Informe
Señal de Alerta-Herbert
Mujica Rojas
2-5-2025
Nuestros chatos inmorales
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La prodigiosa biodiversidad peruana se traslada, también, al
campo social: tenemos chatos inmorales en los amplísimos recodos de nuestra
vida política, intelectual, parlamentaria, periodística, jurídica, zoológica,
etc. No hay una sola franja en el país en que no sea posible reconocer la
presencia de los chatos.
Pueden superar el 1.70 mts., hacia arriba, pero la bajeza de
sus miras, les aprisiona en la inmoralidad más vergonzosa. Y descarada.
La chatura tiene una virtud democratizante: estos
especímenes no revisten importancia por el color de su piel, estatura, lugar de
nacimiento, credo político o fe religiosa. Son chatos inmorales porque su
horizonte mental es escaso, limitado, miope, carente de cualquier generosidad
colectiva y en cambio feraz en la producción de egoísmos y brutalidades al por
mayor.
La suma de los chatos produce chatura extrema y ¡ay! del
país que tenga en los petisos su conducción o liderazgo.
Manuel González Prada hablaba de los gorilas politicantes. Y
los chatos, personas con pocas aspiraciones o de moral ínfima, equivalen a esa
calificación lapidaria del gran pensador.
Malos ejemplos hay muchos en la historia nacional. Chatos
que fueron presidentes y terminaron por las patas de los caballos, escapándose
del Perú, viviendo a cuerpo de rey en Francia y en Japón; medrando de los
vaivenes criollos para retornar, no a servir al país, sino a seguir
construyendo fortunas para las taifas de sus seguidores tan o más delincuentes
que ellos.
Chatos que se guarecen en las entidades internacionales hay ¡por
decenas! Bancos, organizaciones que dicen no ser gubernamentales y otras
similares pero bien llenas de recursos dinerarios, son literalmente madrigueras
en que se esconden los chatos hasta que pasen las tormentas generadas por su
paso mediocre en el Ejecutivo o Legislativo y siempre bajo el estigma candente
de haber sido deshonestos y ladrones del dinero público.
El chato “discute” sobre el ministro tal o cual, sobre sus
amores, desamores, ilusiones o desilusiones. Pero no distingue categorías
geopolíticas y le es imposible adentrar estudios con más de dos páginas sin
evitar el surmenage y tampoco descartemos la licencia médica con goce de haber.
¡No faltaba más!
El chato en el Congreso, Ejecutivo, en la entidad pública,
es un invidente de cuello y corbata (cuando la usan), que está negado a la
posibilidad de aprehender el uso intensivo de la tecnología a todo nivel y es
feliz con su pago mensual y seguro; con las menciones que de él hacen en los
medios de comunicación que repiten su monumental estupidez por toneladas y
tiene por doctrina: ¡5 años son pocos, hay que apurarse!
Mal ejemplo: los chatos quieren conservar la educación como
un negocio millonario en que hampones lucran con el dinero de la gente a la que
venden basura que no sirve para nada, que hacer cambios radicales, pulverizando
a gavillas de rectores mafiosos que han robado a más no poder. Por eso se
oponen, de ninguna manera por devoción digna hacia el desarrollo de un pueblo
poco educado como el peruano.
¿Y qué decir de la prensa? Hay periodistas chatos que
orientan sólo lo que el dinero paga para que sea visto. Son capaces de llamar
intelectual a un imbécil (hay miles sueltos) y consagran a “formadores de
opinión” que engolan la voz, ensayan poses y se aprenden recetas para
cacarearlas frente a los micrófonos, cámaras o grabadoras.
Para nuestros chatos el peruano pentadimensional (Costa,
Sierra, Selva, Mar de Grau, proyección del Atlántico al Pacífico y la
investigación científica e industrial en la Antártida), es inconcebible porque
su miopía es cultural y social.
Para los chatos inmorales el denigrante esquema social Perú
(color de piel, lugar de vivienda, volumen de cuentas bancarias, número de
viajes al extranjero, etc.) representan las credenciales “decentes” para ocupar
puestos de gobierno y en “nombre de la Patria”.
¿Qué producen los chatos? Basta con mirar al Perú
contemporáneo sumido en el imperio insolente de la corrupción, con autoridades
que amanecen en un bando y van a dormir ya con otras divisas que podrían
cambiar al día sub-siguiente.
Son chatos los que dirigen los clubes electorales, mal
llamados partidos que NO existen en Perú. Básicamente son remedos de agencias
de empleos a las que asisten ganapanes y buscones que ¡eso sí! tienen doctorados
y grados a granel. El ADN social peruano está fallado desde el mismo momento en
que pusieron sus patas conquistadoras los socios Francisco Pizarro, Diego de
Almagro y Hernando de Luque (este último en representación de la Santa Mafia).
Con los chatos NO se puede construir una Nación. Ellos
vienen destruyendo al Perú desde hace decenios.