Friday, February 05, 2021

Mi historia y Una tierra prometida: memorias de Michelle y Barack Obama

 


Mi historia
y Una tierra prometida: memorias de Michelle y Barack Obama

por Jorge Smith Maguiña; kokosmithm@hotmail.com

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5-2-2021

 

La aparición del primer volumen de las memorias del presidente Obama, que se denomina “A Promised Land” (Una tierra prometida) disponible para el público desde el 17 de noviembre, son un éxito editorial sin precedentes y que era de esperarse. El éxito, no es sin embargo, todavía equivalente al logrado por la publicación de las memorias de su esposa Michelle Obama, titulada “Becoming” (Mi historia) y publicada dos años antes en el 2018, pero no dudamos que será comparable.

 

Nos queda todavía la espera del segundo volumen del recuento del ex presidente. No comprendemos el porqué el texto de la primera dama, lleva por título en español, “Mi historia”, pues el título en inglés “Becoming”, cuya traducción aproximada sería “Llegando a ser”, le hubiese hecho más justicia al título original y al contenido de lo que nos transmite Michelle Obama, que es mucho más que solo un recuento del pasado. Es un mensaje muy orientado al futuro y en eso el título del libro de su esposo sí es preciso y elocuente, con la intención del contenido. Ambos, al margen de su testimonio, buscan ser un referente para las nuevas generaciones, sobre todo para los jóvenes afroamericanos. Ambos de diferente manera lo logran. Son dos vidas diferentes con una misma música de fondo. Ambos extraen de sus vidas, algunos momentos de marginalidad que ambos resintieron en sus respectivas vidas por el hecho de ser afroamericanos.

 

Mas evidentes en el caso de Michelle, que en la vida de Barack Obama. No hay sin embargo, el tono quejoso o denunciante que se hubiese esperado y sido comprensible que así lo fuese. A veces, el escribir, lo que ahora con imprecisión se denominan memorias, si uno ha llegado a alguna cima en su vida -y ambos lo han logrado- se utiliza para saldar cuentas con algún grupo o persona precisa, en forma explícita o sutil.

 

No es el caso del texto de los Obama.

 

Quizás la artillería pesada, el ex presidente la guarde para el segundo volumen para lapidar las diferentes formas de racismo y exclusión que exacerbó Trump, durante la campaña contra Hillary Clinton y durante los penosos y traumáticos cuatro años en que Trump directa e indirectamente, generó muchas fisuras y reabrió las ya existentes en el frágil tejido social norteamericano y que tomarán decenios en sanar. Barack Obama, tendría material de sobra para hacerlo, pero dudamos que lo haga.

 

En todo momento en sus memorias se siente la decencia de Obama, su infinito respeto por el sitial de la presidencia, ocupe quien lo ocupe. El sabe que otros lo harán por él. Lo que sí queda al terminar de leer estos extensos relatos, es que en ninguno de los dos Obama, hay un ingenuo optimismo sobre lo que serán los Estados Unidos de los próximos decenios, definitivamente en ninguno de los dos. No hay optimismo, pero sí hay esperanza. Ese mensaje sí es claro.

 

El texto es fluido en ambos casos. El de la ex primera dama, no lo leí, sino lo escuché en la versión grabada con su comunicativa voz. Han sido una veintena de horas, que las disfruté mucho. Escuchar las memorias de alguien, relatadas por la misma persona que vivió los hechos, es algo que tiene un poder muy especial. No que las memorias sean mas convincentes, porque las cuenta el mismo autor, pero sí, al hablar sobre algunos temas Michelle Obama, no puede dejar de tener un tono de confidencia, hacia lo cual es difícil ser insensible. Este optar por lo escrito o hablado para conocer las memorias de personajes icónicos o relevantes, es un lujo que nos permite nuestro tiempo. Imaginemos lo que sería escuchar, los “Comentarios sobre la guerra de las Galias” contados por el mismo Julio César, las “Confesiones” de San Agustín o las escabrosas memorias de Casanova contadas por él mismo.

