Wednesday, May 14, 2008

Instrucción católica

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
14-5-2008

Instrucción católica
Pájinas Libres, 1892
Manuel González Prada
http://www.evergreen.loyola.edu/~tward/gp/libros/paginas/pajinas10.html#B12#B12

Je ne veux pas que les prêtres se mêlent de l'éducation publique. Napoleón

Cojamos un plano de Lima, señalemos con líneas rojas los edificios
ocupados por congregaciones relijiosas, como los médicos marcan en el
mapamundi los lugares invadidos por una epidemia, i veremos que nos
amenaza la irresistible inundación clerical. Padres de los Sagrados
Corazones, Redentoristas, Salesianos, Jesuitas i Descalzos, todos
fundan o se preparan a fundar escuelas. Hasta nuestro viejos i
moribundos conventos pugnan por rejuvenecerse i revivir para
constituirse en corporaciones docentes.

De la Capital, las congregaciones irradian a toda la República: reinan
en Arequipa, dominan en Cajamarca, invaden Huánuco, amenazan Puno, i
terminarán por adueñarse de las últimas rancherías o pagos1. Todo con
tolerancia de Congresos, anuencia de Gobiernos i beneplácito de
Municipalidades i Beneficencias. Nuestros obispos, que todavía guardan
en sus cerebros el pliegue de la Edad media, no estiman el mérito de
la propaganda tolerante i se hacen odiosos con la intransijencia del
sectario, mientras sacerdote estranjero, que viene amaestrado con la
esperiencia de pueblos más cultos i obedece a la consigna de
corporaciones bien organizadas, procede con dulzura i miramientos, con
lentitud i cautela; avanza dos pasos i retrocede uno; evita
discordias, no ataca de frente, i jamás se impacienta porque confía en
el auxilio del tiempo: patiens quia aeterna.

Todos los sacerdotes estranjeros van al mismo fin i se valen de
iguales medios, desd'el Visitador dominico hasta el Delegado
apostólico, desd'el azucarado padre francés que representa la
metamorfosis masculina de la Pompadour, hasta el grotesco fraile
catalán que personifica la evolución mística del torero.

Trabajan como las hormigas blancas en el maderaje de una casa o las
madréporas en las aguas del mar; notamos la magnitud de la obra cuando
las vigas se desploman sobre nuestra cabeza o, el arrecife despedaza
la quilla de nuestro buque.

Repitiendo con Leibniz2 que "el dueño de la educación es dueño, del
mundo", quieren apoderarse del niño, i han empezado por casi
monopolizar en Lima la educación de las mujeres pertenecientes a las
clases acomodadas.

Los colejios dirijidos por institutoras laicas viven difícil i
precariamente, porque las madres de familia prefieren educar a sus
hijas en el Sagrado Corazón, los Sagrados Corazones o el Buen Pastor,
aun cuando las directoras de esos planteles renombrados hagan de las
niñas todo lo que se quiera, reinas o cortesanas, menos buenas esposas
i buenas madres. Con efecto: la moral de las monjas se reduce al
cultivo de la vanidad; la relijión, a la inconsciente práctica de
ceremonias supersticiosas; la ciencia, a nada o cosa que vale tanto
como la moral i la relijión. Una señorita, con diploma de tercer
grado, sabe de Jeografía lo suficiente para ignorar si a Calcuta se va
por mar o por tierra, i conoce de idiomas lo indispensable para
chapurrear un francés de Gascogne o balbucir un inglés del Canadá. Las
más aprovechadas en Bellas Artes arrancan del piano musiquitas con
sonsonete de mirliton3, o pintan (sólo durante su permanencia en el
colejio) cuadros en que refunden las estampas d'Epinal i las vírjenes
quiteñas4. En cambio, todas las jóvenes educadas por monjas salen
eximias bordadoras en esterlín: bordan zapatillas para el papá que no
las usa, relojeras para el hermano que no tiene reloj.

Hai más: todos esos colejios, fundados so capa de instruir a las
mujeres, no persiguen más objetivo que la difusión del fanatismo.
Ajentes de corporaciones masculinas, radicadas en París o Roma, todas
las congregaciones femeninas a estilo del Buen Pastor, los Sagrados
Corazones o el Sagrado Corazón hacen el papel de ruedas movidas por
conexiones ya visibles, ya subterráneas. ¿Qué significan los
directores espirituales, los capellanes, los visitadores? El Clero no
aparece muchas veces, pero se deja sentir siempre. Los clérigos en la
sociedad recuerdan a los cuerpos opacos en el Firmamento: aunque no se
descubren a la vista, manifiestan su presencia por las perturbaciones
que causan en los astros vecinos.

Hai más aún: las monjas no reparan en medio alguno para satisfacer su
voracidad de adquirir dinero: padecen el mal del oro i hasta presentan
síntomas de cleptomanía. Como no las anima el lucro individual, como
no atesoran para sí, la impudencia en la rapacidad admite causas
atenuantes: parodian a San Martín, porque no teniendo manto propio,
sustraen el ajeno para dividirlo no siempre con el necesitado. Así, no
sólo cobran una pensión exorbitante, no sólo la recargan con los
llamados cursos de adorno, no sólo aumentan fabulosamente el ramo de
los extraordinarios sólo presentan inconcebibles suscripciones para
interminables obras pías, no sólo especulan con libros, útiles
d'escritura i dibujo, artículos de pasamanería, baratijas de iglesia,
sino llevan parsimonia hasta implantar el réjimen de nutrición
homeopática.

Deficientemente alimentadas en la época más crítica de evolución
orgánica, las mujeres no se desarrollan ampliamente almacenan fuerzas
para más tarde, de modo que al terminar su educación, cuando regresan
al seno de la familia después de seis o siete años de clausura i
abstinencia, parecen deteriorados i viejos organismos que hubieran
realizado ya el doloroso trayecto de la vida.

Tales mujeres ¿qué pueden concebir al ser madres?, una prole anémica,
raquítica, destinada a consumir como artículos de primera necesidad el
hierro i el aceite de bacalao. En las familias acomodadas, no estraña
ver hoi niños con vientres descolgados i fofos, piernas torcidas,
pechos hundidos, espinazos en arco, i lo que más prueba el
empobrecimiento de una raza, fisonomías seniles, caras de viejo. Nos
amenaza, pues, una evolución a la inversa, un retroceso al tipo
ancestral; pero semejante calamidad no, entristece a las buenas madres
ni a los buenos padres: como el, buen católico no resume la perfección
humana en el dicho del antiguo filósofo: "entendimiento sano en cuerpo
sano".

