Monday, February 02, 2015

Niños, abandono y drogas en Callao

Niños, abandono y drogas en Callao
por Zully Pinchi Ramírez; alertasenhal@gmail.com

1-2-2015

Las puertas se abrieron de par en par muy temprano, casi de madrugada, y las personas haciendo colas por horas, los clientes expectantes en su mayoría menores de doce años, esperan con alegría el nuevo producto del "súper mercado de las drogas".

Su ubicación un callejón descuidado, sucio y de mal olor en el Callao, Provincia Constitucional, que poco a poco va en decadencia, sigue igual que hace 7 años, la inacción de la policía es impresionante.

En la oscuridad se ve una casa muy grande y aparentemente abandonada, los consumidores tienen un requisito, llevar su propia linterna, pagarle al señor que atiende en el primer piso, escoger su producto y entrar en uno de los cuartos a consumir el postre para niños que generalmente lleva gasolina, kerosene, pasta básica de cocaína, heroína, y lejía con terokal.

Los vendedores son gente adulta entre 25 y 45 años pero lo incomprensible es cómo les pueden vender drogas a niños que no llegan ni al metro treinta centímetros de estatura.

Puedes observar a plena luz del día madres con sus bebés en brazos venderles como "caramelos" la droga a los niños.

Paúl de tan sólo diez años nos solicitó ayuda y nos pidió que lo acompañemos a su hábitat, y en Solidarios ABC accedimos.

Vimos en aquel lugar, anarquía total, toda el área estaba desprotegida, el paisaje era crudo, la indefensión de los niños me dolió, las calles tomadas por mini narcos era descomunal, no había ley ni tierra delimitada.

Las  ratas eran más que las personas que rondaban por allí, todos caminan sin rumbo como zombis, decenas de adictos que quemaban sus horas aspirando "la pasta" o el famoso "paco".

Paul nos contó que nunca conoció a sus padres, que vivía en una casa de refugio para niños abandonados, pero que se escapaba por las noches para "olvidar sus penas".

Nos llevó debajo de un puente que colindaba con un cañaveral de basura y un río seco que funcionaba de letrina.

El no se quejaba del hogar de refugio, todo lo contrario, dice que lo hacían sentir especial, protegido y amado pero que eso no lo llenaba.

Cambió  los alimentos convencionales de todo ser humano por drogas y su cama era un conjunto de cartones sucios y sus sábanas un par de bolsas negras grandes de basura.

Felicito a todos las instituciones que apoyan a niños con este tipo de problemas, porque es un trabajo muy complejo porque los presupuestos son escasos pero los pocos que nos preocupamos sabemos que no es imposible.

Los adolescentes roban cuando están bajo los efectos de las sustancias sicotrópicas, y cuando están sobrios que, generalmente son casi 5 minutos del día, vuelven a drogarse.

 En algunos casos les han robado a todos sus familiares, e incluso han llegado a golpear a sus padres y abuelos.

Ellos se quejan de la poca ayuda para terminar sus estudios y falta de trabajo, que hay mucha burocracia para recibir alguna miseria y que el Estado se hace de la vista gorda.

Según estudios hay mas del sesenta por ciento de niños que aun estando bajo el estado de rehabilitación se suicida.

Otros son llevados a prisiones estatales para menores de edad, que en vez de salir con posibilidades de cambiar de vida salen con maestrías delincuenciales y llenos de odio porque aseguran son violados aún por los propios policías.

Las soluciones del gobierno son soluciones simplistas, hipócritas y pura demagogia.

Casi todos a los 16 años tienen más de 30 muertos en su haber aunque claro nunca lo confiesan y los abogados por la deontología forense, no podemos revelar ni las identidades ni la realidad.

Fui entonces a parar el fuego y me puse en la línea de guerra, con el pequeño Paul de mi mano todo fue más sencillo, tenía pánico lo confieso, tomé a un grupo de 50 adolescentes, los besé, tome sus manos y comencé a llorar tanto que miré a cada uno a los ojos, los llamé por su nombre y les dije que los quería mucho.

Aquel día los llevamos a comprar ropa, buzos, zapatillas y todas las herramientas necesarias para enseñarles a pintar, luego llenamos todo un restaurante.

Durante un año escuché cada una de sus historias, les enseñé teatro, música, a cantar, bailar, cocinar todo tipo de postres y comidas, y les dimos muchas charlas de autoestima y sicología, aparte de clases de historia, literatura y filosofía.

Y todo lo hice descalza, con unos jeans, polos coloridos y una simpática gorra y todo fue en su territorio, en aquellos meses Paul regresó a su casa de refugio pero sabiendo algunas herramientas simples que le ayudarán mucho en un futuro.

Algunos tuvieron que pagar sus errores y delitos en cárceles para menores de edad.

Todos los demás chicos con el tratamiento adecuado que les brindamos, se recuperaron, regresaron con sus familias, y retomaron sus estudios y lo más impresionante es que muchos hoy en día van a universidades estatales y algunos pocos ya son profesionales.


Dedico esta crónica real a todos los excluidos, descartados y marginados de la sociedad peruana.

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