 

Uno de los recuentos orales que más impresionan de personajes célebres y contados por sí mismos, es la grabación del recuento que hizo Freud sobre su propia vida poco antes de morir. Es una grabación corta, además está en inglés que es un idioma que Freud hablaba a la perfección pero que no era su lengua materna. “A Promised Land” de Obama, sí lo leí en el texto y sus más de 750 páginas, a pesar de algunos tediosos recuentos históricos o vicisitudes sobre lo difícil que era buscar consensos sobre algunos temas con los republicanos, es un texto estupendo, escrito con la pluma de un hombre cultísimo y refinado, agudo observador y analítico hasta el exceso.

 

El libro de la primera dama y del expresidente dejan una valla altísima. Ya han habido memorias de parejas presidenciales anteriores de un altísimo nivel como lo son los recuentos de Bill y Hillary Clinton, pero la rememoración por parte del primer afroamericano llegado a ser presidente de un gran país y su mediática esposa, era algo de esperar y el reto ha sido cumplido, creemos con creces.

 

No es para menos, los dos personajes tienen una vida excepcional. Son dos exitosos afroamericanos, cuyas vidas ya son ejemplo para muchos norteamericanos, afroamericanos o no. Si tienen en común el ser de la misma ascendencia, sus vidas tuvieron una travesía diferente y al casarse los unió un destino común. El uno terminó siendo presidente de los Estados Unidos, lo cual no es poca cosa y Michelle posiblemente lo sea, en un futuro en el que la actual coyuntura política de ese país hace que lo que vendrá sea algo de lo mas desconcertante e imprevisible.

 

Se consideraba que la llegada de Obama al poder, por ser el un afroamericano, era signo y hasta culminación de una fase positiva de la historia de ese país, de una nación con una multiculturalidad que se había acrisolado y en el cual, una persona de cualquier raza o procedencia podía llegar a ser presidente. Sin embargo, lo que grotescamente hemos descubierto estos últimos años que sucedieron a Obama, y sobre todo durante el cercanísimo año electoral de 2020, con fondo de pandemia y casi coincidentes con el inicio de ella, a partir específicamente del penoso episodio de la muerte de George Floyd, que destapó la olla, es un panorama político realmente inédito.

 

El paisaje político de los Estados Unidos, se ha redefinido por no decir deteriorado. Han salido a la luz, las corrientes políticas más conservadoras y retrógradas, aquellas justamente que defendían en forma solapada y que continúan defendiendo la supremacía blanca. Estas corrientes durante la juventud de Michelle y Barack Obama, estaban detrás del racismo sistémico en una forma algo light y definitivamente poco lo sintieron ellos en forma flagrante, ellos que se educaron en Columbia y Harvard en el caso de Barack Obama o de Princeton y Harvard en el caso de Michelle. En las universidades de élite como lo son Columbia, Princeton o Harvard o incluso la Universidad de Chicago, donde durante años enseñó Obama, lo racial es algo anecdótico y lo cosmopolita es la regla. En el caso de Michelle al llegar a Princeton, sí hubo sin embargo un episodio que la marcó y de lo cual hablaremos.

 

Al otro lado de la calle sin embargo, en el mundo menos protegido y sanitizado de los afroamericanos de a pie, al margen del cosmopolitismo tolerante de las élites universitarias u otras, la realidad es bien diferente. Si bien los afroamericanos juegan un rol preeminente en la sociedad del espectáculo o en el deporte, en la sociedad norteamericana, persiste en ella, ese mainstream subterráneo, profundamente conservador, hábilmente manipulado y reflejado en el discurso político que desarrolló Trump durante estas últimas elecciones, y que ha hecho germinar sus venenosos frutos.

 

Estas tendencias, para un país tan desarrollado como los Estados Unidos, van a contracorriente de lo que de alguna manera es la modernidad, que en muchos de sus aspectos positivos es inclusiva y globalizante. En realidad la resurrección del populismo, es creciente y preocupante en muchos países hoy en día y su característica siempre es la misma con agendas casi siempre xenofóbicas, antiglobalización y teorías de la conspiración que enganchan a los incautos y desubicados. Es la resurrección de las cavernas o lo que en psicoanálisis se denomina, el retorno de lo reprimido. Lo que es paradójico es que esto haya recrudecido en una sociedad de donde vienen muchos de los temas que caracterizan la modernidad como lo son los Estados Unidos y lo que es peor es que esas corrientes persistan con tal fuerza, y que hayan prácticamente tenido como oficina a la Casa Blanca.