Buena, perfecta, la monja es mujer incompleta i por consiguiente una
mala institutora que hace de la escuela un remedo del convento en vez
de trasformarla en instituto moral donde las mujeres se aleccionen
para ejercer las dos elevadas funciones de la vida: el amor i la
maternidad. ¿Qué saben de amor los corazones abiertos a Dios i
cerrados al hombre? ¿Qué saben de maternidad los vientres que no
sintieron el placer de la concepción ni dolor del alumbramiento?
Buena, perfecta, desviándose i desvelándose por igualar a la madre, la
monja confunde la melosidad con la ternura, la inclemencia con la
justicia, la hipocresía con el pudor, i sólo consigue ofrecer una
maternidad fría, empalagosa de oficio, en una palabra, contrahecha o
d'encargo relance venal.

Se pregona jeneralmente que si los hombres dictan leyes, las mujeres
establecen costumbres. Aquí, donde el hombre se distingue por la
debilidad de carácter, donde la fortaleza de ánimo parece concentrada
en el sexo femenino, la sociedad verificaría una evolución saludable
si la mujer no empleara como único medio de dominación los atractivos
sensuales. Desgraciadamente, el dominio, de la mujer peruana sobre el
hombre es un doble dominio de harén i sacristía: el clérigo detiene a
la mujer por el fanatismo, la mujer detiene al hombre por el sexo.

***

La educación de los varones no entraña menos vicios que la educación
de las mujeres. Los niños, contaminados con el ejemplo de un hogar
invertido i fanático, ingresan a escuelas de clérigos donde acaban de
malearse o a escuelas de seglares donde no logran correjirse.

En las clases acomodadas (como pasa con las mujeres), los niños
confiados a las congregaciones docentes cuentan en mayor número. El
hombre de nuestro pueblo no averigua si la escuela primaria se llama
libre o nacional, si la rejentan clérigos o seglares, contentándose
con aprovechar de la instrucción gratuita, venga de donde viniere;
pero nuestro semiburgués i nuestro seudoaristócrata, sea por
convicciones, moda, espíritu de imitación o vanidad, prefieren casi
siempre la escuela del clérigo, señaladamente la del jesuita, que pasa
en Lima por centro aristocrático. Un diputado, un prefecto, un
jeneral, un ministro, un vocal de la Corte, en fin, cualquiera de esos
mulatos o cuarterones enriquecidos en el dolo y la concusión o
encumbrados por el favor i la intriga, no se resigna fácilmente a que
en la escuela municipal i gratuita se rocen sus hijos con los hijos
del artesano i del jornalero.

Hasta los individuos que blasonan de incredulidad ceden, a las
influencias de familia i confían sus hijos a los clérigos,
imajinándose que el hombre maduro se despoja fácilmente de los errores
adquiridos en la infancia. Cierto, los estragos de una mala educación
primaria se remedian con una buena instrucción media i superior; mas,
¿quién las da en el Perú? Aquí no educa i apenas se instruye. Al
peruano que termina su instrucción le quedan dos trabajos, si quiere
vivir intelectualmente con su siglo: olvidar lo aprendido i aprender
de nuevo. Hai que ser auto pedagogo.

¿Qué sucede con la instrucción oficial? Como no funcionan escuelas
normales, los directores de Liceos brotan por jeneración espontánea o
se forman por decreto nominativo del Gobierno; como los profesores no
pueden atenerse a un sueldo inseguro, mezquino i deficiente, el
profesorado, en lugar de ser ocupación esclusiva o carrera pública, se
convierte señaladamente en las universidades en cargo suplementario,
auxiliar o de lujo.

¿Qué pasa con la instrucción independiente? Universidades libres no
existen, liceos o jimnasios de igual clase luchan desesperadamente
para no ceder a la competencia de los clérigos. Poseemos maestros
hábiles, ilustrados i de tanta elevación moral que llevan el
desinterés hasta el sacrificio; pero esos buenos obreros laboran
silenciosa i oscuramente como la savia en el interior del árbol: se
recata el mérito, se impone el reclame; s'eclipsa el pedagogo, i
brilla el pedante. Hai hombres que optan por el majisterio como
elejirían un trabajo manuable, que fundan un liceo como establecerían
un'ajencia de domésticos i que de la noche a la mañana se consagran
pedagogos como Don Quijote se armó caballero.

Pertenecientes a las universidades o a los liceos, rentados por la
nación o fomentados por las familias, los preceptores siguen la
rutina: una enseñanza puramente científica i sin oxidaciones
teolójicas no se concibe ni se admitiría. Así, negada la iniciativa
personal i ahogado todo estímulo, abundan cátedras en que las
lecciones se reducen a desgreñadas disertaciones con ergos i
distingos, cuando no a la simple comunicación de copias estractadas de
libros añejos i recalcitrantes.

En resumen: si la enseñanza oficial es casi siempre una inoculación
morbosa, la enseñanza libre suele dejenerar en industria ilícita o
comercio con fraudes i contrabando.

***

Entre tanto, ¿quién remedia el mal? ¿El pomposamente llamado Consejo
superior de Instrucción pública?, triste remedo del Conseil supérieur
de l'Instruction publique, es un cónclave de legos, una camarilla
dominada por astucia i charlatanería. ¿Los Ministros de instrucción?,
más preocupados de políticas que de cuestiones sociales, pasan i pasan
como nubes secas sin dejar un solo buen recuerdo. ¿Los Congresos?,
tienen labor de sobra con aprobar contratos, discutir proyectos que no
paran en leyes i decretar presupuestos que nadie observa. ¿Las
Municipalidades i Beneficencias?, el bello ideal de Alcaldes
municipales i Directores de Beneficencia se cifra en confiar todas las
escuelas primarias a los Hermanos Cristianos. En el Concejo Provincial
de Lima funciona desde tiempo inmemorial una Inspección de
Instrucción: pues bien, de todos los inspectores no brotó jamás la
iniciativa para una sola reforma útil, i si hubiera brotado, no habría
despertado el menor eco en el cerebro de los concejales.

