por Herbert Mujica Rojas
12-3-2009
¿Robotizó Internet al hombre?
¿Ha tenido la rarísima experiencia de ver a un joven leyendo en el
microbús, mientras que espera en alguna dependencia o señalizando con
un marcador fosforescente las páginas de un libro que absorba su
atención? Aunque suene boba la pregunta nunca nos la hacemos porque
nos trina absolutamente normal que eso sea una reminiscencia de un
pasado muy, pero muy lejano. ¿O no? ¡Dígalo con franqueza! Ahora los
chicos, los grandes, los intelectuales a la carta de las
organizaciones de nuevos gángsteres, los escolares y universitarios,
todos a una, como en Fuente Ovejuna, acuden y piratean su ciencia de
Internet! ¡Y no hesitan –y menos averguenzan- de rubricar lo que no es
suyo y que ni siquiera comprueban si está correcto o es una mala copia
de otra más defectuosa aún!
No pocos hemos ganado miopía o presbicia merced al intenso ejercicio
de la lectura. De algún modo, la conquista de los libros, merced a su
recorrido íntimo, detallista, esforzado, con mataburro (peruanismo que
alude al diccionario) en la mano y a prueba de Ortega y Gassets,
Unamunos, Valle Incláns, Dumas, Balzacs, Víctor Hugos, Tolstois,
Stendahls, por citar apenas a unos cuantos, nos transportaba al clímax
de circunstancias en que los libros eran aprehendidos por nosotros.
Leer entre los criollos la galana pluma de Porras y sus
discursos-libros, la erudición periodística y buida de Mariátegui, la
vibrante exégesis de Haya de la Torre y muchos más, demandaba
paciencia, ganas y, sobre todo, impulso indetenible de aprender. A mi
hijo de 19 años y segundo de estudios en ingeniería industrial le es
imposible comprender cómo antes no había Internet y menos botoncitos
que presionar para obtener las respuestas como conejos del sombrero de
un mago. Y no hablo de cualquier muchacho, éste tiene la suerte de
contar con una extraordinaria biblioteca. (Que raras veces visita.
Jamás devora).
Entonces, las conclusiones advienen aquí y fuera del mismo modo: ¿mató
Internet la lectura física, la investigación procelosa, la curiosidad
metódica, la arquitectura que conduce a las grandes construcciones del
pensamiento, en suma, robotizó Internet al hombre? Es tanta la
mecanización que la propaganda ha logrado imponer la falacia que basta
con poseer la computadora (el fierro) olvidando la lección fundamental
que quien la opera es un hombre de carne y hueso. Hay países en que
los gobiernos obsequian ordenadores a los alumnos. Obvio que no
siempre –o casi nunca- preguntan si en esas circunscripciones hay luz
por ratos o por escasas e insuficientes horas. Dicen los idiotas
metidos a filósofos e intelectuales: ¡lo que vale es la intención!
¡Así se generan puestos de trabajo para más profesionales de la
educación! (No me pregunte qué significa el vómito).
La polémica es ardorosa. Quienes sostienen que sí, no dudan un ápice
en presionar los botones correspondientes que les dictan las
orientaciones de cada momento de su vida. Ignoramos cómo harán cuando
les toque la comisión de tareas humanas, simplemente humanas. Los que
aún albergan esperanza de custodiar la creación cultural refieren que
el control estriba en el hombre o mujer involucrado en la aventura y
no les falta razón. Por tanto, la robotización no ha triunfado
integralmente.
Y todo esto a cuento que la nueva columna Los libros, mis amigos,
prendió el comentario de numerosos lectores que con bondad generosa
felicitaron la jalada de orejas a los muchachos (como si ellos, los
mayores, estuvieran exentos o libres de culpa) y porque, sostienen, es
un buen "ejercicio". De acuerdo, todos quedaron –y no son pocos-
comprometidos a escribir la crónica sobre el último libro que hubieren
leído. Y el asentimiento entusiasta no me borró la impresión
sospechosa que la cosecha puede demorar días. ¡O meses!
¡Así son Los libros, mis amigos!
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