La credulidad sin juicio
por Joan Guimaray; joanguimaray@gmail.com
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6-5-2022
Para construir una sociedad
medianamente justa, considerablemente equitativa y apreciablemente igualitaria,
hay que amar la razón, apreciar la moral y admirar la belleza.
Es decir, para edificar un
aceptable país para todos o un mundo mejor donde nadie esté excluido, hay que
reunir inexorablemente esos tres pilares. La razón para encontrar la causa o la
raíz de los problemas, la moral para no eludir los deberes con el prójimo y la
patria, y la belleza para no ser indiferente frente al horroroso rostro de la
desigualdad o de la truhanería.
Desde luego, hay que tener la
solidez del conocimiento a priori, aquello que no sólo está en nuestra mente
individual, sino fuera de ella cual irrebatible resultado de la suma de dos más
dos. Asimismo, hay que optar inexorablemente por el estricto cumplimiento del
deber y las obligaciones, antes que por el derecho o el poder, puesto que el
deber viene a ser casi sinónimo de todo lo ético. Y finalmente, hay que
preferir la verdad real antes que la falsedad, y la sinceridad auténtica antes
que la doblez del alma, ya que todo lo que no se contradice ni se opone entre
sí, genera equilibrio, simetría y armonía, lo que en suma viene a ser
precisamente, la belleza.
Aunque claro está, en el país
nuestro, escasean los que aprecian la razón, la moral y la belleza. Pues, desde
la segunda mitad de la década de los años noventa, la lógica fue desplazada por
el vulgar paralogismo, la ética fue sustituida por la grotesca amoralidad, y la
estética fue suplantada por la ominosa deformidad. Y toda esta desgracia no
empezó sino por la escuela y se extendió hasta la universidad. De la escuela se
suprimió su labor educadora,
reduciéndola únicamente en una mera institución
instructora, y en tanto que las ‘universidades’ se multiplicaron por
doquier, cual fábricas de “profesionales” y comerciantes de grados y títulos.
Consecuentemente, tenemos una
ciudadanía casi alelada, un presidente carente de toda autoridad que apenas sabe
paporrear las frases aprendidas, sin tener la menor idea de la razón, ni
albergar alguna noción de la moral, mucho menos apreciar algo de la belleza.
También por eso, tenemos un congreso atiborrado de ignaros pigmeos que no está
a la altura de las circunstancias para encaminar o reencaminar el destino del
país.
Aunque es verdad, que los
males del momento que postergan el desarrollo de la nación, no sólo provienen
de la incapacidad del poder ejecutivo y de la inutilidad del legislativo, sino
también, los vicios están generalizados en todas las instituciones del país.
Los pícaros, los bribones, los cleptómanos y los insipientes ganapanes, están
en todas partes. Proliferan en los ministerios, en los gobiernos regionales y
locales. Pululan en las universidades, en las fuerzas armadas y en todas las
instituciones autónomas. Y, abundan en el poder judicial, la fiscalía y en la
policía.
Empero, en las actuales
circunstancias, la solución o el saneamiento, no depende de una nueva
constitución ni pasa por una asamblea constituyente. Pues, no. Como es
claramente evidente, el problema de
fondo es, la manifiesta carencia racional y la indigencia moral de las que
padece la propia ciudadanía.
Es decir, el problema es la
persona, el individuo, el sujeto, el zoon
politikon, el urbícola, el civis,
el homo urbanus, el homo ínsipiens. De modo que, si no
empezamos por reconocer con honestidad e hidalguía la raíz o la causa de
nuestros males para luego encararlos con inteligencia, valentía y coraje, no
sólo seguiremos agobiados por los problemas de siempre, sino además, iremos
hundiéndonos cada vez más en ese espantoso pantano de nuestros propios
desatinos.
Por tanto, aquellos
oligofrénicos sin remedio y esos otros tantos crédulos sin juicio que reclaman
una nueva constitución poniendo de ejemplo a Chile, que sepan que la asamblea
constituyente en el vecino país, empezó a gestarse a partir de una gran
movilización por la calidad de la educación, la mejora de la enseñanza y por la
excelencia del saber.
De manera que, si queremos
seguir el ejemplo de Chile para impulsar una asamblea constituyente, retomemos
el sano juicio y empecemos movilizándonos por el saber, el conocimiento y la
ilustración. Entonces sí, habremos iniciado la construcción de una ciudadanía
consciente, reflexiva y sapiente.
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