El Gobierno descuida la instrucción industrial i profesional, La
Escuela de artes i oficios fue convertida en cuartel, el Instituto de
Agricultura en hacienda de panllevar. La Escuela de construcciones y
de minas, con todas sus apariencias de satisfacer una imperiosa
necesidad, constituye el mayorazgo de unos cuanto profesores, el
privilejio de unos pocos alumnos i el ataque directo a los intereses
de la mayoría. ¿Hai acaso derecho de invertir injentes sumas en
diplomar anualmente una docena de injenieros, mientras miles de
hombres carecen d'escuelas donde aprender los rudimentos más
indispensables?

El fomento de la instrucción científica o superior, a costa de la
industrial i primaria, ensancha más el abismo que separa las distintas
clases sociales: de un lado, los que nada saben ni esperan saber. ¿De
qué aprovecha la instrucción que se levanta sin estenderse? Instruir a
un pueblo ¿consiste acaso en dar a unos cuantos privilejiados un
caudal más o menos puro de conocimientos trascendentales? Si los
privilejiados adquirieran ciencia profunda, i por consiguiente humana,
servirían de ajentes civilizadores i benéficos; pero no, resultan
sabios a medias, con intelijencia suficiente par'aguzar la malicia,
sin moralidad necesaria para refrenar los malos instintos: globos a
medio inflar, vuelan a ras del suelo arrancando con el ancla los
techos de las casas i las plantas de los sembrados.

Ahí están nuestras universidades. ¿Qué bien hicieron, qué luz
derramaron todos esos hombres que vivieron incrustándose en el cerebro
la Instituta de Justiniano, el Código Civil i el Derecho Canónico? La
instrucción universitaria sirvió para henchir de orgullo a los
mediocres, infundir exajeradas ambiciones en los ineptos i atestar la
nación de infatigables pretendientes a los cargos públicos. Dice
Tolstoy que "las universidades rusas preparan, no los espíritus que
necesita el jénero humano, sino los espíritus que necesita una
sociedad pervertida". De nuestras universidades surjen lejiones de
abogados que se lanzan a la política, como los pabellones negros a los
mares de la China. Para nuestros doctores in utroque no hai ciencias
de observación i d'esperimento, sino alegatos con pidos i suplicos:
fuera de sus Códigos i de su Práctica Forense, nada saben; sin
embargo, constituyen la materia prima de donde salen el financista, el
diplomático, el pedagogo, el literato i hasta el coronel. Al recibirse
de abogado, un hombre obtiene en el Perú diploma de omnisciencia i
patente de corso. Con una moral basada en la interpretación elástica
de la Lei, sin escrúpulos ni remordimientos desde que las ambigüedades
i casuismos del Código encierran toda obligación i toda sanción,
nuestros rábulas atraviesan la sociedad perfectamente abroquelados
para la lucha por la existencia. No merecen un panejírico nuestros
militares, llevan sobre la conciencia mui graves delitos; pero, si
quiere juzgárseles con imparcialidad, debe recordarse que al oído de
todo sátrapa con entorchados zumbó siempre un abogado de alma hebrea i
corazón cartajinés.

Si el Foro peruano forjará las armas para contrarrestar la invasión
negra, estamos lucidos. Todos nuestros doctores pertenecen a la Unión
católica, a l'Adoración perpetua i a l'Archicofradía de nuestra Señora
del Rosario, i los poquísimos que aciertan a emanciparse del yugo
relijioso disimulan su emancipación como una enfermedad venérea: dejan
al clérigo hacer con tal de que el clérigo les deje vivir i medrar.

Para enseñar Injeniatura, Medicina o Filosofía, buscamos injenieros,
médicos o filósofos, mientras para educar personas destinadas a
establecer familia i vivir en sociedad, elejimos individuos que rompen
sus vínculos con la Humanidad i no saben lo que encierra el corazón de
una mujer o de un niño. La educación puede llamarse un enjendramiento
psíquico: nacen cerebros defectuosos de cerebros mutilados. ¿Cómo
formará, pues, hombres útiles a sus semejantes el iluso que hace gala
de romper con todo lo humano, de no pertenecer a la Tierra sino al
Cielo? ¿Qué sabe de luchas con las necesidades cotidianas de la vida
el solitario que no trabaja ni para mantenerse a sí mismo? ¿Qué sabe
de sudor ni de fatigas el venturoso que no siembra ni cultiva? ¿Qué
sabe de pasiones humanas el mutilado del amor, del sentimiento más
jeneroso i más fecundo? Mírese desde el punto de vista que se mire, el
sacerdote carece de requisitos para ejercer el majisterio.

Tiene algo ríjido, marmóreo i antipático el individuo que vive
segregado de sus semejantes i atraviesa el mundo con la mirada fija no
sabemos qué i la esperanza cifrada en algo no llega. Ese vacío del
corazón sin el amor de una mujer, ese despecho de no ser padre o serlo
clandestinamente, hacen del mal sacerdote un alma en cólera, del bueno
un insondable pozo de melancolía. Nada tan insoportable como las
jenialidades histéricas o las melosidades jemebundas de los clérigos,
que poseen todos los defectos de las solteronas i ninguna de las
buenas cualidades femeninas: especie de andrójinos o hermafroditas,
reúnen los vicios de ambos sexos.

La crónica judicial de las congregaciones docentes prueba, con hechos
nauseabundos el riesgo de poner al niño en comercio íntimo con el
sacerdote. A mayor misticismo i ascetismo del segundo, mayor riesgo
del primero. Lo relijioso i lo voluptuoso andan tan unidos que el
místico suele concluir por encerrarse en el harén, como el libertino
acaba muchas veces por desvanecerse en las nubes. La predilección de
las mujeres por Jesús i de los hombres por María ¿no revela que hasta
en la devoción intervienen la voluptuosidad i el sexo? Penitencias i
oraciones que parecen servir d'escudo a la tentación actúan como
despertadores sensuales. Las santas, al salir de sus éstasis, se
retorcían como serpientes en el fuego i rompían en jaculatorias que
remedaban los suspiros del orgasmo; los santos eremitas, después de
velar noches enteras en arrodillamientos i maceraciones, sentían en
sus carnes las tenazadas de la lujuria i, como leones, rujían al
recuerdo de las prostitutas romanas.

