro deporte.
“Mens sana
in corpore sano” dice el dictum latino y nadie como el gran Maradona vivió esa
tensión, la conciencia dolorosa y de alguna manera culpable, de que su
inteligencia futbolística ya no podía funcionar en un cuerpo que ya no estaba
sano. Maradona era argentino y se ha ido apenas cumplidos los 60 años.
Argentina es un país muy especial, lleno de tantas individualidades, tan
talentosas en los más diversos campos. La hermosa ciudad de Buenos Aires, pasa
por ser el lugar del mundo, donde la proporción de personas que están en
psicoterapia en relación al número de habitantes, es la más alta del planeta.
Es un país, por otro lado, con una clase política que de tiempo en tiempo hace
entrar al país en trances autodestructivos realmente incomprensibles, a
situaciones que desafían la razón y el sentido común, que confrontan y dividen
al país. Quizás por eso mismo, Argentina precisa de tiempo en tiempo, esas
ausencias inesperadas de sus ídolos, que de alguna manera son traumáticas, pero
que temporalmente, por lo menos, los unen. Ocurrió con la muerte de Carlos
Gardel, con la de Eva Perón, de Gustavo Cerati y ahora con la partida de
Maradona. Lo han llorado y despedido, como se siente la ausencia irreversible
de un hijo único, para muchos quizás también como la pérdida de un hermano y
para otros, quizás como la ausencia definitiva de un padre. Millones de
argentinos, por lo mismo, han visto acongojados pasar el féretro que lo llevaba
a su tumba. Algo de ellos se iba con él.
A Beethoven
y a Lenín, la vida se los llevó a una edad relativamente mas temprana aún. Al
primero apenas a los 57 y al otro a los 54, cuando en disciplinas que no sean
las deportivas un hombre creador, suele estar en pleno florecimiento de sus
capacidades. Muchas de las más geniales obras de Haydn o de Verdi se hicieron
pasados los 70 años. Lenín lideró la revolución de octubre, a la relativamente
temprana edad de 47 años, para morir solo 7 años después. Ambos, el alemán y el
ruso, en sus respectivos campos tuvieron vidas que podríamos calificar de
épicas. Beethoven después de sus 22 años en Bonn, se mudó a Viena donde viviría
los 35 años restantes de su vida. Cuando se alejaba de Viena, no era para ir
muy lejos, y mas bien casi siempre, para cumplir sugerencias médicas de ir a
baños termales para disminuir diferentes achaques a su salud. De Viena casi no
salía, pero dentro de Viena, se mudó unas 32 veces, al igual que esas 32
sonatas para piano que reflejaron gran parte de su genio. Todos sabían en Viena
quién era Beethoven o lo habían visto alguna vez, por el simple hecho que para
relajarse, el compositor hacia largas caminatas casi todos los días del año, en
invierno o verano, aunque lloviese o nevase, allí estaba él, caminando por sus
calles, o en alguno de sus bellos parques. O bares o donde fuese. Con su
apariencia y silueta tan especial, lo
muestran muchas caricaturas de la época. Era parte del paisaje urbano. Todos
querían a Beethoven, todos lo admiraban a pesar de sus extravagancias.
En una
ciudad como Viena, que tenía en 1827, el año de su muerte, unos 250,000
habitantes, se afirma con creíble certitud, que por lo menos 30,000 personas
asistieron al entierro de Beethoven. Algunos grabados de la época muestran lo
multitudinario que fue esa despedida. Viena, la ciudad de la música, despidió
con el mayor afecto a quien encarnaba el genio musical. Y debió haber sido
impresionante ver salir el féretro de Beethoven hacia el cercano cementerio de
Währing. Los aristócratas vieneses, que idolatraban a Beethoven, hubiesen
querido cargarlo, pero el honor de llevar en hombros el féretro le fue
concedido a los mejores músicos de Viena, a los maestros de capilla, liderados
por Hummel, en un cortejo donde adelante iba Schubert llevando la antorcha que
precedía el cortejo. Demasiado acongojado se encontraba y hasta débil para
poder cargar el féretro. Solo días antes le había hecho llegar a Beethoven,
algunos de sus lieder. Como él, muchos no querían pasar a ver al maestro, que
sabían tenía los días contados. Schubert moriría solo un año después, a los 31
años.
Lenín mas
bien tuvo una vida algo errante, condenado al exilio y también al destierro,
vivió esas amarguras de estar lejos de la familia y de su amada Rusia. Su apoyo
y compañía fue siempre la presencia generosa y ferviente de su esposa Nadiezka
Krupskaya. Beethoven, no tuvo nunca una relación femenina estable. Su
personalidad tan extravagante generaba, en muchas mujeres fascinación y
rechazo. Varias veces estuvo a punto de casarse, pero el pan se quemó en la
puerta del horno. Tenía Beethoven, además, una repetitiva y patológica
tendencia a buscarse amores imposibles, que sabía que en la práctica eran
inaccesibles. Todo indica que tuvo relaciones más que amicales, con diversas
mujeres y sobre todo con varias integrantes de la nobleza, y con algunas
mujeres casadas incluso. Su vastísima correspondencia indica que en algunos
casos hubo mas que amistad. No cabe explayarnos sobre eso, en este escrito,
pero material hay de sobra para verificarlo.
Los inicios
mismos de la revolución rusa de 1917 encontraron a Lenín fuera de Rusia, pero
su intransigencia en denunciar el despotismo de los zares y de organizar a los
exilados rusos en el exterior, era conocido por todos. Por eso, llegado el
momento, nadie dudó de que el más indicado para conducir la revolución era
Lenín. Solo alguien de una capacidad de trabajo inagotable, de una capacidad de
persuasión fuera de lo común, como la tenía él, podía lograr coronar un evento
tan decisorio en la historia de Europa y de alguna manera del mundo, como lo
fue la Revolución Rusa de 1917.
Un hilo
dorado, de alguna manera, hubo entre Beethoven y Lenín. El ruso había recibido
una educación esmeradísima por parte de su padre que era un funcionario del
gobierno y que tenía una biblioteca que lo familiarizó con la literatura rusa y
francesa. Lo interesante era que la madre de Lenín era de origen alemán. Ella era
también pianista y les enseñó a tocar piano a Lenín y su hermana y los dos
disfrutaban tocando piano a cuatro manos. Incluso hay documentación diversa,
indicando que Vladimir Illich (Lenín) muchas veces acompañó a su hermana a ver
presentaciones de ópera. Gracias a su madre y a través de ella, Lenín conoció y
también se interesó por la literatura alemana. De allí su interés por Goethe,
como también por Schiller y a través de su madre, se interesó también por la
literatura inglesa. Lenín nunca dejó de expresar su interés por la cultura
alemana, y de alguna manera, creyó que si en algún lugar debería ocurrir la
primera revolución proletaria, ésta sería en Alemania. La historia giró en otro
sentido y paradójicamente, la revolución terminó haciéndose en Rusia, gracias
al mismo Lenín.