 

Perdió Trump la elección del mes de noviembre pero el trumpismo salió ganando. Hay unos 75 millones que votaron por él. Tres meses después de las elecciones, diversas encuestas muestran que 30% no aceptan que Biden sea el presidente legítimo o sea piensan que las elecciones no han sido válidas y lo que es más escalofriante es que más del 20% está de acuerdo que el asalto del Capitolio, de una manera u otra, era algo legítimo. Sobre esto último, si solo 10% pensara esto la situación sería de veras preocupante.

 

Los grupos extremistas que ahora han irrumpido al escenario político, no solo han levantado cabeza, sino que han implantado su presencia con una insolencia inusitada y con violencia. Han entrado pateando la puerta y dando gritos como diciendo: “¿Cómo?, ¿no se dieron cuenta que estábamos aquí?. ¡Cuidado que somos muchos!”. Son tantos que si el partido republicano, no les da cabida hábilmente dentro de sus sectores de extrema derecha, bien pueden ser capaces de crear su propia facción. Es una situación que desafía cualquier racionalidad política y son gente rabiosa con capacidad de organización y ganas de presencia callejera para armar tumultos y para neutralizar, con lo cual el gobierno del presidente Biden, tendrá que ser muy cauto.

 

En pocas palabras, las características que tendrá el adversario de una posible candidatura de Michelle Obama o Kamala Harris, podría ser para cualquiera de estas dos mujeres, alguien mas difícil que lo que fueron en su momento, las candidaturas de John Mcain o de Mitt Romney los rivales de Obama. Ellos eran candidatos del partido republicano con tintes tradicionales conservadores, pero no de una extrema derecha tan cavernaria como lo fue la que terminó encarnando Trump. Ninguno de esos sectores ultraconservadores que pululaban en la penumbra, ni los Supremacistas Blancos, ni los Proud Boys, ni los sobrinos del Tea Party se hubiesen sentido reflejados en la prédica de MCcain o Romney. Estos nuevos grupos, sin duda los hubiesen considerado demasiado blandos para los gustos, escalofriantemente conservadores y reaccionarios, de los grupos políticos que han saltado hoy a la palestra política. Trump prendió el fuego y atizó la llamarada conservadora, pero por su espíritu contradictorio y su proceder errático, caótico, torpe e impulsivo no pudo amalgamar a todas estas tendencias de las cuales solo se veía su superficie. Su abierto e intransigente denial (negación) de la elección de Biden, era comparable con su denial de la pandemia y del cambio climático, le hizo cercenarse sectores que no eran necesariamente progresistas, pero a los cuales terminó hartando esa especie de autismo frente a la evidencia. Su terquedad suicidaria en algunos temas políticos, terminó evaporando algunos logros que tenía en lo económico y lo llevó no solo a perder las elecciones sino incluso perder el control del Senado.

 

De haber reconocido el triunfo de Biden, los dos valiosos escaños senatoriales del estado de Georgia, que le daban una mayoría holgada en el Senado a los republicanos, no tenían por qué ser perdidos. Y lo fueron. Dado el altísimo nivel de la votación, gracias a los que aprobaron la prédica de  Trump, y en los hechos legitimado el trumpismo, es de temer que en los próximos meses aparezca un líder mas frío y calculador que Trump y en ese caso la situación a futuro sí es de temer.

 

Es importante escribir esto para describir la escenografía y evidenciar el contexto ya bastante caldeado en el cual aparecen las memorias de los Obama. Los expresidentes de los Estados Unidos, poco suelen mezclarse con las contiendas electorales en curso y cuando lo hacen es de una forma muy discreta y tangencial, pero la situación llegó a tal punto en bajezas y ofensas por parte de Trump durante la campaña, que los Obama decidieron salir de sus cuarteles de invierno y darle el último empujón que precisaba Biden.

