Wednesday, June 10, 2020

Corovilenials, pandemia y miedos infantiles


Crónicas corovirales 8

Corovilenials, pandemia y  miedos infantiles
por Jorge Smith Maguiña; kokosmithm@hotmail.com

10-6-2020

La psicología del niño o la terapia infantil, no son mi especialidad, pero las pocas veces que he tenido niños como pacientes, me tocó justamente tratar niños que tenían excesivos miedos a tal o cual cosa. Fuera de las dificultades para concentrarse, a veces hay que tratar a los niños por una personalidad hiperactiva o una excesiva timidez, a veces dificultades de concentración pero también hay los problemas ligados al miedo. Temores diversos o algún tipo de miedo suelen ser muchas veces un tema central de la terapia de los niños y gran parte de esta consiste en que los asuman en vez de que los eviten. Es bueno un tratamiento temprano, pues esto previene el que eventualmente dichos miedos, a veces irracionales y sin ninguna causa real o aparente, vayan enquistándose y eventualmente se conviertan en fobias.

La actual situación de confinamiento, masivo y penoso, inesperado y excepcionalmente largo, está contaminado de muchos temores y miedos. Gracias a la información que me han dado amigos que tienen hijos menores o profesores de colegio a quienes he consultado, que hacen el seguimiento a algunos niños directamente o a través de sus padres, y el contacto con algunos padres que me han permitido telefónicamente hablar con sus hijos, me ha permitido acceder a una data y  reflexiono sobre cómo se están planteando los miedos infantiles durante esta pandemia. Les he consultado también a amigos que tienen hijos menores y viven en otros lugares del mundo. Al ser la pandemia masiva, universal y simultánea, lo que sorprende, es la forma muy parecida como los niños reaccionan a una situación directa o indirectamente traumática, al margen de las diferencias culturales que puede haber de un país a otro, o hasta de una cultura a otra.

El espacio físico (casa o departamento) donde evoluciona una familia en su día a día, puede crear una diferencia. Pero las características de las reacciones subjetivas de los niños frente a la pandemia sobre todo en lo que concierne al miedo, se asemejan mucho. Cambié mails con uno amigos japoneses que viven con su hijita en un departamento de 50 metros cuadrados en el centro de Tokio y cuando me hablaban no veía mucha diferencia en relación a lo que me contaban unos amigos que viven con sus dos niños en una casa de 300 metros en La Molina, un distrito de Lima.

Creo también, que cuando salgamos de esto -y así lo esperamos todos- los profesionales de la salud que trabajan con niños, al procesar la información de lo ocurrido en ellos, podrán elaborar, muchas estrategias preventivas y terapias más eficaces para tratar los miedos infantiles, en sus diversas formas. El confinamiento tan largo, con inevitable aburrimiento y la posibilidad más que probable para los niños, de haber sido testigo de tensiones familiares, con el agregado de un entorno tóxico, donde a través de la televisión, con imágenes permanentes de  hospitales, atiborradas salas de espera o emergencia con gente desesperada que implora ayuda, féretros por aquí o por allá, dan por suma total, algo equivalente a un trauma, algo que en otras circunstancias les hubiésemos querido ahorrar a los niños. Son experiencias que un niño nunca hubiese querido asociar al tiempo de su infancia. Si un nombre le podría poner a quienes fueron niños en estos años de pandemia es la de corovilenials. Aquellos que fueron niños y crecieron en tiempos del coronavirus.
 
Para escribir este ensayo he leído en internet, un artículo de unas treinta páginas, muy poco conocido y escrito nada menos que por el francés Alfred Binet, a quien asociamos mas con el primer test de inteligencia, del cual fue su creador y que con algunas modificaciones norteamericanas sigue siendo el test más utilizado. Binet lo públicó en 1895, con el título “La peur chez l´enfant” (El miedo en los niños). Ese mismo año,  Freud publicó también, “Estudios sobre la histeria”, el primer texto del padre del psicoanálisis. Lo curioso es que Binet había trabajado con Charcot, en los mismos años que Freud fue a París (1889), a escuchar a Charcot. Sin duda coincidieron en las célebres presentaciones de casos en el Hospital de la Salpetriere, en las cuáles Charcot a través de la hipnosis hacía que las enfermas exteriorizasen sus síntomas histéricos.