Alguien de
una educación tan rica y esmerada como la que tuvo Lenín, hacía que no le fuese
indiferente el tema del arte en general y de la música en particular. Un gran
amigo de Lenín, como lo era el gran escritor Maximo Gorki, que había estado
casado con una pianista, siempre le inoculó el interés sobre la música. Lenín visitó
a Gorki cuando éste vivía en Italia durante los años de exilio y se vieron
mucho ya triunfada la revolución de octubre, a partir de 1917 en Rusia.
De esos
años viene justamente ese recuerdo preciso de Gorki (1) cuando invitó a Lenín
al departamento de su ex esposa, la pianista Peskvovaia, para que escuchase a
un amigo de ella interpretar la sonata Appassionata de Beethoven, sabiendo que
era una obra que fascinaba a Lenín. Decir que le fascinaba dicha sonata, es
poco decir. A Lenín le obsesionaba escuchar dicha obra, el tono sombrío con el
cual comienza y cómo, progresivamente, se va dirigiendo hacia un final feliz.
Lenín veía en esta obra, algo así como una metáfora de lo que había sido su propia vida y su larga y dolorosa lucha,
hasta lograr el triunfo de la revolución bolchevique. Algunas de las
reflexiones de Lenín que nos reporta el talentoso Gorki, fueron “Si sigo
obsesionado por esta sonata, no tendré tiempo de culminar la revolución”. Lo curioso
es que a Lenín, algo así como que le incomodaba, el hecho mismo que a él, le
gustase esa sonata. Le incomodaba que
personalmente, él pudiese experimentar una emoción estética y por lo mismo
placer, escuchando una música como la Appassionata que había sido producida
para un público y una sensibilidad burguesa.
Además
Lenín, había sido muy familiarizado a la música para piano de Beethoven por
Inesa Armand, una pianista ruso-francesa, con la cual mantuvo una relación, de
alguna manera tolerada por su esposa. Los tres convinieron incluso una
temporada en una casa en las afueras de París. Para colmo Lenín, hizo que Inesa
fuese, fuera de su esposa, una de las mujeres que se embarcaron en el tren
blindado que partiendo de Suiza, atravesó Alemania y luego a través de los
países nórdicos se dirigió a Rusia. El tren cargado de una treintena de
dirigentes comunistas llegó hasta la estación de Finlandia en San Petersburgo,
dando inicio a la revolución rusa.
También se
cuestionaba el obsesivo Lenín, el por qué le gustaba el arte griego, cuando
aquellos que construyeron el Partenón, crearon las tragedias griegas y las
comedias de Aristófanes, cuando ese arte era de los griegos que vivían en una
sociedad que era todavía una sociedad esclavista y en la cual los usufructos de
la denominada democracia, eran privilegio solo de los ciudadanos libres, lo
cual le parecía intolerable a Lenín. En eso, sus reticencias o hasta podríamos
decir remordimientos, de alguna manera caían en el vacío, pues uno puede tener
gusto o interés por la música barroca y no por eso defender una ideología
monarquista. No sabemos si Lenín supo
que dos de sus admirados y hasta venerados maestros, tenían admiración por
obras que suponían una ideología muy diferente de aquella que defendían. Las
fotos de ellos, durante años, junto a la suya, adornaban los muros de la Unión
Soviética. Me refiero a Marx y Engels. Marx podía recitar largos párrafos de la
“Divina Comedia” de Dante (2), aun a sabiendas que el poeta italiano era
partidario del papado y también que Engels, el generoso compañero de Marx,
gustase más las novelas realistas del burgués Honoré de Balzac, que los
escritos de carácter socialista del francés Lafarge y de Sué.
Las convicciones políticas de Beethoven
Beethoven,
a su manera, vivió las contradicciones que vivió Lenín, en sus reticencias
políticas, pero el maestro de Bonn, las vivió dentro de su espíritu creador. En
eso Beethoven era menos intolerante que Lenín y sus gustos sobre muchas cosas,
en no poco reflejaron una época de profundas y hasta violentas mutaciones como
las que le tocó vivir. La revolución francesa se produjo cuando Beethoven tenía
apenas 19 años. El evento suscitó su interés y su adhesión. El ruso vivió
siempre la tensión entre la ética inherente a la acción política, que implicaba
una entrega total y la sensibilidad burguesa hacia el arte. Beethoven vivió sin
duda lo mismo, pero de otra manera. Hasta la edad de 22 años vivió en su ciudad
natal Bonn, y de alguna manera recibió los ecos de la revolución francesa que
ocurrieron en 1789. Bonn no esta muy lejos de París, como sí lo estaban San
Petersburgo y Moscú. Estos años formativos recién se están estudiando de una
manera exhaustiva (3). Los nuevos ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad
inflamaron a Beethoven, desde el inicio y quizás progresivamente menos, el tema
de la Igualdad, en una época en que las diferencias de clase eran muy marcadas
y en las que el acceso a la educación y por lo mismo a tener una sensibilidad a
ser receptivo a obras de arte, por lo menos en la forma que el compositor las
concebía, era un privilegio de pocos. Los ideales revolucionarios franceses
siempre los tuvo presentes y de allí también su interés temprano por la obra de
Schiller, cuya Oda a la Alegría, ya la conocía Beethoven casi 30 años antes de
introducirla en su Novena Sinfonía.