 

Hay muchos temas que hacen complementarios el volumen de memorias Michelle Obama y el primer volumen de su esposo. Las travesías de vida que siguieron y los contextos que vivieron fueron algo diferentes, pero en muchos casos enfrentaron los mismos problemas. Ella más que él, tuvo que lidiar con carencias durante su juventud, que no tuvo Obama. Lo que es notorio en el recuento de Michelle desde el inicio, es que más que un catálogo de metas o logros personales de su vida, es la transmisión de una especie de sentimiento, de un propósito en la vida, pero también una inmensa capacidad de ser agradecida con la vida que le tocó vivir y ser capaz de saborear lo que poco a poco ella iba logrando. Eso permite comprender, el por qué ella en mucho quiso ser disuasiva hacia su esposo, cuando luego de ser elegido senador federal, Obama le comunicó a su esposa Michelle su deseo de postular después, a la presidencia de los Estados Unidos. La reacción de ella, de alguna manera fue “¿cuándo vas a parar? ¿cuál es el límite?”

 

Ella desde temprano fue consciente de que el lugar donde estás o dónde vives, o el puesto que ocupas, no te define necesariamente. Uno construye y se apropia lenta y a veces dolorosamente de su propia identidad y esa introspección es muy rica por parte de la ex primera dama y es capaz de transmitirla de una forma clara y sencilla. Para ella también es claro que uno no se casa con alguien para ser feliz. Uno es responsable de su propia felicidad o de su capacidad de satisfacción. Si uno hipoteca la base de su felicidad apoyándose en el otro, pues en esos casos, si el otro parte por una razón u otra, uno se encuentra en el aire. Pierde soga, cabra y hasta la pradera.

 

En eso la percepción del transcurrir de su vida, sobre todo la de su juventud fue muy diferente a la de su esposo. Para aquella chica de la zona sur de Chicago, el vivir en una cierta marginalidad le hizo comprender lo importante de tener conciencia de pertenecer desde el inicio a una comunidad, en este caso la afroamericana y aprender a ser receptiva no sólo a escuchar las experiencias de los otros, sino a tener también esa rara capacidad empática que significa ponerse en el lugar del otro. El mundo de referencia en el que creció Michelle, era de alguna manera muy horizontal, un mundo de profesores de colegio, de empleados de servicios postales, esa gran clase media que forma el tejido social básico de la sociedad norteamericana. Para una mujer que había sido descendiente de una antigua esclava, el tener excelentes estudios universitarios ya eran logros importantes, eran primeros pasos ya muy bien consolidados. Llegar por otro lado a prestigiosas universidades ya era otro paso. Es esas experiencias, transmitida a veces literalmente, sobre todo en los primeros capítulos, de las memorias de Michelle Obama, que le dan frescura y transmiten empatía, al escuchar su memoria contada con su propia voz.

 

Michelle no busca eufemismos cuando hay que denunciar lo que hay que denunciar, sobre todo aquello vivido en carne propia, como cuando la familia de la joven con quien ella iba a compartir habitación en la universidad de Princeton, pidió que a su hija la pusieran en otro lugar, pues no querían que cohabitase con una afroamericana. Michelle Obama, ni baja la voz al denunciar, ni le tiembla la mano al escribir esos hechos. Ella quizás perdona, pero no olvida. 

 

A su esposo la vida le sonrió desde mas temprano y aunque los padres de Obama se separaron muy temprano en su vida, éste nunca dejó de tener una educación muy esmerada. Errante pero esmerada. Viviendo y viendo mundos muy diferentes y eso desde ya, agregándose al hecho de ser afroamericano, le daba al futuro presidente la posibilidad de tener una visión amplia de las cosas, muy diferente a la educación promedio que han tenido la mayor parte de los presidentes norteamericanos de estos últimos 50 años. Salvo Jimmy Carter y Reagan, todos abogados, todos provenientes de familias de clases medias, medias altas o de altos ingresos, con una visión de las cosas que les permitieron sin duda ver las diferencias de la estructura económica y social de los Estados Unidos, pero sin ser parte del sector que vive en el lado problemático de la estructura social, que vive alguna forma de marginalidad, que sufre las frustraciones y carencia de oportunidades. No estaba necesariamente Barack Obama en el lado más adverso. Su torre de observación de alguna manera era privilegiada, y con su acusiosa y analítica mirada, no podía dejar de observar, las contradicciones de las sociedades en las que le tocó vivir. A veces al confrontarnos a otras culturas, descubrimos lo que realmente somos, que nos diferencia y que nos une.

