por Herbert Mujica Rojas
29-7-2008
No pocas son las responsabilidades aún no aclaradas o individualizadas
de las miopes castas políticas peruanas que ayer, como hoy, ignoraban
asuntos fundamentales del drama nacional. Así surgieron conflictos
desde la misma génesis fundacional de la república. En Las veleidades
autocráticas de Simón Bolívar, Tomo IV La guerra de límites contra el
Perú, el embajador Félix C. Calderón revela por vez primera y con
abundancia de detalles estos intríngulis escabrosos. Y hay que decirlo
con voz bronca: aberrantes. Los artículos a continuación, a modo de
resumen, sintetizan capítulos mantenidos en tinieblas durante
decenios. (hmr)
La obsesión de Simón Bolívar por Jaén y Maynas V
por Félix C. Calderón
En la medida que Bolívar había asumido a título personal "preparar,
instruir (sic), y nombrar" la comisión de límites, tal como le
adelantó a Vergara el 20 de setiembre, debemos suponer la febrilidad
con que se abocó a ello, siendo los documentos que ha recogido
felizmente Ricardo Aranda, ante el silencio insólito de Vicente Lecuna
y Daniel O'Leary, entre otros, altamente demostrativos de la felonía
que guiaba al sicofante de la libertad. Veamos el único fragmento de
"las instrucciones a los comisionados (colombianos) para fijar la
línea divisoria entre esta República y la del Perú" que ha llegado
hasta nuestros días:
"Téngase presente que el Perú conviene en que el Marañón sea el límite
natural que ha de fijarse: en ese caso no hay cuestión (sic). En lo
que no hay acuerdo todavía es en que Colombia quiere que el río
Huancabamba sea límite occidental, y el Perú pretende (sic) que lo sea
el Chinchipe. No es posible convenir en esto porque se perdería una
parte del territorio de Jaén que, sin disputa alguna, es colombiano
(sic), y así lo confiesa el mismo Perú. Se puede ceder a esta
República la gran porción de territorio de Jaén situado a la orilla
derecha o meridional del Marañón, siempre que se convenga en cedernos
los terrenos situados a la orilla derecha del Huancabamba (sic), y en
tomar el río Quirós en lugar del Macará, único límite entre las dos
Repúblicas entre Loja y Piura. En este caso la línea divisoria se
fijará por el curso de este río Quiros hasta su origen, y desde éste
se marcará una línea hasta el Huancabamba."
Texto suficientemente explícito en cuanto a las ambiciones desmedidas
de Bolívar de querer tener un ingreso efectivo por Ayabaca a los
territorios que buscaba arrebatar de mala manera al Perú. Aflora, por
tanto, la primera pregunta: ¿cuándo Bolívar decidió exigir
temerariamente Huancabamba y Ayabaca? Si nos atenemos a los verbatim
recogidos para la historia por Ricardo Aranda, entre el 16 y 18 de
setiembre de 1829 el ambiente entre los negociadores en Guayaquil era
sumamente amical. Tenemos en nuestra memoria aquellas palabras de Gual
el 17 de setiembre, después de escuchar al ignaro Larrea: "cuán
agradable le era por la exposición que acaba de oír, que ambos países
se iban acercando ya al punto de conciliación." Y a continuación Gual
formuló la siguiente conclusión: "No entrará en una discusión prolija
sobre esta materia por defecto de noticias topográficas; cree, sin
embargo, que su Gobierno se prestará a dar instrucciones (sic) a los
comisionados para que establezcan una línea divisoria, siguiendo desde
Tumbes los límites conocidos de los antiguos Virreynatos de Santa Fé y
Lima, hasta encontrar el río Chinchipe (sic), cuyas aguas y las del
Marañón continuarán dividiendo ambas Repúblicas hasta los lineros del
Brasil."