Apenas
llegado a Viena, de alguna manera Beethoven ocupó el lugar dejado por Mozart en
1791, que había muerto, un año antes de su llegada. Era un intérprete requerido
desde todos lados y un compositor exitoso capaz de recibir más pedidos de
composiciones que las que podía cumplir. Desde su llegada a Viena, Beethoven
tomó conciencia, que su nicho de público de alguna manera era la nobleza y sus
alumnos. Podemos decir, mas bien sus alumnas, las cuales eran chicas de la alta
sociedad vienesa, por no decir de la nobleza. A Beethoven sin embargo le
molestaban los modales acartonados de la nobleza, la actitud un tanto servil y
reverente que la creciente clase burguesa tenía hacia los nobles y la
deferencia misma, que los grandes artistas de su tiempo tenían hacia ellos. Las
mentalidades y los comportamientos, no cambiaban tan rápido como los cambios
políticos que se estaban dando. Habían incluso avances y retrocesos. Goethe
mismo, hacia quien Beethoven tenía una admiración sin limites, en los pocos
días que se encontraron, le sorprendió que tuviese deferencias exageradas hacia
la nobleza. Una vez lo notó en el comportamiento de Goethe, hacia la comitiva
de la esposa del duque, con los cuales se cruzaron en sentido contrario,
mientras caminaban dando un paseo juntos, estos dos gigantes de la cultura
alemana. Beethoven de alguna manera le dijo a Goethe: “Son ellos que deberían
saludarnos a nosotros”. Era claro que el autor del Fausto había sido educado a
la usanza del antiguo régimen, y que su talento y ya consagrada celebridad, no
lo eximía de guardar los antiguos modales, aunque Goethe mismo era un noble y
era además ministro del pequeño ducado de Weimar, donde él vivía.
Los nobles
instalados en Viena y muchos otros, literalmente, adoraban a Beethoven.
Literalmente se desvivían por tenerlo en sus palacios o invitarlo a cualquier
evento que patrocinasen. Lo que ocurre es que si en algún lugar, se puede decir
que hubo un despotismo ilustrado, fue en la corte de los Habsburgo y la nobleza
instalada en Viena. El refinamiento intelectual, el gusto por el arte y sobre
todo la pasión por la música, era de un nivel nunca antes logrado, y que no se
repitió en ningún lugar (4). El embajador de Francia en Viena en esos días era
nada menos que el Mariscal Bernardotte, uno de los mas fieles lugartenientes de
Napoleón, que se casó con una concuñada de José Bonaparte, hermano de Napoleón.
El hábil e ingenioso Bernardotte, años después, terminó incluso siendo rey de
Suecia. En algún momento en 1798 cuando vivió en Viena, habría hecho saber, que
le encantaría que Beethoven escribiese alguna sinfonía sobre Bonaparte,
enterado sin duda del fervor republicano y admiración por Napoleón, que se le
conocía a Beethoven. El embajador ruso en Viena, era Razumowsky, a quien
Beethoven dedicó algunos de sus más bellos cuartetos y quien fue desde que
llegó a Viena, alguien muy cercano al compositor.
Los
embajadores en Viena, apenas llegaba un miembro de la casa real de su país, se
desvivían por presentárselo a Beethoven. Así el maestro tuvo una gran amistad
con el príncipe Galitzin de Rusia, quien estrenó en Rusia algunas de sus obras.
De igual modo los nobles ya instalados en Viena como los príncipes Lichnowsky y
Lobkobitz así como la condesa húngara Erdödy y el principe Kinsky, así como
también el conde Waldstein, a quien dedicó una de sus más bellas sonatas. Todos
ellos eran muy cercanos al compositor. Incluso en un momento en que Beethoven,
algo indigestado de Viena, estuvo tentado de ser contratado para ir a trabajar
al norte de Alemania, donde un hermano de Napoleón ocupó un cortísimo reinado,
al enterarse del hecho varios nobles vieneses capitaneados por el archiduque
Rudolph, hermano del emperador, el príncipe Lobkovitz y el príncipe Kinsky
hicieron una bolsa de dinero para garantizarle una suma de dinero que le diese
una pensión anual vitalicia, para que Beethoven no abandonase Viena. La suma no
era poca, pues era una pensión de 4,000 florines de la época, lo que es el
equivalente a unos 120,000 dólares actuales. No es poco dinero, ni en aquella
época ni ahora. Eso indica la altísima estima en la cual los vieneses tenían a
los artistas. Para ellos era un privilegio tener como vecino al genial
compositor, aunque sus hoscos modales que fueron acentuándose conforme avanzaba
su sordera, hicieron que hubiese un distanciamiento por parte de algunos.
Beethoven sin embargo siempre guardó una gran gratitud por todos ellos, a casi
todos les dedicó algunas de sus obras. Incluso la 3ra. Sinfonía, que era de sus
obras, la que Beethoven más amaba y que inicialmente iba a nombrarse “Napoleón”
y que quiso dedicársela al gran corso. Desilusionado por el acuerdo hecho por
Napoleón con el papado, la disolución de la república y el auto coronamiento de
Napoleón como emperador, esto dio lugar a que la dedicatoria cambiase y la obra
terminó siendo dedicada al príncipe Lobkovitz, a quien dedicó también años
después la 5ta y la 6ta sinfonía. Era increíble la importancia que tenía la
música para la nobleza vienesa y el caso mas especial era el de Lobkovitz,
quien no solo apoyaba a Beethoven, sino estaba obsesionado por hacer y mantener
una sala de conciertos en su palacio y de mantener por sí solo una orquesta,
por lo cual terminó, incluso, arruinándose.
Beethoven
de alguna manera, intuyó que progresivamente las decisiones que iba tomando
Napoléón, poco a poco traicionaban los ideales republicanos de la revolución y
erosionaban los ideales de fraternidad y que al consolidarse en una autocracia
terminaría por pisotear los derechos individuales. Eso fue una gran decepción
para él. El tema de la igualdad, está claro que era algo meramente declarativo.
Con algunos logros, sobre este tema, el mundo actual sigue con las mismas
brechas, aunque la nueva lectura de la democracia no es el que todos sean
iguales, sino que tengan igualdad de oportunidades. En una época de grandes
mutaciones, como la que estaba viviendo el compositor, era imposible tomar
partido definitivo por uno u otro bando. Ambos bandos coexistían en múltiples
formas y situaciones. Beethoven vivió
esa contradicción. Mozart ya la había vivido de alguna forma, al querer
instalarse por su cuenta en Viena. Ambos tuvieron ingresos irregulares por su
trabajo de compositores, pero evidentemente los tenían, pero no tuvo Mozart en
su corta vida esa preferencia tan explícita de apoyo financiero como la que le
dio, la nobleza establecida en Viena a Beethoven.
Por otro
lado, en la época del compositor se vivía todavía los rezagos de formas
musicales como el barroco y Beethoven ayudó a consolidar la forma clásica que
ya había sido encarnada por Haydn y Mozart. Lo que sí estaba cambiando, era que
los conciertos y las manifestaciones musicales no se daban solamente en los
palacios o en las iglesias o en los salones de música de la nobleza. Ya
comenzaban a haber teatros que eran administrados por personas privadas, que
vendían suscripciones a conciertos. Pero fuera de las condiciones y espacios
donde se producía música, era ese nuevo lenguaje musical que estaba
introduciendo Beethoven, que a veces generaba, resistencias y desconcierto,
pero también fascinación. Beethoven terminó imponiendo sus creaciones a un público
tan exigente como el vienés, en una ciudad llena de tantos artistas talentosos.
