Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
27-6-2023
Ciegos, sordos, mudos
https://senaldealerta.pe/ciegos-sordos-mudos/
Cuando los gobernantes o
todos los que tienen que ver con la cosa pública, se hacen los ciegos, sordos y
mudos, es momento en que cunde la inmoralidad impune, el caco es líder y el
pícaro resuelve todo a capazos.
El ciudadano pierde el
respeto a sí mismo, empieza a convertirse en vulgar guarismo y “cree” todos los
mamarrachos que se emiten por la televisión, la radio y los miedos de
comunicación impresos.
¿No son también derechos
humanos y económicos del pueblo peruano, saber en qué se emplea su dinero vía
impuestos y que éste es administrado de manera honesta y limpia?
Una de las preguntas
constantes que se hace la gente camina por la curiosidad de saber ¿por causa de
qué las empresas poderosas, siempre asesoradas por los grandes estudios, pueden
dejar de pagar los tributos a que están obligadas?
Más curiosidad e
indignación genera que Sunat sí persiga a los deudores pequeños, con cartas
conminatorias, advertencias de todo calibre y medidas coactivas, mientras que a
los privilegiados no se les toca ni con el pétalo de una flor.
En Perú todos, menos los
funcionarios públicos privilegiados, advierten sin disimulo que la maquinaria
del Estado sirve, entre otras cosas, para enriquecer a burócratas que ni
siquiera se preocupan de ocultar sus signos exteriores de riqueza.
Puse, años atrás, una
denuncia contra supuestos delitos de tráfico ilícito de drogas. Cuando fui a
dar mi manifestación ante la policía especializada, desde el décimo piso en que
estaba, logré observar aparcados, por lo menos ¡10 autos de lujo! Y, de
inmediato, hice una suposición que resultó profundamente errónea.
Me había hecho la ilusión
que esos vehículos habían sido incautados a delincuentes. Pero sí que pertenecían
a rufianes pero no iban a purgar condena alguna ¡ni qué ocho cuartos!, estaban
haciendo “relaciones públicas” con malos elementos.
Como el lector puede
anticipar, la denuncia quedó ¡en absolutamente nada! Luego de fundamentarla
durante 4 horas, me di cuenta de la inutilidad del esfuerzo. Y ¡del riesgo!
El derecho que tiene el
pueblo a que su dinero, recaudado por impuestos que paga todo el tiempo, sea
pasible de un manejo cristalino, es un derecho económico y por abarcar a la
ciudadanía en su integridad, comporta uno social y humano.
¿No saben esto las
organizaciones que han hecho de los derechos humanos un buen filón productor de
dólares? O, precisamente por eso, porque hay que estar en buenas migas
oportunistas con el poder efímero de quienes están episódicamente en el
gobierno, ¿conviene no pelearse ni denunciar, es decir, practicar la muy
“rentable” política de ser ciegos, sordos y mudos?
Y cuando hay cobranzas
coactivas, no hay pero que valga. El trato que dispensan los encargados es como
si apalearan rateros, con vulgaridad, grosería en el lenguaje y afán matonesco
para “demostrar” su “fuerza”.
Una prensa cortesana,
lacaya, disponible al peso y valor de dólares que compra su bulla o paga su
silencio, sólo representa un cáncer recurrente en la historia patria. Nadie
puede llamarse a ignorancia, sobre todo, porque son documentos que circulan de
oficina en oficina porque esta maravilla de Internet así lo hace posible.
No importa ¡para nada!
quién sea el transmisor ocasional de cómo se conocen los hechos y temas. Eso es
prescindible y a veces pura suerte. Pero no puede ser sino repugnante que
sabiéndolo los auto-erigidos en “defensores de la libertad de prensa” sean
invidentes adrede y mudos vocacionales.
Los abusos de los bancos y
sus mastines (de los bajos fondos), disfrazados de apoyo; el pésimo servicio de
luz, internet, cable y telefonía, tampoco son atajados y multados ante su
deficiencia.
El cliente de todo tipo de
transacción en el Perú no sólo es la última rueda del coche, es un estropajo
que no tiene quién le haga caso, le defienda integralmente y le reivindique la
masa monetaria a veces enajenada y negada por meses interminables.
El antipático “pague
primero y luego reclame” es una ley tácita, no escrita, pero que viola los
derechos del consumidor.
¡A menos que se haga
respetar!
La cuenta de mi teléfono
durante 1998 llegó con cifras de cobro estratosféricas. Me paré con
romanticismo contra Telefónica y el primer recibo recién lo hice efectivo en
¡agosto de ese año! Le gané 6 juicios administrativas a esa empresa abusiva y
me enfrenté a no pocos lacayos de la misma. ¡Pero gané!
Siempre me hice la
pregunta: ¿qué tal si en lugar de un periodista bocón y reclamante, hubiéramos
sido 100 mil los insurgentes? Note el año -1998- y cuánta agua ha pasado bajo
el puente. ¡Y la de abusos de Telefónica!
Hacerse el ciego, sordo y
mudo, es parte de la carrera del burócrata peruano.
No hay mal que dure cien
años. Ni cuerpo que lo soporte.
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