Es decir, ni el 17 ni el 22 de setiembre se puso sobre el tapete el
untimely pedido de Bolívar con relación a la provincia de Huancabamba
y parte de Ayabaca (orilla izquierda del río Huancabamba). ¿En qué
momento, entonces, lo decidió y cómo? ¿Presionado o mal asesorado por
el general Flores que probablemente le remitió otra carta mucho más
dramática? O ¿actuaba movido por esa pulsión autodestructiva de querer
destruir todo lo que estaba por concluir? Son numerosos los casos en
que Bolívar tomó la iniciativa para cambiar el curso de la historia
que con tanto trabajo había urdido, precipitando hechos opuestos. El
asesinato de Sucre fue, en parte, provocado por el comentario en voz
alta del dictador, en plena crisis, de considerar a su lugarteniente
como el más honesto de todos los generales y, por tanto, su heredero
natural. Su construcción geopolítica fracasó por su miopía de creer
que se contrapesaba el hecho de tener la capital en Bogotá con jefes
de gobierno venezolanos. Es como si en vez de los founding fathers, en
Estados Unidos los presidentes hubiesen salido de Filadelfia a cambio
de dejar la capital en Nueva York. ¡Qué disparate! Soñaba con imponer
la constitución vitalicia y fue él quien le inseminó el bicho que
acabó con ella, pues la cesión territorial hasta Sama que le exigía al
Perú trajo abajo el precario castillo de naipes. Y en setiembre de
1829, sin ser exhaustivos, le había arrancado, en principio, a las
indolentes autoridades peruanas toda la margen izquierda del
Marañón-Amazonas, y solo por una minucia él mismo nuevamente
desbarataba lo obtenido.
Si recordamos la carta del general Mosquera de 26 de octubre de 1829,
podemos deducir que hasta esa fecha el dictador no había cambiado
todavía de parecer. Por eso, tentativamente puede concluirse que fue
en la carta que le remitió desde Ibarra a su enviado en Lima el 1 de
noviembre (carta que no aparece recogida en ninguna colección), que le
impartió nuevas instrucciones. Lo cual implica que el cambio en su
mente tuvo lugar en octubre de 1829, tal vez en la segunda quincena.
Por eso Mosquera le dijo en forma críptica en su carta de respuesta de
8 de diciembre: "y conforme a lo que V. E. me previene, procederé en
asunto a límites." Imaginamos que su master acababa de prevenir a
Mosquera de algo nuevo (su nueva toute petite ambición), y a éste solo
le quedaba acatar.
Al día siguiente de haber remitido esa misteriosa carta a Mosquera
desde Ibarra, el 2 de noviembre, el caraqueño se apresuró a responder
la carta que le cursara Gutiérrez de la Fuente el 16 de octubre, sin
regatearle elogios, como era su costumbre:
"(...). Con razón llamaremos siempre el día más venturoso de nuestra
vida aquél en que hemos sellado la paz de dos pueblos hermanos, ella
debe ser, y será, inalterable por todos los siglos (...). El Perú, por
medio de Ud. ha satisfecho la deuda de mi honor (sic)." (Vicente
Lecuna: Op. cit.- Tomo IX).
Encendidos elogios a su discípulo que fueron ampliados en otra carta
de 10 de noviembre, sepultando ex profeso a Gutiérrez de la Fuente en
el desván de la ignominia, junto con Gamarra, Larrea y otros:
"He recibido con sumo gozo la ratificación de los tratados y la
apreciable carta de Ud. Hemos vencido nuestros enemigos por una
victoria de flores (sic) . Hasta ellos quedarán satisfechos con
nuestra paz; pero la gloria será para Ud., porque Ud. es el que ha
sabido manejar hasta el cabo este negocio con una nobleza y una
franqueza digna de los tiempos heroicos, cuando la virtud se mostraba
con la sencillez de la naturaleza misma." (Ibid.).
El 1 de diciembre fue recibido oficialmente en Lima el general de
brigada Tomás Cipriano de Mosquera como Enviado Extraordinario y
Ministro Plenipotenciario de la Colombia bolivariana. El astuto
caudillo quería sobre caliente consumar la amputación de parte de Jaén
y Maynas al Perú. Irónicamente a fines de ese mes regresó como
canciller a Lima, el acomodaticio de José María Pando, mientras que
José Larrea fue premiado con la cartera de Hacienda. En una palabra,
se había instituido en el Perú el bolivarismo sin Bolívar. Eran las
mismas serpientes que se esmeraban en colaborar en vez de destrozarse,
al fin de cuentas era el Perú el que pagaba la factura sin merecerlo.