En el nuevo lenguaje musical que estaba creando, Beethoven introducía su
emotividad personal y hasta sus ideas, y eso era algo totalmente inédito en el
lenguaje musical. Eso le dio un sello inconfundible a su obra y abrió nuevos
derroteros al arte musical que los músicos románticos se encargaron de
consolidar. En eso, siendo clásico, al acentuar el elemento expresivo,
Beethoven se convirtió en un precursor y un referente de los compositores
románticos, que de alguna manera lo reclamaban como su progenitor, Schubert y
Schumann, sobre todo, por solo citar algunos. Cuando escuchamos muchas obras de
Beethoven nos da la impresión que hay un pleito cósmico que se está jugando, pero también hay un relato personal
que se nos cuenta.
Muchos han
dicho que la música de Beethoven es una de las primeras en transmitirnos ideas,
no sólo una forma de sentir sino también de pensar las cosas. Un hombre tan
lúcido como el sociólogo francés Edgar Morin, que a pocos meses de cumplir 100
años, sigue siendo tan lúcido y productivo, nos dice que el descubrimiento y la
frecuentación de la obra de Beethoven, fue de una gran influencia en su
formación intelectual, equivalente a la que después tuvieron diversos filósofos
o escritores sobre su obra. En sus bellas memorias, Morin nos cuenta cómo a los
14 años, descubrió escuchando en la radio la 6ta. Sinfonía, la Pastoral de
Beethoven, y de allí en adelante iba todas las semanas a los conciertos, pero
sobre todo cuando se interpretaba Beethoven. Recuerda que el escuchar la Novena
sinfonía, fue algo crucial en su vida. “Mis cabellos algo así como que se me
pararon, sentí una especie de éxtasis inesperado. Algo totalmente desconocido y
comprendí que por fin había encontrado algo equivalente a la verdad” (5).
La música
en sí, es un lenguaje abstracto, que permite diversas lecturas y reacciones,
pero es cierto que como ningún arte, música sobre todo como la de Beethoven, es
algo que encierra dentro de ella muchísimos niveles. Sus obras, contienen una
lucha, una oposición de temas que es lo inherente a la forma sonata, pero que
para nuestra subjetividad, es una lucha, que busca una solución, una resolución
que conduce a una especie de luz, a un sentimiento de libertad y de entusiasmo
y que es lo que subjetivamente se denomina el triunfo del héroe. El tema de la
libertad y la luz son permanentes en la obra del compositor y explícitamente en
su única opera “Fidelio”. Las obras principales de Beethoven, usualmente comienzan
en notas menores y a veces en una atmósfera muchas veces sombría, dubitativa y
confusa pero luego terminan en una triunfante nota mayor. Beethoven induce a una
especie de energía, que algunos podrían llamar fe o esperanza, que se explicita
claramente en su Novena sinfonía, y evidentemente también en sus conciertos
para piano y muchas de sus obras. Al hablar exhaustivamente con amigos músicos,
esa es la sensación común y la idea que tienen al escuchar o interpretar
Beethoven y hasta podría decir que ese es el sentir universal que induce su
música. He escuchado está opinión convergente en músicos de los mas diversos
continentes y nacionalidades. Hay un élan vital en Beethoven, algo que aún en
sus mas pesimistas momentos no deja de afirmar la vida. Su música es
radioactiva, es energía pura. Por eso la obra de Beethoven marca un antes y un
después en la historia de la música. Por eso algunos directores de orquesta me
han dicho que después de haber dirigido todas las sinfonías de Beethoven, la
percepción que tienen de su profesión y lo que significa la música y de alguna
manera el arte, tienen otra significación en sus vidas.
Hay una
coherencia interna increíble en la música de Beethoven. Ya sea en sus grandes
obras sinfónicas, su ópera Fidelio o la Misa Solemnis, ya sean sus sonatas o
conciertos, o las cortísimas Bagatelles, que son sonatas que duran solo unos
minutos, forma y fondo tienen una calidad equivalente.
No hay
lugar para la banalidad en Beethoven. Pequeña o grande que sea la forma musical
que utiliza Beethoven, la densidad y consistencia de su pensamiento musical
siempre es la misma. En lo macro y en lo micro, Beethoven siempre tiene la
misma calidad, en todas mete todo el paquete, rigor formal y calidad expresiva
en forma equilibrada. Ningún músico ha logrado eso con la misma regularidad a
lo largo de toda su existencia creadora y manteniendo al mismo tiempo un
altísimo mismo nivel.
La tragedia de la sordera en Beethoven: los
efectos en su vida y su obra
Beethoven
comenzó a tomar conciencia de que estaba perdiendo la audición a una edad muy
temprana, aproximadamente a los 26 años, cuando ya estaba instalado en Viena,
como concertista y compositor y con un futuro muy prometedor. Aún cuando los
medios para medir el grado de sordera que uno tiene eran muy rudimentarios en
la época, se considera que hacia 1802, a la edad de 32 años, Beethoven ya había
perdido un 60% de su capacidad auditiva y unos 15 años después, casi el 80%.
Evidentemente
eso no dejó de tener consecuencias, quizás no en su trabajo de compositor en un
primer momento, pero progresivamente, sí en su vida de interprete, de director
de orquesta y, sobre todo, en sus relaciones personales. Estas últimas se
deterioraron mucho. La forma artesanal de salir del apuro para comunicarse, fue
el uso de los llamados CUADERNOS, que era donde le escribían a Beethoven lo que
le querían decir o preguntar a lo cual él respondía verbalmente. De todas
maneras, la sordera lo llevó a establecer una relación epistolar muy rica con
muchísimas personas, sobre todo con las mujeres con las cuales tenía algún tipo
de relación. Caso muy preciso es la relación que mantuvo Beethoven con Nanette
Streicher, a quien con su esposo los conoció apenas llegó a Viena en 1792.
Ellos tenían una fábrica de pianos. A ella, a Nanette Streicher, Mozart la había
conocido de niña y le vaticinó una buena carrera como pianista. Ella y su
esposo tenían uno de los mejores salones musicales de Viena, por el hecho mismo
que fabricaban pianos. Beethoven congenió muy bien con ellos, pero conforme
pasaron los años la amistad hacia ella se convirtió en otra cosa y hasta generó
una especie de dependencia psicológica. Beethoven pasaba gran parte del tiempo
mudándose de un lugar a otro, cambiando siempre de criados y de asistentes pues
era muy desconfiado, y tenía un apoyo permanente para todo eso en Frau
Streicher. El buscaba cualquier pretexto para pedirle que ella venga a verlo.