Sin duda se cruzaron sin conocerse. Creo que todos los historiadores del psicoanálisis obvian ese increíble detalle. De haberse conocido ambos, otro hubiese sido quizás, el destino del psicoanálisis y de la obra de Binet. Es eso lo que hace fascinante la lectura del texto de Binet.

Al no estar todavía explicita, pero sí ya intuida, la noción de inconsciente que Freud evidenciara años después. Binet en su escrito, busca las causas de los miedos infantiles, se centra en causalidades posibles que describe muy bien, pero es prisionero de la noción de automatismos mentales, muy vigente en la época. En cualquier caso, el que hayan coincidido en un mismo lugar y tiempo y hayan tenido un mismo maestro (Charcot), Binet el hombre que dio pautas para medir la inteligencia, que es la función mental mas elevada y el hombre que descubrió la mecánica del deseo y todas las vicisitudes y transformaciones que tiene un trauma en la mente de los hombres es un hecho extraordinario.

La interpretación sobre las causas del miedo infantil, en la reflexión de Binet, podríamos decir que coincide con la de los psicólogos modernos y sobre el tratamiento, sus opiniones calzan también con las que daría un psicólogo actual. Aconseja que los padres deben ponerse en el lugar del niño, ver qué significa ese miedo para él, no burlarse de las causalidades que puede invocar un niño para justificar su miedo. Cualquiera que sea la causa, real o imaginaria, la emoción negativa, de temor o miedo que tenga el niño, es vivida por él, como algo real.

La actual situación de la pandemia, fuera del tema médico, o quizás justamente a causa del mismo, aunque se dice que los niños son relativamente inmunes al coronavirus, lo que sí son, es de una manera u otra, ya víctimas colaterales en el plano psicológico, de esta desgracia colectiva.

Esta generación si algún nombre tendrá en el futuro, será la de los corovilenials y a sus nietos les dirán: yo viví eso, yo sé lo que fue eso y esa será una experiencia real que podrán compartir con toda una generación de niños en todo el mundo.

El mismo confinamiento, se calcula que lo hemos experimentado casi 4,000 millones de personas al mismo tiempo. Será un tatuaje que todos llevaremos siempre. De un día al otro, los niños vieron que sus vacaciones escolares de verano, se prolongaron algunas semanas más. Recuerdo cuando los entrevistaron las primeras semanas, se sentían hasta contentos. Jugar más en los parques, en la casa o quizás ir a la playa durante la semana.

En Perú los niños, aquellos entre 7 y 11 años vivieron el inicio de la pandemia así. En otros países como Estados Unidos, Europa y Rusia, donde la pandemia se declaró en el invierno, los niños fueron los primeros sorprendidos de que las clases se interrumpiesen de un día al otro. Por el frío exterior, por el invierno todavía vigente, la interrupción del colegio se convirtió inmediatamente en confinamiento. Esas muertes masivas que de un día a otro comenzaron a producirse en ciudades densamente pobladas como Londres, Madrid y París y en todo lado en Italia, deben haber sido, algo muy traumático para los niños, por la novedad de los hechos y por no poder comprender lo que realmente estaba ocurriendo.

Era una situación inédita, sobre todo en países llamados “ricos”, donde todo lo que es ligado a la enfermedad o la muerte real, se maquilla o se evade, ésta ha sido para niños y adultos una situación traumática. A muchos adultos les ha hecho revivir sin duda algunos miedos infantiles y a los niños enfrentar, no sólo la ausencia de libertad por el confinamiento, sino ver la ansiedad y angustia de sus padres, el coronavirus, les ha robado una parte de su infancia, al confrontarlos con situaciones que uno va conociendo poco a poco. Por muchas prudencias que se hayan querido tomar, era imposible evadir visual y emotivamente algo así.

