por Herbert Mujica Rojas
24-7-2008
No pocas son las responsabilidades aún no aclaradas o individualizadas
de las miopes castas políticas peruanas que ayer, como hoy, ignoraban
asuntos fundamentales del drama nacional. Así surgieron conflictos
desde la misma génesis fundacional de la república. En Las veleidades
autocráticas de Simón Bolívar, Tomo IV La guerra de límites contra el
Perú, el embajador Félix C. Calderón revela por vez primera y con
abundancia de detalles estos intríngulis escabrosos. Y hay que decirlo
con voz bronca: aberrantes. Los artículos a continuación, a modo de
resumen, sintetizan capítulos mantenidos en tinieblas durante
decenios. (hmr)
La obsesión de Bolívar por Jaén y Maynas (III)
por Félix C. Calderón
Veamos la concesión mayor de Unánue hecha meses antes de la citada
carta de Bolívar a Santander, pero que parece inducida por el caudillo
caribeño, y que figura en el pliego de instrucciones de 18 de febrero
de 1826, impartido a la delegación peruana en el istmo, liderada por
Manuel Lorenzo Vidaurre:
"Novena.- La cuestión sobre límites entre las Repúblicas del Perú y
Colombia se ventilará en esta capital con el Gran Mariscal de Ayacucho
(sic), o con cualesquier otro comisionado legítimamente autorizado
para el efecto, en atención a existir aquí los documentos de la
materia (sic), y a que podrá adquirirse más fácilmente todas las
nociones precisas para tranzar cordial y amigablemente este negocio,
mediante a la federación y generosidad recíproca que ligan a ambos
Estados, cuyos inmensos terrenos ocupan gran parte de las márgenes del
Marañón (sic), y son inútiles en el día por la falta de pobladores
(sic)." (Tomo Segundo: La fanfarronada del Congreso de Panamá).
Nótese bien lo que se le hizo escribir al reblandecido Unánue: (i)
existían en Lima "los documentos de la materia", mas éste y todos los
peruanos aupados al carro del dictador seguían desconociendo el
contenido de la Real Cédula de 1802, como se ha demostrado; (ii) se
trataba de tranzar amigablemente mediante concesiones recíprocas, o lo
que es lo mismo se desconocía el enjeu territorial, pero ya se hablaba
de concesiones recíprocas: y, (iii) se partía del presupuesto, sin
duda alguna por ignorancia supina o inducción mefistofélica, que ambos
Estados ocupaban "gran parte de las márgenes del Marañón (sic)" y que,
además, se trataba de territorios "inútiles (...) por la falta de
pobladores."
Y lo paradójico es que Gual y Briceño, los delegados de Bolívar que
asistieron a Panamá tuvieron instrucciones "muy explícitas" basadas en
"el uti possidetis de la época en que comenzó la Revolución", según lo
manifestado por Vidaurre y José María Pando en un oficio remitido a
Lima el 24 de diciembre de 1825. Posición que venía acompañada del
señuelo que se podía "canjear" Jaén que supuestamente pertenecía a
"Colombia por derecho incontrovertible" por Maynas. (Ibid.).
Veremos en las siguientes páginas cómo esa misma argumentación que ya
la invocó Mosquera en diciembre de 1823 y que reiteró, luego, Bolívar
en mayo de 1826, fue exhibida como propia por el plenipotenciario
peruano José Larrea en Guayaquil en la segunda quincena de 1829 y, al
mes, repetida vergonzosamente en el Congreso peruano para escarnio de
la casta política de la época que incurrió en claudicación y, por
añadidura, en el colmo de la ignorancia pareció no darse cuenta.
Como es de suponer, luego de producirse la revuelta de la tropa
colombiana en Lima el 26 de enero de 1827, se volvieron a sentir los
reclamos territoriales de la Colombia bolivariana, llegando a ser
parte de la majadera argumentación del canciller colombiano J. R.