En un cortísimo lapso de tiempo, por ejemplo pocos meses en 1817, hay más de 60
cartas dirigidas a ella. Ya las visitas tan constantes comenzaron a generar
múltiples sospechas, en una ciudad muy dada al chisme como siempre lo fue
Viena. Las notas al respecto de estudiosos tan serios como Maynard Solomon (6),
en su magistral biografía de Beethoven, y los estudios más específicos de
Sterba (7), sobre la correspondencia de Beethoven, muestran la evidencia de
esta relación, que era algo más que una simple amistad. Por mutuo acuerdo,
Beethoven y la señora Streicher, tuvieron que cortar por lo sano. Solomon,
incluye en su biografía dos misivas muy precisas, concernientes a esta
relación, cuando ambos tomaron esa decisión: “Me alegro ver que usted misma
comprenda, que para mí es imposible volver a poner el pie en su casa” escribió
Beethoven, para luego agregar, “Sería bueno para usted, como ciertamente lo
sería para mí, que no permitiéramos que mis dos criados adviertan que
lamentablemente ya no puedo tener el placer de ir a verla. Pues si no
respetamos este distanciamiento, pueden sobrevenir consecuencias muy
desastrosas para mí, porque podría parecer que en este aspecto usted desea
separarse del todo”. Mas claro que el agua. La relación era fuerte. Había que
cortar. Se perdona el pecado, pero no el escándalo.
Paralelamente
a su sordera, algo que podemos decir que terminó envenenando la vida relacional
de Beethoven, fueron las diversas disputas de todo tipo y sobre todo de
carácter legal que tuvo con su cuñada Johanna van Beethoven, viuda de su
hermano fallecido en 1815. Beethoven le tuvo una enemistad y desconfianza a
ella. Se empecinó en una lucha sin cuartel con su cuñada por la custodia de su
sobrino Karl, aduciendo que su cuñada era una irresponsable y una libertina.
Todo indica que el sobrino no siempre se encontraba feliz de convivir con su
tío que además de su sordera que dificultaba la comunicación, tenía un
comportamiento muy tiránico con él. Beethoven en diversas ocasiones lo puso en
diversos internados privados que le costaban mucho dinero, pero a ningún precio
quería que el sobrino viviese con su madre natural. El resultado fue que muchas
veces el sobrino se fugó para ir a ver a su madre. Ya entrada la adolescencia,
el pleito entre Beethoven y su cuñada seguía, y terminaron yendo a los
tribunales para definir la custodia. Beethoven incluso utilizó la llegada que
tenía hacia miembros de la nobleza y sobre todo el archiduque Rudolph para que
el fallo sobre la custodia salga a su favor y de alguna manera lo logró. Eso no
resolvió las cosas, pues las relaciones continuaron siendo tensas entre tío y
sobrino. Hasta que llegó un momento en que el adolescente desesperado quiso
suicidarse, lo cual fue un episodio muy penoso que llevó a la desesperación a
Beethoven. Eso ocurrió apenas pocos meses antes de su muerte. Hubo una
reconciliación del sobrino con el tío, pero el episodio agravó incluso la salud
mental de Beethoven que ya se encontraba en un estado de salud física
lamentable.
Lo
realmente extraño, es que si bien los pleitos con su cuñada fueron
interminables, en los años centrales de dichos pleitos, que fueron entre 1817 y
1820, y que las cosas fueron a los tribunales, robándole un tiempo precioso a
Beethoven, la regularidad de su capacidad productiva no cambió. Claro que
Beethoven perdía mucho tiempo y que si no lo hubiese perdido nos hubiese dado
unas 20 ó 30 más geniales obras. Esos años fueron una época de excepcional
creatividad. Es cierto entonces, que muchas veces algunos tipos de tensiones
exacerban la capacidad creadora. Los genios tienen una forma casi
esquizofrénica de funcionar mentalmente. Nada interrumpe la unidad interna de
su obra creadora. Definitivamente están en otro mundo, aun cuando en muchas
cosas, comparten y hasta se deleitan de pasar las mismas miserias que el común
de los mortales.
Beethoven
como sabemos, perdió a su madre a los 17 años y como hermano mayor, pasó a
tomar las riendas de la casa. El mismo hecho de que su padre que tenía un
alcoholismo crónico, era incapaz de administrar el hogar. Era muy penoso para
Beethoven y sus pequeños hermanos ir a buscar a su padre, que era músico, para
traerlo a casa, en un estado etílico lamentable. En realidad eso hizo a
Beethoven, sentirse doblemente huérfano, sin madre y con un padre funcionalmente
ausente. Todo eso, desarrolló en el genio de Bonn, un comportamiento
resiliente, que le permitió también salir adelante en el futuro, a pesar de la
sordera que deterioró su vida relacional. El quiso siempre tener una familia y
de alguna manera esa obsesión de obtener la custodia de su sobrino, era tener
la posibilidad de asumir un rol de padre pues nunca tuvo hijos propios.
Muchos
estudiosos piensan que Beethoven, hubiese de alguna manera querido formar
pareja con la viuda de su hermano, con Johanna, pero Beethoven , nunca le
perdonó el comportamiento que ella tuvo con su hermano. Al referirse sobre
ella, escribiendo a terceros siempre lo hace de una forma muy hiriente por no
decir violenta. Evidentemente cuando de la misma forma se refería Beethoven
sobre Johanna, al hablarle a su sobrino, eso le parecía al sobrino intolerable.
Al final llegó a una buena reconciliación con su sobrino Karl, quien siguió una
carrera en el ejército, para después retirarse y a quien lo dejó además como
único heredero, e indirecta y póstumamente podemos decir que se reconcilió con
su cuñada. Un testimonio por lo menos, de los que estuvieron presentes en el
momento que expiró el genio, el testimonio de Anselm Huttenbrenner, indica que
Johanna estaba presente, como también el inefable Schindler. No nos
sorprendería que dicha reconciliación se haya producido póstumamente.
