por Zully Pinchi Ramírez; alertasenhal@gmail.com
1-2-2015
Las puertas se abrieron de par en par muy temprano, casi de
madrugada, y las personas haciendo colas por horas, los clientes expectantes en
su mayoría menores de doce años, esperan con alegría el nuevo producto del
"súper mercado de las drogas".
Su ubicación un callejón descuidado, sucio y de mal olor en el
Callao, Provincia Constitucional, que poco a poco va en decadencia, sigue igual
que hace 7 años, la inacción de la policía es impresionante.
En la oscuridad se ve una casa muy grande y aparentemente
abandonada, los consumidores tienen un requisito, llevar su propia linterna,
pagarle al señor que atiende en el primer piso, escoger su producto y entrar en
uno de los cuartos a consumir el postre para niños que generalmente lleva
gasolina, kerosene, pasta básica de cocaína, heroína, y lejía con terokal.
Los vendedores son gente adulta entre 25 y 45 años pero lo
incomprensible es cómo les pueden vender drogas a niños que no llegan ni al
metro treinta centímetros de estatura.
Puedes observar a plena luz del día madres con sus bebés en brazos
venderles como "caramelos" la droga a los niños.
Paúl de tan sólo diez años nos solicitó ayuda y nos pidió que lo
acompañemos a su hábitat, y en Solidarios ABC accedimos.
Vimos en aquel lugar, anarquía total, toda el área estaba desprotegida,
el paisaje era crudo, la indefensión de los niños me dolió, las calles tomadas
por mini narcos era descomunal, no había ley ni tierra delimitada.
Las ratas eran más que las
personas que rondaban por allí, todos caminan sin rumbo como zombis, decenas de
adictos que quemaban sus horas aspirando "la pasta" o el famoso
"paco".
Paul nos contó que nunca conoció a sus padres, que vivía en una
casa de refugio para niños abandonados, pero que se escapaba por las noches
para "olvidar sus penas".
Nos llevó debajo de un puente que colindaba con un cañaveral de
basura y un río seco que funcionaba de letrina.
El no se quejaba del hogar de refugio, todo lo contrario, dice que
lo hacían sentir especial, protegido y amado pero que eso no lo llenaba.
Cambió los alimentos
convencionales de todo ser humano por drogas y su cama era un conjunto de
cartones sucios y sus sábanas un par de bolsas negras grandes de basura.
Felicito a todos las instituciones que apoyan a niños con este
tipo de problemas, porque es un trabajo muy complejo porque los presupuestos
son escasos pero los pocos que nos preocupamos sabemos que no es imposible.
Los adolescentes roban cuando están bajo los efectos de las
sustancias sicotrópicas, y cuando están sobrios que, generalmente son casi 5
minutos del día, vuelven a drogarse.
En algunos casos les han
robado a todos sus familiares, e incluso han llegado a golpear a sus padres y
abuelos.
Ellos se quejan de la poca ayuda para terminar sus estudios y
falta de trabajo, que hay mucha burocracia para recibir alguna miseria y que el
Estado se hace de la vista gorda.
Según estudios hay mas del sesenta por ciento de niños que aun
estando bajo el estado de rehabilitación se suicida.
Otros son llevados a prisiones estatales para menores de edad, que
en vez de salir con posibilidades de cambiar de vida salen con maestrías
delincuenciales y llenos de odio porque aseguran son violados aún por los
propios policías.
Las soluciones del gobierno son soluciones simplistas, hipócritas
y pura demagogia.
Casi todos a los 16 años tienen más de 30 muertos en su haber
aunque claro nunca lo confiesan y los abogados por la deontología forense, no
podemos revelar ni las identidades ni la realidad.
Fui entonces a parar el fuego y me puse en la línea de guerra, con
el pequeño Paul de mi mano todo fue más sencillo, tenía pánico lo confieso,
tomé a un grupo de 50 adolescentes, los besé, tome sus manos y comencé a llorar
tanto que miré a cada uno a los ojos, los llamé por su nombre y les dije que
los quería mucho.
Aquel día los llevamos a comprar ropa, buzos, zapatillas y todas
las herramientas necesarias para enseñarles a pintar, luego llenamos todo un
restaurante.
Durante un año escuché cada una de sus historias, les enseñé
teatro, música, a cantar, bailar, cocinar todo tipo de postres y comidas, y les
dimos muchas charlas de autoestima y sicología, aparte de clases de historia,
literatura y filosofía.
Y todo lo hice descalza, con unos jeans, polos coloridos y una
simpática gorra y todo fue en su territorio, en aquellos meses Paul regresó a
su casa de refugio pero sabiendo algunas herramientas simples que le ayudarán
mucho en un futuro.
Algunos tuvieron que pagar sus errores y delitos en cárceles para
menores de edad.
Todos los demás chicos con el tratamiento adecuado que les
brindamos, se recuperaron, regresaron con sus familias, y retomaron sus
estudios y lo más impresionante es que muchos hoy en día van a universidades
estatales y algunos pocos ya son profesionales.
Dedico esta crónica real a todos los excluidos, descartados y
marginados de la sociedad peruana.
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