Revenga en la nota que le remitió el 3 de marzo de 1828 al ministro
plenipotenciario peruano José Villa. Es así como se llega a la Minuta
que presenta Sucre a La Mar el 3 de febrero de 1829, en que
sorpresivamente, tal vez desinformado el leal lugarteniente sobre los
pérfidos matices introducidos por Gual, regresó en términos muy
específicos al uti possidetis de 1809, como sigue:
"2ª. Las partes contratantes nombrarán una comisión para arreglar los
límites de los dos Estados sirviendo de base la división política y
civil de los virreinatos de Nueva Granada y el Perú en agosto de 1809
en que estalló la revolución de Quito, y se comprometerán los
contratantes a cederse recíprocamente aquellas pequeñas partes de
territorio que por los defectos de la antigua demarcación perjudiquen
a los habitantes."
Frase fatal para la obsesión bolivariana: "sirviendo de base la
división política y civil de los virreinatos de Nueva Granada y el
Perú en agosto de 1809 en que estalló la revolución de Quito"; por
cuanto, implicaba reconocer sin apelación posible los derechos del
Perú sobre Jaén y Maynas. Pero, es verdad que por esos días Sucre
estaba de su cuenta; pues, lo único que quería el veleidoso autócrata
era la victoria. Por eso, tras el fiasco en Portete de Tarqui, el
comedido lugarteniente reprodujo ad litteram el mismo texto de la
Minuta en el Tratado de Jirón.
Es decir, repetimos, involuntariamente Sucre dejaba intactos los
derechos territoriales del Perú sobre Jaén y Maynas, poniendo en
serios aprietos a Bolívar y a Gual, porque se supone que este tratado
fue ratificado por ambos jefes militares, como hemos visto. Más, el
golpe de estado en el Perú, el primero en la historia republicana,
resultó una bendición para la obsesión bolivariana, pues llegaron al
poder en Lima militares peruanos que le eran adictos, tal como no cesó
de repetir Bolívar en numerosas cartas. Ergo, las cosas se le
facilitaron porque al repudiar ese tratado tanto el general Gamarra
como Gutiérrez de la Fuente, se crearon las condiciones para que
Bogotá propugnara el borrón y cuenta nueva. Y nada más grata la
oportunidad para el veleidoso caudillo que tener a su pupilo y
cortesano Larrea como ministro plenipotenciario del Perú en Guayaquil,
quien debía hacer frente a Pedro Gual, mucho más versado en estos
menesteres.
Conviene, asimismo, tener presente que días más tarde de la conclusión
del Tratado de Jirón, el 22 de marzo de 1829, Flores remitió una carta
a Bolívar con la siguiente precisión:
"Desde Guaranda escribiré al general Heres lo que desea V. E., sin
embargo de que encuentro imposible ocupar en esta estación a Jaén y
Maynas por los caminos de Loja. Hace mucho tiempo a que encuentro
inclinado a V. E. a tomar aquella ruta en operaciones formales; y es
sin duda porque V. E. ha tenido informes inexactos, pues también casi
imposible (sic) conducir caballería y el bagaje del ejército por los
caminos que conducen de Loja a Jaén. Si V. E. quiere obrar por la
sierra, es indispensable marchar por Ayabaca o Piura, bien sea para
subir a Jaén o Cajamarca. El itinerario que formó el Coronel Paredes
es por Ayabaca, Provincia del Perú, no por el de Loja que es casi
intransitable." (O'Leary: Op. cit.- Tomo IV).
Es bueno retener esa aseveración de Flores sobre la importancia de
Ayabaca para ingresar a Jaén; por cuanto, a partir de ese momento
Ayabaca pasó a ser una obsesión para el usurpador contumaz que veía,
por fin, la gran oportunidad de arrebatarle al Perú toda la margen
izquierda del Marañón-Amazonas y, encima, en condiciones ventajosas
para su engendro geopolítico.