Beethoven, no había dejado de sentir una cierta culpabilidad, de que
obsesionado por su vehemencia de tener la custodia, estaba privando a Johanna
de su hijo y a Karl de su madre. Hombre sensible después de todo, Beethoven se
guardaba para sí mismo esta culpabilidad. No es por lo mismo gratuito que en
uno de sus esporádicos diarios, en días que tenía sus pleitos ante los
tribunales, había transcrito estas palabras de Schiller, su admirado poeta, “Siento
y comprendo profundamente eso, que la vida, no es quizás la principal de todas
las bendiciones, pero lo que sí puedo decir, estoy seguro, es que la culpa es
el peor de todos los males”. Johanna además, sí estuvo además presente en el entierro
de Beethoven, con Karl, con los leales hermanos von Breuning y otros cercanos.
Beethoven
se podría decir, que al nombrarlo heredero a su sobrino Karl, lo dejó bien
parado. Tenía acciones bancarias, por no menos de 8,000 florines y con sus
pertenencias que se vendieron, la suma alcanzo unos 10,000 florines, lo cual
era el equivalente actual de unos 300,000 dólares. Viena, fue siempre una
ciudad muy cara, y los ingresos de los buenos músicos y compositores eran
superiores a los que se cree.
Debe haber
sido muy caótico para cualquiera, cohabitar o tener una relación seguida con el
compositor, por lo desordenado y extravagante que era en su vida cotidiana. Los
grandes creadores, suelen ser gente muy desadaptada y Beethoven no fue una
excepción y si a esto se agregaba la sordera y los permanentes problemas de
salud, la situación se vuelve explosiva. Creemos que de lo mucho que se ha
escrito sobre la personalidad de Beethoven, es Maynard Solomon, quien logra en
pocas líneas hacer el mejor retrato, sobre lo contradictoria y compleja que era
la personalidad de este genio. En su biografía hay momentos de análisis
realmente luminosos, como el que transcribimos:
“En las
tabernas o restaurantes, se disputaba con los camareros acerca del precio de
cada artículo, o pedía su cuenta sin haber consumido. En la calle, sus gestos
exagerados, su voz estridente y la risa resonante determinaban que Karl se
sintiese avergonzado de caminar con él y suscitaba en los transeúntes, la idea
de que era un loco. Los palomillas de la calle se burlaban de su figura,
rechoncha y musculosa, con su sombrero de copa de forma incierta. Así recorría
las calles de Viena, ataviado con un largo abrigo oscuro que le llegaba casi a
los tobillos, llevando un monóculo y deteniéndose a cada momento para escribir
garabatos en su anotador, mientras tarareaba y canturreaba con voz desafinada.”
La popularidad permanente de la obra de Beethoven,
su difusión y universalidad
Varios
elementos confluyeron para que Beethoven tuviese la popularidad universal que
hasta hoy conserva. Esta además, fue ininterrumpida, pues al margen de su
belleza, las innovaciones formales y estilísticas que él le impuso a la
creación musical, al margen de hacer de la música un medio privilegiado de
expresión personal, el estreno, la impresión y la difusión de sus obras se debe
no sólo al apoyo de los nobles que eran fanáticos de él, incluso aun al final
de su vida, en que su música por ser excesivamente abstracta dejó un poco de
ser popular. El rol de tuvieron sus editores, Artaria y Breitkopf und Härtel y
al final Söhne, no han sido relevados quizás con la importancia que se debe.
Ellos fueron visionarios, en percibir mas allá del éxito comercial, lo novedoso
e importante que era la obra de Beethoven. Esto, está atestado por una
cuantiosa correspondencia sobre todo de los últimos años de la vida del genio
(7). Sus editores eran muy comprensivos con él, pues Beethoven no era una
persona fácil de tratar. Su escritura musical, era a veces muy difícil de
descifrar y generaba problemas para ser transcrita y editada a partir de los
originales. Beethoven tenía poca paciencia para hacer las correcciones debidas
y eso era un dolor de cabeza para sus pacientes editores. Con uno de sus
editores tuvo incluso un juicio, que pudo haberle cerrado varias puertas, pero
al final se llegó con ellos a un acuerdo.
Un papel
importantísimo que hubo para la difusión de su obra fue la aparición de un
pianista y compositor extraordinario como lo fue el húngaro Franz Liszt, a
quien Czerny, el discípulo de Beethoven se lo llevó para que lo escuchase
cuando Liszt tenía unos 11 años. Beethoven de quien se sabe tenía aberración a
que le trajesen niños prodigios, aceptó a regañadientes, a insistencia de
Czerny, pero al final lo escuchó sorprendido. Esa sola ocasión la recordó toda
su vida Liszt, pues después de escucharlo, Beethoven dijo “Este joven dará que
hablar en el futuro”. La obra de Beethoven influenció mucho la de Liszt y el
húngaro, queriendo difundir la obra del maestro, hizo una transcripción para el
piano de todas las sinfonías de Beethoven. Algo ya de por sí, difícil de hacer
por la complejidad armónica de las obras del maestro. Para la Novena sinfonía,
fue incluso necesario que la transcripción fuera hecha para dos pianos, pues
cuando interviene la transcripción de la parte coral, en el último movimiento
de la sinfonía, la misma era ejecutada por otro piano.
Transcribir
las sinfonías era una cosa y la extrema dificultad de tocarlas era otra. El
genial pianista que era Liszt, era el único capaz de tocarlas en sus recitales.
El buscaba, tantas veces como podía, incluir en sus recitales la ejecución de
una sinfonía de Beethoven transcrita para el piano. Eso permitió, gracias a
Liszt, que estaba en giras permanentes por toda Europa difundir la obra
sinfónica de Beethoven, hacerlas llegar a lugares donde no había orquestas
sinfónicas y sabemos, lo costoso que era en la primera mitad del siglo XIX,
encontrar orquestas que pudiesen tocar sinfonías tan complejas como las de
Beethoven. Liszt, fuera de sus talentos como compositor y pianista, era un
marketero genial (8), de alguna manera le debemos a él, la idea de hacer
recitales para piano solo, de escribir lo que denominó “poemas sinfónicos” que
eran sinfonías de un solo movimiento y tantas nuevas formas de difundir el arte
musical. El ayudo también, a revalorizar y difundir la música popular de su
Hungría natal, escribiendo libros al respecto y dando algo así como un modelo
de acción a todos los nacionalismos musicales que surgieron después, paralelos
a las guerras de independencia de sus respectivos países.