Por su manera de ser, por sus ademanes i hasta por su vestidura o
disfraz, los clérigos repelen, como la emblemática imajen de su
doctrina. Cubiertos de negro desde los pies a la cabeza, encajonados
en la sotana, no parecen hombres que se mueven como los demás hombres,
sino ataúdes que marcharan solos. Si limpios, son el cuello de
mostacillas, los puños de hilo bordado, las hebillas de plata, los
polvos de arroz, el almizcle de la mujer pública i todas las
frivolidades que patentizan el afeminamiento del sexo; si desaseados,
son la barba eternamente a medio crecer, el rostro lubrificado con la
grasa de la primera comunión, la lluvia de caspa en los hombros, la
uña con el implacable filete oscuro i el olor a mugre revuelta con
sudor avinagrado.

N'obstante, clérigos i frailes sueñan con cernirse sobre la Humanidad,
cómo si hubieran caído de un astro incorruptible i gozaran d'exención
divina. Emparedados en su yo, creyéndose superiores a los demás
hombres, personifican el orgullo; i cuando quieren mostrarse humildes,
s'humildad, como el harapo de Diójenes5, deja traslucir la soberbia. I
nada más natural: una clase que se imajina poseer la única verdad, que
se proclama investida de carácter sagrado, que pretende redimir los
pecados del rei i del mendigo, que delira con trasportar a Dios del
Cielo, debe rebosar de orgullo i ver en seglares profanos una estirpe
de seres ínfimos. La primera entre todas las mujeres, la Virgen
inmaculada, la Reina de los cielos, la madre del mismo Dios —María—,
estampa humildemente los labios donde el último sacerdote deja la
huella de su pie. Orgullo i vanidad producen las más estrañas
aberraciones en clérigos i frailes: no satisfechos de considerarse
superiores a la especie humana, se tienen por colaboradores de la
Divinidad, hasta se figuran que Dios les vive agradecido por los
servicios que le prestan en la Tierra.

Como último recurso para enaltecer la educación clerical, no debe
alegarse la buena fe de los profesores: buena fe tiene el mahometano
que muere salmodiando versículos del Corán; buena fe, el negro del
Congo que suprime a su madre con intención de trasformarla en espíritu
bienhechor i poderoso; buena fe, el indostán que se arroja en tierra
para ser destrozado por el carro de Vichnú; buena fe, el salvaje que
para sangrar la benevolencia de un fetiche se pintarrajea con sangre
de su enemigo; buena fe el fakir que por veinte años permanece sentado
en una silla erizada de clavos agudos, imajinándose que la podre de
sus heridas le servirá de bálsamo en el otro mundo6. No, la buena fe
no basta; i como para curarnos de una enfermedad, no buscamos
injenieros de buena fe, sino médicos de buen saber, así, para educar
niños, no debemos recurrir a teólogos de buena fe sino a
educacionistas que sepan bien lo que son la mujer i el niño.

La Pedagojía clerical preconiza el internado, quiere decir, la
secuestración: lejos de la familia par'amortiguar en el niño los
efectos naturales, secuestración lejos de la sociedad par'hacer del
niño un ciudadano de Roma i no del Universo, secuestración lejos de la
vida para guiar al niño por la tradición o voz de los muertos.

En el internado florece el réjimen monacal i soldadesco, así no debe
estrañarnos el encontrar acordes para sostenerle a la Iglesia que
pretende hacer de cada hombre un sectario i a Napoleón que soñaba
convertir a todo marcha al redoble del tambor; para el fanático, un
convento donde todo se rije por el toque de la campana. El cerebro, el
temperamento, en una palabra, el yo del individuo, figura como
cantidad despreciable: reconocida la infalibilidad del Catecismo i la
inviolabilidad de la Ordenanza, le quedan al alumno el silencio a toda
iniciativa personal7, el respeto ciego al superior i la obediencia
pasiva. Hai que profesar doctrinas rechazadas por nuestra razón, que
aceptar sentimientos contrarios a la índole de nuestro ser, que vivir
fuera de nuestro centro, que cambiar la voluntad i la conciencia por
el automatismo hasta el estremo de movernos sin gana, comer sin hambre
i dormir sin sueño.

Se necesita no haber soportado la incesante presión de un reglamento
pueril i absurdo, no haberse desesperado entre el espionaje del
superior i la delación del condiscípulo, no haberse maculado en el
roce ineludible con una muchedumbre torpe o malévola, no haber
conocida la promiscuidad porcina de un refectorio ni haber respirado
la fétida i cálida atmósfera de un dormitorio común, para encomiar la
escelencia del internado.
Nada estraño que semejante réjimen produzca sus efectos. El alumno,
aislado espresamente del otro sexo, crecido en el espíritu de
hostilidad que la Iglesia fomenta contra la mujer, ingresa en la vida
social i forma familia, con más disposiciones para libertino i tirano
doméstico que para hombre, marido i padre. Saturado de falsas ideas,
sin conocimiento alguno del carácter femenino ¿qué puede hacer? Los
sacerdotes i con ellos todos los preconizadores del internado, olvidan
que el hombre no se civilizó en la tienda de campaña, en el cuartel,
en el claustro ni en la escuela, sino en el hogar, bajo la dulce
influencia de la mujer. Olvidan también que nada influye tanto en
l'adquisición de ideas cortas i mezquinas, que nada malea tanto el
carácter de un hombre como el trato esclusivo con personas de su mismo
sexo. En todo buen discípulo de la educación sacerdotal, si no hai un
misójino, s'encierra un prudoniano8 que sólo admite dos rangos en la
mujer: cortesana o ama de llaves.

La enseñanza clerical se somete al dogma. Como los antiguos hacían
jirar planetas, Sol i estrellas al rededor de la Tierra, los
sacerdotes hacen moverse todos los acontecimientos humanos en torno de
la Biblia. Todo lo acomodan, lo achican, lo agrandan, lo vuelven, lo
revuelven, lo desfiguran i lo deforman para conformarlo con las
sutiles i sofísticas interpretaciones de textos dudosos i oscuros.
Tienen una Filosofía ortodoja, una Historia ortodoja, un'Astronomía
ortodoja i hasta una Medicina ortodoja. Acostumbrados a vivir en las
sombras teolójicas, segregan oscuridad, como el viejo minero de
Jerminal, que a fuerza de respirar entre carbón de piedra, concluyó
por escupir negro. I esas tinieblas les favorecen, pues "las
relijiones, como las luciérnagas, necesitan de oscuridad para
brillar".

