Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica
Rojas
6-8-2023
Maldición de los 40, 50, 60
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Cruzar
las cuatro décadas, y hacerlo sin chamba, es en el Perú, también pretexto de
discriminación, olvido, desprecio, compasión y poco importa el color de la piel
o el origen cuando se posee este inevitable pasaporte que nos regala Nuestra
Señora la Vida.
No
sólo hay elusión con los cuarentones, cincuentones o sexagenarios, sino que
para las empresas globalizadas y tan modernas, siempre será más barato –léase
rentable- contratar a un par de mozalbetes que juntos no llegarán a lo que
valdría sufragar la capacidad experta de un profesional con esos años a
cuestas.
¿Quién
se preocupa de los derechos humanos de estos hombres y mujeres con diplomas,
maestrías, viajes, posgrados, que están muertos en vida, sin poder transmitir
su sabiduría a las nuevas generaciones? Esta lacerante verdad toma caracteres
de aberración inverosímil y cotidiana, muy corriente.
Muchas
veces hemos comentado acerca de esos compatricios creativos que buscan en el
comercio ambulatorio, una salida honesta para no discurrir por el crimen
desbocado. Además, no todos pueden ser estafadores, monreros, racistas,
panzones aprovechadores de dólares o euros foráneos como los “luchadores” de
las organizaciones de nuevos gángsteres, por la simple razón que entonces
dejaríamos de ser una sociedad para transformarnos en una tierra de nadie en
que nada es respetable.
Y
pareciera que toqué algunas fibras pues alguien llamó, con injusticia evidente,
confundiendo un capítulo específico y contemporáneo, con la administración
anterior de un gobierno. ¡Y como si ésta difiriera gran cosa de las precedentes
de los últimos 25 ó 30 años!
Agreguése,
pues, la edad, como un factor que a partir de cierto guarismo, conspira contra
sus dueños, haciéndolos pasibles de despidos, obliteraciones e injusticias al
por mayor. Basta con peinar canas o poseer cabellos níveos para la pregunta
automática: “¿qué edad tiene?”.
La
maldición de los 40, 50, 60, tiene una particularidad irrefutable: ¡todos van a
pasar por ella a menos que la parca los reclame antes! Por tanto, bien vale la
pena reparar en cuanto vamos diciendo sobre este asunto.
En
nuestros días ¿se acaba la vida a los 40, 50, 60?.
¿A
qué edad culmina la capacidad de entrega y realización del ser humano?
A
mí me seduce y, hasta ahora no hay quién me persuada de lo contrario, (y he
escuchado respetables opiniones de personas honestas): sólo el día en que uno
se muere, finaliza el viaje.
¡Ni
antes, ni después! ¿Con qué derecho un país de crisis institucional permanente
puede darse el lujo de matar en vida a miles de científicos, maestros, profesionales de todo orden, por el hecho
dudosamente criminal de haber pasado los 40, 50, 60?
En
otras culturas, quienes tienen más edad, más o menos concitan la atención
porque se los reputa o reconoce por el camino transitado y también se estima
que pueden aportar a la construcción de un país con conciencia patriótica y
ciencia adquirida en el estudio académico y de campo. ¡A los 50, 60, 70 u 80!
Para
los que apenas cruzan el umbral fresco de la veintena, los cuarentas, cincuentas
o sesentas, están muy lejos o son apenas figurables. Eso es obvio, pero en un
tris tras, porque los años pasan raudos, las hebras níveas asoman y la
tranquilidad conquista –le llaman reposo o reflexión-, a buena porción de estos
de la segunda edad y de repente cada quien puede contar su historia mirando
hacia atrás.
La
vida no da tregua y sus fuegos queman al amanecer de los encantadores 20s
cuanto que al atardecer temprano del adiós que empieza su génesis tímida en los
50s. Pero la vida es una sola ¡y hay que vivirla!
¿Cuántos
miles de hombres o mujeres que aún quieren contribuir con su patria, con lo que
aprendieron, estudiaron y trabajaron, desean seguir haciéndolo?, ¿por causa de
qué no involucrar a estas columnas preparadas para la cruzada constructiva y
forjadora en el esfuerzo de renacimiento espiritual y moral que el Perú
necesita con tanta urgencia, so pena de morir como país y conjunto social?
¿Quién
enseña a la juventud a respetar a los mayores? ¡Antigüedad es clase!
¿No
es acaso este drama una realidad lacerante a lo largo y ancho del Perú? Con
ellos y en homenaje a estas legiones de compatriotas, de los que soy parte –por
razón de edad, aunque mi locura es congénita e intransferible y eso sí no
cambia-, este humilde reconocimiento a su entrega perenne.
Y
en el fuego de la promesa de persistir en el esfuerzo informativo, la agitación
de banderas, lemas y cánticos de gracias a la vida, ayer, hoy y siempre.
¡Atentos
a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos
al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos
el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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