Liszt, al
ver el éxito que tenían las reducciones al piano de la obra sinfónica de
Beethoven, se aventuró a hacer también transcripciones y variaciones de partes
de diversas obras de ópera de Mozart, Rossini, Verdi, entre otros, que él
denominó fantasías. Lo mismo hizo sobre la obra de quien después fue su yerno,
nada menos que Richard Wagner. El estuvo al origen, por otro lado, de toda una
escuela de piano que se transmitió de maestro a discípulo sobre la forma de
interpretar Beethoven al piano. Fue discípulo de Czerny, quien lo había sido de
Beethoven y quien lo presentó al genio. Liszt tuvo después como discípulo a
Martin Krause, el cual a su vez fue maestro del chileno Claudio Arrau (9), de
Edwin Fischer y varios de los grandes pianistas que se formaron en Berlín a
comienzos del siglo XX, y a quienes logramos escuchar varias veces en vivo,
pues estuvieron vigentes hasta la tercera parte del siglo XX. Es cierto que
escuchar tocar Beethoven a Arrau era una experiencia única y las grabaciones de
sus magistrales interpretaciones de las sonatas de Beethoven y sus conciertos
para piano, grabadas varias veces, dan testimonio de su talento interpretativo.
Arrau era el último representante de una estirpe interpretativa que nos remitía
hasta Beethoven. Había no solo una energía descomunal en sus interpretaciones,
ese ímpetu demoniaco que sin duda tenía Beethoven cuando interpretaba sus
propias obras, pero también la densidad y la profundidad meditativa, que se
sentía en cada acorde, en cada frase musical. Esa densidad que solo se logra
por una frecuentación y entrega total a la obra de un compositor y cuando se
conoce la totalidad de su universo creador.
El otro
gran intérprete de Beethoven fue Wilhelm Kempff, cuya formación venía de un
linaje mas ligado a Schumann, quien con su esposa Clara fueron también
extraordinarios intérpretes del maestro de Bonn. Escuchar a Kempff era otra
cosa, otro tipo de experiencia, otra atmósfera, menos virtuosa pero igualmente
intensa. Kempff era uno de los últimos Kapellmeister (maestros de capilla). El
alemán y el chileno tenían dos lecturas diferentes de Beethoven, que mostraban
la elasticidad de lecturas que podían suscitar las partituras del compositor.
La
pedagogía musical ha avanzado mucho y los pianistas, sobre todo cada vez más
jóvenes, logran tener una formación técnicamente impecable y que les permite
tocar literalmente cualquier cosa desde muy jóvenes. Digo tocar, pues
interpretar una obra es algo diferente. El problema es que la competencia en el
mercado musical es muy feroz y hasta despiadada por las exigencias del mercado
del espectáculo. La exigencia hace que toquen mucho, demasiado quizás. Un día
dan un concierto en Lima y al día siguiente en Sao Paulo y tres días después en
New York, tocando programas diferentes. Eso les impide interiorizar bien la
obra de un compositor, sobre todo de uno tan complejo y denso, con múltiples
facetas como lo es Beethoven.
Los
pianistas modernos tocan bien, sería absurdo y tonto negarlo. Tocan con
extraordinario virtuosismo y a veces con una sonoridad impresionante, en ocasiones
simplemente acelerando el ritmo, como si estuviesen apresurados para ir al
aeropuerto. Muchas veces, salvo excepciones, podría decirse que son acróbatas
del piano, mas que artistas que utilizan el piano para transmitir una obra de
arte. En Rusia todavía se mantiene un acercamiento reflexivo sin dejar de ser
virtuoso en la interpretación. No siempre suele ser el caso de los pianistas
asiáticos, impecables técnicamente, pero que están lejos de transmitir, el
mensaje que en sus interpretaciones nos dejaban los grandes maestros del piano
al tocar Beethoven, Arrau y Kempff desde ya, pero también el austriaco Schnabel
y los rusos Guillels y Richter y sin ir mas lejos a los grandes argentinos, que
siguen vigentes todavía, como lo son Argerich,
Barenboim y Gelber. Para deleite nuestro, todas esas interpretaciones
están gratuitamente disponibles en YouTube. Basta escuchar y comparar y por simple
deducción comprender quién está más cerca de la forma como Beethoven hubiese
querido que se transmitan sus obras.
Este 17 de
diciembre, en todos los conservatorios del mundo las obras del genio de la
música estarán presentes, y también en los pequeños teatros de pueblitos de su
país natal que fue Alemania y de su país de adopción como lo fue Austria
también se le interpretará. La pandemia será un obstáculo en algunos casos y no
permitirá los conciertos multitudinarios que hubiese merecido, alguien que nos
dio una obra con un mensaje que quería que llegase a todos.
El mes de
diciembre es un mes muy especial en lo que concierne a la difusión de la obra
del maestro de Bonn. En Alemania, sobre todo, el día de año nuevo se suele
tocar la Novena sinfonía, que desde la caída del muro en 1989 se convirtió en
una especie de nuevo himno para los alemanes y terminó siendo de alguna manera
el himno de la Unión Europea. Sin embargo, el país donde más noté que había un
interés casi obsesivo por interpretar a Beethoven en el mes de diciembre, es en
el Japón. Prácticamente todas las asociaciones de música de ese país que tienen
algún grupo coral o una pequeña orquesta, preparan un concierto para
interpretar dicha obra. Hay asociaciones que incluso existen específicamente
para eso, las llamadas DAIKU WO UTAU KAI, que son las asociaciones cuya razón
de existencia es prepararse para cantar la Novena sinfonía en diciembre. Es una
tradición que ya tiene unos 80 años y fue instaurada por un director alemán que
trabajó en Japón en los años 30 del siglo pasado. Esta pasión por interpretar a
Beethoven, alcanza proporciones difíciles de imaginar y en los grandes
conciertos que a veces se han dado en Tokio u Osaka, han participado a veces
unos 10,000 coristas. Algo desmesurado, pero de alguna manera proporcional y
merecido, al inmenso talento de este genio, cuyo 250 aniversario festejamos en
una fecha precisa, pero cuya obra poderosa, inmensa y eterna, iluminará siempre
nuestra existencia.
Para ser un
aniversario tan importante de un genio de tal envergadura, el año 2020 no se ha
caracterizado mucho, por ser un año que nos dé una rica cosecha en estudios
sobre Beethoven. Ha habido muchas reediciones, es cierto y lo cual aplaudimos.
Siempre estarán disponibles, las biografías idealizantes y clásicas de Romain
Rolland y Emil Ludwig, escritas antes de que se descubriese un acervo
documental que ha dado muchas luces y ha modificado en mucho, la percepción de
la compleja personalidad del compositor.
Hoy
disponemos de casi la casi totalidad de la masa documental concerniente a la
vida de Beethoven, que es mucha y muy dispersa. Gran parte de esta dispersión
se debe al irresponsable comportamiento que tuvo Schindler, quien era asistente
del maestro en el momento de su muerte. Prácticamente él se llevó la mayor
parte de los escritos, cartas, obras inconclusas, manuscritos y archivos de
Beethoven y las vendió para provecho propio. Ese irresponsable proceder de
Schindler hizo que pasado el tiempo, muchos documentos del genio, apareciesen
en los lugares más recónditos del mundo, después de haber pasado de mano en
mano.