Con el sometimiento de las Ciencias al Dogma viene el desdeñoso
rechazo de toda concepción racionalista i, más que nada, de toda
Filosofía, particularmente de la griega que sigue resonando en el
mundo como el himno triunfal de la Razón. Para muchos (no sólo
tonsurados sino profanos), la quintaesencia del saber helénico vive i
se condensa en la Mitolojía; ¡cómo si un Anaxágoras o un Parménides,
un Empédocles o un Epicuro hubieran creído en las Divinidades poéticas
de Homero y Hesíodo! Engloban en un anatema común a todos los sabios
de Grecia, aun cuando más luz derramaron sobre la Humanidad Tales i
Pitágoras con sus teoremas problemas que todos los teólogos con sus
nebulosas controversias i todos los concilios con sus declaraciones
dogmáticas. La Ciencia moderna no es un salto sino una continuación de
la Ciencia griega; los sabios más profundos se vanaglorian de beber en
las fuentes de l'Antigüedad, aun recurriendo a textos mutilados o
corrompidos; i sin embargo, los más doctores de la Iglesia reconocen
con Bellarmino "más ciencia en la cabeza de un párvulo instruido en el
Catecismo que en las cabezas de todos los filósofos paganos i maestros
de Israel".

¿Qué resulta de una enseñanza fundada en el Catecismo? El niño
abandona desde temprano el mundo real, para vivir en una rejión
fantasmagórica. Adaptándose a un medio milagroso donde, en lugar de
leyes inmutables, reinan voluntades flexibles, irregulares, i
arbitrarias, concluye por tomar a lo serio los mitos i leyendas de los
libros sagrados, como un campesino cree verídicas las novelas de
Dumas9 o vivientes las figuras de una linterna májica. Esas serpientes
que discurren con las argucias de un doctor en Jurisprudencia; esos
ánjeles que s'entretienen en seducir a las hijas de los hombres,
usando las estratajemas de don Juan Tenorio10; esos guerreros que en
el fragor de una batalla inmovilizan el Sol, de la misma manera que un
relojero detiene el péndulo de un cronómetro; ese Dios que hoi crea i
mañana se arrepiente de haber creado i compone i recompone su obra,
como artista caprichoso i voluble que se divierte en modelar i
desbaratar figuras de arcilla plástica; ese Universo, en fin,
eternamente perturbado por lo ilójico i lo sobrenatural, ejercen
perniciosa influencia en el niño, le acostumbran a lo falso i
maravilloso, le hacen concebir posible lo absurdo, le matan en jermen
toda concepción sana i positiva de la Naturaleza, le transforman en
receptáculo pasivo de todos los errores. Los sacerdotes convierten al
hombre en una especie de palimpsesto11; obliteran del cerebro la Razón
Para grabar la Fe, como los copistas de la Edad media borraban del
pergamino un discurso de Cicerón para escribir la crónica, un
convento.

Por eso, nada más refractario al espíritu de la Ciencia que los
cerebros deformados por una educación ortodoja: convencidos de lo
absurdo, siguen creyendo "por lo mismo que es absurdo". Se consigue
hacer entrar en razón a mil judíos o mahometanos primero que a un solo
católico. Los buenos creyentes, los católicos rancios, son como esas
botellas de vidrio que en su vientre guardan una bola más gruesa que
el gollete: hai que romper la botella para sacar la bola.

Lo anticientífico de la educación relijiosa ¿se compensa con lo moral?
Conviene advertir que no cabe diferenciación entre Ciencia i Moral
desde que las reglas de moralidad se derivan de los principios
sentados por la Ciencia. Con razón Augusto Comte colocaba la verdadera
moral, la Moral sin Teolojía ni Metafísica, en la parte más encumbrada
del saber, como el foco luminoso en la punta del faro. Como no existe
Ciencia definitiva ni perfecta, cada siglo tiene la suya. Pero los
sectarios de la superstición más absurda o pueril ensalzan sus
hipótesis como las únicas soluciones racionales, miran su Liturjia
como la más digna forma de rendir culto a los Dioses i se consideran
ellos mismos como los únicos hombres capaces de llegar a la perfección
moral. Nadie profesa con tanto desembarazo la doctrina de la
perfección esclusiva como los católicos: la última, la inconmovible
palabra de moralidad ha sido enunciada ya por el Rabí de Nazaret; las
naciones que no se rijen por la voz de Cristo, correjida i adicionada
por la voz de Roma, se igualan a manadas de fieras entretenidas en
procrear i devorarse.

Felizmente, pasó ya el tiempo en que no se advertía perfección fuera
de una secta, i hoi se concibe tanta belleza moral en el buen judío
como en el buen protestante, en el buen budista como en el buen
mahometano, en el buen deísta como en el buen ateo. La moralidad del
último encierra tal vez mayor desinterés i mayor nobleza: quien
practica el bien por la remuneración póstuma no difiere mucho del
usurero que presta hoi una moneda para embolsar mañana diez. Si
comparamos a los justos de la Diócesis laica con los justos de la
Iglesia Católica será fácil descubrir la superioridad.

¿Tiene derecho no sólo el Catolicismo sino todo el Cristianismo para
jactarse de haber anunciado a la Tierra como Moral nueva? ¿Qué
precepto de esos llamados divinos quedó sin ser formulado implícita o
esplícitamente por los filósofos del Indostán, la China, Persia,
Judea, Grecia i Roma? Si hasta la máxima capital de amar al prójimo
como a sí mismo no le pertenece ¿cómo sostener que la Relijión
Cristiana posee una Moral diferente de la Moral profesada por los
grandes filósofos de la Antigüedad? El Cristianismo se redujo a la
reacción del fanatismo judío i oriental contra la sana i hermosa
civilización helénica; pero reacción sui generis en que el presuntuoso
vencedor, a pesar de haberse proclamado rico i poderoso, no hizo más
que engalanarse con los despojos del vencido. Los mismos hombres que
sobre las columnas de un templo griego levantaban una basílica o
trasformaban una estatua de Apolo en una figuración del Cristo,
convertían en preceptos divinos las máximas de los filósofos paganos.

