Friday, January 18, 2008

Cáceres denuncia protectorado chileno

Historia, madre y maestra

Documento No. 137*

Cáceres denuncia protectorado chileno

Exige renuncia de Iglesias y retirada del invasor

Cuartel general de Huancayo

Junio 19, 1884

Sr. Dn. Ignacio de Osma

Estimado amigo:

He leído con marcada atención, su carta fecha 10 de los corrientes,
que paso a contestar.

Desde luego acepto que sólo obedeciendo a generosos propósitos y
sentimientos sinceros, se halla Ud. determinado a tomar parte en la
política de un gobierno que no cuenta con las simpatías generales de
la república.

Con el interés que la actual situación inspira, me manifiesta Ud. los
deseos que animan al señor general Iglesias para entrar en un acuerdo
cuyos resultados prácticos, alcancen a evitar la efusión de sangre
hermana.

Aplaudo tan nobles propósitos; y por mi parte, no son menos los que
abrigo en pro de la tranquilidad y el bienestar de mi patria.

Por lo tanto, ya que Ud. apela a mi patriotismo, y solicita de mí le
exponga un medio que salve las dificultades del presente, cumple a mi
deber de ciudadano honrado y leal, proponerle el siguiente proyecto
que, a no dudarlo, merecerá la aceptación de Ud. y de la república
toda.

1) Que el general Iglesias fiel a la palabra que tiene empeñada con el
país y en cumplimiento del tratado que él mismo celebró, consiga la
inmediata liberación del territorio peruano por las fuerzas chilenas.
2) Nombrar un nuevo ministerio cuyo personal inspire plena confianza
al país, pudiendo ser Ud. y el coronel García León miembros del
gabinete.
3) Dimitir el general Iglesias el mando ante dicho consejo de ministros.
4) Que el gabinete proceda a convocar a elecciones de presidente,
vicepresidente y una asamblea constituyente.
5) Aceptar y reconocer, por mi parte, la autoridad de ese ministerio.

Voy ahora a manifestar a Ud. las razones fundamentales que me asisten
para exponerle el anterior proyecto.

Desde que se celebró y ratificó el tratado de octubre los pueblos
todos que ansiaban libertarse de la odiosa presencia del enemigo
extranjero, esperaron y con razón, que el retiro de éste, del suelo
nacional, sería el primer paso que el general Iglesias realizaría en
cumplimiento de una estipulación sagrada, cuya observancia prescribe
el derecho internacional y cuya ejecución era exigida por la soberanía
de un pueblo libre, amante de su dignidad y de su buen nombre.

Sin embargo, contra toda previsión y contra toda esperanza, las
fuerzas chilenas han seguido ocupando el territorio de la patria; las
bayonetas enemigas continúan ejerciendo presión en los pueblos de la
república y permanecen en actitud bien poco tranquilizadora ante
fuerzas regulares de la nación, y en una palabra, las tropas de Chile
no significan por hoy, en el Perú, sino un manifiesto protectorado a
cuya sombra se ejercita un grupo político que hace alarde de esa
protección, con mengua del decoro nacional, cuyos sagrados fueros
merecen la más alta consideración y el más profundo respeto.

Tal conducta, estimado amigo, después de las odiosas concesiones que
este tratado consigna, es algo que no tiene nombre. Ella importa falta
de circunspección, deslealtad evidente en el gobierno que la observa y
un ataque inmerecido e injusto a la soberanía de un pueblo, que harto
hace en aceptar ese tratado como un hecho consumado, en cambio de
conseguir el legítimo deseo de ver su territorio completamente libre
de la planta extranjera.

Esta defraudación de tan funestas esperanzas, no ha podido menos que
crear para los ciudadanos todos, una situación difícil y por demás
humillante a su dignidad y sus derechos.

El primer punto propuesto es, pues, una necesidad imperiosa, cuya
satisfacción reclama el país y que conviene al general Iglesias, en
reparación de sus procedimientos, hasta hoy desfavorables y
amargamente calificados por sus conciudadanos. Por lo demás, tal
exigencia está en completa armonía con los nobles propósitos que
animan a Ud., según lo manifiesta en su carta.

La conducta del general Iglesias, ha inspirado justificadas
desconfianzas en el país, que hasta hoy no ha conseguido el objeto
primordial que lo ha preocupado. Un círculo reducido se ha adueñado
del poder, ocupando los ministerios y los asientos de la
representación nacional, sin que la protesta de los pueblos haya
encontrado eco en los directores y agentes de tan reprobados manejos.
El sufragio popular, institución sagrada, que descansa en la libertad
y la independencia, ha sido atropellado por una consigna, y la nación,
una vez más, ha sido víctima de un flagrante desconocimiento de sus
fundamentales derechos. He allí por qué es menester, que una
agrupación de ciudadanos independientes y extraños a todo partido
político, dirija transitoriamente los destinos de la república,
ofreciendo las garantías que son indispensables para que los
ciudadanos manifiesten su voluntad y lleven a la práctica sus
determinaciones.