 

Nacido en Hawai, que es parte de los Estados Unidos, pero que se encuentra geográficamente en Asia, él fue hijo de un economista de origen keniano o sea africano y una madre blanca que era norteamericana nacida en Wichita, en Kansas. Parte de su educación escolar la hizo incluso en Indonesia. Todo esto le ayudó a enriquecer su visión de las cosas y comprender una sociedad tan multicultural como lo son los Estados Unidos. Eso lo sentimos desde el inicio al leer el primer volumen de sus memorias. Es evidente en él, gracias a todos estos trasplantes, esa capacidad que tenía de moverse en los medios culturales mas diferentes y de algún modo hasta sentirse cómodo en lugares donde la diferencia era la regla, cuando para el norteamericano promedio, lo que mas le molesta al viajar fuera de su país es las cosas no sean como lo son en los Estados Unidos.

 

La trayectoria de vida de Michelle Obama en lo profesional y en muchos matices, en mucho se parece a la de Kamala Harris, la actual vicepresidente. Ambas crecieron a la sombra de unas madres que hicieron todo por darles la mejor educación. En cuanto a visión de las cosas el contacto con la multiculturalidad que ha tenido Kamala, hija de un jamaiquino y de una hindú, le dan a ella, herramientas no solo para comprender mejor el mundo sino las fisuras y virtudes de un universo multicultural como el de los Estados Unidos de hoy día. Si como es quizás previsible, Michelle Obama y Kamala Harris, en el 2014 se disputan la candidatura del partido demócrata a la presidencia, veremos lo que ellas extraerán de sus respectivas experiencias de vida y que las hagan atractivas a los electores y posiblemente alguna de ellas llegue la magistratura suprema. Estados Unidos sigue siendo un país que nunca nos dejará de sorprender por su capacidad de reinventarse.

 

Difícil por otro lado leer A Promised Land, sin dejar de reflexionar, sobre las mismas experiencias y pensamientos que la pareja de los Obama tenían sobre los mismos o diferentes temas durante sus años de maduración. En eso Michelle, si nos atenemos a sus recuentos respectivos, podemos decir que quizás tenía las ideas mas precisas que su esposo, que por confesión propia, a los 25 ó 26 años aunque ya tenía muy buena calificaciones para ejercer bien cualquier profesión, pero a diferencia de Michelle, no sabía en realidad qué hacer de su vida.

 

Es por eso que las memorias de Michelle Obama tienen en todo momento la capacidad de transmitirnos un aliento muy poderoso, que podríamos llamar hasta inspirador. Si a la misma edad, ella es algo dubitativa como su futuro esposo y a veces hasta un poco cándida, en todo momento hay en ella, algo así como un imperativo que hay que salir adelante, que hay que tener no solo logros profesionales sino también una clara convicción para llegar a donde se quiere llegar. En eso hay a lo largo y ancho de estos dos voluminosos libros que unidos suman más de 1,500 páginas, un tono más práctico por parte de Michelle Obama de lo que se debe hacer cuando se logra llegar a un determinado nivel de decisión. Por el lado del ex presidente Obama, hay un perfeccionismo casi paralizante, para ejecutar en la realidad, lo que se sabe que se debe hacer. Quizás por eso, manifestó diversas veces que no había en él, un espíritu revolucionario sino un espíritu reformador. De allí que le diese muchas vueltas a las cosas antes de tomar tal o cual decisión. Quería hacer tortillas pero sin romper muchos huevos. Eso puede ser paradójico, pues visto desde fuera, visto por los “otros”, la llegada al poder de él, de una manera u otra era algo así como una revolución y que de una manera u otra iba a generar una especie de deseo de contrarreforma política y que es la resurrección de todas las tendencias derechistas y que es lo cual ahora observamos en el panorama político norteamericano.