En cuanto al Catolicismo, que alardea de guardar en su doctrina la más
esquisita esencia de la Relijión Cristiana, se le debe aplicar las
palabras de Rossini al juzgar una ópera: Tiene algo bueno i algo
nuevo, con la circunstancia de que lo bueno no es nuevo i lo nuevo no
es bueno. Efectivamente, el Catolicismo posee su moral en el cúmulo de
preceptos incongruentes i ambiguos que el niño estudia sin comprender
que el hombre olvida o recuerda sin practicar. Viéndolo bien, la secta
católica encierra la negación de toda Moral, donde según San Pablo:
"por gracia somos salvos por la fe; y esto no de nosotros, pues es don
de Dios: no por obras, para que nadie se glorie", las voliciones
quedan de más.

Una relijión que se afana por considerar la Tierra como un tránsito i
la vida futura como una habitación definitiva, concluye por entregar
el mundo a los fuertes i audaces. Si el valle de lágrimas nos ofrece
poco i la Eternidad nos promete mucho, dejemos para otros lo menos i
guardemos para nosotros lo mas. Vivido espiritualmente sin
preocuparnos de la materia, dejemos en nuestro cuerpo desaseado i
repugnante nuestr'alma florezca i perfume como rosa de un cementerio.
Un católico, para mostrarse lójico, debe darse integralmente a la
Iglesia, convirtiéndose, mero en niño como dice Jesucristo, después en
cadáver como prescribe Ignacio de Loyola.

I todos los males de la educación católica los palpamos ya. Por más de
setenta años ¡qué! por más de tres siglos nuestros pueblos se
alimentaron con leche esterilizada de todo microbio impío, no
conocieron más nodriza que el cura i el preceptor católico; i ¿qué
aprendieron? "Algunas ceremonias relijiosas, unos cuantos ritos
católicos, es decir, se convirtieron esteriormente sin que una sola
chispa del espíritu cristiano haya penetrado en sus almas". Si del
pueblo ascendemos a las clases superiores, veremos que la relijión no
sirvió de correctivo a la inmoralidad privada ni al sensualismo
público. Los que se distinguieron por la depravación de costumbres o
el jitanismo político, recibieron educación esencialmente católica,
vivieron i murieron en el seno de la Iglesia.

Si salimos del Perú, observaremos alrededor de nosotros el mismo
fenómeno. Las brutales i grotescas dictaduras de l'América Española
son un producto jenuino del Catolicismo i de la educación clerical. En
naciones protestantes, donde el hombre adquiere desde niño la noción
de su propia dignidad, donde el respeto a sí mismo le inspira el
respeto a los demás, donde todos rechazan creencia en autoridades
infalibles i obediencias pasivas, allí no se concibe un Francia, un
Rosas, un García Moreno ni un Melgarejo. Pero el Catolicismo con sus
dos morales, una para l'autoridad i otra para el súbdito, es una
verdadera secta d'esclavos tiranos.

III

La Nación garantiza la existencia i difusión de la instrucción
primaria gratuita.
Constitución de 1860.

La instrucción primaria de primer grado es obligatoria para todos los
habitantes del Perú.
Lei de Instrucción.

Como se ve, los lejisladores peruanos estatuyeron la gratuidad de la
instrucción primaria en todos sus grados, obligatoria sólo en el
primero; i no agregaron católica probablemente para evitar
redundancias, desde que la Constitución dice en su artículo 40: "La
Nación profesa la Relijión católica, apostólica, romana: el Estado la
proteje". . .

En las escuelas sostenidas por Municipalidades i beneficencias, los
niños reciben instrucción católica esencial i forzosamente católica.
En la Lei de Instrucción, la Doctrina Cristiana, la Historia sagrada,
la Vida de nuestro Señor Jesucristo, la Historia eclesiástica, figuran
como una obsesión.

Si a todo padre de familia obliga el mandato legal ¿qué hace un hombre
cuando no quiere que los suyos reciban instrucción católica? El rico
salva el conflicto haciendo que sus hijos s'eduquen fuera del país o
reciban lecciones en su propia casa. Los que no cuentan con recursos
para rentar maestros especiales ni se hallan en circunstancias de
convertirse en preceptores a domicilio, deciden algunas veces que sus
hijos no pisen la escuela i los condenan a total ignorancia, pensando,
tal vez con razón, que tanto vale llevar la cabeza llena de aire como
llena de humo.

Como el Estado subvenciona las escuelas con dinero de los
contribuyentes, o con el óbolo de todos, la enseñanza católica
establece un privilejio en favor de una sola secta. Nadie quedo
escluido en la comunidad nacional ni exento de cumplir con sus deberes
políticos, por no creer en el Catolicismo: ateos i librepensadores
pagan contribución i cargan la mochila. Si hai obligaciones. ¿por qué
no hai derecho? La lei, con su instrucción obligatoria gratuita, no
pasa de burla, tan grosera como escitarle a un hombre la sed i
acercarle a los labios un licor saturado con salitre.

¿Se aducirá que en el Perú los católicos están en mayor, número i que
las mayorías poseen la facultad de imponer sus leyes a las minorías?
Entonces los católicos, que en Turquía o Inglaterra están en menor
número, se hallarían en la obligación d'educar a sus hijos en escuelas
mahometanas o protestantes. Sin embargo, nadie aprovecha más que los
católicos la libertad d'enseñanza al establecer sus escuelas de
Oriente, donde piden i obtienen del bárbaro franquicias que ellos
niegan en Occidente al civilizado.

La conducta de la Iglesia merece recordarse: en naciones protestantes,
como Holanda por ejemplo, todo un Arcipreste de Frisa clama por la
neutralidad de las escuelas o laicismo en la instrucción, escribiendo
que "para ver reinar la concordia, l'amistad i la caridad entre las
diversas relijiones, era necesario que los profesores se abstuvieran
d'enseñar los dogmas de las diferentes comuniones"; en los pueblos
católicos, como Francia por ejemplo, el Clero se opone abiertamente a
la secularización de la enseñanza primaria i considera las escuelas
laicas como "un'abominable fábrica oficial de ateos i enemigos de
Jesucristo". "Nosotros no queremos sino la libertad de fundar nuestras
congregaciones docentes", dice cualquier obispo católico en país
disidente o pagano, i toda la congregación de fieles juzga que el
obispo está en su perfecto derecho; pero si un'agrupación de clérigos
protestantes desea establecer una escuela en algún país católico, en
ese caso todos los católicos pretenden que los protestantes carecen de
toda razón i de todo derecho.