En
múltiples casos no se conocían, muchos documentos públicamente, pues eran
guardados como reliquias. Para colmo, Schindler destruyó muchos documentos, se
calcula un 70% de los Cuadernos, donde la gente le escribía a Beethoven.
Beethoven escribió muchísimas cartas y uno que otro día aparece alguna y se
vende en alguna subasta pública. Felizmente la Biblioteca del Congreso de
Washington, la Biblioteca Pública de Nueva York, la Morgan Library de la misma
ciudad, la Biblioteca Nacional de París y evidentemente diversos museos de
Viena o bibliotecas y archivos de Alemania y Austria, conservan en un excelente
estado lo que se ha podido recuperar de la obra del compositor.
En esos
diversos lugares hemos podido contemplar, muchas veces, emocionados, esos
envejecidos documentos, donde alguna vez se posó la mano de un creador
absoluto. Creemos que después de las biografías del norteamericano Maynard
Solomon, los esposos franceses Brigitte y Jean Massin, y hace poco en 2017 la
del también norteamericano Jan Swafford, titulada “Beethoven: tormenta y
triunfo” (11) que tiene cosas interesantes pero no tan novedosas, en realidad
no han aparecido estudios que susciten mayor interés, en lo que concierne a lo
biográfico.
El catálogo
de las obras del maestro, ya podemos decir que es definitiva. La última obra
sobre la totalidad de la vida del genio, que ha sido lanzada justamente por el
250 aniversario a fines de setiembre, es la fascinante obra del holandés Jan
Caeyers, “Beethoven: A life” (12) y ya con eso, poco es lo que se podría
agregar a la parte documental de la vida del compositor. En realidad esta
última obra, es la traducción al inglés de una obra ya aparecida originalmente
en alemán el 2015, pero la traducción está ampliada con interesante información
de tipo sociológico sobre el contexto en el cual transcurre la formación
inicial de Beethoven.
Lamentablemente
la pandemia ha hecho que difícilmente circulen las ediciones impresas de
Beethoven este año pandémico, en que incluso librerías y bibliotecas han estado
cerradas. En el caso de la obra de Caeyers, personalmente he tenido que leer
las 680 páginas en la edición electrónica, por ser tan difícil obtenerla
impresa. El esfuerzo y el fastidio han valido la pena. Creo que por mucho
tiempo será una obra de referencia junto a la de Solomon. Por otro lado muchas
master classes llevadas a cabo en la Juilliard School of Music de New York
sobre todo y en la Royal Academy of Music de Londres, han analizado
exhaustivamente la parte técnica de muchas de sus obras y están disponibles
gratuitamente.
Los
acercamientos mas recientes a la obra del compositor, optan por una percepción
más sociológica de su existencia, contextualizando el momento de la creación y
la elaboración de las obras de Beethoven. El producto de estas nuevas
investigaciones, suele ser el de descubrir un hombre menos mítico pero
igualmente grandioso. Menos profeta, menos héroe pero igualmente genial. Están
menos centradas en las anécdotas del músico incomprendido y nos dan
herramientas para comprender mejor lo que era, ya en la época, posicionarse
como un músico moderno, empresario de sus propias obras, negociando con sus
editores y buscando las mejores condiciones para la ejecución y la difusión de
sus obras. Mucho se investiga hoy, sobre todo también lo increíblemente
visionaria que fue su música, sobre todo la de la fase final, la de las últimas
sonatas y los cuartetos de cuerdas, en los cuales la disonancia ya juega un rol
importante. Stravinsky puso mucho el acento en ello. Veía en la base rítmica de
muchas de las obras de Beethoven, un mundo de una riqueza rítmica
desconcertante, algo que con equivalente genialidad solo lograba en algunos de
sus mambos el cubano Pérez Prado.
Ya, con
toda esa masa crítica de información, queda por analizar en forma definitiva la
personalidad del genio, para lo cual será necesario tener los talentos de un
musicólogo, un historiador y un psicoanalista. Su compleja y rica personalidad,
al margen de sus geniales obras, nos hace cuestionarnos sobre cosas esenciales,
sobre las más complejas motivaciones del ser humano, nos reenvía a esa
bipolaridad intrínseca que hay en el psiquismo humano. Beethoven concentra lo
esencial del ser humano, es Ariel y Calibán al mismo tiempo, Fausto y
Mefistófeles, es sereno y volcánico, capaz de una ternura y una generosidad sin
límites como también en su vida privada capaz de celos, desconfianzas y
comportamientos tiránicos incomprensibles. Es realmente difícil imaginar y
hasta abstruso cómo paralelamente a esta implosión permanente dentro de sí,
pudo crear una obra tan maravillosa y desconcertante. Beethoven más que ningún
otro artista, encarna esa contradicción, muchas veces patológica, que llevamos
dentro todos los seres humanos.
“Menschliche,
alzu menschliche (Humano, demasiado humano), esas palabras de Nietzsche, las
acuñó pensando sin duda en este hombre genial, en cuya personalidad nos
reflejaremos siempre todos, ahora y siempre.
………………………………….
(1)
Frederick Skinner, “ Lenin and the Appassionata affair”. La misma información
consta en diversos escritos de Gorki y en una nota dirigida por Lenín a él.
(2) Franz
Mehring, “Karl Marx. Historia de una vida”, Buenos Aires.
(3) Manfred
van Rey, “Beethoven, Bonn and its citizens”
(4)Andrew
Wheaton, “ The Habsburgs”, Penguin Londres 1995
(5) Edgar
Morin “Mon Paris, ma memoire” Librairie Artheme Fayard PLURIEL Paris 2013
(6) Maynard
Solomon, “Beethoven”, Editorial Javier Vergara, Barcelona 1983
(7) Editha
Sterba, “Beethoven and his nephew”, Dobson Editions, 1957
(8) Hans
Gal, “El mundo del músico”, Siglo XXI Editores 1985
(9) Jorge
Smith, “Liszt, pionero del marketing musical”, Centro de Publicación ORVAL,
2010
(10)
Claudio Arrau, Youtube. Entrevistas diversas
(11) Jan
Swafford, “Beethoven: tormenta y triunfo”, Editorial El Acantilado 2017
(12) Jan
Caeyers, “Beethoven: A life”, University of California Press, 2020