Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
9-10-2019
Violencia y
pistoleros en Trujillo
El sábado 5, poco antes de las 8 pm, en la cuadra 5 de la
céntrica calle Pizarro en Trujillo, fui actor, protagonista de una carrera y
víctima de un suceso que involucró a un pistolero de brazo largo, tez casi
negra, una motocicleta muy bien alertada y con chofer premunido de un arma de
fuego.
Sí, en efecto, por andar en coordinaciones telefónicas con
Lima y en virtud de la misión de trabajo que me llevó el fin de semana a la capital
liberteña, un sujeto delgado pero musculoso y que me espetó insolente mientras
huía: “ya perdiste vale” a la par que lo perseguía, me robó el celular.
No había, para mala suerte mía, ni un policía o guardián
municipal por los alrededores. Un par de ciudadanos de buena voluntad corrieron
detrás mío, acompañándome en la quijotesca tarea de enfrentar al caco. Cuando
vimos el arma exhibida por el de la motocicleta, todos –yo el primero-
abandonamos la persecución. Mi modesta existencia no se equipara al valor monetario
del celular arranchado.
Agitado opté por llamar a la empresa operadora. Y por un
segundo busqué el celular en mi casaca para reparar, en micras de tiempo, que
había sido despojado del mismo. La dueña de un negocio de ropa me prestó su
teléfono e hice el bloqueo tanto del chip como del aparato. Me garantizaron que
el famoso adminículo ya no servía para nada.
¿No saben los rateros que la simple comunicación y las 100
respuestas satisfactoriamente emitidas, convierten al celular en un pedazo de
metal, absolutamente inservible? Si carecen de esta información es que son
sumamente estúpidos. A tenor de lo acontecido, su habilidad y posición
estratégica, no se trataba de elementos brutos. Sabían lo que hacían, no
obstante sigo preguntándome ¿qué pueden hacer con el hurto?
Para muchos, los más, el celular sirve como distracción,
combate contra la soledad, máquina fotográfica y ¡sanseacabó! Pertenezco al
raro mundo de quienes manejan el teléfono como una herramienta de comunicación
para temas sensibles y básicamente de trabajo. Whatsapp, Telegram, Messenger,
Facebook, Instagram, Google y etcétera, sirven para tareas y la difusión de no
pocos artículos de propuesta, polémica y generación de ideas. Es una oficina
ambulante que conserva números y nombres. Estar sin él, deviene en una
sensación sumamente rara.
Debo decir que toda la información más sensible la conservo
en otros lugares y bajo códigos difíciles de desentrañar. Lo divertido es que
si alguien atravesara semejantes fronteras, encontraría ¡a lo más! S/ 40 o
menos soles.
El celular de marras me fue obsequiado, un par de años atrás,
por una persona amable que tuvo esa gentileza fraterna. Era de alta gama y muy
bonito. Hay que decir también que lo usaba profusamente. Mi consuelo es que el
ladronzuelo foráneo que lo robó, no podrá tener línea ni hacer funcionar el
aparato. Sin soga, ni cabra. Y yo, sin celular.
Pasar sábado por la noche, todo el domingo y el retorno a
Lima sin comunicarme telefónicamente fue un suceso demasiado raro.
La seguridad ciudadana en Trujillo es deficiente. Los robos,
asaltos, violencia, no son nuevos en esta ciudad, datan desde hace más de 40
años. Hasta un policía creyó que hacer justicia por mano propia era una buena
medida. Sé que le va mal en los juicios ulteriores.
Sí que es pesarosamente novedoso el grado de violencia, el
discurrir de bandas armadas con perfecto conocimiento de la topografía de
escape y el origen foráneo de sus integrantes. En La Libertad hay más
ciudadanos venezolanos que en muchas otras partes del país. Así lo dicen los
propios lugareños.
Con un teléfono, que llamaríamos “chancho”, pretendo
reconstruir la robusta red de comunicaciones y seguir en el combate. Fue una
derrota, pero la guerra sigue en pie y en aquella persisto firme y sin temores.
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