La clerecía peruana tan suyo el derecho de vigilar la ortodojia en la
instrucción primaria que no admite discusión sobr'el asunto, i se
lanza denodadamente a las vías d'hecho cuando teme verse desposeída.
Así, la vez que Pardo12 quiso, no secularizar las escuelas nacionales,
sino contratar algunos pedagogos alemanes, nuestros clérigos i
nuestros frailes removieron los bajos fondos de la sociedad hasta
producir asonadas i motines. Últimamente, en 189_, les hemos visto
renovar sus proezas cuando unos sacerdotes ingleses quisieron fundar
una escuela en el Cuzco. El clero no consentirá jamás en la
coexistencia de la escuela católica i de la escuela protestante, por
una razón fácil de adivinarse: teme la competencia. ¿Cómo no preferir
el clergyman sociable, humano i buen padre de familia al sacerdote
antisocial, agreste i fracconier matadero del amor?

Quien arguyera que siendo el Catolicismo la única relijión verdadera,
el Estado s'encuentra en el deber ineludible de sostenerla e impedir
la enseñanza pública de otras doctrinas, argumentaría con sencillez
tan grande que haría sonreír al menos maligno. Ya los pueblos
civilizados nos enseñan que en lo tocante a creencias no se lejisla,
ya todos sabemos que hoi no se disputa sobre falsedad o verdad de
relijiones, pues la cuestión se limita a considerarlas como la Ciencia
infantil de la Humanidad. Toda Relijión resuelve a priori los
problemas físicos i morales, forma una Cosmogonía fantástica, algo así
como teoría de los colores por un ciego. L'afirmación relijiosa, con
su carácter inesperimentable sobrehumano, adolece de anticientífica.
Los dogmas no tienen que con leyes cosmolójicas, i decir verdad
relijiosa vale tanto como hablar de trasparencia opaca o liquidez
sólida.

El Estado no busca observantes de sectas, sino cumplidores leyes:
agrupación de individuos que practican diferentes cultos i se guían
por los mismos intereses políticos, no se confunde con la comunidad de
monjes que visten el mismo hábito i profesan "una degradante
uniformidad de opiniones". Como los verdaderos estadistas saben que el
progreso estriba en la diversidad de opiniones i creencias, lejislan
sin atenerse a ninguna superstición relijiosa. En casi todas las
naciones civilizadas, los tres grandes hechos de la vida, el
nacimiento, el matrimonio i la muerte se regulan hoi con independencia
de toda relijión. La lei es laica. Pero la Iglesia no se conforma con
un papel secundario i se cree desposeída de un derecho natural cuando
no impera como absoluta soberana de vidas i de conciencias. Ella rabia
por unjir al Estado con el óleo de una sacristía para rebajarle a la
condición de monaguillo. El Poder civil no es su colaborador
intelijente sino su brazo secular: no tanto como el halcón en manos
del halconero, exactamente como el instrumento a disposición del
obrero.

¿Valen tanto la relijión i la relijiosidad para esmerarse en,
mantenerlas i fomentarlas? La relijión va perdiendo su carácter social
para reducirse a costumbre de familia, a cosa secundaria, del hogar o
de uso íntimamente individual. Si hubo tiempo en que simples
disensiones de secta lanzaban al hermano contra el hermano i al padre
contra el hijo, si la mera diverjencia en la interpretación de un
versículo abría insalvables abismos entre personas destinadas a vivir
inseparablemente unidas, hoi duermen bajo el mismo techo los
individuos de creencias más opuestas: a padre judío, madre luterana,
hijos librepensadores. Los hombres comercian, celebran contratos, se
asocian, viven juntos i hasta se aman, sin acordarse de averiguar sus
relijiones. Con la decadencia de la intolerancia i del fanatismo, se
derrama en el mundo el espíritu de conciliación i mansedumbre. En esta
universal armonía, el católico produce la única nota discordante: in
cauda venenum.

La relijiosidad, considerada por algunos tan inherente a la especie
humana que definen al hombre un animal relijioso ¿posee tal carácter?
Si ella fuera inherente al hombre, su desaparición causaría efectos
mórbidos; pero sucede lo contrario: cuando más brilla en el cerebro la
intelijencia, más se nubla en el corazón el sentimiento relijioso. La
relijiosidad no pasa de accidente en la marcha de la Humanidad,
corresponde a un período intermediario de la evolución mental,
oscilando entre l'absoluta ignorancia i la plena ilustración: el
ignorante no niega ni afirma porque nada ve, el sabio duda i niega
porque ve mucho. Querer, pues, que la intelijencia no salga de la
relijiosidad vale tanto como pretender que el organismo se detenga en
la niñez o en l'adolescencia. Según la palabra de Guyau, los espíritus
científicos son arrelijiosos, tienden a serlo las intelijencias
medianamente cultivadas, de modo que la relijiosidad con su inevitable
secuela de supersticiones se refujia en las últimas capas sociales,
como la hez del vino se deposita en el fondo del barril.

Si pontífices i reyes, si políticos i guerreros, preconizan la
escelencia de los sentimientos relijiosos i se desviven por
inculcarlos en la masa popular ¿obran por convicciones o por
conveniencia? Vemos al tigre ya enjaulado, al déspota que en Santa
Elena pregona sus sentimientos relijiosos i considera como indigno de
su estimación al General francés que pone en duda la divinidad de
Jesucristo. Si Napoleón hubiera sido católico ¿habría ultrajado al
Jefe de la Iglesia i prohibido que los sacerdotes intervienen en a
educación pública? Si hubiera sido simplemente cristiano ¿habría
repudiado a su mujer lejítima, cometido incesto con sus propias
hermanas, mentido i perjurado cien veces, hecho fusilar al Duque
d'Enghieri i convertido la mitad de la Tierra en un charco de sangre?
Si pocos admiten hoi el catolicismo de un Pío IX13 cuando asalariaba
ejércitos de condottieri i daba sangrientas batallas en defensa de su
poder temporal, nadie cree tampoco en el cristianismo de un Von Moltke
cuando en 1875 decía: Como alemán pido la guerra con Francia porque
Alemania s'encuentra lista como cristiano la pido también porque
dentro de diez años ambas naciones perderán cien mil hombres más.