Mas, para suerte del Perú, el 13 de enero de 1830 el general Páez
consumó la separación de Venezuela como Estado soberano, asestándole
el golpe de gracia a la construcción geopolítica bolivariana de las
tres hermanas. Por eso es que muy pronto, en mayo de ese mismo año, ya
se hablaba en Ecuador de las "tres grandes secciones independientes",
situación que se precipitó de manera vertiginosa el 4 de junio con el
asesinato de Sucre en la montaña de Berruecos.
En Memorias sobre la vida del general Simón Bolívar (Consorcio
Editorial, 1940) escritas décadas más tarde, Tomás Cipriano de
Mosquera dejó para la posteridad en el Capítulo XXXII el siguiente
relato sobre lo esencial de la misión que le trajo a Lima: "tanto la
liquidación de la deuda colombiana como el negocio de la demarcación
de límites entre el Perú y Colombia estaban muy adelantados (sic)."
Como se puede apreciar, en ningún momento Mosquera hizo referencia en
el recuento antes citado a la conclusión con su contraparte peruana de
un supuesto protocolo con "la demarcación de límites." Anotó que el
negocio estaba adelantado, mas no terminado. Pues, de haberse
terminado habría sido un logro mayor de su gestión, digno de
registrarlo en ese libro de recuerdos, en tanto el objeto principal de
su misión en Lima fue ése.
¿Cómo así, entonces, uno o dos Estados que sucedieron a la Colombia
bolivariana pudieron esgrimir muchos años más tarde la existencia de
un supuesto protocolo que jugaba a su favor? ¿Llegó efectivamente a
firmar el enviado Mosquera junto con el cura Carlos Pedemonte en
representación del Perú, el 11 de agosto de 1830, un protocolo sobre
"demarcación de límites"? Al igual que lo que ocurrió en el Tratado de
Guayaquil en que dolosamente se convenció con facilidad a un ignaro
que decía representar al Perú, todo parece indicar que Mosquera quiso
hacer otro tanto en Lima con el intonso de Pedemonte, otro valido
peruano del bolivarismo. Pero, gracias al desmoronamiento de la
construcción geopolítica bolivariana desde enero de 1830, esa
tentativa artera nunca llegó a concretarse, perdiendo de este modo
legitimidad y validez el ambiguo artículo 5º del Tratado de Guayaquil,
fundado en el engaño o silencio culpable. Y decimos engaño, porque no
debe olvidarse, dentro de este contexto, lo que le manifestó el mismo
Mosquera a Bolívar el 26 de octubre de ese año, citado con
anterioridad, en cuanto a la gestión que se le encomendaba en Lima:
"(...). Por tanto, deberé manejar los negocios apoyándome en la Cédula
que agregó la Presidencia de Quito al Virreinato de Nueva Granada;
pero en caso de que me presenten documentos fehacientes, desearía
tener instrucciones sobre el particular, pues como el artículo 5 del
tratado sienta por bases el uti possidetis de 1809, podrían con
justicia (sic) reclamar la ribera izquierda del Marañón (sic)."
El 8 de diciembre, tras admitir en otra comunicación dirigida a
Bolívar que el artículo 5º del Tratado de Guayaquil era "indefinido",
Mosquera consideró conveniente que "para obviar más la demarcación a
las comisiones" debía negociarse un convenio que "sirva de base" y que
lo haría ceñido a sus instrucciones y a lo instruido en "la carta de
V. E. a la que contesto." Dicho de otra manera, como una forma de
precisar mejor lo que se quiso decir ambiguamente en el artículo 5º y
de conformidad con las nuevas instrucciones impartidas secretamente
por Bolívar el 1 de noviembre, su enviado en Lima concluyó en la
necesidad de un convenio ad hoc, para facilitar el trabajo de los
comisionados llamados a hacer la demarcación sobre el terreno. Por
tanto, el apócrifo protocolo de 1830 no surge del Tratado de
Guayaquil, sino es producto de la reflexión de Mosquera ese 8 de
diciembre como una forma de concluir el asunto "indefinido" de los
límites. Y fue este detalle extra lo que trajo abajo todo lo
precariamente armado por el hábil prestidigitador de voluntades
acomodaticias.