 

De haber llevado hasta sus últimas consecuencias diversas reformas, Obama sin duda hubiese tenido nuevos y mayores adeptos que los que hubiese perdido por ser demasiado centrista. En realidad esa suele ser una deformación de casi todos los políticos por muy hábiles que sean. Al final pocos se salvan de condicionarlo todo, al cálculo político. El querer que cada paso adelante tenga que estar sujeto a algo o condicionado a algo o que sea resultado de múltiples e interminables acuerdos. La trampa por otro lado de defender un status quo que uno sabe que es defectuoso y poco equitativo, por temor de mover demasiado el piso, suele ser la tumba donde yacen todos los febriles idealismos y a veces incluso las grises intentonas reformistas. Ese es quizás también un posible defecto que veremos en el presidente electo Biden, que ya lleva 50 años en el Congreso desde que fue elegido por primera vez senador. El trajín político, una vez que uno es elegido, debilita las convicciones y evapora cualquier idealismo de cambiar realmente las cosas. Hay ese temor de que si uno se mueve demasiado de repente no sale en la foto.

 

La formación sobre todo intelectual de Barack Obama, tal como la conocemos y la testimonia él en sus memorias es impecable y es impresionante la habilidad que tiene para llegar a ser editor y presidente de la Harvard Law Review, la prestigiosa revista de la universidad. La misma formación que tuvo anteriormente en la Universidad de Columbia, fue muy buena e importante para su vida ulterior. En ella siguió incluso cursos sobre Shakespeare. Todo esto nos muestra un presidente con una exquisitez de gustos literarios, rara en un mandatario norteamericano. Se sabe que Bill Clinton era un hombre interesadísimo en la literatura latinoamericana y le pidió en una ocasión a su amigo el escritor William Styron que gestase un encuentro entre él y García Márquez. La reunión se dio. Alguien como el ex presidente Richard Nixon, era un hombre de una erudición increíble, pero sus intereses se circunscribían casi exclusivamente a lo político y a la historia. Sus escritos testimonian de ello. Obama es erudito en todo, a veces de motu proprio se informaba hasta el exceso de todas las formas de observar un problema antes de analizarlo, para resolverlo o tomar una decisión al respecto. Lo hacía con la acuciosidad de un periodista de investigación o un historiador y eso se refleja en sus memorias. Por eso se dice que si Obama hubiese sido militar, quizás hubiese perdido varias batallas, pues hubiese querido hasta averiguar el material con el cual estaban fabricadas las armas del ejército contrario.

 

Hay en el caso de Obama, hasta una especie de obsesión de analizar, la forma como muchos de los presidentes que lo precedieron tomaban decisiones. En A Promised Land, Obama se refiere a por lo menos una veintena de expresidentes y de todos se queda con Lincoln y Roosevelt, de los cuales conoce al detalle sus obras y sus discursos. Toda esa increíble erudición ya la tenía en gran parte cuando era presidente y se nota también en la densidad y la riqueza conceptual de sus discursos. Un presidente de los Estados Unidos tiene una batería de colaboradores que les hacen sus discursos puntuales. En el caso de Obama, para las ocasiones especiales y que él sabía que iban a tener una trascendencia, él mismo se empeñaba a hacerlos.

 

Ese vuelo intelectual, ya se notaba cuando escribió su primer libro “Dreams from my father” (Sueños de mi padre). En dicha obra sí se expande sobre su infancia y juventud hasta su entrada a la escuela de leyes de Harvard. Gran parte de ese material para el libro le vino por vía de su madre y se refiere a sus abuelos de ambos lados. En esa obra sí tiene el tono evocador de las actuales memorias de su esposa Michelle. En interesante cómo al referirse a la familia de su madre como a la de su padre, utiliza el termino tribu. El percibía que quizás hasta ahora también, los norteamericanos son personas pertenecientes a diferentes tribus y les es bien difícil en muchos casos, migrar o dejar el legado de su tribu. Para él lo ideal es adentrarse de lleno e identificarse con la promesa americana, de esa tierra prometida, de esa promised land. Siempre sin embargo hay un poco de escepticismo en Obama de que los logros se hagan en el corto plazo, y ese et pluribus unum que está en el sello norteamericano, que podríamos traducir, “la unidad en la diversidad” es un ideal, mas que un punto de partida real. No es sin embargo, un escepticismo que venga de alguna amargura sino como se suele decir, es un escepticismo que es el que caracteriza muchas veces la lucidez,cuando se tiene un mínimo de objetividad al analizar las cosas.