La dimisión del señor general Iglesias no es un problema cuya solución
exige poderosos esfuerzos. Ud. me habla de los sinceros propósitos que
animan a ese jefe, en beneficio de la tranquilidad y bienestar del
país. Por lo tanto, hoy se presenta la envidiable oportunidad de hacer
efectivos esos generosos impulsos del patriotismo, removiendo los
obstáculos que su presencia opone a esa misma tranquilidad por la que
manifiesta tan señalado interés. De esa manera, probará el general
Iglesias al país, con hechos, no con palabras, que no es una ambición
personal, no es un censurable egoísmo, los que norman sus actos y que
sus generosas aspiraciones obedecen a un móvil más elevado, conducente
a extinguir las profundas inquietudes que origina su presencia en el
poder.

Tal procedimiento, lejos de amenguar la dignidad del señor general
Iglesias, estoy cierto enaltecería su nombre y le ofrecería motivos de
reconocimiento, por parte de sus conciudadanos.

Separado el general Iglesias del poder, es lo más natural que el nuevo
ministerio, con la independencia que debe acompañarlo, convoque a
elecciones para que la voluntad libre de los pueblos designe sus
mandatarios y una asamblea que fije las bases de su porvenir.

Sólo así, la situación del país será completamente definida por los
únicos que tienen derecho, en uso de su propia soberanía, de decidir
su suerte, eligiendo a los ciudadanos que puedan levantar al Perú de
sus escombros, encaminándolo por la senda de su bien entendida
prosperidad.

Toca, ahora, manifestar a Ud. algo que a mí se refiere. Alejado del
poder el general Iglesias, en obsequio de la unión y tranquilidad que
los pueblos necesitan en el ejercicio de sus derechos sagrados, lógico
es, que por mi parte, dé también a la nación una prueba más de
patriotismo y desprendimiento, cediendo a influencias benéficas toda
autoridad que pueda ejercer presión en los procedimientos de mis
conciudadanos.

Lo he repetido antes, y lo digo hoy mismo, que no he sostenido la
bandera de la resistencia guiado por el mezquino propósito de personal
aspiración. No. Desde Tarapacá hasta Huamachuco, he dedicado a mi
patria, sin reserva, mis esfuerzos, mis sacrificios y mi vida. Bien
sabe el país, que en esas luchas de honor y de la gloria, nada omití
por ofrecer al Perú un día de triunfo que atenuara sus inmerecidos
infortunios.

Mi actitud de hoy sólo obedece al móvil sincero de levantar a la
república de la humillación que todavía soporta con la presencia de
los que la condujeron a su ruina.

Pero se trata del bien nacional, se trata de remover todo obstáculo
para facilitar el tranquilo ejercicio de la voluntad del pueblo, y
ante esa perspectiva, ante ese ideal, que siempre ha inspirado mi
conducta, el gabinete será reconocido y respetado por mí con la
lealtad que acostumbro en mis actos.

Aborrezco la guerra civil, porque conozco sus consecuencias. Jamás me
resignaría a que pesaran sobre mi conciencia los remordimientos que
originan siempre esas luchas fratricidas, con todo su cortejo de
horrores y de sangre.

Salvar a la república de esa guerra, conseguir la unión y la concordia
de la familia peruana, he allí, estimado amigo, algo que dejaría
satisfecha mi conciencia y que sería para mí un motivo de legítimo
orgullo.

También propongo a Ud., como un medio igualmente conciliador y
práctico, y dando una muestra concluyente de mi ninguna aspiración al
poder, se llame al primer puesto de estado al señor vicepresidente
constitucional general don Luis La Puerta, por ser él quien inviste un
título de mayor legalidad. Este mandatario en el ejercicio de sus
funciones convocaría, a la brevedad posible, a elecciones de
presidente, vice presidente y personal nuevo y completo de
representantes bajo los principios y práctica de la constitución de
1860.

He manifestado a Ud. los verdaderos propósitos que me han guiado al
exponerle los proyectos a que me refiero.

Toca, ahora, contestar un punto más que contiene su atenta carta.

En ella me dice Ud. que me ofrece garantías extensivas a los
verdaderos patriotas que me acompañan, las cuales me serán acordadas
hasta cuando puedan aunarse con la seguridad y decoro de su gobierno.

A este respecto, diré a Ud. que hasta hoy tanto yo como los que
sostienen en el centro el principio de la honra nacional, hemos
cumplido nuestro deber con la abnegación que la patria nos impone.
Quienes así han permanecido y permanecen fieles a las inspiraciones de
un patriotismo noble y sin mancha, no necesitan garantías. Ellos están
firmemente asegurados por sus propios procedimientos.

Los delincuentes, los desertores de una buena causa, los malos hijos
que han abandonado a su patria en las horas del conflicto y que la han
visto en su desgracia con indiferencia, ésos son los que han menester
garantías para excusarse con ellas de la sanción penal que merecen,
del castigo ejemplarizador de sus conciudadanos y del fallo justiciero
de la historia.

Antes de concluir y para cerrar esta carta en la cual me he extendido
demasiado, repetiré a Ud. sus propias palabras: "Salvemos al Perú del
escándalo de una guerra civil, de la verguenza de una lucha entre
hermanos, de la ruptura de los últimos vínculos sociales que unen a
los miembros de esta desgraciada familia peruana".

Persevere Ud. en tan nobles y levantadas ideas, y con la mano en el
corazón y escuchando los dictados de la conciencia, procure
contribuir, por su parte a la práctica de los pensamientos que acabo
de manifestarle, de completa conformidad con las aspiraciones y los
intereses permanentes de la república.

De Ud., S.S.

Andrés A. Cáceres

EBP, Lima, martes 8 de julio de 1884

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