Con excepción de la reveladora carta a Bolívar de 26 de octubre de
1829, en ninguna otra se refirió el enviado bolivariano a una
discusión con los peruanos en que se hubiera traído a colación la real
Cédula de 1802. Ni Lecuna ni O'Leary ofrecen testimonios en sentido
contrario. Adicionalmente, ni Pando ni su predecesor hicieron tampoco
la más mínima referencia a la Real Cédula de 1802, tal como demuestra
fehacientemente quien esto escribe en el Tomo IV "La guerra de límites
contra el Perú", ¿cómo así entonces en ese apócrifo documento se hizo
mención a esa real decisión de 1802 y, en el colmo de la indolencia,
los peruanos solo reconocieron como punto álgido de la controversia el
Chinchipe?
En nuestra opinión y con base en las evidencias recogidas en el citado
Tomo IV, es posible que dicho documento apócrifo haya sido redactado
con posterioridad a 1830, tal vez treinta o cuarenta años más tarde.
Es verdad que la parte final de ese falso documento refleja en alguna
medida el estado de la discusión hasta abril de 1830 de acuerdo con el
recuento de las conversaciones que, epistolarmente, le hizo Mosquera a
su megalómano jefe; pero, la referencia explícita que se consignó en
la primera parte a la Real Cédula de 1802 es prueba contundente de su
carácter apócrifo, pues nunca estuvo en la versión de Mosquera
referencia alguna a ese valioso documento, sencillamente por ignorar
los peruanos hasta ese momento dicha decisión real que jugaba a su
favor. Además, resulta evidente que jamás pudo ser firmado texto
alguno el 11 de agosto de 1830, así haya estado Mosquera en Lima,
porque las condiciones de su plenipotencia habían cambiado
sustantivamente y él mismo pidió regresar a Bogotá el 1 de junio al
considerar en mayo, en otra comunicación, fracasada su misión. Vale
decir, si ya en mayo de 1830, de acuerdo con fuentes venezolanas,
Mosquera informaba que nada podía esperarse de los peruanos y que
debía darse por terminada su misión en Lima porque, además, observaba
cómo en la capital peruana se veía de manera ventajosa lo que venía
ocurriendo en el norte, ¿cómo así, por arte de qué conjuro fue capaz
de concluir con esos mismos peruanos dubitativos un protocolo el 11 de
agosto de 1830? En fin, tampoco creemos que Mosquera haya redactado
ese falso protocolo, aunque sí es dable suponer que años más tarde
narró a un imaginativo escribidor el estado en que dejó la negociación
en Lima, lo cual fue suficiente para que éste sacara de la nada un
documento y lo esgrimiera como existente, sin prestar atención a la
coherencia histórica y a la obvia inexistencia de la versión original.
Hay un historiador peruano que se ha esmerado en refutar la existencia
del apócrifo documento de agosto de 1830, poniendo el acento en la
fecha en que el general Mosquera se embarcó en el Callao; empero, este
esfuerzo presenta el serio inconveniente de dejar latente la pregunta
de si existió o no dicho documento. Pues, alguien podría retrucar
dando otra explicación sobre la aparente colisión de fechas y así
dejar en el tapete la presunta existencia de dicho documento. La
verdad de las cosas es que ese motejado protocolo nunca existió de
acuerdo con el testimonio dejado por el mismo Mosquera. El 8 mayo de
1830, no en agosto, sino tres meses antes, el general Mosquera se
manifestaba totalmente desalentado en cuanto a la obtención de su
objetivo en Lima, como ha quedado dicho, al extremo de confesarle a
Bolívar, el gran corifeo de este mejunje, que: "nada debemos esperar."
Y el 1 de junio, en otra carta a Bolívar consignó lo siguiente:
"Mediante a no haber recursos para sostener esta Legación, ni
necesidad urgente, suplico a V. E. me haga librar mis letras de retiro
para volver a Colombia." Nótese bien, "sin necesidad urgente" que
justifique permanecer en Lima sin recursos, Mosquera le suplicaba sus
letras de retiro el 1 de junio, con el añadido que ya para ese
entonces Bolívar había dejado de ser presidente y marchaba a
Cartagena. La imaginación, cuya cima la tiene indiscutiblemente García
Márquez, parece que trabajó para sacar de la manga lustros más tarde
un documento espurio, posible si se recuerda el background doloso
sobre el que se asienta esa triste y dolorosa controversia del Perú
con Colombia y Ecuador por culpa de ese megalómano y veleidoso
guerrero como fue Simón Bolívar.
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