 

Ya en su primer libro “Dreams from my father” se perciben muchos de diversos lineamientos, sobre los cuales se va a explayar con mayor conocimiento de causa, después de haber sido presidente de los Estados Unidos y cuál es esa compleja lógica que encierran y que caracterizan esas corrientes, no tan subterráneas que siempre existieron en su país. Esas son sobre todo, la xenofobia, el anti intelectualismo, la antipatía a todo aquello que en lo especifico o lo general no sea “norteamericano”, ya sean racialmente de origen negro, marrón o amarillo. Muchos de esos anti, han sido en muchos casos banderas de los republicanos, pero también algunos sectores demócratas tienen su cuota de responsabilidad que dichas fisuras existan en la sociedad norteamericana, donde siempre bastaba solo ser diferente para generar desconfianza. A ello hay que agregarle esa nueva peste como lo son la proliferación de todas las teorías de la conspiración, diseminadas generosa e irresponsablemente por las redes sociales. Todos estos temas no procesados, mal digeridos o sobrealimentados de una u otra manera, han generado un empacho que terminó siendo algo así como un vómito negro que terminó por adueñarse del escenario político, sobre todo el último año de Trump. Con fondo de pandemia, este aquelarre de corrientes delirantes, se manifestó objetivamente y se concretizó en el asalto del Capitolio el 6 de enero.

 

Ambos Michelle y Barack Obama, confiesan su profunda admiración por el libro de la gran escritora afroamericana Toni Morrison, “Song of Solomon”(La canción de Salomón). Si bien la ex primera dama, no es pródiga en confesar cuáles han sido sus influencias literarias, Obama, gran lector, sí ha divulgado generosamente la multiplicidad de escritores que lo han influenciado. El libro de Morrison, que Obama confiesa es el libro que hubiese querido escribir él, es una obra en su espíritu muy cercano a lo que los latinoamericanos conocemos como realismo mágico.

 

En realidad en los escritores norteamericanos provenientes del sur de los Estados Unidos, hay una vena muy cercana al realismo mágico, y el “Yoknapatawpha County” de William Faulkner, era de alguna manera el Macondo de “Cien años de soledad”, contextualizado geográficamente en el sur de los Estados Unidos de otro tiempo histórico que el contexto en el cual el genial colombiano situó a Macondo y de allí, la profunda admiración de Gabriel García Márquez por William Faulkner. Hay en el texto de Obama rezagos de sus lecturas de Faulkner, pero también de Hemingway. Muchas veces el ex presidente ha confesado también el sumo interés con que en su momento leyó la poesía de Kerouac y de Walt Whitman, y lo importante que para él fue comprender el espíritu pionero, esa búsqueda de nuevas fronteras que es característica del espíritu norteamericano. Esa idealización se manifestó un poco de lo que fue la conquista del lejano oeste, que de alguna manera era algo así como la transposición en el espacio del ideal de una tierra prometida, donde nadie sobrase, donde se pudiese coexistir y compartir la realización del mismo sueño del cual hablaba Luther King. De los hombres que Obama admira se queda con Gandhi, coherente con sus ideales de principio a fin y evidentemente con Abraham Lincoln.

 

Lo menos que buscan Michelle y Barack Obama, es haber plasmado un texto definitivo sobre sus fértiles vidas. Sus vidas siguen siendo. Hay todavía mucho pan que rebanar. La vida de ella es en sí una verdadera promesa y la de él, una que en gran parte ya ha sido cumplida, pero como el dice “Hay Obama para rato.” Por el momento nos queda esa reflexión, que Obama recuerda cuando recibió en Oslo, el Premio Nobel de la Paz: “Cualquier cosa que hagan no será suficiente. De todas maneras, traten.” Y también esa deliciosa nota en la que él cuenta, que en la primera noche que estuvo en la Casa Blanca, tan ordenado como es, después de haber hecho todo lo que tenía que hacer, aunque un poco cansado, no le quedó otra idea que querer apagar todas las luces de su nueva vivienda antes de irse a dormir. 

 

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