El Estado i la Iglesia mantienen luchas seculares i al parecer
irreconciliables; pero en la guerra contra los derechos individuales
Iglesia i Estado se alían, se defienden tácitamente, de modo que toda
tiranía se apoya en el fanatismo, así como todo fanatismo se apoya en
la tiranía. En la historia de las naciones, todo recrudecimiento del
Despotismo coincide con una exaltación de las supersticiones. La
Relijión sirve como poderoso instrumento de servidumbre: con la
resignación encadena el espíritu de rebeldía con la esperanza de un
bien póstumo adormece el presente dolor de los desheredados. Es el
monótono canto de la nodriza, i el hombre que se goza en escucharle no
ha salido todavía de la infancia.

No siendo la relijión católica fuente de saber, código de Moral,
vínculo entre los hombres ni siquiera necesidad del individuo siendo
por el contrario elemento de dominación i tiranía ¿por qué, basar en
ella todo el edificio pedagójico? Reducidas a la categoría de cosa
esclusivamente personal i de uso íntimo, como la ropa interior, las
relijiones escapan al dominio de la Lei; i así como no hai reglamento
de Policía que nos prescriba llevar calzoncillos de franela o
camisetas de hilo, no debe haber artículo de la Constitución que
implícitamente nos obligue a recibir enseñanza católica.

Desde que el Estado no dispone de recursos para fundar en cada pueblo
tantas escuelas como supersticiones hai, la única manera de salvar la
dificultad sería suprimir el carácter obligatorio de las asignaturas
relijiosas, o más bien, no enseñar relijión alguna en las escuelas i
liceos nacionales.

Algunos llevan la neutralidad al punto de exijir al profesor que
instruya sin educar, que enseñe sin moralizar. "La escuela, dice
Tolstoy, debe proponerse por único objeto la trasmisión del saber o de
la instrucción, sin tratar de inmiscuirse en el dominio moral de las
convicciones, de las creencias ni del carácter". Pero semejante
Pedagojía se funda en la diferencia puramente escolástica entre la
educación i la instrucción. La Moral positiva, la Moral profesada hoi
por la parte más selecta de la Humanidad, viene de la Ciencia i guarda
más puntos de contacto con la Hijiene i la Fisiolojía que con ninguna
de todas las relijiones. Al segregar la moral de la enseñanza se
mutilaría el edificio científico privándose de su grandioso
coronamiento. A más ¿cabría la segregación? Cuando se trasmite un
conocimiento se inculca inevitablemente la idea de aprovecharla en
beneficio integral del individuo, así como de todos sus semejantes. En
la disertación de un filósofo sobre los afectos humanos no
aprenderemos seguramente a practicar el egoísmo; en la lección de un
naturalista sobre el común orijen de la vida en el Planeta no
aprenderemos tampoco a ser inhumanos con los animales. Toda enseñanza,
aunque parezca dirijirse sólo al entendimiento, influye sobre la
voluntad. Al esclarecer la intelijencia se moraliza: los sentimientos
magnánimos bajan del cerebro.

La neutralidad en la escuela puede mui bien considerarse una cosa
imposible o mui difícil: se necesita ser un imbécil o un gran filósofo
para profesar una doctrina, vivir convencido de su escelencia i no
tratar de inculcarla en el cerebro de sus discípulos. ¿Se concibe a un
sabio de buena fe esplicando teolójicamente la formación del Universo
i probando la posibilidad de los milagros? Sólo la Ciencia, por su
universalidad, debe ser el gran fundamento de la instrucción pública:
la relijión es lo particular, porque hai relijión judía, relijión
mahometana, relijión católica, relijión protestante, es decir, mil
relijiones: la Ciencia es lo universal, porque hai una sola
Astronomía, una sola Química, una sola Física, una sola Mecánica. Sin
embargo, si abundan individuos que prefieren la Relijión a la Ciencia,
dejémosles en su error, con tal que no le impongan a los demás
estableciendo la obligación de recibir una educación católica.

Ya que imitamos a los revolucionarios del 89, debemos coronar la obra
imitando también a los hombres de la tercera República francesa, a los
que van haciendo práctico el ideal de Cordorcet i profesan el
aforismo: "La Ciencia en la escuela, la instrucción relijiosa en el
templo".

1Arequipa, Cajamarca, Huánuco y Puno son ciudades principales del Perú [TW].

2Gottfried Wilhelm Leibniz (1648–1716) filósofo y matemático que
desarrolló el cálculo (al mismo tiempo que Newton). Leibniz era uno de
los primeros cultivadores del idealismo alemán en la filosofía. Su
concepto del mundo anticipa al krausismo cuando se entiende a las
personas como compuestas de mónadas que se relacionan de una manera
armónica [TW].

3Mirliton, francés, una especie de flauta sencilla [TW].

4Referencia de las vírgenes del sol, aspecto fundamental de la
religión solar de los incas [TW].

5Diógenes, filósofo griego, un cínico, despreció la riqueza y las
convenciones sociales. Es proverbial su búsqueda con un farol por un
hombre, cualquier hombre, honesto. [TW].
6Nótese que el cosmopolitismo de González Prada asume la forma de
tercermundismo, la defensa moral de los pueblos colonizados por el
Occidente [TW].

7A pesar de escribir este párrafo antes de su viaje a Europa en 1892,
la defensa del individuo ya está presente en el pensamiento de
González Prada. Esta fe en el individuo le conduce poco a poco a
abrazar la doctrina anarquista [TW].

8Pierre-Joseph Proudhon (1809–1865), el primer anarquista, representa
el momento en que la acracia se separa del movimiento socialista
encabezado de Karl Marx [TW].

9 Alejandro Dumas (1802–1870), novelista francés se hizo famoso con su
novela Los tres mosqueteros [TW].

10 Don Juan es un motivo en la literatura española desde la obra El
Burlador de Sevilla de Tirso de Molina hasta Don Juan Tenorio de José
Zorrilla y El estudiante de Salamanca de José de Espronceda. El tema
también aparece en la literatura francesa, en Molière y el mismo Dumas
[TW].

11Un manuscrito antiguo del cual se ha borrado su escritura original
en la cual se escribe otro discurso. Durante la Edad Media los monjes
solían borrar escritos clásicos de un pergamino para luego volver a
utilizarlo redactando en el mismo un discurso católico [TW].

12Manuel Pardo, el líder del partido civilista hasta su muerte
(asesinado en el congreso) [TW].

13El Papa Pío IX (1846–1878) declaró las doctrinas de la infalibilidad
del Papa y de la Concepción Imaculada. Había visitado al Perú antes de
ser Papa y fue el blanco de González Prada en numerosas ocasiones
[TW].