Hoy, con la información recabada directa o indirectamente, ya podemos decir que la pandemia ha generado en los niños stress y por lo mismo diversos tipos de ansiedad y angustia, la frustración de estar alejado de sus amigos, luego progresivamente, el ser conscientes que había un problema médico de por medio y por lo mismo el miedo de ser infectados. El confinamiento por su duración misma, generó un comprensible aburrimiento.

Por último han aparecido los temas colaterales igualmente tóxicos, pues el confinamiento en muchos casos ha exacerbado la tensión entre sus padres o los adultos con los cuales habita. Los padres mismos no han estado acostumbrados a pasar tanto tiempo con sus hijos y no siempre tienen la paciencia de escucharlos y responder a sus preguntas todo el día, de tratar de comprenderlos en todas sus dudas o  tolerar sus a veces caprichosos requerimientos. En tiempos modernos, para salir del apuro, se deja a los niños frente a cualquier tipo de ecran, ya sean el nintendo, play station o la televisión, esta situación inédita ha permitido por lo menos a muchos padres el poder escucharlos, de tratar de comprenderlos y en la situación actual ser testigo de su desconcierto e inquietudes sobre la pandemia.

A la edad que fluctúa entre los 6 y 12 años, los miedos infantiles son muy diferentes, a los miedos tal como se les experimenta en una edad mas temprana. Hasta mas o menos los 5 años, hay situaciones que a veces generan pánico, pavor o terror como lo son los miedos a los animales grandes de todo tipo, a los ruidos estridentes, y repentinos como las sirenas o los cláxones o incluso a los payasos o también creaturas imaginarias, como lo pueden ser las brujas, todo tipo de fantasmas o incluso los mismos robots.

Para un niño de mas de 6 años, esto “ya es cosa del pasado” de alguna manera. Los miedos a partir de esa edad de la niñez hasta antes de la adolescencia, se centran en situaciones más precisas o particulares, como el miedo a los dentistas, a los médicos a veces, a los ladrones o situaciones muy precisas que generen sensación de vacío o de vértigo. Lo que ocurre es que ya tienen una idea clara entre lo real y lo aparente. Una imagen los puede atemorizar, pero no les produce miedo. En esta fase el rol que juegan los padres o los adultos cercanos al niño es fundamental, pues es necesario que ellos aprendan a valorar o sopesar si frente a una situación determinada es comprensible tener un simple temor o tener una reacción excesiva de miedo.

Frente a una situación tan masiva como la actual es necesario ayudar a los niños a controlar su miedo, no a evadirlo. Ellos mismos se dan cuenta que los adultos tienen temor al contagio, por eso los ven con mascarillas y una serie de prudencias, dobladas ahora con la obligación del distanciamiento. El temor es tolerable, pero lo que se vuelve intolerable es el miedo a la muerte y los niños asocian la muerte como una separación y solo poco a poco asumen la irreversibilidad de esta. Ellos ven que los adultos mueren antes que ellos, pues ven que el abuelito de un amigo ya no está, pues ya murió. Estos miedos infantiles hacen, que los niños, ya avanzada la pandemia, hayan comenzado a tener problemas para dormir y pesadillas diversas.

La relación por otro lado de los niños con sus padres es de una cercanía física, no solo desean su presencia sino quieren también que esa presencia se manifieste con abrazos, caricias y muchas formas de afecto. Una amiga, cuyo hermano médico de 40 años está infectado y en fase de recuperación, me decía que sus sobrinos de 7 y 10 años están preocupados por la salud de su padre, pero extrañan sobre todo el no poder abrazarlo cada vez que regresaba a casa, que les lea cuentos o que les cuente chistes. Los niños poco aceptan la separación, muchas veces viven el hecho de estar solos, como si estuvieran abandonados y lo que es peor creen que este abandono es algo así como un castigo por alguna travesura que han hecho. Hay una dinámica permanente en la mente del niño, siempre están cocinando algo en sus mentes.

