Wednesday, December 19, 2007

¡Julio in memoriam!

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
19-12-2007

¡Julio in memoriam!

Muy difícil, casi imposible, describir el dolor que produce la
ausencia subitánea de un ser querido. En efecto, partió, antes que
nosotros, sus múltiples amigos, Julio Rodríguez, ese cultor de la
charla amena y enterada, fino de galanura sensata, e intelectual que
siempre me hizo pensar que cien como él y Perú sería otro.

Ayer por la mañana al ver la mención de su nombre en un par de diarios
fui asaltado por la sospecha que podía ser un homónimo. Sin embargo,
un sexto o séptimo sentido advertía que la infausta circunstancia
había acaecido fulminando al buen amigo que apenas si llegaba a la
cincuentena.

En Julio podíase describir con exactitud el dicho gringo: the man is
the style. Con terno y corbata, siempre de manera correcta, era común
verle al lado de congresistas a los que acompañó brindándoles el
consejo de su sabiduría potente y a quienes otorgaba la posibilidad de
brillar, aunque, las más de las veces, las luces eran de él y los
discernimientos ¡qué duda cabe! también. No obstante, Rodríguez solía
estar en segundo plano. Entre risas –y con mucha picardía sana-
repetía: ¡no quiero perder mi trabajo! Su pluma y versación están en
muchos proyectos de ley, en los seguimientos de investigación que
emprendió y en su insaciable virtud lectora que le premunían de
conocimientos tan dispares como los pormenores del inicio de la
primera guerra mundial como los recovecos poco contados de la
revolución de Trujillo en 1932.

Conocíale desde que éramos estudiantes universitarios. Fue el mismo,
con algo más de peso en su robusta figura, durante los lustros que
duró nuestra luenga amistad. Intercambiábamos libros y, hay que
confesarlo, a veces también me robaba los mismos en retribución a mis
trapacerías. Pero era un deleite "tomarnos" examen de las lecturas y
entonces venía el acápite fraterno de devolución.

Le vi hace pocos meses y con su afecto característico cruzó la calle y
diome un saludo de esos que hacen pensar que el cariño está
impertérrito con y en nosotros. Le obsequié mi manual ¡Estafa al Perú!
y él se comprometió a leerlo con fruición y hacer una crítica. Le pedí
que diera cuenta de las páginas y que la crítica se la guardara para
cuando la pidiera. ¡Temible y de fuste era Julio!

Para confirmar su temprana partida, estuve llamando a quienes como yo,
fueron parte de la legión de sus buenos e inseparables amigos. Y
Germán Lench asintió en medio de una pena insondable. Y hablé después
con Plinio Esquinarila y recordó sus torneos con Julio para ver dónde
almorzaban y quién pagaba la cuenta. Demás está decir que, exquisito
gourmet, Rodríguez, era conocido en el Maury donde era habitúe siempre
bien recibido. La certidumbre que la Parca, esa dama inevitable,
habíanos arrebatado a Julio, tornó triste suceso.

A veces no se entiende la vida que culmina en la muerte insensata y
que no avisa. Para los que sobrevivimos es un honor doliente, eso sí,
tener que despedir a Julio Rodríguez, en el intermedio de su vida que
prometía ser, con la maduración del tiempo y el reloj del éxito, un
aporte formidable al Perú de sus amores, desvelos, querencias y
travesuras. Nuestra aflicción, Julio: ¡es más grande que la tuya!

Julio se fue y la llama de su recuerdo aviva la luz y cariño de todos
los que supimos apreciar su inmensa valía, no siempre reconocida por
vulgares que nunca entendieron que era un alma superior de fina
corteza y mejor talante.

Julio: ¡Descansa en paz!

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