Por su lado, Larrea se sentía abrumado por las atenciones de que era
objeto desde su arribo a Guayaquil. Tan expeditivo fue el tratamiento
que se le confirió a este enviado peruano, que el 15 de setiembre de
1829 presentó sus cartas credenciales ante el autócrata, refiriéndose
en su discurso a "la Nación Colombiana y al jefe inmortal (sic) que
dirige sus destinos", y agregando que esa "transacción (iba) a fijar
la suerte de las repúblicas sudamericanas", con lo cual indirectamente
no se equivocó, pues el tratado que suscribió marcó adversamente la
suerte de la región andina. Ese mismo día tuvo lugar un suntuoso
banquete en su honor presidido por el mismísimo Bolívar, seguido de un
baile al mejor estilo virreynal. Lo que hacía el caraqueño, en
realidad, era preparar con fasto virreynal el "setting' de lo que
vendría al día siguiente. Se diría que entre trago y trago no dejó de
soplarle al oído al intonso Larrea la conveniencia de tirar desde
Tumbes una línea hacia el río Chinchipe y de allí pasar al Marañón. Y
fue tan efectivo el mefistofélico caraqueño en su prédica que el
infeliz plenipotenciario peruano no cejó de repetir a Lima días más
tarde, a guisa de justificación proditora, lo que él mismo no sabía lo
que significaba.
Como no podía ser de otra manera, al día siguiente, 16 de septiembre,
ya se tenía concertada la prórroga del armisticio por sesenta días
más. Y el segundo acto de este acólito de Bolívar fue concluir el 22
de ese mes, con el Ministro Plenipotenciario de Colombia, Pedro Gual,
el Tratado de Guayaquil. Y lo de acólito no es un estigma gratuito, en
tanto en cuanto en el Tomo Tercero Descodificando la creación de
Bolivia; así como en el Tomo IV La Guerra de Límites contra el Perú,
hemos demostrado que merece ese calificativo. Por consiguiente, no
debería llamar la atención el tiempo récord que puso Larrea para
transar con Gual: diez días.
El artículo 5º del Tratado de Guayaquil, prima facie, parecía la
repetición de la propuesta que le hizo Sucre a La Mar el 3 de febrero
en la Minuta adjunta a su carta, como se ha visto; pero mañosamente se
introdujo una variación de talla que el cortesano Larrea la aprobó con
facilidad. Como se sabe, en el artículo 2º de la Minuta de 3 de
febrero figuraba el siguiente miembro de párrafo: "sirviendo de base
la división política y civil de los virreinatos de Nueva Granada y el
Perú en agosto de 1809 (sic) en que estalló la revolución de Quito".
Nótese bien, "agosto de 1809 (sic) en que estalló la revolución de
Quito." Sin embargo, en el artículo 5º del Tratado de Guayaquil solo
se consignó: "los mismos que tenían antes (sic) de su independencia
los antiguos Virreinatos de Nueva Granada y del Perú." Dicho de otra
manera, sabedor el megalómano caudillo que en Lima por más amor que le
profesara Gutiérrez de la Fuente, era posible caer en la cuenta que
Jaén y Maynas en 1809 eran indiscutiblemente peruanos, de manera
deliberada se suprimió el año y se utilizó en forma vaga "que tenían
antes (sic)", con lo cual se podía retroceder obviamente hasta 1801 ó
1797, como hemos visto, para de este modo amputarle al Perú la margen
izquierda del Marañón-Amazonas. Forma dolosa de sorprender la buena fe
reconocida por el derecho de gentes de la época, y de aprovecharse de
la indolencia del negociador peruano, compartida por Gamarra y
Gutiérrez de la Fuente, en grave perjuicio del Perú. ¡Lo que le costó
al pueblo peruano durante más de cien años de República este
entreguismo de lesa patria!
De la lectura de las piezas documentales encontradas, hoy en día no
cabe duda que la razón por la cual Colombia no ratificó el tratado de
límites de 1823 fue precisamente por no asociar esa referencia del
"uti possidetis de 1809" a la línea transversal hasta la frontera con
el Brasil, con lo cual las cosas seguían en statu quo ante bellum en
beneficio del Perú. Linkage doloso sobre el que no cayó en la cuenta
la negligente diplomacia peruana de entonces por ignorar los alcances
de la Real Cédula de 1802.