El confinamiento esta vez, es una ruptura inesperada y violenta de lo que llamaríamos la normalidad. Por su duración esta puede convertirse en frustración. Esto puede dar lugar a un comportamiento insistente y caprichosa y el niño puede convertirse en lo que Freud llamaba “perversos polimorfos.” Los niños se sienten frustrados de no poder jugar con sus amigos.

Este es un tema que lleva a otro y es el sentimiento de temor de que no volverán a ver a sus amigos. Las herramientas digitales que vuelven un poco autistas a los adolescentes, que están todo el día prendidos al smart phone, pueden ser muy útiles si se los usa inteligentemente con los niños. Por el zoom pueden verse con amigos de su clase o su barrio y así guardar la expectativa que volverán a verse pronto. Lo importante es darle continuidad a muchas situaciones, relaciones y temas de interés que llenaban su vida real y el imaginario infantil antes de la pandemia. En tiempos corrientes, al salir, ir a la escuela, los niños traían nuevos relatos, sobre los cuales les podían contar algo a los padres. Los padres mismos hablaban de alguna novedad positiva o negativa en el trabajo.

Hoy día y noche se habla y se escucha del coronavirus. Es una implosión informativa, agobiante y monotemática, que se convierte en algo obsesivo y a la larga se convierte en la pregunta para el adulto: ¿y cuándo terminaré yo por ser infectado? ¿Cuándo me toca?.

El confinamiento al alargarse aniquila la existencia de relatos nuevos. La relación podríamos decirse que ya no respira y se genera un tedio, por la carencia de contenidos nuevos. De todas maneras cualquier medida de alivio que haga tolerable el encierro para padres e hijos, no puede evitar ser consciente que el mundo exterior y lo que está fuera de la casa por un buen rato sea visto como un lugar peligroso.

Eso, mas el temor del contagio que tiene angustiados a los padres. Dicho temor en lo posible no debe ser transmitido a los niños, aunque es imposible que ellos no se den cuenta. Sería ingenuo sin embargo, pensar que los actuales corovilenials, puedan salir totalmente indemnes de este penoso momento que les ha tocado vivir en sus vidas. Es justamente la labor de los psicólogos y los padres de ellos poder hacer que los temores y miedos, puedan ser asumidos y superados, ya que esta vez la causalidad, aunque invisible que es el coronavirus está clara.

Solo así lograremos que sea mas manejable el miedo a la infección y los elementos traumáticos del confinamiento y evitaremos ulteriores fobias en el niño. Si algo habremos aprendido cuando pase esta pandemia, es a desarrollar la capacidad de ser empáticos, de poder ponerlos en el lugar de los otros, no solo estar con ellos.

El mundo moderno nos estaba conduciendo a un comportamiento individualista excesivo, a un ensimismamiento a veces absurdo y narcisista que se nota a veces en muchos milenials. La pandemia ha demostrado lo frágil que era esa campanita de cristal. En realidad el mundo es una gigantesca pecera donde todo cuenta y todos cuentan, y hemos precisado un traumatismo masivo para darnos cuenta.

Un padre de familia me decía, que su hijo imaginaba que el coronavirus es un animalito que ha aparecido como venganza de la naturaleza porque los adultos la tratan tan mal. Esas respuestas nos desarman a todos.

Creer que la vacuna resolverá las cosas es algo de una conmovedora ingenuidad.

La verdadera cura será la capacidad que hayamos desarrollado –al margen de nuestras urgencias puntuales- de repensarlo todo, de tomar conciencia de la precariedad de las cosas, de evitar en adelante lo superfluo, de valorar lo esencial.  


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