Como no podía reprimirse ante el enorme triunfo conseguido en la mesa
de negociaciones, Bolívar escribió a Estanislao Vergara el 20 de
setiembre, dos días antes de que se concluya el Tratado de Guayaquil,
pero tras la famosa conferencia del 17, cuyo verbatim ha llegado hasta
nuestros días, una carta que contiene el siguiente relevante
fragmento:
"(...). Ya hemos convenido un tratado en que se aseguran o reconocen
los derechos más esenciales de Colombia. Hemos logrado como un triunfo
(en cursivas en el original) la integridad del virreynato de la Nueva
Granada. ¿Puede Ud. creerlo?, pues es así. El ministro (Larrea) ha
tenido que excederse (Idem.) en sus facultades (sic) para poder
convenir en este punto. Se ha asegurado también el reconocimiento de
la deuda." (Vicente Lecuna: Op. cit.- Tomo IX).
"¿Puede Ud. creerlo?, pues es así." No daba crédito, todavía, a lo que
venía de lograr con empeño y manejo doloso de la situación. Para el
sicofante de la libertad que había proclamado a los cuatro vientos su
plena adhesión al uti possidetis de 1809 ó 1810, presentaba ese 20 de
setiembre como un triunfo que el virreynato de Nueva Granada
recuperara su integridad territorial que no la tuvo desde 1802 ni
obviamente antes de su creación definitiva en 1740, en que todo
dependía del virreynato del Perú. Manipuló y sorprendió para
conseguirlo, pero claro necesitaba para eso en Guayaquil al fatuo
Larrea y Loredo, y como colaboracionistas a los indolentes Gamarra y
Gutiérrez de la Fuente, entre otros, en Lima. Mejor situación no tuvo
nunca, porque esta vez tampoco era válido el argumento que podía jugar
en su contra hasta el 26 de enero de 1827 de la ocupación por tropas
colombianas del territorio peruano. El triunfo era total, porque a
diferencia del Tratado de Jirón en que podría argumentarse que fue
dictado por la fuerza, aún cuando en la cuestión territorial era
favorable al Perú, esta vez era el Perú el que libre y gratuitamente
cedía en lo esencial, como se apresuró el caraqueño a confesarle a
Joaquín Mosquera en carta escrita en Guayaquil el 21 de setiembre. Y
encima decía en otra carta a Urdaneta ese mismo día que no podían
descansar muy enteramente "porque los peruanos son muy canallas, según
lo hemos visto antes (sic)." (Ibid.).
"Hemos logrado como un triunfo (en cursivas en el original) la
integridad del virreynato de la Nueva Granada. ¿Puede Ud. creerlo?,
pues es así." En su estilo de redacción, ese "hemos" era stricto sensu
él. Gual fue simplemente su plenipotenciario, como lo fue más tarde
Mosquera. Por tanto, es en esa carta a Vergara de 20 de setiembre que
Bolívar asumió íntegramente la responsabilidad del grave litigio
fronterizo que le creaba al Perú y que duró alrededor de 170 años,
guiado únicamente por su megalomanía temeraria. Lo que se había
propuesto debía conseguirlo a cualquier precio, aún a costa de hacerlo
dolosamente. "¿Puede Ud. creerlo?" Ni la Cancillería en Bogotá estaba
al tanto de ese arreglo denigrante para su legado de libertador. Y lo
que es peor ya no podía hablarse de la Colombia bolivariana si crujía
por todos lados la estructura geopolítica que había tejido el osado
caudillo precariamente. Allí, en esa carta de 20 de setiembre de 1829
Bolívar se reveló como el partero de la semilla del mal. Dejó a los
pueblos que en mala hora ocupó un entredicho imaginado por su propio
delirio.
Esto hace que sigamos sin entender por qué algunos peruanos, algunos
de ellos educados, le siguen rindiendo pleitesía este a veleidoso
caudillo. No creemos que ese culto se dé dentro de un contexto de
relaciones sado-masoquistas; pero sí de una inapelable ignorancia
supina. Pues, quien se entera de todo lo que hizo Bolívar para
malograrle la existencia al Perú cuando nacía la vida republicana, no
puede racional y conscientemente seguir mostrando su simpatía por ese
torcido autócrata. (Continuará).
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